Nunca se van y siempre vuelven por sus fueros con lugares comunes de más de un siglo de antigüedad. Hablan de “costo laboral”, de déficit cero y hasta de dolarizar. Quieren volver de esa manera a un país que nunca existió y que no tiene modelos en el mundo, donde la mitad de la población queda afuera.
Pareciera que los liberales argentinos, los extremistas que consideran “comunismo” cualquier mínimo intervencionismo estatal y corren por derecha al gobierno de Macri, nos toman deliberadamente por idiotas.
Piden bajar el gasto, echar empleados públicos, reforma laboral y apertura irrestricta de las importaciones. Según ellos, con esa receta volveremos a reverdecer los laureles de la Generación del 80, cuando éramos, ejem, potencia mundial.
El combo completo que pregonan los Milei, Cachanosky, Espert, etcétera, ya lo vivimos en los 90. Según tenemos todos asumidos, el experimento terminó en la peor crisis de la historia, con la moneda atada al dólar cual lastre. Cuando uno de los de ellos, López Murphy, agarró el ministerio de Economía, propuso profundizar el ajuste del ajuste, el pulmotor de un modelo agonizante, sin tocar la convertibilidad.
Hoy proponen el recetario consabido y hasta pronuncian sin demasiado recato la palabra dolarizar. Y venden espejitos de colores con los resplandores de 1880: un país oligárquico, sin voto libre, en manos de latifundistas cuyo único horizonte fue vender carne y cereales a Gran Bretaña y abrir la inmigración para conseguir mano de obra barata. Cuando la oleada inmigratoria comenzó a formar cordones urbanos, tuvieron a mano la Ley de Residencia para poner en vereda a los revoltosos. Así comenzaron las tensiones que llevaron al más lúcido de los conservadores, Sáenz Peña, a promover el voto universal. Las tensiones siguieron y los radicales perfeccionaron la represión del antiguo régimen con la Semana Trágica y los fusilamientos patagónicos. Cuando el populismo yrigoyenista fue incapaz de garantizar el modelo de renta agraria a partir de 1929, alcanzó con los cadetes del Colegio Militar para desalojar al viejo caudillo e intentar el regreso al país previo a 1916.
No lo podían hacer por el cambio social de las décadas previas y porque el mundo había cambiado. Incluso en la relación de los países agropecuarios con las naciones a las que proveían de materias primas: ya había comenzado un proceso de tecnificación del que acá ni se enteraron. No es chiste cuando se dice que la historia argentina es la historia norteamericana si el Sur segregacionista y agropecuario ganaba la Guerra de Secesión. Por cierto, que la colonización del Far West fue emprendida por pequeños colonos, muchos de ellos europeos. Acá se apostó al latifundismo de la Sociedad Rural vía la Conquista del Desierto. Y comenzó el sueño de la república agropecuaria. Que se sepa, en el mundo hubo un solo paíss que se desarrolló a través de un modelo agroexportador: Nueva Zelandia, que mantuvo siempre el flujo de sus exportaciones en el marco del Commonwealth. Ninguna otra nación logró eso, así que la excepcionalidad argentina es relativa. Lo que sí es una tragedia bien argentina es el desprecio a la tecnificación del campo y al consiguiente proceso industrialista. Este país es experto en reprimarizar su economía y en quitar valor agregado de manera cíclica: allí está Martínez de Hoz, que parece que estuvo tan lejano al neoliberalismo como Stalin del comunismo. Y Macri vuelve a retomar ahora esa senda.
Vale la pena recordar que para que el uno a uno fuera posible, la economía primero tuvo que quedar arrasada por el tsunami hiperinflacionario. Para dolarizar haría falta una hecatombe similar, con el dólar, se calcula, a 170 pesos aproximadamente. Los costos sociales parece que serían detalles.
Ver a los liberales argentinos con la misma cantinela de Álvaro Alsogaray de hace treinta años es francamente penoso. Atrasan décadas, por no decir más de un siglo, anclados en el recuerdo de la república oligárquica del Centenario, sin clase media, con ricos fantásticamente ricos que representaban un porcentaje ínfimo de la población. Un país de clases sociales claramente estratificadas, como su admirado Chile. Ignoran la complejidad de entramados sociales que hicieron posible la eclosión del peronismo y creen que la desgracia del país pasa por la formación de cordones industriales y la sustitución de importaciones.
Si la Argentina que ellos admiran y reivindican se hubiera mantenido a lo largo del último siglo, hoy no seríamos la sexta o la séptima economía del mundo. Estaríamos a años luz de ser una potencia. Sería un país inviable puertas adentro y sin la menor incidencia internacional. De hecho, esa inviabilidad se iba a manifestar más temprano que tarde y fue lo que pasó en el 30. Lo que siguió después no fueron los 70 años de decadencia, sino la puja entre el bloque agropecuario, enfermo de nostalgia, y la sustitución de importaciones, esto es, la industria, que en gran medida quedó en manos de empresarios mal acostumbrados a no competir y a establecer relaciones prebendarias con el Estado para que los balances no les quedaran en rojo.
Cuando los liberales de ahora hablan del “costo laboral”, hay que prender las luces de alerta. No plantean mejores condiciones de vida para la sociedad, sino que les cierren los números a empresarios que, en algunos casos, suelen asesorarse con esos economistas. La “teoría del derrame” haría el resto. Bueno, no se vio en los 90.
Pero resulta que si bajamos los impuestos y el “costo laboral” ahí sí llegarán las inversiones. Menudo desafío. Porque si esas medidas se aplicaran en la Argentina de hoy, la única lluvia sería la única que hay en este momento: la de depósitos bancarios, con una tasa de interés casi a la altura del Everest. Si es más rentable esa tasa, ¿para qué invertir en producción?
Ya desde antes de la vuelta a la democracia que la derecha carece de proyecto y de clase dirigente. Apenas tiene para ofrecer el recuerdo de una república conservadora gerenciada por un partido hegemónico que ni siquiera fue capaz de sobrevivir a la Ley Sáenz Peña y que se dedicó al golpismo al no tener representación electoral. Paradójicamente, había un proyecto detrás. Hoy pretende tener un partido ciento por ciento liberal, y no tiene para mostrar más que las fotos color sepia de 1910 y la brújula apuntando al ajuste social.