La ministra de Seguridad fue al Congreso y a través de palabras contundentes, humores involuntarios e hipótesis de ocasión mostró cual es la postura del gobierno frente al tema Maldonado. Primero reprimir, después negar.
Le gusta fotografiarse en uniforme de camuflaje, tal vez porque sienta que ya no está ni en edad ni en situación de responder al apodo por el que se la conoció por mucho tiempo: “La piba”. Pero no por eso deja de hacer mandados. En un gobierno de gente muy dura, que declara lo que piensa aunque sea una barbaridad, ella aspira a ser el rostro más pétreo. Ayer se presentó ante el Congreso para informar del caso de la desaparición de Santiago Maldonado. Por momentos, Patricia Bullrich estuvo en el límite del humor involuntario (“no hay que estigmatizar a la Gendarmería”, y así pidió piedad para una fuerza de seguridad que cumple con su deber sin salirse nunca de la ley). En otros su negacionismo logró superar al de Lo Pérfido: sostuvo que primero habría que probar que Maldonado había estado allí. Extraño requisito. Pedir una prueba de la que no hay rastros materiales, pero sí una importante cantidad de testimonios. Sin ponerse demasiado enfáticos, habría que recordar que la trama del terrorismo de Estado se reconstruyó a partir de testimonios y no de una comprobación directa –de hecho imposible- de los hechos. Es decir que en la medida en que se repitió una metodología represiva del Estado habría que tener en cuenta ese antecedente, que no es menor. La puesta en duda de la presencia de Santiago Maldonado en el lugar es no sólo negar la existencia del hecho de la desaparición sino también borrar la lucha por recobrar una historia que costó mucho reconstruir y que ya es un patrimonio de todos. Hay muchas acciones y declaraciones oficiales en el mismo sentido.
En la misma línea, la ministra dio a entender su adhesión a una hipótesis –que hoy reproduce con estudiado detalle La Nación-, según la cual Maldonado habría participado de un operativo de RAM en el cual habría sido herido. Acá no sólo no hay pruebas materiales sino que no aparece el menor indicio ni testigo alguno que pudiera corroborar lo que se pretende establecer como verdad de lo ocurrido. Evidentemente la hipótesis forma parte del entramado de invenciones como la del camionero de Gualeguaychú, a la cual Clarín quiso aferrarse hasta la desesperación, como cuando pese a que la persona que aparece en el video había sido identificada y no era Maldonado, siguió insistiendo con que podría serlo.
Más allá del rechazo previsible de Bullrich a la figura de la desaparición forzada aplicada al tema Maldonado y a las analogías de su gobierno con la dictadura, lo cierto es que hay una estrategia, armada un poco a los ponchazos, para no reconocer la gravedad del caso y, como denuncia la familia, dejar el tema sin resolver. Es que desde su asunción, la ministra dio a entender claramente cuál iba a ser la política de su cartera: apoyo irrestricto a todo lo que actúen las fuerzas de seguridad y mano dura cada vez que haga falta. Fueron las dos presencias de la represión en Chubut. Ni siquiera se puede aceptar la idea de investigar a la Gendarmería, aunque sea desde las declaraciones. Y tampoco cuestionar el accionar represivo. La magnificación de la supuesta guerrilla mapuche va en este sentido. Ante la peligrosidad del enemigo, hay que salir con los carros hidrantes de punta.
Es obvio que todo esto tiene el respaldo del gobierno y cuenta con el beneplácito de la prensa de siempre. Pero también pareciera haber una predisposición de los funcionarios a subrayar su adhesión a determinados principios –en este caso el orden y la defensa irrestricta de la fuerza propia. Con esto, la ex piba cumple a la perfección su deber de ser la más inflexible de la película de un gobierno de inflexibles. Esa ministra tiene como tarea meter miedo. Y se empeña realmente en esa obligación que le adjudicaron o se adjudicó a sí misma. Con los hechos sin dudas y con las palabras cada vez que haga falta.