La gira de Tillerson por América latina y la agenda de Bullrich en Estados Unidos ponen de relieve los nuevos desafíos geopolíticos que afronta la región. La seguridad continental, los mercados y los recursos naturales y el regreso de la Doctrina Monroe.

La gira de Rex Tillerson por América latina, que comenzó en México y abarcó Argentina, Perú y Colombia, tuvo una antesala: la visita del ex director ejecutivo de la Exxon Mobil Corporation a la Universidad de Texas. Ante una platea de estudiantes, profesores y algunos periodistas, el hombre recomendado a Donald Trump por Condoleezza Rice para ocupar la Secretaría de Estado dejó en claro los objetivos de Washington.

“América latina no necesita nuevos poderes imperiales que sólo busquen beneficiar a su propio pueblo. El modelo de desarrollo liderado por China es el pasado. No tiene por qué ser el futuro de este hemisferio”, sentenció Tillerson. Su discurso no solo apuntó a Beijing. Tuvo otro destinario: Moscú. “La creciente presencia de Rusia en la región también es alarmante, ya que continúa vendiendo armas y equipo militar a regímenes hostiles que no comparten ni respetan los valores democráticos”, dijo el funcionario.

El secretario de Estado, Rex Tillerson.

En los hechos, Tillerson adelantó la postura que mantuvo ante los gobiernos de la región. Una mirada que abreva en el discurso estadounidense de los años de la Guerra Fría y que incluye una agenda que va desde cuestiones políticas, donde aparecen en el tope de la lista Cuba y Venezuela, y abunda en temas económicos y de seguridad continental. ¿Un regreso a la Doctrina Monroe que inició a las intervenciones militares de Estados Unidos en México, Centroamérica y el Caribe?

Para que no quedaran dudas sobre la postura de Washington con relación a la doctrina atribuida al presidente James Monroe, pero que elaboró John Quincy Adams -acuñó la frase: “América para los americanos”-, Tillerson afirmó: “En ocasiones nos hemos olvidado de ella. Creo que es tan relevante hoy como lo fue el día en que se escribió”. De un lado, según la retórica estadounidense, quedó Washington y su supuesta defensa de los valores democráticos. Del otro lado quedarían China y Rusia, estados que calificarían como imperialistas y totalitarios.

El maniqueísmo de Tillerson no necesita aclaraciones. Alcanza con un rápido repaso de la historia. En la actualidad se hace evidente en la postura de Washington ante el tema de los migrantes latinos: la supresión de los permisos de residencia, las expulsiones de menores y el refuerzo de los cuerpos policiales anti-migratorios. También se verifica en el comercio intrarregional mediante un creciente proteccionismo que afecta las exportaciones de los países de América latina, como en el caso del biodiesel local.

Otra vuelta de tuerca

Difícilmente la retórica belicista de Trump trascienda las palabras. Demócratas y muchos republicanos ven en la posibilidad un ejercicio de peligrosas consecuencias. Por el momento, de cara al chavismo, Tillerson dejó en claro que Washington redoblará la presión sobre varios países del Caribe para que suspendan las compras de petróleo venezolano. Tan claro como que continuará con la provisión de armamento y de equipos militares a Colombia y México con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico.

Fuerza de Despliegue Rápido.

Seguramente, la atomización regional facilitará a Washington el objetivo de profundizar su inserción unilateral en los mercados locales -donde coloca el 25 por ciento de sus exportaciones- y consolidar su agenda de seguridad hemisférica. Algo de eso verá en la VIII Cumbre de las Américas que se desarrollará en Lima los días 13 y 14 de abril. Nada hace prever que los gobiernos de Brasil, Chile, México, Colombia y Argentina sean un obstáculo. El giro a la derecha no propicia una mayor cohesión regional ni alienta una postura común ante los desafíos que supone la reconfiguración global en marcha desde que Trump hizo pie en la Casa Blanca.

La fortaleza de Washington se nutre de la impotencia de la Organización de Estados Americanos (OEA) para mediar en la interminable crisis venezolana. También en la inacción de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) y en el desdibujado presente de la Unión de Naciones del Sur (Unasur). Ni qué decir del plano económico. Luego de una década de esfuerzos más o menos coherentes ninguna alianza fue capaz de avanzar en la integración económica y comercial. Menos en una unión aduanera sólida. Ni siquiera el Mercosur, enfrascado ahora en una improbable acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.

El peligro rojo

El resultado del II Foro ministerial China-Celac que culminó en Santiago de Chile en enero con la participación del canciller Wang Yi confirmó la decisión del gigante asiático de consolidar su presencia en América latina, en especial en la cuenca del Pacífico. Su propuesta genera interrogantes. Aunque China declaró su interés por concretar acuerdos con los países de la región en el marco de la Franja y la Ruta de la Seda, quedó claro que impondrá condiciones severas, entre otras: un trato preferencial para sus inversiones y la apertura de los mercados locales a sus productos.

Su objetivo es alentar la interconexión entre China y América latina. Beijing quiere resultados concretos, y los quiere en el corto plazo. Para esto está dispuesta a brindar financiamiento y tecnología. Su intención es abrir nuevas rutas marítimas, aéreas y digitales, además de aportar capital para mejorar la infraestructura que baje los costos de sus importaciones desde la región. A diferencia de Estados Unidos, no impone condiciones políticas, ni alienta la condena de ningún gobierno latinoamericano.

La obsesión de Washington es impedirlo. No en vano Tillerson respondió en Texas que “se extiende la amenazante sombra de China y Rusia, dos países que han expandido su influencia económica en la región pero que son ajenos a sus aspiraciones democráticas”. No se guardó opiniones. A tono con las destempladas afirmaciones de Trump, sostuvo que Beijing y Moscú son ejemplos del fracaso: “China por exportar un modelo de explotación basado en los bajos salarios y en el desprecio a los derechos humanos. Rusia por vender armas a regímenes no democráticos”.

La “task force” de Cambiemos

El anuncio fue en Washington. La DEA reforzará su presencia en nuestro país con más agentes y la instalación de una nueva base de operaciones. Estará en la ciudad de Posadas y se sumará a las de Salta y Jujuy. El objetivo declarado: monitorear la Tripla Frontera, reunir información y preparar acciones policiales en el noroeste. Según la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, “un avance concreto en materia de cooperación en la lucha contra las drogas”. Lo afirmó en la embajada argentina en Washington.

Patricia Bullrich en la DEA.

Lo dijo luego de una serie de reuniones que mantuvo durante tres días en Washington y Quantico (Virginia) con funcionarios de la DEA, el FBI y la Oficina de Seguridad Interior. Sin embargo, hubo otras reuniones. Las que acordaron Tillerson y Mauricio Macri en Buenos Aires. A estas concurrieron Bullrich y el ministro de Defensa, Oscar Aguad. El lugar: Key West (Miami). Los anfitriones: altos mandos del Comando Sur. Para el gobierno resultan vitales. Aquí se inserta la anunciada Fuerza de Despliegue Rápido (FDR). La intención del gobierno es transformar en hechos la promesa de ayuda material y capacitación militar que adelantó Tillerson a Macri.

El discurso de Cambiemos es conocido. Para justificar la FDR, los funcionarios hablan de un alarmante crecimiento del narcotráfico, de la necesidad de modernizar a las Fuerzas Armadas y de la urgencia por proteger los recursos naturales. De paso agregan a la lista de amenazas a los mapuches, califican como “zona de riesgo” Vaca Muerta y abundan en la siempre comentada, pero nunca probada, presencia de Hezbollah en la Triple frontera.

Lo concreto hasta el momento es que la decisión está tomada: Cambiemos avanzará en los próximos meses con la creación de la unidad, que abarcará a la Armada y a la Fuerza Aérea, y que  tendrá como núcleo original la ya existente FDR del Ejército.

El gobierno argumenta que solo tendrá como misión brindar apoyo logístico en los operativos que desarrollan la Prefectura, la Gendarmería y la Policía Federal, además de la Policía de Seguridad Aeroportuaria y las policías provinciales. Su localización geográfica es una incógnita. Algunos hablan de Córdoba. Otros de Tucumán. El decreto comenzará a tomar forma con el regreso de Bullrich y Aguad. Aunque faltan definiciones, el Ejecutivo no oculta su intención de desplegar la futura FDR en la frontera norte y en los ríos Uruguay y Paraná. Incluso en Vaca Muerta, donde unos pocos actos de vandalismo y algunos desmanes harían necesaria, según Cambiemos, la actuación de las Fuerzas Armadas.

Juegos de guerra

Quienes han tenido tareas de conducción en el Ministerio de Defensa señalan que las Fuerzas Armadas pueden colaborar con las fuerzas de seguridad sin violar las leyes de Seguridad y Defensa, pero advierten que existen zonas grises que pueden ser aprovechadas por volcarlas a tareas de seguridad interior. Afirman, además, que la hipótesis del terrorismo no tiene asidero y que el narcotráfico no justifica el accionar de una fuerza de despliegue rápido. Sobre esto último advierten que la Argentina no es Colombia ni México, donde los carteles exhiben un alto poder de fuego que muchas veces supera a las fuerzas policiales.

Lucha contra el narcotráfico, una de las excusas.

¿Cómo se compone la FDR del Ejército? Las fuentes consultadas por Socompa explicaron que cuenta con elementos como la Agrupación de Fuerzas de Operaciones Especiales -integrada básicamente por compañías de comandos con funciones muy específicas- y que se complementa con otras unidades, como la Brigada Aerotransportada y el Regimiento de Asalto Aéreo. Además de unidades más pesadas, con mayor potencia de fuego y choque, como la Brigada Mecanizada, de la cual depende el núcleo de la Fuerza de Tareas Cruz del Sur.

Las mismas fuentes, algunas en actividad, afirman que las fuerzas de despliegue rápido son una tendencia mundial y que los primeros intentos locales se remontan la década del ’90. La idea, aun en pie, es que pueda actuar en diferentes escenarios geográficos y ante distintos amenazas que requieran el uso del poder militar. Desde 2010, cuando se modificó la estructura de las Fuerzas Armadas, se estableció su existencia como una gran unidad de batalla con nivel de División.

Un ejemplo de cómo actúan en los países donde el poder militar está subordinado al poder civil es el ejercicio desplegado por la OTAN en 2017. El operativo, denominado Noble Jump, se realizó en el centro de Rumania. Unos 4.000 efectivos de España, Reino Unido, Estados Unidos, Rumanía, Polonia, Noruega, Holanda y Albania simularon neutralizar a un enemigo imaginario que había vulnerado una frontera nacional. En el caso de la OTAN, la fuerza está preparada para actuar en 48 horas con el objetivo de disuadir la amenaza.

Hasta el momento, la actuación de la FDR del Ejército se ha reducido a casos de emergencias con postas sanitarias y el armado de puentes durante inundaciones. No obstante, en el Ejército admiten que “ya interaccionan” con las fuerzas de seguridad en tareas de “capacitación” y “ejercicios”, aunque destacan que solo pueden actuar en situaciones de guerra.

Dicen que a seis años de su creación aún está en etapa de desarrollo, al igual que varios de los elementos que la integran, como la Compañía de Comunicaciones de Despliegue Rápido y la Sección de Inteligencia de Despliegue Rápido. Lo mismo ocurre con relación a su equipamiento, sus manuales de procedimiento y la doctrina que sustenta su accionar. Esto último, un terreno virgen donde Aguad y Bullrich apuestan a sembrar las semillas adquiridas en el Comando Sur.