Acaba de pelearse con Myriam Bregman, valiéndose de todo el repertorio de discriminaciones del que ha demostrado ser capaz. El socio de Milani empieza a ser una figura demasiado incómoda porque trae a la actualidad el peor rostro del peronismo.

En febrero de 1973, un mes antes de las elecciones que devolvieron el poder al peronismo tras 18 años de proscripción, José Rucci sostuvo un debate televisivo con Agustín Tosco. El secretario general de la CGT y el referente de Luz y Fuerza de Córdoba se vieron las caras. Fue en Las dos campanas, bajo la conducción de Jorge Conti y Gerardo Sofovich, en Teleonce. La grabación de ese programa se perdió, pero llegó a nuestros días el audio.

En un momento dado, los conductores le recordaron a Rucci que había usado la expresión “infiltrados asquerosos bolches” para referirse en forma elíptica a Tosco. Respuesta del hombre de la UOM: “Yo puedo haber dicho eso, pero de ninguna manera ese tipo de calificativos o agravios pueden haber sido dirigidos a determinadas personas del movimiento… Está dirigido este calificativo a quienes solapadamente se esconden detrás de un bombo o se infiltran en el movimiento peronista, gente que nada tiene que ver con el movimiento obrero. Me parece que he sido claro porque en ningún momento he mencionado nombres, por lo menos con ese tipo de agravios”.

Conti y Sofovich retrucan, dado que Rucci habló de infiltración en el peronismo e insisten en el por qué del uso del calificativo. Y Rucci se explaya: “Porque todo aquel que atenta contra la unidad orgánica del movimiento obrero, que no es un invento de Rucci, ni un invento de Tosco, sino un invento de los trabajadores, a través de sus cuerpos orgánicos, que se han organizado y tienen una central obrera. De este modo quienes atenten contra esa unidad con slogans que nada tienen que ver con los trabajadores son infiltrados”. Macartismo en estado puro.

La historia, decía Marx, se da como tragedia y después como farsa. A Rucci lo mató una célula de la izquierda peronista, Tosco fue perseguido por la Triple A y murió en la clandestinidad, y uno de los entrevistadores terminó como ladero de López Rega y esposo de su hija.

Bregman no es Tosco pero Moreno es tosco

Cuarenta y cinco años más tarde, Guillermo Moreno se sentó frente a una dirigente de izquierda y reprodujo el mismo discurso. Le echó en cara a Myriam Bregman su izquierdismo y lo contrapuso al hecho de que él va a misa todos los domingos. Agregó algo que es innegable: el peronismo no cree en la lucha de clases. Sólo que en el contexto en que dijo todo lo otro sonó a refuerzo de un discurso inquisidor.

No está de más precisar que usó el presunto ateísmo de Bregman como un descalificativo frente a su catolicismo. Si no fuera porque el origen de la dirigente del FIT es el judaísmo, uno pensaría que ha escuchado el discurso de un antisemita. Lo cual no suena descabellado si se piensa que el ex secretario de Comercio era un habitué del ciclo televisivo de Santiago Cúneo, que dejó la pantalla después de un discurso de corte mussoliniano contra la dirigencia de la DAIA. En ese programa que lo tenía como uno de sus contertulios, Moreno usó el término “ateos” para descalificar al elenco gobernante de Cambiemos. Retórica digna de los peores tiempos del peronismo, los de su aporte al terrorismo de Estado.

Los años del peronismo en el poder en los 70 están marcados por el choque entre la izquierda y la derecha del movimiento. En el debate sobre esos años aun sigue siendo un agujero negro el rol de muchos dirigentes del ala derecha en la militarización de los discursos, primero, y de los actos de gobierno después, vía el estado de sitio de noviembre del 74 (que recién se levantó la víspera de las elecciones del 83) y los decretos de 1975 que pusieron en acción a las Fuerzas Armadas para la represión. Quizás por esa oclusión es que la sociedad argentina, 35 años después de la vuelta a la democracia, no considere algo fuera de la normal el tipo de discurso que expresa Moreno.

Precios cuidados, modales no tanto

Corría el último tramo del gobierno de Néstor Kirchner cuando Moreno comenzó a ganar visibilidad en la secretaría de Comercio. Los números de la inflación empezaban a salirse de cauce y el funcionario decidió, con la venia de la Rosada, intervenir el Indec. Allí comenzó la saga de los números adulterados, que por un lado permitió a la Argentina pagar menos intereses de los bonos ajustables por inflación, pero que destruyó el sistema de estadísticas, una de las pocas cosas confiables en el país. Además, surgieron historias sobre sus modos en los tratos a técnicos del organismo, la presencia de patotas e, incluso, que andaba por la vida con una pistola en el cinturón.

En tiempos de la 125, Moreno tuvo su protagonismo. Se lo vio en el palco frente a la Rosada, en un acto a favor del Gobierno, junto al entonces ministro de Economía, Martín Lousteau, el hombre que había abierto la caja de Pandora de la revuelta agropecuaria. El secretario le hizo un gesto con una mano bajo el cuello: pasar a degüello. Más tarde, frente al Congreso, lideró a una fracción que llegó cantando “Gorila puto, vas a pagar las retenciones del gobierno popular”. Al contrario de ahora, no le gustaba dar la cara en programa de TV y así se alimentó el mito.

Una de las primeras veces en que se lo vio hablar en cámara fue en 2012, cuando un periodista del ciclo de Jorge Lanata lo encaró al momento de iniciarse la misión presidencial de negocios a Angola. El hombre de prensa habló en portugués, la lengua oficial del país africano. Moreno, que llevaba las medias de Clarín Miente como souvenir, hizo conocer su voz a muchos argentinos que apenas sabían de él por la leyenda que se había creado. El hombre encargado de domar a la inflación a través de una idea no muy moderna y efectiva como el control de precios habló a cámara en un pobre portuñol, como el que improvisa cualquier hijo de vecina que, pese al Mercosur, cruza a Brasil sin nociones de la lengua de Jorge Amado y comienza a derrapar en Florianópolis.

El Mr. Hyde del kirchnerismo, el hombre alejado a todo rasgo de diplomacia y buenos modales, se convirtió en la peor pesadilla de Clarín. No necesariamente por la anécdota de las medias. Sino porque se encaramó como la voz del Estado en el directorio de Papel Prensa y fogoneó el informe destinado a probar que el Grupo Clarín se había apropiado de la firma creada por David Graiver. Clarín lo tomó como uno de sus blancos predilectos, siempre con el adjetivo “polémico” delante, y pasó hasta el hartazgo el momento en que gritó “¡Acá no se vota!”, en una reunión de Papel Prensa. Para reforzar la advertencia, se apareció con unos guantes de box.

Moreno sobrevivió a varios ministros de Economía. Todos sabían que era un lastre. Miguel Peirano no quiso continuar en el recambio de Néstor a Cristina porque Moreno fue ratificado. Lousteau aceptó convivir con él pese a sus resquemores. Así se mantuvo hasta que llegó Axel Kicillof.

Para entonces, 2013, el desprestigio de Moreno era total por fuera del núcleo duro que apoyaba al kirchnerismo: inflación sin dominar, control de precios que fracasaba y, de yapa, sus modos, festejados por muchos. Una de sus últimas ideas, antes que en la interna de palacio Kicillof consiguiera su desplazamiento, fue el Cedin: Certificado de Depósito para el Sector Inmobiliario, una idea para blanquear capitales y que así ingresaran divisas a un sistema financiero asfixiado por la falta de liquidez de dólares y sin manera de conseguir capitales. La respuesta no fue muy entusiasta que digamos. Cristina Fernández de Kirchner consideró que su ciclo llegaba al final y le dio salida, cuando empezaba la etapa crítica de los dos últimos años de gobierno y Moreno ya parecía un salvavidas de plomo.

Amor a Roma y con subordinación y valor

Su destino fue Roma. A la Ciudad Eterna arribó como agregado de comercio mientras Augusto Costa ocupaba su lugar en Buenos Aires. El paso de Moreno por Italia lo convirtió en un fervoroso seguidor del Papa Francisco.  Se volvió su auténtico apóstol y lo tiene en los labios en todo momento. Alguna vez, convertido ya en un habitué de los estudios de televisión, llegó el momento por el brindis de fin de año, y no dudó en hacerlo por el Sumo Pontífice.

La vertiente católica la aunó con la corriente militar. Nada fuera de lo común en un peronista de derecha, línea Guardia de Hierro, que cree en la unión de la cruz y la espada. Máxime cuando el creador del movimiento fue un militar. El asunto es que la referencia uniformada de Moreno no fue exactamente Juan Domingo Perón, sino César Milani. Moreno se convirtió no sólo en un defensor del general cuando arreciaron las denuncias por su rol en la dictadura. Se hizo socio del cuestionado jefe del Ejército en un emprendimiento gastronómico.

La cercanía con un oficial implicado en crímenes de lesa humanidad coincidió con uno de sus momentos más desafortunados: la relativización de la dictadura. Ocurrió cuando quiso criticar el plan económico de Cambiemos y dijo que ni la dictadura había tenido un plan tan perjudicial para las capas populares. “Videla tiraba gente al mar, pero no le sacaba la comida a la gente”, llegó a plantear. Algo así como decir que Hitler se preocupaba porque no hubiera hambre en Alemania durante la Segunda Guerra. O, mejor dicho: desligar el plan criminal en materia política, del plan criminal en materia económica. Por cierto, Moreno podría haber revisado las estadísticas del período dictatorial para comprobar cifras que Rodolfo Walsh ya arriesgaba en marzo de 1977 cuando escribió su célebre Carta Abierta. Pero se sabe que no es muy afecto a la labor de los estadígrafos.

La poca tolerancia al marxismo, el leninismo y el trotskismo la compensó con su amplitud para recibir, con los brazos abiertos, a Javier Milei. Dios los crió y Santiago Cúneo los amontonó en su lucha contra el gobierno de Cambiemos, oligárquico (concedámosle la validez del adjetivo), ateo, virreinal, cipayo, etcétera. Como Crónica TV se llevó puesto a Cúneo, que ya amagaba con darle entidad al Plan Andinia en su cruzada contra la DAIA, no sabemos si hubieran llegado a hablar de sinarquía.

La balada del regreso

Curiosamente, Moreno aun tiene sus adeptos, incluso entre aquellos que admiten que metió la pata fulero ante Bregman, y saben que es piantavotos. Al fin y al cabo, se le hizo el cocorito a una dirigente que llegó a cargos públicos por el voto popular en las PASO y en elecciones generales, mientras que él no superó las primarias cuando tentó suerte.

El “Vamos a volver” nostálgico no aclara si el ex secretario forma parte del regreso. No queda claro, desde el llano de la oposición, cuánto se puede construir con Moreno. Hay quienes lo quieren en aras de la unidad y de sumar de todos los sectores, cuando saben bien que una elección la define la clase media, bastante veleidosa, y el Napia es el nombre más urticante para esa fracción del electorado. Se sabe, amplias capas aun desconfían del peronismo, y si lo votan lo hacen con la nariz tapada. Moreno quizás sea el límite. El folklore nacional y popular no tiene mucho que ver con discursos reaccionarios como el de Rucci que amplifica el socio de Milani, pero a muchos no parece molestarles. ¿Está mal tener a alguien que se puede caracterizar como peronista de Perón? Para nada. El problema es darle cabida a un peronista de Perón, que no es lo mismo. De Isabel Perón, se entiende.