Una nueva crónica macriana, esta vez para tratar de dilucidar porqué dice lo que dice y cómo lo dice el orador máximo de la Nación. ¿Lo usará también en las reuniones de gabinete o para hablar con su papá?
Mauricio Macri tiene problemas con lo real y por eso es la cabeza cenicienta de un régimen telePROompter. Así se llama el bichito también conocido como autocue o cue y que muestra en un cristal trasparente un texto que se sitúa en la parte frontal de una cámara. Es el texto que le da voz y cuerpo a ciertos discursos. En algunos casos, esas palabras se controlan a través de un pedal en los pies del “orador”. Al pisarlo, hace avanzar las oraciones. Si lo levanta, se detiene. Además de repetir sin soplar aquello que se le escribe, su usuario, en este caso MM, necesita tener cierta destreza en su planta y su talón, no sea cosa que, por falta de ritmo, las frases se escapen y termine construyendo frente a la Nación un cadáver exquisito o una ristra de aforismos incomprensibles. En otras ocasiones, es un operador el que controla el flujo de las palabras en función de las respiraciones y ademanes del que simula dotar de coherencia y orden a su exposición. El teleprompter es usado también en los noticieros y los acontecimientos corporativos. Aquel que parece mirar a la cámara, que es como decir los ojos de los televidentes, para enfatizar una relación de cercanía, en rigor sigue las letras saltarinas. Hay un tipo especial de teleprompter que en los hechos se ha convertido en una aplicación de los rituales estatales, dentro y fuera de Argentina. Lo han usado desde Barack Obama a Juan Manuel Santos cuando necesitan asignarle valor al detalle, la estadística o a un concepto acuñado con la fuerza de los actos de Gobierno. Se llama “teleprompter de pódium” o “presidencial”. El usuario, en este caso MM, se puede posicionar en un estrado como si le hablara a una audiencia imaginaria (“escuchar a MM”, ¡vaya oxímoron oxidado!). El teleprompter es alineado a una distancia de dos metros de manera que facilite la lectura y, en ese metraje, fije un umbral verosímil de locuacidad. Pensado en términos analógicos y del vodevil setentista, es como si Chasman fuera hablado por Chirolita, una suerte de ventriloquismo al revés. Pero estamos en la era digital, la de la plenitud de las superficies. Si bien el aparato le resta dramatismo a las exposiciones (exige un grado cero de teatralidad, entendida como abundancia del gesto y la entonación) al menos evita que el discurso naufrague. En enero pasado, La Nación informó sobre la licitación a la que convocó la Subsecretaría de Comunicación Presidencial para adquirir este sistema casi infalible. La ganadora fue Mayaura SRL. El Estado pagó 270.053 pesos por el espejo semitranslúcido de 14 por 12 pulgadas, dos monitores tipo LCD full color de 19 pulgadas y tres soportes de 1,80 metros, adaptables en altura. El telePROmpter es un garante de correspondencia lexical para un presidente con verdaderos problemas de exposición (es que en las escuelas privadas ya no se enseña oratoria). Fíjense lo que le sucede cuando se aparta mínimamente del apuntador electrónico: afloran los pensamientos que deberían guardarse al ámbito de lo privado o bajo caja de siete llaves en el inconsciente. Hasta la nonagenaria Mirtha Legrand desnudó su desconocimiento sobre lo público. Pobre MM, no tenía un teleprompter que “respondiera” por él cuando le preguntaron sobre la jubilación mínima. Y salirse del PROtocolo lingüístico (por descuido o lisa y llanamente comprensión del texto) tiene también su precio. Porque a nadie de la estrategia comunicacional se le habría ocurrido escribir en la pantalla para que dijera algo sobre la “terrible inequidad entre aquel que puede ir a una escuela privada versus aquel que tiene que caer en la escuela pública”. Imaginemos con piedad: en una de esas, a falta de teleprompter no terminó de interiorizar el razonamiento de los focus groups. Y ese hombre desvalido, incapacitado por un instante de leer lo que otros pusieron delante de esos luceros celestes, o le explicaron con paciencia y pedagogía, dejó en el aire un alegato medular. Y así quedó trunca una parábola sobre la “caída”, es decir, el pecado de Adán, la pérdida del estado de inocencia al de pecado, EL punto de inflexión en la historia moral y espiritual del hombre. No – me digo- , es imposible: sus inclinaciones orientalistas lo inhibirían a estas alturas de mirar el dispositivo y repetir: “porque, claro, la perspectiva bíblica con respecto al pecado y la redención presupone la ca-ída. ¿O no es que Dios creó al ser humano, le dio un alma viviente, razonable, inmortal, lo creó a su imagen, es decir, inteligentes, capaces de ser justos… y capaces de caer? He citado a Lutero para mostrar mi amplitud en cuestiones de credos. De eso se trata este Gobierno del cambio: la posibilidad de entender al otro. Pero no perdamos de vista lo esencial: dejados ante la elección de hacer la voluntad de Dios o no, hombres y mujeres sucumbieron a la tentación y transgredieron el mandamiento (lean el Génesis, está rebueno: sino, escuchen a Vox Dei). Por su desobediencia, perdieron la inocencia y la pureza. El resultado de la caída, argentina, argentinos, es el estado de pecado en el que son concebidos y nacen todos los seres humanos. Y tenemos que desembarazarnos de ese estado, del Estado”.
Pero no, esta locuacidad lo convertiría en un mojigato sin crédito.
Quizá, en estos días tan antiricoteros quiso mostrar una empatía clasista con Soda Stereo y la cita (“me verás caer”) le quedó chueca o borrosa sobre la pantalla. O, desde una perspectiva beatle, mejor dicho, de esos discos mal traducidos, como Let it be, él, MM, pensó en “No me dejes caer”, cuando en rigor, el suyo era un “Don´t let me down” con todas las letras.
Que esta digresión sirva para pensar hasta qué punto MM es dependiente de su teleprompter. Acaso también lo utiliza en reuniones de Gabinete, para hablarle a su padre de igual a igual, o expresar ternura conyugal (insisto: si no lee algo falla, ¿o no lo recuerdan gritando “gracias” en su primer discurso en el balcón presidencial?). No lo sabemos, pero, cuidado, como en 2001, el teleprompter puede independizarse y establecer sus propias condiciones políticas, descubrir que tiene un alma y que, hecho a imagen y semejanza de las necesidades de terceros, puede encontrar su propia voz. La revista Barcelona ha sugerido algo de esto cuando tituló: “Otra falla en la seguridad oficial. Hackearon el nuevo teleprompter y, en medio de un discurso, Macri aseguró: ´Rodrigo Noya no se puede garchar a nadie`”