Los resultados electorales muestran un evidente crecimiento de partidos manifiestamente de ultraderecha en las preferencias de la sociedad argentina. Tomarlos como un hecho excepcional – o algo nuevo – es un error, aunque hoy sus discursos sean mucho más crudos.

No es la primera vez desde 1983 que la ultraderecha entra en escena en la vida política a través de elecciones. Están los antecedentes de los renovadores salteños en Salta (partido creado por el gobernador militar de la dictadura), Fuerza Republicana, el Modin de Aldo Rico y el Paufe de Luis Patti. Todos coinciden en ser expresiones militaristas al estilo de ARENA en El Salvador y con un conservadurismo similar a la UDI de Chile, el gran partido pinochetista. Por supuesto, con retórica de la Guerra Fría post-caída del Muro. A Rico y a Patti se los cobijó dentro de la estructura del peronismo bonaerense, algo de lo cual nadie se hace cargo, y ese hilo es el que lleva a que el Frente de Todos haya apañado a un personaje como Sergio Berni.

Por fuera de su retórica militarista y defensora de su guerra santa de los 70 (reciclada en el discurso de la seguridad en los 90 vía Rico y, sobre todo, Patti), esas fuerzas se cuidaban muy bien de cometer barbarismos como los que perpetran Milei, Villarruel y Espert. De hecho, quien corrió todos los límites fue Carlos Ruckauf en la campaña del 99 con el “hay que meterle bala a los delincuentes” y el mote de “abortista” a Fernández Meijide cuando el aborto ni se discutía. Ruckauf compartía el discurso conservador, con guiños a lo más reaccionario de la Iglesia y tenía un nexo en común con los militares del Proceso reciclados en democracia: su firma en el decreto de octubre de 1975 que militarizó la Argentina al extender los alcances del Operativo Independencia. También gozaba de la muy buena prensa de la AM más escuchada de 1999, que taladraba todo el tiempo con su prédica contra la inseguridad.

Y ahí quiero llegar. Radio 10 no hizo ganar la gobernación a Ruckauf, pero le dio una gran mano. Como varios medios que  apalancaron a la ultraderecha que metió diputados este domingo. Ultraderecha que, amén de Villarruel y sus nostalgias por el 76, se despojó de la naftalina de sus antecesores. No les preocupa tanto la cuestión de la identidad católica ni la nacionalidad en los términos en los que lo plantea VOX en España. No se nutren de Beveraggi Allende, la Revista Cabildo o algún cura preconciliar, sino de la ensalada mal digerida de la escuela austríaca y Ayn Rand. Villarruel es lo que los conecta con la vieja ultraderecha de tinte hispánico. Vale decir: la que ancla la tecnocracia extremista en el desprecio a lo público para pegar la vuelta y convertirse en fascismo.

Milei no es un fenómeno de redes; sus seguidores, sí. El posicionamiento como candidato es imposible de pensar sin la ayuda de varios medios, América y los programas de Fantino en particular. Que Milei haya seguido teniendo presencia después de la agresión a una periodista en Salta tiene que ver con esa complacencia. A nivel de los grandes medios que lo han apañado y presentado como un personaje simpático nadie se pregunta cómo hizo una fuerza política vecinal para alquilar el Luna Park.

Ese solo gesto, sumado a las preguntas amables, a las risotadas cuando habla de “mierda keynesiana”, a la naturalización de que cuente que tiene un puchinbgall con la cara de Raúl Alfonsín, a que se mire hacia otro lado cuando expone su violencia verbal, es sintomático de complicidad, pero de algo más preocupante de quienes ofrecen visibilidad en los medios: la renuncia explícita a la facultad de pensar y analizar. El discurso de Milei, de Espert (que es una versión levemente racional), de la abogada Villarruel, es fácilmente desmontable. La historia y los datos hablan por sí solos. Es cierto que argumentar no es cosa natural en los debates en los medios (gente como Fernando Iglesias y Martín Tetaz hacen uso y abuso de las chicanas y hay quienes creen que eso es capacidad argumentativa), pero se contraponen argumentos o estamos fritos y nos entregamos a la ramplonería total. Como también es cierto que muchos medios alimentaron esa lógica y acá estamos.

Esta es la lógica que impuso un programa como “Intratables”, replicada en el canal de noticias al servicio de un ex presidente y en programas como el de la antivacunas que antes hacía periodismo de chimentos. A otra escala, la gran prensa se hace la otaria por su rol en la dictadura. Hubo que esperar hasta el 83 y bastante más para que hubiera alguna explicación. Ahora no hay dictadura, se puede discutir abiertamente. No hace falta esperar a la próxima elección para cerciorarse del daño tremendo del sistema de medios de la Argentina en la construcción de sentido y de una responsabilidad que se esmeran en ocultar.

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