Hace cuatro años casi exactos nuestro amigo Marcos Mayer escribía este artículo sobre la situación política, con su delicadeza habitual y puntería. Lo republicamos por lo sorprendente de su vigencia -si hasta da susto verlo todo tan congelado y chiquito -y en homenaje a él.
Cuando fracasó el plan de Axel Kicillof para postergar el pago de la deuda bonaerense, el diputado macrista Pablo Torello tuiteó: “Hola, Kicillof, ¿apareció la plata? ‘Se paga con recursos propios sin ayuda del gobierno nacional’. La plata estaba, sinwenwencha!!!”.
Sin dudas, una celebración a pleno acompañada por varios de sus colegas de bancada en el festejo de lo que veían como un triunfo. Veamos. el perjuicio que puede sufrir el gobernador se verá al final de su gestión –para lo cual faltan cuatro años- y se evaluará su influencia recién en 2023. En estos tiempos, para él no significa demasiado. Pero sí para los bonaerenses que sufrirán las consecuencias de una merma de 250 millones de dólares en el presupuesto de la provincia. Se podría haber criticado la estrategia, pero suena raro esa alegría por algo que perjudicó a la gente.
Se habló en ese momento de default, que finalmente no se concretó. Ahora la palabrita ha vuelto a circular. Eduardo Van Der Kooy editoraliza al respecto en la edición dominical de Clarín. La misma palabra que trajo al ruedo Fernando Laborda en La Nación. Por supuesto, casi como un tic le echan la culpa de ese posible riesgo a las declaraciones de Cristina contra el Fondo. A esta altura, ya no llama la atención la coincidencia entre ambos diarios, se ve que hay aceitados vasos comunicantes entre ellos. Pero no hay dudas para ellos ni para nadie de que los dichos de CFK no afectaron en nada el rumbo de las cosas, aunque se sientan obligados a decirlo.
Estamos en tiempos en que los medios les bajan el libreto a los principales dirigentes de la oposición. Apenas un caso, pero abundan. Luego de que Durán Barba elogiara a Cristina, le preguntaron a Mario Negri qué pensaba al respecto. “Durán Barba debería afiliarse al Instituto Patria”. Exactamente lo mismo había escrito Ricardo Roa en Clarín el día anterior. Probablemente esta inversión de roles venga desde hace rato. Cambiemos en el poder tuvo siempre dificultades para articular un proyecto para ofrecerle a la sociedad. Algunos latiguillos: “si se puede”; “el mundo nos apoya” y “lo mismo pero más rápido”, pero poco más. Morales Solá, los editoriales de La Nación, Lanata, entre tantos otros fueron los proveedores de contenidos para la coalición entonces gobernante.
Hay en el kirchnerismo una preocupación desmedida sobre la influencia de los medios, creencia compartida por esos mismos medios. Sin embargo, pese a la incansable campaña a favor de Macri y de Vidal y las críticas permanentes (y algunas evidentes fake news) contra Alberto y Cristina, el Frente de Todos ganó por más de 8 puntos y en primera vuelta. Tal vez la derrota se sintió menos en Juntos por el Cambio que en los propios medios. Que sintieron que habían apostado todo a la gran esperanza blanca y veían con estupor la llegada de los negritos al poder.
¿Y hoy, en el llano? Por de pronto, la oposición carece de un líder, la ausencia de Macri por casi dos meses sin siquiera un tuit criticando alguna medida de gobierno –aunque se haya dado un retorno para la interna del PRO sin proyecciones públicas -, da para pensar en que no lo interesa encabezar la oposición (al menos en el corto plazo). Y hay como dos bloques que sin estar enfrentados se han dividido las tareas. El radicalismo trabaja en el Parlamento sin tener una línea clara y un poco a los ponchazos, el Pro residual se ocupa de estar en la tele. En su caso, saben a qué van a lo sets: a tratar de blindar al sector más reaccionario de la sociedad con el discurso de la mano dura y la xenofobia, tarea que queda a cargo casi exclusivo de Patricia Bullrich y de Pichetto, ayudados por un elenco en el que destacan Waldo Wolff, Fernando Iglesias y Mariana Zuvic.
Y en ese desorden espontaneísta, los medios pueden hacer su aporte, proveyendo cierto arsenal de críticas. Una de ellas, repetida hasta el cansancio es que el gobierno “no tiene un plan”. ¿Macri tenía un plan? ¿Menem? ¿Néstor y después Cristina? Lo que hay ahora son grandes planteos que, por supuesto no se analizan ni se discuten: Intentos de redistribución, apuesta a reactivar el mercado, postergar lo más que se pueda el pago de la deuda y algunas cosas más. Pero nada de eso es registrado. Porque de lo que se trata no es del análisis sino del expendio de diatribas.
En ese contexto, Clarín se ha transformado en vocero de los bonistas, cuyas exigencias para empezar a negociar (10.000 millones cash) se dieron a conocer en el suplemento económico. Es decir que si no se puede afrontar ese pedido el default está a la vuelta de la esquina.
Román Lejtman hace alusión en Infobae a un supuesto documento de los bonistas al ministro Guzmán en el que se habla de “batalla sucia y prolongada”. En el mismo diario, Martín Kanenguiser profetiza lo inevitable del default, citando a Nourel Roubini quien había adelantado la crisis de 2009. Por los canales, pululan los economistas, como Cachanovsky, que defienden el derecho de los acreedores, con el simple argumento de que hay que devolver la plata que se pidió prestada. A su vez, Carlos Melconian le aconseja a Guzmán que vaya a la mesa de negociaciones con una oferta “muy pro-bonista”. En esto, los medios funcionan como correa de transmisión de una amenaza a la que la posibilidad de default acerca a la extorsión.
Para Juntos por el Cambio, todo este clima es visto como una oportunidad con dos vías. Una es la caída en una crisis descomunal, lo que se llevaría puesto al gobierno de Alberto, abriendo las puertas a un regreso al poder que hoy, luego de los desastrosos cuatro años de gestión, parece imposible. Actualmente el macrismo no tiene para reivindicar salvo su persistencia antiperonista y el inclaudicable odio a Cristina. La otra posibilidad –impulsada sobre todo por los medios- es que la misma situación haga que Alberto sea uno de los “nuestros”, que sin alternativas se rinda a las lógicas del mercado. Incluso están dispuestos a perdonarle su origen peronista. Parafraseando a Roosevelt cuando hablaba de Anastasio Somoza, se podría decir: Ok, es un populista, pero es nuestro populista. AF no parece querer ocupar ese lugar, lo que produce desconcierto: En una nota de Clarín hablando de las declaraciones de Cristina sobre el FMI se dice que “paradójicamente” Alberto estuvo de acuerdo. Vaya a saberse de qué paradojas de habla, tal vez la palabra más en sintonía con los deseos del cronista sea desilusión. ¿Hasta cuándo se puede esperar que AF se convierta?
Como sea, todo transcurre en un contexto hostil, en el que no se le reconoce al gobierno el más mínimo acierta, ve conspiraciones por todos lados, conjetura que Cristina juega a quedarse con todo. Por ahora, ese clima no logra imponerse, lo que se nota en cierta irritación, mezclada con cansancio de los operadores de siempre.
Releo lo que escribí hasta acá y siento que la posibilidad de que esté apostando y trabajando por una crisis que se lleve puesto a Alberto me suena irracionalmente lógica o lógicamente irracional. El neoliberalismo ha mostrado ser muy poco racional, por eso sus permanentes crisis o decisiones incomprensibles como el préstamo descomunal a la Argentina. En ese mundo vivimos. Conviene estar alertas.
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