En un panorama marcado por una permanente disputa entre oficialismo y oposición, el ex presidente planteó una variable que andaba rondando y que nadie se atrevía a pronunciar, la de la caída del gobierno. Por ahora, la cosa no pasa del revuelo.
Y de golpe apareció Duhalde. Desplegó un discurso de una lógica aparentemente implacable pero sostenido en más de una falacia. Primero, pintó un panorama continental marcado por el militarismo, como en Venezuela y Brasil –mezclando procesos recientes con otros de larga data, como el chavismo- y añadió una muy imprecisa alusión a algo que estaría sucediendo en Chile. Una especie de lógica según la cual lo que ocurre a nuestro alrededor va a terminar por suceder en la Argentina. Allí hace una mezcla que suena mal intencionada: se piense lo que se piense de sus gobiernos, Maduro y Bolsonaro fueron elegidos por el voto popular, no son resultado de un golpe, como sí efectivamente sucedió en Bolivia. Son procesos diferentes que no tienen réplica ni en la Argentina, ni en Perú ni en Colombia.
La segunda justificación se basó en la larga tradición de golpes militares en la Argentina. Hemos pasado de estar condenados al éxito a estar condenados a dictaduras militares porque así ha sucedido un montón de veces. Para un ajedrecista experto como Duhalde, estos mecanismos revelan un deseo manifiesto de hablar del asunto, más como profecía que como advertencia. Como sea, con estas falacias ha logrado, sin ser vocero orgánico –al menos en apariencia- de ningún sector político, instalar la problemática de una inestabilidad institucional que hasta ahora no había aparecido de manera explícita en los debates nacionales.
En menos de una semana, Duhalde dio una entrevista en el programa de Maro Viale, después en el de Feinmann y luego en el de Novaresio. Funge el rol de alguien que está más allá del bien y del mal, y apela constantemente a su experiencia como presidente, a medias legal, a medias de facto (son muchos los que sostienen que su mano estuvo detrás de los hechos de diciembre de 2001). Para decirlo de otro modo, la voz del desinterés patriótico y de haber salvado la república en tiempos muy difíciles.
No dejaría de ser poco más que un exabrupto de no ser el contexto en el que hizo sus declaraciones. El día anterior Ernesto Sanz, otro regresado de las tinieblas del olvido, había formulado la pregunta retórica o no tanto de “¿cuánto va tardar en explotar esto?”. El permanente latiguillo de la oposición acerca de la ausencia de república y del casi inexistente funcionamiento de las instituciones se parecen mucho a justificaciones que siempre se encuentran en los comunicados Nº 1. A eso debe sumarse la inagotable batalla emprendida por ciertos medios contra el gobierno, donde se destaca la nostalgia de Morales Solá por los tiempos apacibles que se vivían bajo los gobiernos militares. Y alguna pregunta más que alarmada de Laura Di Marco sobre qué sucedería en el país si Alberto Fernández tuviera algún problema y CFK asumiera la presidencia, lo que convertiría a la Argentina en un país gobernado por el único motor del odio y de la impunidad.
Ante tanto apocalípsis augurado se suman las predicciones de los “analistas económicos” que pintan un panorama futuro marcado por la hiperinflación, o en el mejor de los casos por una recesión fulminante. Cualquiera de los destinos será ineluctable. E incorporaron a este grupo de Casandras al más violento de todos: Javier Milei, una especie de barrabrava del así llamado libertarismo.
Es en medio de este clima que aparece Duhalde, tal vez como una forma de unir fuerzas y de lograr eso que hoy no parece tener base de sustentación: el golpe. Sensatamente, Novaresio le preguntó quién lo llevaría a cabo dada la debilidad institucional de las fuerzas armadas, a lo que el expresidente respondió que son el sector que, según encuestas, goza de mejor valoración por parte de los ciudadanos. Es decir que habría un consenso, no comprobado pero sí factible para el regreso de una dictadura que va a ser necesaria dada la fuerte posibilidad de una guerra civil. Al día siguiente redobló la apuesta, diciendo que estaba muy al tanto de lo que sucedía dentro de las fuerzas armadas.
Alejandro Bercovich planteó la hipótesis de que esta irrupción es una reacción ante la decisión del gobierno de declarar servicios esenciales a Internet y a la telefonía móvil. Parece un tanto mecánico, aunque en la Argentina del realismo mágico outlet nada puede ser descartado. Aun así, una pista más interesante la pueden dar las reacciones y el silencio de la oposición ante las declaraciones de Duhalde. Lousteau llamó a prestar atención a sus palabras, mientras que en el resto no se dijo nada, pese al reflejo pavloviano de responder cualquier planteo desde los de Alberto Fernández a Dady Brieva. Juntos por el cambio buscó articularse políticamente (terreno en el que siempre resbalaron, por falta de vocación o de capacidad) apelando a dirigentes formados en el peronismo, que suelen ser más audaces o más expertos en cómo se manejan las cosas. Ese fue el sentido de la convocatoria a Pichetto. No sería de extrañar que haya ocurrido lo mismo con Duhalde, aunque en este caso parece improbable que se lo integre a la estructura cambiemita. Puede que hayan encontrado en él un vocero que pueda decir lo que sea justamente por su calidad de free lance, algo así como un emprendedor de lo que otros no pueden decir abiertamente.
No conviene conformarse con el repudio a las declaraciones de Duhalde. No hay que descartar, sin ponernos conspiranoicos, que no estén dichas en el vacío ni a título individual.