La falta de una lectura ajustada de la realidad lleva a una práctica ciega, oscura, librada al despliegue de un extremado voluntarismo que más que ser el producto de una necesidad histórica y social es el resultado de avatares individuales.

Alguna vez el célebre etnólogo Claude Lévi- Strauss dijo que las actuales sociedades se corresponden con máquinas termodinámicas que van mutando permanentemente. Las denominaba sociedades calientes. En ellas los hábitos culturales y las certezas sufren una metamorfosis que si son vistos no mucho tiempo después resultan anodinos. Esta velocidad se ha incrementado en las últimas décadas y pareciera ir en aumento. Con ello todos los valores de utilidad –no solamente comerciales- quedan subsumidos en las modas. De esta forma un bien cultural o social que puede considerarse de importancia es dejado de lado por atribuirle condición de “viejo” y por ende catalogarlo como agotado. Esta supuesta caducidad no siempre coincide con las necesidades, ya que en la mayoría de los casos es decretada a través de operaciones ideológicas que intentan sepultar todo aquello que no pegue con las ideas dominantes de un determinado tiempo histórico. Ideas que también mutan muy rápido.

Resulta bastante curiosa la imposición de nuevas modas intelectuales que van degradando y desprestigiando en muchas casos construcciones teóricas rigurosas por considerarlas hechas para otros tiempos. De esta manera aparecen nuevos pensadores que si rescatan a algún teórico del pasado manifiestan haberlo aggiornado.  Así es posible que se produzca el retorno de alguien para enfrentarlo o superponerlo a otros de su tiempo. Antonio Gramsci en los ’80 fue utilizado para contraponerlo a la tradición marxista, fundamentalmente leninista, resaltando de él aspectos tanto autonomistas como socialdemócratas. A estas maniobras de manipulación de la teoría en otros tiempos se las denominaba “revisionismo”, un término que también fue eliminado del vocabulario militante por considerarlo caduco.

Realizar una profunda crítica al igual que un inventario de todas las revisiones llevaría un enorme trabajo que solamente podría ser realizado por un colectivo de intelectuales comprometidos. Esto le proporcionaría al activismo una batería de herramientas conceptuales que potenciarían su labor militante.  A veces determinados silencios podrían ser considerados como resultado de cierta miopía, aunque la mayoría de las veces sean intencionales, producto de cambios en los modos de abordar y percibir la realidad. Cambios que sin duda van degradando incluso al pensamiento crítico.

Saber dónde estamos parados

Todos aquellos que militaron en los ’70 deben extrañar la caracterización de la etapa en la que desarrollaban su labor. Realizar un análisis de situación no era sólo el patrimonio de las izquierdas marxistas, también lo hacían las diferentes organizaciones del peronismo revolucionario. Si la actividad política no representa un pasatiempo, un lugar para expiar culpas ni tampoco una oportunidad para acceder al poder para saciar apetitos individuales lo primero que se debiera conocer es la realidad que se pretende transformar. Carecer de ese conocimiento lleva a una práctica ciega, oscura, librada al despliegue de un extremado voluntarismo que más que ser el producto de una necesidad histórica y social es el resultado de avatares individuales.

Por esta razón habita en el sentido común la idea de que enrolarse en el cambio social es sólo para los jóvenes que, una vez envejecidos, deben retirarse a hacer otras cosas. “De joven se es revolucionario y de viejo conservador”, dice un dicho popular. Si bien algo de todo eso sucede en la sociedad, no se puede concebir un proceso de transformaciones exclusivamente como la exteriorización de subjetividades. Las mismas son necesarias e inevitables pero se apoyan en procesos materiales y objetivos mucho más complejos que, resulta necesario conocer. Hoy se impone la posverdad con lo cual un gobierno como el de Macri afirma un montón de cosas que uno percibe que son falsedades pero no hay quien a través de datos reales pueda rebatirlos y poder informar correctamente a la población, ya que no alcanza con decir que los medios mienten.

Harvey y su libro.

Del análisis de situación que propicia una caracterización correcta de la realidad surge la línea de acción, la línea política, el quehacer militante. El actual y muy recomendable  marxista británico David Harvey sostiene en la introducción a su libro Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo (2014) que; “Las interpretaciones erróneas conducen casi siempre a políticas erróneas cuyo resultado será profundizar más que aliviar las crisis de acumulación y la miseria social que se derivan de ellas”.  En referencia al movimiento anticapitalista ahora en formación, Harvey señala que resulta “crucial no sólo entender mejor el funcionamiento de su antagonista (el capital) para oponerse al mismo, sino también para articular una clara argumentación sobre por qué tiene sentido en nuestra época un movimiento de este tipo y por qué es tan necesario tal movimiento en los difíciles años que nos esperan para que el conjunto de la humanidad pueda vivir una vida decente”.

Conocer la realidad además permite saber quiénes son nuestros amigos y medir la envergadura de a quién nos oponemos. No se trata de un caminante ciego que por casualidad encontró su lazarillo, se trata de caminantes que en la experiencia de caminar van conociendo y haciendo el camino.