La dictadura ha logrado persistir de muchas maneras y sigue presente en varios de los discursos que circulan por la política nacional. Lo de las bolsas es una forma de continuar por otros medios esas palabras donde, Carrió mediante, la muerte tiene un peso importante.
Ayer Daniel Cecchini hizo en Socompa un análisis del episodio de las bolsas en Plaza de Mayo y lo planteó como un regreso del pasado, del retorno de viejas sombras Aquí se abre la pregunta sobre cuánto de pasado tiene ese pasado. La sensación es que ha conseguido la manera de pervivir en democracia como ideal perdido, como amenaza o como expresión de situaciones que no han perdido vigencia.
Podríamos hacer un breve repaso en tiempos recientes de esa pervivencia. El macrismo ha evitado concienzudamente de las expresiones “dictadura” y “Terrorismo de Estado”. Macri habló del curro de los derechos humanos y nunca recibió a los organismos. Fue a la ESMA cuando vino Obama, porque no tenía otro remedio. Su ministro de Educación, Esteban Bullrich, dijo que Ana Frank sufrió su destino a causa de “una dirigencia que no fue capaz de unir”. Y su principal asesor, Jaime Durán Barba, definió a Hitler como un “tipo espectacular”. Para no hablar del regateo en torno al número de desaparecidos instalado por Darío Lopérfido, por entonces ministro de Cultura de Rodríguez Larreta, seguido luego por Graciela Fernández Meijide, Lanata y Cecilia Pando, entre otros.
Pero estas posiciones, que bien podrían haber sido compartidas por la dictadura militar, son solo una parte del asunto. El tema bolsa sugiere al menos dos lecturas. Una pasa por el uso político de la muerte, un terreno muy explotado por Elisa Carrió quien es un referente –motor- de Juntos por el Cambio. Baste recordar su celebración de la muerte de De la Sota y de Soria, la comparación de Maldonado con Walt Disney, cuando se burló en la mesa de Mirtha del padre de uno de las víctimas del ARA San Juan. Además de las veces que ha aludido a que la iban a matar y eso que de la quinta de Olivos los iban a sacar “con los pies para adelante”.
Sus intervenciones públicas suelen ser una retahíla de disparates sin conexión entre sí. De todos modos, es la voz más escuchada de la oposición y el oficialismo discute con ella in absentia. Resumiendo, es una figura central en la política nacional y en esa colocación su recurrencia al tema de la muerte ocupa un buen lugar. Para decirlo de otro modo, en una parte de la sociedad la muerte es una forma de representación del escenario social, alrededor de la cual muchas veces ronda la idea de lo justiciero.. Baste recordar a Eduardo Feinmann celebrando con “uno menos” cada vez que la policía mataba a un delincuente. O a Patricia Bullrrich y al mismo Macri defendiendo los casos de “justicia por mano propia”. El tema de la llamada “inseguridad” es campo propicio para desplegar la ideología de la muerte. Campea aquí la sombra del “por algo será” de los tiempos de la dictadura que tiene también quien la sigue defendiendo. Gente como Nicolás Márquez, Agustín Laje y Ceferino Reato –justificadores tiempo completo del terrorismo de Estado- tienen su lugar en los medios y encuentran quien publique sus libros. En 1976, se fogoneaba el tema de “la subversión internacional” que buscaba apropiarse del país. En estos tiempos son los chorros que pretenden alzarse con pertenencias y vidas. El miedo siempre funciona. De allí que haya gente que cree sinceramente que lo de Vicentin es el paso previo a la abolición de propiedad privada y que la Sputnik V es la playa de desembarco del comunismo ruso. Tal vez no convenga tomárselo a risa.
También se reivindica el accionar de los militares en foros de La Nación y Clarín y en los que abunda la palabra “terrorista”.
Y en estos tiempos de énfasis, en cierto sentido no desentona el episodio de las bolsas negras. La Nación se apresuró a darle la palabra al líder de Jóvenes Republicanos -responsables de la “instalación”- para que justifique lo que hizo. Las críticas de Patricia Bullrich no pasaron de un “no me gustó”, previo para pegarle a Alberto. En el mismo sentido se explayó Tato Young quien colocó al tema de las bolsas dentro del plano de lo estético (“puede gustar o no”) y no en el plano político. Y los tuiteros de su espacio político se mantuvieron en prudente silencio, a diferencia de otras oportunidades. Cabe agregar que ninguno de los asistentes a la marcha se molestó por lo de las bolsas negras, lo cual puede leerse como una señal de aceptación.
O sea, que no es una aparición fuera de lógica. Pocos días antes de la marcha, Adrián Ventura dijo por TN que cada vacuna VIP era una patada en la cabeza de los ancianos que estaban esperándola. Después de la marcha, bajaría un cambio.
La antinomia odio-amor no resulta la más adecuada para aproximarse a estos fenómenos, como tampoco la palabra “barbarie” en boca del presidente, aunque tal vez sea el máximo de ataque discursivo al que se anima. No fue un acto de barbarie, incluso mostró cierta sofisticación y terminó de proponer una imagen a un estado de cosas donde todas las batallas se libran de palabra, en una competencia, que tiene a LN+ a la cabeza, a ver quién gana el concurso de exabruptos.
Lo que se presenta como cierto es que de lo que se trata es de política, no de sentimientos (aunque la política los alimente), ni de cuestiones culturales. El vacunatorio VIP abrió la puerta al regreso de una violencia que hasta cierto punto ya estaba instalada y que define las estrategias de poder de la oposición. Palo y palo, sin pausa. Una estrategia que no ignora que tiene un plafón y en él se recuesta. La llegada de la democracia no logró terminar con la idea de que los conflictos políticos se pueden resolver apelando a la violencia. La sensación es que de ahí no se sale y que de cuando en cuando habrá bolsas y simulacros de cadáveres en los lugares públicos y que serán el signo destacado de la protesta.
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