El PRO aprendió desde hace rato que la verdad se fabrica y que no hay que preocuparse por esconder demasiado la manufactura. Una gobernadora que saluda a una audiencia inexistente y un presidente menos articulado que Shakira. Pero funciona. (Ilustraciones, Yacek Yerka).
Construcción de la realidad, dicen? ¿Quieren seguir hablando de construcción de la realidad y a la vez le temen y la detestan? ¿Están cansados de las realidades paralelas creadas por el discurso y los expertos en comunicación del macrismo y sin embargo todavía se irritan, se entristecen, se abruman? ¿No dejan de asombrarse sin embargo?
Bueno, asombrarse es bueno. Ustedes están vivos y lo mismo el que escribe y menos mal.
Tengan: recuerden que la construcción viene de lejos, de muy lejos, es esencialmente humana. Desde que creamos dioses viene la construcción de la realidad y aunque el que escribe es agnóstico deja siempre la puertita abierta a la existencia de un Dios (no hay pruebas de la existencia de Dios, dice uno. Tampoco de su inexistencia, repite el otro, en la secuencia eterna) y en cambio el que escribe cree reverendamente menos en ciertas invenciones del macrismo.
Pero miren, vean. A menudo la idea de construcción de realidad ha sido expresada mucho más brillantemente en la ficción, el cine, la sátira, el humor, que en los papeles de la Academia y los rezongos de la política o la militancia.
Tengan, miren.
Recuerden o vean o vuelvan a ver, en primer lugar, aquella película de 1997, Wag the dog (Mentiras que matan en Argentina), aquella en la que un asesor ultrasecreto y sofisticado de la Casa Blanca (Robert De Niro), preocupado por la posibilidad de que un escándalo sexual impida la reelección del presidente (los comicios son ya, faltan pocos días) convoca a un muy diestro productor de cine (Dustin Hoffman) para que invente algo, un acontecimiento, cualquier cosa, lo que sea, para desviar la atención ciudadana hacia algo que mejore las chances de su mandante. Lo que deciden luego de discutir es manufacturar una guerra en Albania, una guerra que Mr. President gane de manera heroica a través de los medios de comunicación de masas. Empiezan a darle vueltas al asunto; la guerra por supuesto será falsa, se librará solo en los medios, no en la realidad.
Comienzan a darle vueltas a la cosa:
-¿Por qué Albania?
–¿Por qué no?
-¿Qué nos hicieron ellos a nosotros?
-La pregunta es ¿qué hicieron por nosotros? ¿Usted qué sabe sobre ellos?
-Nada.
-¿Lo ve? Se cuidan. Turbio. Sospechoso. Poco confiable.
La única macana, dicen, es que la palabra “Albania” es complicada en inglés para rimar, para componer algún slogan, o un jingle. Hasta que medio musitan, medio cantan: “Albania, Albania” y ahí sí ven una cierta musicalidad y se muestran satisfechos con la elección.
En otra secuencia se ponen a evocar antiguas consignas bélicas estadounidenses, hay mucho para elegir. Mencionan una en particular que otro personaje no termina de recordar:
-Sí, es un slogan, es de esteee… mmm.
-“Remember the Maine’” (N. de A: en alusión al barco que se hizo explotar en 1898, otra que armas de destrucción masiva, como excusa para iniciar la guerra con España y así obtener Cuba).
-Ah, sí, esa es de… Esa la sacamos de, ehhhh.
No importa, dice el interlocutor:
-Son todos slogans. Recordamos los slogans, nunca podemos recordar las putas guerras. ¿Sabés por qué? Porque es show business. Por eso estamos acá (trabajando en manufacturar una guerra con Albania). La piba vietnamita envuelta en Napalm. La V de la Victoria. Los cinco marines izando la bandera…Nos acordamos de la foto de hace cincuenta años pero de la guerra te olvidaste. La Guerra del Golfo, la bomba inteligente que cayó por una chimenea. 2.500 misiones por día, cien días. Solo un video de una bomba, el pueblo americano compró esa guerra. La guerra es show business. Por eso estamos acá (de nuevo: trabajando en manufacturar una guerra con Albania, por lo medios).
En Argentina, nosotros (más bien ellos, los Horribles), cuando Malvinas, tuvimos lo mismo aunque fuimos más toscos o modestos: La dictadura fue Robert de Niro y Dustin Hoffman el “Estamos ganando”, “Argentinazo: ¡Las Malvinas recuperadas!” (Crónica), “Euforia popular por la recuperación de Malvinas” (Clarín) y el sereno editorial de La Nación finalizando así “Con la mayor serenidad, pues, sentimos todos el orgullo de ser los contemporáneos de un rescate que ha vivido en la sangre colectiva en calidad de un mandato de nuestros gloriosos antepasados argentinos”.
Prueben leer esta última cita impostando la voz de Videla, ronca, tronante, ante un patio de maniobras. A mí me dio buen resultado cuando medio en joda lo hice. La Nación era/es una maravilla de la democrática República liberal.
De Niro, Hoffman, sus audiencias y la soledad de quienes sufrieron lúcidos, apartados, “no manipulados”. La soledad de… no sabemos cuántos sufrieron en soledad, además de los pibes enviados a las islas. ¿Cuántos suicidios fueron después? ¿200? ¿300? No. En una nota de La Nación de 2006 se decía que 354 a 450. Más de 500, dice hoy el sitio bigbang.news. Más de 700, dice el veterano de guerra Alberto Altieri.
Volviendo a casa y al presente
Hemos hablado y escrito hasta el cansancio sobre las destrezas empleadas por la comunicación macrista y de su eficacia, aunque sus invenciones nos repugnen por crear universos paralelos. Lo de siempre: amabilidad, vecinos, bienvenidos, cercanía, en todo estás vos, hablamos con la gente, timbreos, me metí en la política para y Pedro me dijo. En un trabajo académico que tituló “La ruta digital a la presidencia argentina. Un análisis político e hipermediático de los discursos de Mauricio Macri en las redes sociales”, la investigadora Ana Slimovich cuenta cómo desde el comienzo de su campaña Macri eligió –le eligieron- e instaló la fórmula “Mauricio 2011” para cristalizar su candidatura en lo que fue simultáneamente “su intento de varios años por despegarse del apellido Macri, ligado a la lógica empresarial por la actividad de su padre, Franco Macri”. Pronto, rapidito, llegaron “las referencias al casamiento y al embarazo de su esposa”, cosa de humanizar al candidato, yeite de campaña usado en todo el mundo hace añares. Y los posteos de Mauricio, mezclando ternura con preocupación por “la gente común”: “Vengo de Villareal, los vecinos muy contentos con el Metrobús… Gracias Gladys por recibirme en tu casa”. “Veo la panza de Juliana y es maravilloso. Siento que con Antonia vuelve a ser la primera vez”. Todo en un contexto –dice Slimovich- de “publicaciones que apuntan a modos de país deseados, vinculados a una sociedad sin conflictos, en clara consonancia con la estrategia enunciativa de la conciliación apolítica”.
Lo sabemos, o mejor, lo saben en relativa u opinable soledad gente como los lectores de Socompa y por eso no tiene mucho sentido abundar en ejemplos. Demos solo algunos esfuerzos ejemplares en la creación de realidades artificiales. Aquel acto en Mar del Plata de María Eugenia Vidal en la que ella saluda amorosa con la manito y la mirada hacia arriba, a multitudes que la quieren, y cuando en Facebook un kirchnerista te muestra la foto ampliada ella está solísima (salvo su equipo) saludando en una plaza vacía. Mauricio Macri inmarcesible en el Día de la Bandera en Rosario (“Belgrano fue un gran emprendedor, un tipo cool”). En los diarios y sus ediciones digitales aparece tomado de frente, firme ante el micrófono, de espaldas a la invisible nada o de espaldas a los ateridos, embolados 600 invitados y el despliegue militar que lo acompañó, onda G-20 en Hamburgo. G-20: Macri con Shakira disfrazado de banana contemporáneo, cama solar y con peinado Max Headroom y camiseta que no veas. Shakira no solo que lo superó en la pronunciación del inglés –detalle muy menor- sino que lo arrasó en fluidez de cara a la audiencia del festival de Global Citizen. Global Citizen, dice la página de Facebook traducida libremente del inglés, “es una comunidad de gente como vos, un lugar para aprender y emprender acciones sobre los grandes asuntos que conciernen a la humanidad. Tu voz importa”.
Salta a la vista: es el lenguaje todo friendly de Facebook y de tantas ONG´s, el lenguaje del macrismo, sencillito y al pie (“la estrategia enunciativa de la conciliación apolítica”) y nosotros decimos que vacío (subrayo el nosotros porque la estrategia funciona, porque hay de eso en la sociedad, hay un substrato cultural que precede y sostiene al macrismo). Si macrismo viene con Violeta, Mirtha, Susana o Del Sel, Global Citizen se acompaña de ingredientes como el Dalai Lama, Angelina Jolie, Rihanna y alto merchandising de camisetas que no veas y bufandas. ¿Qué dice el primer posteo que leo? Es de una mujer llamada Anai Barangan que postea esto: “Francamente prefiero ser un artista y nunca un político. Por Dios, no más políticos en el futuro”.
La distopía es hoy
La desconocida, remota señora amiga de Global Citizen, doña o Miss Anai Barangan le pega o la anticipa. Hace ciencia-ficción cuando pregona “No más políticos en el futuro”. Estamos como en medio de ese camino, o bien avanzados, o sin tener la más remota idea de si ese camino es remontable o transitorio. Estamos quizá en algo parecido a una expresión que creo que usaron o fundaron los escritores cyberpunk en los 80: la idea de la realidad como una “alucinación consensuada” (los años de William Gibson y su novela Neuromante). En su muy buen libro El cambio y la impostura. La derrota del kirchnerismo, Macri y la ilusión PRO, Ezequiel Adamovsky, en medio de un pasaje dedicado al rol de los medios en Argentina, Ley de Medios, La Grieta y demás, cuenta que en EE.UU., durante la campaña de Donald Trump, hubo un debate en la prensa norteamericana, “que constató una tendencia preocupante. ¿Es posible que estemos entrando en un mundo ‘post-fáctico’, es decir, en un mundo en el que los datos reales hayan dejado de tener importancia a la hora de formarse una opinión? ¿Es posible que la propia gente se haya vuelto cínica respecto de la idea de ‘verdad’?”.
Ahí nos tienen, hablando ahora de la era de la posverdad. Nos la mandan a guardar.
Decíamos que el cine, la literatura, la sátira, a la hora de abordar estos asuntos es más eficaz que el ensayo y el rezongo. Si hasta Ezequiel Adamovsky cita a Peter Capusotto en su libro: “¡Hay que fusilarlos a todos para acabar con la falta de diálogo!”.
¿Hay que enojarse con la sociedad por estas cosas, por creer mentiras, por consensuar realidades artificiales, por evadirse en creencias con algo de infantiles? No. A mi juicio, se trata de una cuestión concerniente a la condición humana. Diría: seamos piadosos entre nosotros, no puteemos, persuadamos (¡Al-fon-sín!).
Los de mi generación cuando éramos chicos, teníamos solo cuatro canales y un quinto de televisión (el quinto era TV2 de La Plata, al que se accedía moviendo rabiosamente la antena del techo). Cuando llegaba el triste atardecer del domingo había un programa que creo que se titulaba simplemente Disneylandia o quizá fuera El maravilloso mundo de Disney, que solía presentar el propio Walt Disney. Cuando ese programa comenzaba, lo hacía abriendo cuatro ofertas posibles: La tierra de la fantasía, La tierra de la aventura, La tierra del futuro o El Lejano Oeste. Yo, al menos, deseaba con todo el alma que el programa abriera con la Tierra de la Fantasía. Porque era esa en la que daban dibujos animados.