Donde el autor de la nota finge que las ciencias duras y el discurso de la inteligencia emocional ayudan a entender el bajón que nos convoca, hasta concluir en bello Apocalipsis inminente. (Foto destacada: Isabel Muñoz)

El tipo aparece en la vieja foto muy muy feliz. Cara de loco querible, una gorra de lana, desprolijo, con un mandril a su lado. Tan bueno aparece y tan parecido a Rubeus Hagrid, el docente grandote de Hogwarts, criador de monstruos, gran camarada de Harry Potter. El tipo dedicó buena parte de su vida a estudiar el comportamiento de los mandriles y sus niveles de estrés según fuera la ubicación de cada uno en la jerarquía de grupo de esos preciosos bichos de pelo acicalado. El barbudo se llama Robert Sapolsky, nació en 1957, y es una referencia mundial en la antropología biológica, neurólogo, neuroendocrinólogo y afines. Cada año viaja a Kenia para estar con los mandriles. De tanto viajar, investigar y publicar se ganó, entre otros, el premio MacArthur, conocido como “beca de los genios”. Uno de sus libros más conocidos lleva este título: ¿Por qué las cebras no tienen úlcera?

Básicamente nuestro buen amigo Sapolsky descubrió que los machos alfa de los mandriles, en condiciones estables, sufren menos de estrés que sus camaradas dominados, los loosers. Retengan bien eso o bien miren este video: https://www.youtube.com/watch?v=3mPYZMrgEfY

Si se nos dio por hablar de mandriles y de estrés en Socompa es por dos razones de trascendencia. La primera: los mandriles son unos primates que, además de relajarse mediante el arte de la despiojización comunitaria y post-marxista, tienen un parentesco muy cercano con nosotros. Y si no que lo diga Jaime Durán Barba que hizo célebre, entendemos que en su libro El arte de ganar, una sentencia que acá citamos de memoria: “Somos monos con sueños racionales”. Para colmo puede que tenga razón. La segunda razón para hablar de mandriles e inspirarnos o esnifar en las neurociencias –además de hacer enojar a nuestras vastas audiencias de larga formación freudiana- es aludir a esa felicidad fría, inconmovible, inexpresiva, de los funcionarios macristas y los CEOs. Esa que hace que ni a Marcos Peña ni a Prat-Gay, ni a María Eugenia ni a Mauricio y mucho menos a Espert se les mueva un músculo cuando la gente sufre o cuando mienten alevosamente. Estamos oponiendo aquí esa felicidad gélida a nuestra imperdonable tendencia culposa, la de zurdos y populistas sensibles, a sufrir ante la realidad y más ante la desigualdad.

 

Estudio Azteca

En 2017, un equipo de especialistas de la Asociación Mexicana de Comportamiento y Salud, dependiente de la Universidad Nacional Autónoma de México, siguió los pasos de Sapolsky para estudiar qué sucede con el estrés y las jerarquías sociales entre humanos. El paper resultante puede verse en Internet con el título “Nivel jerárquico, dominancia y niveles de cortisol salival como parámetro de estrés”. Lo de la saliva tiene que ver con que este tipo de estudios, se trate de mandriles o de ustedes, se realiza examinando lo que hay en las escupidas que producimos unos y otros, muy particularmente escudriñando los niveles de cortisol, una hormona que segregan nuestras glándulas suprarrenales, que se libera en condiciones de estrés, más que a menudo para nuestra infelicidad. Con guantes de látex y barbijo, desde Socompa saludamos y agradecemos la realización de esta nota a los autores del estudio: Everardo Camacho-Gutiérrez, Claudia Vega-Michel, Juan Ortiz-Valdez y Paola Batiz-Flores.

Lo que encontraron estos muchachos es que las personas que viven en condiciones de subordinación, en situaciones de estabilidad, segregan –por decirlo feo- más cortisol que los individuos dominantes. Tal cual sucede con los mandriles. La muestra de humanos tomada por este equipo del estadio Azteca fueron 144 personas, empleados universitarios (se ve que es lo que tenían a mano) a las que se le tomaron dos muestras salivales cada media horita. La conclusión pronta fue que “los mandos medios tienen mayores niveles de cortisol (más estrés, mayor padecimiento) que los dirigentes, pero estos a su vez tienen más cortisol que el personal operativo”.

En una clara manifestación de periodismo a la bartola tomaremos el asunto dando por hecho que acá estamos hablando de CEO’s y funcionarios macristas, de la escala superior de la sociedad, de clases medias padecientes y de pobres tipos en la escala más baja, obviamente la escala de la pobreza. O sea que nos cagamos olímpicamente en la división original de la muestra de los investigadores mexicanos: jefes y directivos universitarios, maestrandos, doctorandos, populacho del personal operativo, para arrebatarla como metáfora social.

Lo que encontraron los mexicas, dicho de otro modo, es una cierta correspondencia entre humanos con lo expresado por Hagrid Sapolsky: en ausencia de factores estresores (variables que generan estrés) o amenazas, los individuos subordinados tienen niveles de cortisol superiores a los de los individuos dominantes. Lo mismo sucedió con estudios hechos con militares (se merecen ser diseccionados y cosas mucho peores): en los individuos dominantes que responden bien a condiciones de estrés los niveles de cortisol se elevan más rápido y más intensamente”, para el lado correcto. Peeeero, “en ausencia de estresores, los subordinados tienen niveles más altos de cortisol”. Así no se gana una guerra.

Amiguites: huyan del estrés

Ustedes lo saben bien porque la palabra estrés se usa hace décadas. Hay situaciones antipáticas que generan estrés: procesos de divorcio, la muerte de un ser querido, mudanzas, despidos, accidentes fulería. Agarrate cuando los niveles de estrés son excesivos. A más abundancia de cortisol, más hipertensión, enfermedades cardiovasculares, acaso obesidad. Lean bien el prospecto: puede aparecer también la anorexia nerviosa, trastorno obsesivo compulsivo, vigorexia, ataques de pánico, diabetes, alcoholismo activo, hipertiroidismo.

Lo importante es volver a nuestra metáfora mal habida. En la cima de la cadena alimentaria, en lo más alto de las relaciones de poder, funcionarios macristas y CEO’s son inmunes al estrés y sus consecuencias (excepto en situaciones de corrida cambiaria y baja en las encuestas). Mientras que, dicho en el paper de los mexicanos, “los sujetos pertenecientes a los mandos medios de las jerarquías sociales y de las instituciones laborales son los que tienen un mayor nivel de estrés”. ¿Qué pasa con los que están más abajo en la jerarquía social? Dicen los mexicanos que esos pobres giles tienen niveles de cortisol bajos, “pero de manera simultánea, reportan tener poca satisfacción en sus actividades laborales”. Un desastre los pobres, que ni estrés tienen. Esto se llama en neurociencias, de manera coloquial, “el negro no puede”.

Mucho peor aún es lo que les pasa –a quienes votan para el orto- en la relación entre estrés y memoria. Los cuadros de estrés crónico –que según postularemos en esta nota obedecen pura y exclusivamente a la exposición prolongada a los medios del Grupo Clarín- hacen que el cortisol se produzca a lo pavo, al punto que ese exceso de cortisol “conduce a atrofiar neuronas de la memoria”.

Insistimos en lo que dicen otros estudios: ya sea entre personitas humanas que tienen alma y razón como en roedores y primates se demostró de manera fehaciente que el estrés afecta el aprendizaje y la memoria. De ahí que nos pongamos reiterativos: es más que evidente la razón por la que las gentes medias de este país no recuerdan los beneficios obtenidos durante el pujante ciclo kirchnerista y se crean aquello de la herencia recibida y “se robaron un PBI entero”. Todo eso sin nunca olvidar altos cuadros de depresión y de ansiedad colectiva, con alto consumo de Rivotril.

 El estresado no me produce rentas, maldita sea

Desde que hace ya unos cuantos años se puso de moda la expresión modélica “inteligencia  emocional”, los mandriles que nos mandan saben cómo afrontar los desafíos del estrés. Ellos se coachean, aprenden a vivir con menos emociones y complejidades, evitan juntarse con gente tóxica, beben hectolitros de combustible espiritual. Mientras que nosotros, psicobolches, populistas, grasa militante, apenas si alcanzamos a pagar una clase de yoga o nos vamos a pescar a las lagunas de Chascomús o Monte. Es más, los CEO’s mandriles que manejan nuestras vidas desde su trono alfa se preocupan por nosotros pero lo hacen con fines inconfesables. Veamos lo que tienen para decirnos al respecto dos autores españoles, Francisco Toledo Castillo y Christian Salvador Martínez, quienes en colaboración con la Universidad de Valencia publicaron un horrible Manual de inteligencia emocional para la prevención de riesgos laborales para una cámara de empresarios españoles.

Introducen los autores y es un espanto: “Actualmente está creciendo exponencialmente el número de trabajos sobre inteligencia emocional en distintos ámbitos de la psicología de las organizaciones, como por ejemplo, la relación y aplicación efectiva de la inteligencia emocional y la prevención de riesgos laborales. Este nuevo modelo ha sido estudiado y aplicado con éxito manifiesto en las organizaciones, obteniendo mejoras productivas y, por tanto, resultados económicos positivos, que han fortalecido al sector empresarial para seguir promoviendo estas nuevas estrategias”.

Como ven, la mayor productividad y rentabilidad empresarias es lo que mueve a estos mandriles CEOs. Aportan data dura, seria, que habla de la infelicidad de los mandriles sometidos: “En la VII Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo realizada en 2011, se les preguntó a los trabajadores, para cada problema de salud señalado previamente por el trabajador, si consideraban que este problema se debe al trabajo o se agrava con el mismo”. El 86,4% de los consultados dijo que sus padecimientos se debían al trabajo en sí mismo. Problemas de cansancio o agotamiento, trastornos musculo-esqueléticos y -¡por supuesto!- estrés, ansiedad o nerviosismo a lo pavo en el 82,1% de las respuestas. Es más peor de lo que ustedes creen: los problemas de salud, estrés incluido, se multiplicaron desde la encuesta de 2007 porque –dicen los mandriles subordinados- ahora deben trabajar muy rápido, atender varias tareas al mismo tiempo y hacerlo con plazos muy estrictos y muy cortos. Eso pasa en periodismo también, por eso, en buena medida, el periodismo que tenemos. Pero no el periodismo de esta nota en particular, que es de un rigor científico impresionante. 

Por vuestra culpa, sensibles

 Hace ya unos cuantos años Rep incluía en su tira de Página aquel personaje llamado Gaspar el Rebolú, que expresaba sentimientos de culpa y tristeza en terapia. Era una tira que devenía –interpretación libre- de la crítica aceptablemente válida del mundo del rock a las severidades pavotas del psicobolchismo, expresión acuñada al inicio de la democracia. Con bastante más gracia que Rep, la crítica al psicobolchismo fue felizmente retomada por Diego Capusotto (“Acá sí que no se coje”).

Los CEOs son felices, inconmovibles. A nosotros nos cuesta. La interpretación de este fenómeno de angustia existencial entre el zurdaje y todos aquellos que se quedaron entre el ’17 y el ’45 es que hay una variable –algún tipo de racionalización entre defensiva y saludable- que media entre la ideología política y la subjetividad, o nuestro padecimiento de psicobolches. El kiosquero que votó a Macri o la señora que habló mal en la peluquería de Cristina acepta y da como válido el statu quo porque razona –para su bienestar personal- que las cosas son así, que pobres ha habido siempre, que la desigualdad es natural, es legítima, es incluso justa. Los lectores de Socompa, muy por el contrario, se estresan al ver a un cartonero tirando como un matungo de su inmenso carro a ruedas cargado de bultos. Alguien en Internet dice que ese es “un peaje emocional mayor, ya que carecen de esos mecanismos de racionalización que protegen a los conservadores”.

Piojos. Gerard Teborch

Claro que estos son interpretaciones menos sabias y menos de punta porque no devienen de las neurociencias. Lean por ejemplo este largo párrafo horrible acerca de la discriminación de grupos sociales, que es de tradición humanista, es decir obtusa, es decir que no viene de las neurociencias:

“¿Para qué sirven o cuál es la función social de los estereotipos y prejuicios? Lo que podemos avanzar como intento de respuesta es que los estereotipos funcionan como sistemas explicativos en términos de racionalización, es decir, tienen un rol de explicación social que consiste comúnmente en legitimar las diferencias sociales o justificar las situaciones de desigualdad. De esta manera, los prejuicios y los estereotipos proporcionan sistemas explicativos a través del sesgo de la ‘psicologización’ de diferentes aspectos de un fenómeno social (…) Los estereotipos y los prejuicios constituyen procesos de racionalización que sirven para justificar la desvalorización social de la cual son objeto ciertos individuos y/o grupos”.

El párrafo fue extractado de un trabajo intitulado “La discriminación social desde una perspectiva psico-sociológica”. Fue redactado por Aline Prevert, Oscar Navarro Carrascal y Ewa Bogalska-Martin, en arriesgada combinación de politología, sociología y psicología.

Be happy, be republican

Volvamos a las cosas ciertas, a los datos duros, científicos, no al antiguo verso humanista.

Según un estudio del muy interesante Centro de Investigación Pew, con sede en Washington, el 37 % de los votantes republicanos se consideran “muy felices”, mientras que los muy felices, entre los giles de los demócratas, son apenas el 25%. Esa tendencia siempre se dio desde que en 1972 se hicieron encuestas parecidas.

La culpa de eso es –dicen los expertos- el complejo de culpa de las izquierdas. Otro estudio realizado por psicólogos de la Universidad de Nueva York señaló que la grieta, con perdón, entre los índices de felicidad de psicobolches y tipos positivos que no critican al pedo –como bien señaló el filósofo Aristóteles Rozitchner- es mayor cuanto más aumenta la desigualdad de ingresos. Lo que dijimos antes: los mandriles alfa y sus dominados -pero positivos- racionalizan la desigualdad como un dato duro de la vida. Nada de culpas por semejantes boludeces.

Otro estudio del Pew Center, sobre consumo de periodismo y audiencias, dice que en la mayoría de los países hay una tendencia clara: las personas que apoyan al gobierno que sea tienen una mejor opinión de las coberturas políticas del periodismo que aquellos pobres padecientes que no apoyan a tales gobiernos. Y en relación con lo mismo o algo parecido, los trabajos del Pew Center demuestran claramente que cuanto más sufre un país y su sociedad, menos se les cree a los medios. El periodista José Luis Marín, en el diario español Público, escribió que en su país un 89% de los encuestados muestran aversión a las prácticas sesgadas de los medios. Escribió esto otro: “Ante la pregunta inicial sobre el correcto desempeño de los medios en su cobertura política, solo Grecia (18%) y Corea del Sur (27%) tienen un menor porcentaje de respuestas positivas que nuestro país, ya sea afirmado que ésta es ‘muy buena’ o simplemente ‘buena’. En nuestro país solo el 33% de los encuestados llega a esta conclusión. Somos el tercer país de toda la encuesta –y segundo de Europa– con menor valoración de los medios en su cobertura política”.

España y Grecia, países con crisis terribles, desempleo y empobrecimiento. Remember: Fondo Monetario Internacional. Uy, nos pusimos serios. Pero es una introducción a lo que puede sucedernos cuando la infelicidad y la bronca se extienden al conjunto de los mandriles, CEOs o no.

Último experimento: masacre de papiones

Son los papiones hamadríades una subespecie de los babuinos o mandriles que visita regularmente nuestro amigo Robert Sapolsky. Hubo una vez en los años ’20 del siglo pasado en que un investigador, Solly Zuckerman, autor de From Apes to Warlords, hizo un célebre si bien cruento experimento con esas criaturas. El escenario elegido fue el zoológico de Londres. El año exacto: 1925. Lo que hizo Zuckerman fue preparar un espacio dentro del zoo al que llamó la Colina de los Monos. Allí  introdujo un centenar de papiones. Con un propósito deliberado y perverso: a cada papión –gente que en estado natural vive en extensiones generosas y con vistas imperdibles- le correspondía un hábitat de apenas siete metros cuadrados.

Lo sucedido lo relató muchas décadas después el astrónomo y divulgador progre Carl Sagan: “A fines de 1931 el 64% de los machos habían muerto y el 92% de las hembras también”. De 33 hembras fallecidas, 30 murieron en las disputas sexuales de los machos. Algunas, bien muertitas, fueron nuevamente arrastradas y violadas.

¿Por qué citamos tan siniestro experimento? Por lo que pueda sucederle a una sociedad cuando se destrozan ciertas reglas elementales de convivencia. Lo mismo pasa con las ratas en condiciones mil veces probadas en laboratorios.

Dice un politólogo por ahí que los niveles de infelicidad y de bronca en las sociedades europeas vienen incrementándose por variables que acá conocemos largamente:

La ansiedad económica.

El miedo por las amenazas a la seguridad.

La incomodidad cultural.

La falta de confianza en las instituciones políticas.

Acá en Socompa el que escribe, a propósito de nuestra infelicidad en tiempos macristas, venía más o menos diciendo desde hace tiempo que en Argentina se abrían tres posibles escenarios (previsión elemental):

  1. Que el macrismo ganara (¿fácil?) las elecciones, que es lo que se temía hasta que se nos vino la crisis financiera de frente y porrazo.
  2. Que en 2019 gane un peronismo de rasgos opinables, o al menos impredecibles.
  3. Que se venga lo que temió y sigue temiendo el firmante de esta nota: un Que se Vayan Todos de características y proporciones Walking Dead.

Si se diera este último escenario, es muy posible que los mandriles alfa dejen el poder. Pero eso podría suceder a un costo altísimo entre los sometidos. Con enormes dosis de cortisol en nuestra saliva. Convertidos nosotros en sociedad de papiones hamadríades, muy sacados, vociferando al pedo el himno nacional ante las puertas del banco de Santander.

¡ADVERTENCIA!: Si el final morboso de esta nota los estresó, háganse quitar los piojos por el primer humano que tengan cerca.