La consolidación del macrismo en las PASO es un fenómeno que puede leerse de muchas maneras. De hecho, después del 14 de agosto han aparecido reflexiones que tratan de entender por qué sucedió eso que parecía inesperado. Aquí una de ellas.
Hay un espacio de discusión con el kirchnerismo que no parece posible con el macrismo. En definitiva, se puede compartir con los k algunos terrenos en común, aunque uno se sienta alejado en tantos otros. El macrismo, cuando no me irrita, es un espacio que queda a miles de kilómetros de distancia. Una distancia que tiene que ver con los motivos, a mi juicio, que se unieron para que el Pro mantuviera sus votos, pese a la mala situación económica, la caída del poder adquisitivo de los salarios (hasta el suplemento económico de La Nación lo da como dato cierto), la inflación y un tarifazo despiadado que no ha generado el escándalo esperable. Nada aumenta el 1000% en ningún lado del mundo sin que eso desate un incendio.
Hay algo que no encaja si creemos que la economía es lo que inclina la balanza. Si bien al final del gobierno de Cristina empezaban a aparecer problemas serios y algunos cuellos de botella, objetivamente una parte muy importante de la población vivía mejor que ahora. Y sin embargo, Scioli perdió en la segunda vuelta. En ese momento, podía creerse que el triunfo de Macri traería tiempos de una bonanza más estable vía las promesas de reinserción en el mundo y de mayor transparencia.
Creo que es una parte del asunto. También podría pensarse que en aquella elección y en esta no todo fue voto anti Cristina, aunque haya habido una parte de eso. No habría que descartar que ese alrededor del 35% que mantiene hoy Cambiemos tenga que ver con una serie de coincidencias entre votantes y el discurso y el estilo del macrismo. Para decirlo rápidamente que el PRO no nació de un repollo.
Hay estilos, creencias, morales –lo que en alguna época se llamó ideología, palabra hoy caída en desgracia-compartida entre votantes y el discurso y las actitudes de los integrantes de Cambiemos.
Por un lado, la idea de que los que nacieron siendo ricos no roban.. Más allá del blindaje mediático, lo cierto es que el tema Panamá Papers y Correo Argentino no afectaron la imagen del gobierno. El fracaso o la escasa repercusión, incluso entre opositores, de las denuncias contra Macri por corrupción o negociados no encuentran mucho eco entre sus votantes para quienes en un punto resulta inverosímil que semejante ricachón haga esas cosas. ¿Para qué? Ya sabe lo que es tener guita, cosa que, de acuerdo a esta visión Cristina no compartía. Había llegado tarde al dinero, no había entrado al mundo con la cuenta corriente abultada.
También hay que tener en cuenta cuáles son los lugares comunes de la autoayuda que forman parte del credo macrista que con alegría (como corresponde) se ocupa de difundirlas incluso a través de recursos absurdos, como la supuesta cita adjudicada a Borges y que bien podría haber sido escrita por Bucay. Uno de los sostenes de estas muy exitosas publicaciones (y no sólo en la Argentina, aquí es un epifenómeno de algo que nació en los Estados Unidos) es la idea de que lo bueno o lo malo que nos pase depende exclusivamente de nosotros mismos, que nuestra vida es un unipersonal, al que de vez en cuando traemos un actor de reparto. Más allá de los contextos, las herencias familiares, lo que define nuestra situación actual y futura es lo que hagamos de nuestras vidas (autoayuda mediante). Por eso, Facundo Manes puede decir que la pobreza es un estado mental.
Es una idea seductora porque implica que nada hay que esperar que venga de afuera de uno, salvo un libro, un programa de la tele o un conferencista que nos pase la receta para ser quienes queremos ser. Es cuestión de actitud. Cambiemos traslada esa idea a nivel país, otro paciente que sufrió por no aceptar la verdad, por no elegir ese camino que le traen ahora, por no hacerse cargo de las propias limitaciones (creyeron que podían tener un celular) y quedar estancado en la ignorancia de lo que debe hacerse. Hay algo de atemorizador y de culpógeno en este discurso. Así como el éxito nos pertenece, el fracaso es nuestra exclusiva responsabilidad. (Es apenas una hipótesis que necesitaría profundizarse más. Pero habría algo así como que el –supuesto o real- fracaso del modelo anterior y sus pecados de lesa economía, nos tocaran y nos obligaran a aceptar que nos achiquen la vida.)
Claro que el rumbo que debería tomar ese país para salir de la enfermedad no requiere de sujetos colectivos, sería una contradicción en los términos. El macrismo abomina hasta la fobia de conceptos como ciudadanía, unión, patria. La relación de Macri con la nacionalidad es básicamente futbolera. Recuerdo dos presencias suyas con los colores argentos. Uno de protocolo, el día de su asunción con la banda cruzada en el pecho y una foto junto a Juliana en un partido de la selección, vistiendo la camiseta. La patria es una comodidad a la que se la mira por la tele. Algo que se fogonea desde la publicidad que en cada Mundial pone en marcha un operativo de nacionalismo de mercado. Te morfás estas papafritas y mirás el partido. Ya está, sos patriota. La patria te está esperando en la góndola de Carrefour.
El PRO sostiene que hay que ir de a uno. Timbre tras timbre. Nada de actos, nada de marchas (salvo las espontáneas que tienen un aval más o menos encubierto del gobierno). A lo sumo, ceremonias de festejo de resultados electorales reales o presuntos.
La idea es que si a todos nos va bien (fruto del esfuerzo personal de cada uno) al país le va bien. Es una lógica extraña pero funciona. En última instancia, la función del gobierno es la de garantizarnos las condiciones para que nuestro esfuerzo dé resultados. El Estado es una necesidad pero también una molestia, se tiene que notar lo menos posible. Esta especie de antiestatismo pragmático está en consonancia con las primeras medidas del gobierno apenas asumió: echar de manera humillante a una buena cantidad de empleados estatales. No sólo correspondía rajarlos, debían quedar escrachados, de allí que por esos tiempos a Michetti y a Carrió (las muñecas bravas de Cambiemos) no se les cayera de la boca la palabra ñoquis. Y también comparten la idea de que el Estado es un servicio por el que se paga y debe retribuir en consonancia y siguiendo la voluntad de los aportantes. Se podría decir que esa idea se cristaliza de manera impecable con la privatización de las transmisiones de fútbol. No podés pagar, escúchalo por la radio, esto no es Cuba. Y que tiene su peor parte en la xenofobia que nace de la idea de que el país es de los que pagan y que no corresponde que los extranjeros copen espacios por los que no ponen un peso. Hace pocos días, Clarín sacó una nota sobre la cantidad de estudiantes de medicina de origen brasilero que hay en la UBA. Antes el diputado Eduardo Amadeo había pedido informes en el mismo sentido.
Otro amuleto macrista es la modernidad. Por algo hay un ministerio que lleva ese nombre. Modernidad se presenta como sinónimo de eficiencia, de cuentas claras y de transparencia. Es hacer lo que se hace en las partes más ejemplares del mundo. Es formar parte de la elite de los poderosos aunque no nos den mucha bola. Es estar en donde se debe estar y no en el lugar equivocado, junto a Trump y no a Maduro. Hay un deseo en ciertas partes de la sociedad de ser modernos y Cambiemos ofrece una manera conservadora de serlo, serios pero sin corbata, firmes pero sin cadenas nacionales. Algo que no afecta las buenas costumbres de siempre. Somos los mismos de antes, pero ahora nos llaman modernos.
Hay otro punto sobre el que insiste el gobierno y que es, obviamente, un valor social: la verdad. El de Cambiemos es el gobierno que sincera, que no oculta (por eso una ley de transparencia), aunque sean verdades que duelan y mucha gente se joda en nombre de esa verdad. Hay cierta contundencia en la idea e incluso en la palabra verdad. A su manera, Macri tiene algo de peronista, la única verdad es la realidad. A través del subrayado permanente de la idea de verdad, el presidente vende la versión definitiva de la realidad.
Hay una especie de tautología que no deja de dar resultados: este es un gobierno que dice la verdad porque dice que dice la verdad. Y trata de demostrarlo cuando intenta transformar las medidas del estilo si pasa pasa (el nombramiento de jueces por decreto, la intención de Vidal de que se penalice por ley al periodista que revele cuánto ganan los funcionarios) en los necesarios errores que ocurren cuando se está aprendiendo. Si reconocemos públicamente que nos equivocamos, ¿cómo puede ser que estemos mintiendo? El otro recurso sincerofílico es admitir cifras que irían en contra: por ejemplo, el número de pobres y de indigentes. Así como a Moreno nadie le creía ni un saludo de buenos días, toda cifra de Todesca queda fuera de discusión. Otra vez, si decimos que hay cosas que andan mal, si no las ocultamos, ¿cómo se puede pensar que mentimos?
Por otra parte, se puede pensar que en estas PASO hubo una especie de realismo frente al que está en el poder. Algo que no siempre funciona, de hecho, en las legislativas del 2001, previo a la hecatombe, la Alianza obtuvo poco más de la mitad de votos que el justicialismo. Pero, de acuerdo a ese realismo, el único que puede intervenir en la realidad es el gobierno. Y Macri sabe o hace que sabe para qué lado va. Aquello de lo malo conocido. Este es un momento (es lo que se vende) en que se decide todo, en lo que todo cambia para siempre (Vidal dixit en medio de la celebración del resultado que no fue). Una legislativa –y no por nada fueron varios los dirigentes oficialistas que insistieron en su inutilidad- cambia poco, o se supone que cambia poco. La verdad también se construye por medio del consenso de la validez de los supuestos.
Estas son apenas unas ideas para meterse a tratar de entender qué es este fenómeno que ha llegado, aparentemente para quedarse. Lo cierto es que no se puede seguir culpando a los medios que, si ocupan un lugar de hegemonía, es porque pueden ofrecer un producto que de antemano está aprobado, con ideologías más o menos difusas y también reflejan (y construyen) un cierto humor social, bastante extendido: que no es la función de la política interrumpir la vida de la gente. Hablo de política en un sentido amplio, desde los discursos protocolares (a la que es tan poco afecto Macri, a diferencia de Cristina) hasta las diversas formas de represión que pone en práctica el gobierno.
Tal vez la forma de enfrentarse a Cambiemos no pase hoy por la denuncia sino por un restablecimiento lento y muy paciente de una obviedad política un tanto desaparecida detrás del debate superestructural de la grieta. Que con Cambiemos hay gente a la que le va como el culo y a otra que le va de maravillas. Y que las maravillas no son el estado que nos espera pero que tampoco estamos, si se habla de individuos, amenazados por un desastre próximo. Sacar la discusión de la dramática al mismo tiempo que de la prescindencia despreocupada que proponen desde Cambiemos. También es una cuestión de actitud.