Cada vez las calles sirven más de punto de encuentro para quienes se oponen al gobierno. Movilizaciones que en la mayoría de los casos son convocadas por fuera de los sectores tradicionales, mientras la CGT duda sobre un paro general. Un estado de protesta social permanente que no llega a transformarse en oposición política. Detrás de todo estás vos, Cambiemos.
Mayo viene siendo el mes de las movilizaciones, primero la de los docentes, después el acto en el Obelisco contra el acuerdo con el FMI, acaba de comenzar la marcha federal de los movimientos sociales. A eso deben sumarse las micromanifestaciones de todos los días que entran en el rubro “caos de tránsito” para los medios hegemónicos y la tele que se pasan por alto informar los motivos de cada uno de los reclamos. A partir de diciembre, con la reforma previsional y la represión de los manifestantes queda plasmado lo que podríamos llamar un estado de reclamo social permanente, bastante más visible que antes. Un proceso que se viene dando desde los primeros días del gobierno de Macri y que se ha ido agudizando a partir de fines del 2017, cuando el triunfalismo poselectoral languidecía a toda velocidad. La oposición no es política, es social.
Aunque para los integrantes de Cambiemos, desde el presidente hasta Carrió, la oposición política es casi intolerable e incomprensible, salvo apelando a los fantasmas de los intentos de golpe, los palos en la rueda, la contumacia de insistir en los errores del pasado que nos han llevado a la situación en la que estamos hoy, la oposición social pertenece a un universo completamente inconcebible para las mentes oficiales. Alguna vez un lúcido intelectual pro Cambiemos, Eduardo Fidanza, planteó que, a diferencia del peronismo y de alguna zona cada vez más residual del radicalismo, la coalición oficial no tiene contacto directo con las realidades sociales. Ese simulacro de internarse en la realidad que son los timbreos aporta mucho en términos de optimismo publicitario y poco y nada en conocimiento concreto de lo que está pasando lejos del poder. Entonces esa oposición social aparece como un ser con muchas cabezas al que es difícil de controlar y de comprender. ¿Qué quieren, no les alcanza con el gradualismo? Las alternativas que ofrece el gobierno son dos: ajustar de a poco o todo de un saque. No es un idioma que la sociedad, especialmente de los que menos tienen, pueda comprender ni aceptar como una única posibilidad.
Por un lado, es una oposición –para usar el léxico gubernamental- no razonable. Por supuesto razonable, aunque nunca se lo diga explícitamente, es estar de acuerdo con el gobierno con algunas disidencias tolerables y necesarias para que siga en pie la idea de que se está dialogando. Por el contrario, la oposición social no es razonable, con lo cual se entra en un juego doble de tolerancia y represión. Ok con el himno de Pablo Echarri, palos para los metrodelegados. Lo que hace que convivamos bajo una represión discrecional que tiene bastante de amenaza. No se sabe cuándo se va a reprimir y cuándo no. Al principio se habló de un protocolo para marchas, manifestaciones y protestas. Con el paso del tiempo y el aprendizaje represivo acelerado de Patricia Bullrich, el proyecto demostró ser inútil porque un protocolo no sirve para una oposición a la que se vive como irracional. Y que no muestra interlocutores a los cuales informar e imponer salvo por uso de la fuerza los términos del protocolo
La renuencia de la CGT a constituirse en vocera de los trabajadores y en lanzar un paro se podría explicar por la posibilidad de que ese lugar de “razonabilidad” termine por erosionar su representatividad. Y porque el paro implicaría poner en riesgo ese lugar razonable. La última instancia sería negociar un paro con el gobierno, lo cual no sería ninguna novedad en la historia argentina, de Vandor a esta parte. Pero aun ese gesto resultaría inútil y riesgoso, justamente porque los sectores en estado de protesta no se ven representados (al menos por ahora y no hay ninguna razón como para pensar que suceda muy pronto) en ningún espacio formal, ni sindical ni político. En un punto, parar o no parar tendría los mismos resultados. Y parar es más costoso. De todos modos, hay sectores que, preocupados por su lugar social (una CGT sin paros en tiempo de caída acelerada de los salarios pierde su razón de ser), quieren ponerse al frente de esa protesta social. Lo dice Juan Carlos Schmid en una entrevista aparecida en Página/12: “Es preciso encabezar la protesta social y canalizar el descontento porque ese descontento va más allá de los cuadros sindicales e incluye otros sectores de la sociedad como las organizaciones populares cuyos reclamos también preocupan a la CGT. Son cuestiones de la coyuntura, pero de carácter estratégicos y también son problemas del sindicalismo.”
Lo interesante es que Cambiemos tiene bastante responsabilidad en este estado de protesta social en crecimiento. Por un lado, y principalmente, por una política económica cuyos efectos devastadores sobre la mayor parte de la población son cada vez más evidentes y acuciantes. Pero no sólo por eso. Por un lado, por haber colocado lo social en el centro de sus promesas electorales, la famosa y hoy ni siquiera mencionada “pobreza cero”. Entre ese proclamado objetivo y el combo tarifazo, ajustes, inflación hay un océano de distancia. La acción de gobierno no se presenta como una postergación de aquel primer objetivo sino como su abandono para siempre. En esto se caen las expectativas, si lo social era aquello a mejorar y resulta que la vida está cada vez más difícil, hay algo que no cierra. Se podría decir que Menem hizo algo parecido. Pero en la década de los 90 la revolución productiva y el salariazo fueron reemplazados por la estabilidad de precios que vino (aun de manera engañosa) de la mano de la convertibilidad. Acá no hay reemplazos, tras los tarifazos, Macri anunció que habría más aumentos en los servicios, tras los ajustes más ajustes, siempre con el horizonte de una inflación emperrada en quedarse por mucho tiempo. Con lo cual, las promesas electorales son cada vez más vagas lo que está vaciando de contenidos al relato de Cambiemos. Las palabras del presidente y de sus funcionarios ya ni siquiera pueden ofrecer promesas, salvo un difuso futuro que nada tiene que ver con la vida concreta de las personas. Incorporarse al mundo, pagar la energía lo que realmente vale, no gastar más de lo que se tiene no dicen nada sobre el nivel de vida de la gente, son puras abstracciones que pierden por goleada frente a las realidades concretas.
Para decirlo en idioma Cambiemos, lo que ha entrado en recesión, no solo para la población sino también para el gobierno es el entusiasmo que Macri cada vez sobreactúa más. Descreído de toda forma de épica, el oficialismo no sabe dónde conseguirla ahora que la necesita tanto.
Por otro lado, al gobierno no le gusta hacer política, le genera desconfianza, la mantiene a distancia, la considera irreal. La verdad está en la economía. Por eso Sturzenegger puede declarar, despejadas las borrascas del supermartes, que “hemos escuchado el mensaje del mercado y hemos reaccionado”. Obvio es decirlo, el mercado es otra abstracción que se expresa a través de operadores, financistas, especuladores, agroexportadores, que son los que integran en definitiva el núcleo duro del apoyo a Cambiemos. Pero ese sustento social no forma parte del juego político, es más vive a la política como una enemiga, a veces potencial, a veces concreta. El macrismo, fiel a sus aliados, se ha dedicado a dinamitar el funcionamiento de la política (en este menester, la gran hechicera es Carrió con el caballito de batalla de la corrupción). Y ha creado un vacío donde irrumpe ese social que no se entiende ni se escucha, pero que hace mucho ruido y que invade un escenario con el que el oficialismo tiene una relación más que conflictiva: el espacio público. Las vallas, las refacciones permamentes, los cambios de estilo arquitectónico (como sucedió con la entrada al Botánico) son la expresión más visible de que el caos inherente a la vida política es una bestia negra para Cambiemos. Lo expresó con toda claridad Marcos Peña el 25 de mayo, explicando el vallado de la Plaza de Mayo durante el tedeum: “Porque nosotros queremos que el pueblo estè unido, pero con cada uno en su lugar”.
La política es la que permitiría, con muchas limitaciones, que cada uno esté en algún lugar y no marchando como se le ocurra por la calle, con banderas que no suelen mostrar adscripciones políticas claras. Y los convocantes no pertenecen al mundo de la política, son sindicalistas –algunos reconocidos (con todos los reparos del caso por parte de Vidal) como la CTERA, otros declarados ilegales como los metrodelegados- o actores como en lo del Obelisco. Esa aparición de un actor colectivo inesperado sacó de quicio al periodista (RE) Luis Majul que se puso loco en la entrevista de Gerardo Romano (quien quiso leer los fundamentos de la convocatoria) y calificó como boludez todo lo que decía. Clarín tituló que de la marcha participaron actores y K. Es decir, gente que es del palo de la farándula o del de la corrupción. Grupos que circulan, cada uno a su manera, por vocación o por pecado, por fuera de la política. Extraña crítica proviniendo de gente que se queja de la politización de los reclamos. En realidad, lo que se pretende es que nadie saque partido del malestar social. Que se disuelva en una especie de nebulosa mezcla de la fatalidad y de algunos errores coyunturales y no resultado de la acción del gobierno.
Claro, en este universo de dos patas, la económica que llega de la mano del elenco oficial, y la de la moral, que lleva Carrió de un programa a otro de la tele, la de la política es incómoda y lleva a que el propio gobierno pierda una dimensión del ejercicio del poder que podría ser útil a sus intereses de mediano plazo, la reelección.
En este contexto, la protesta, que el gobierno prevé –de acuerdo a lo que dice La Nación y hay que creerle- irá in crescendo y no hay política para encauzarla ni controlarla. Mientras tanto, la oposición lleva la marca de lo social y desde ahí llena las calles que el gobierno desea ordenadas y prolijitas, con cada uno en su lugar.
Así como el neoliberal Menem siguió haciendo política, estos son tiempos de un neoliberalismo que precisa prescindir de la política para que no dificulte escuchar el mensaje de los mercados.
Lo que puede preguntarse es hasta qué punto hay una posibilidad de que esa oposición social, inorgánica, muchas veces espontánea sea retomada por una estructura política, sea cual sea. Porque tampoco la oposición al kirchnerismo provino de la política (salvo en el episodio de la 125) sino que fue mediática. Fue mucho más opositor –en continuidad y en resultados- Lanata que Sanz.
Mientras tanto, las calles, valladas o no, con represión o sin ella, siguen diciendo aquello que no logra traducirse en política.