El debilitamiento político del Gobierno –largamente informado en todas las encuestas- se reflejó por primera vez en lo institucional en una batalla legislativa perdida y en unión transitoria del peronismo. El veto le resultará mucho más caro al Presidente. (Ilustraciones: Marcel Caram)
Los diarios (conservadores) del martes amanecieron medio mustios, tristes, con la mala noticia ya resuelta. Una cagada por la noticia en sí –porque sacude al macrismo y la santa gobernabilidad- y otra cagada por la falta de algún suspenso que mantuviera al lector electrizado. No fue así. Los diarios, que durante un mes hicieron todo tipo de ejercicios, rezos y aprietes apostando al éxito de las gestiones del Gobierno, amanecieron diciendo que el proyecto de ley anti tarifazo consensuado por la oposición saldría aprobado. Peor aún, el día anterior algún portal de noticias informaba que el muy anunciado veto presidencial ya estaba siendo redactado. Aunque la cosa fuera previsible, los titulares de tapa pintaban marchitos, como diciendo esta votación la gana el peronismo irresponsable y LPMQTP. O dicho por Joaquín Morales Solá en su columna: “la dirigencia política volvió a asomarse al vacío como quien se pasea por un lugar conocido”.
La batalla de la ley anti tarifazos casi que pintó más fiera para el oficialismo que el Combate de las Lebac, del que se zafó provisoriamente a un costo altísimo para la economía real. Antes de que sonara la chicharra en el Senado estuvimos un mes dándole vueltas a un largo prólogo inútil en el que los medios conservadores seudo filtraban revelaciones y negociaciones de última hora con una lista interminable de apellidos de gobernadores, senadores y políticos de provincia. Era llamativo porque –salvo la reiteración de apellidos como Pichetto y Urtubey- la lista de los conversadores aparecía demasiado cambiante. Cada 12 horas la esperanza se depositaba en un apellido distinto.
Un rasgo interesante del largo prólogo es que esos medios reiteraron hasta el cansancio un ejercicio que puede llamarse de telepatía periodística. ¿A qué le llamamos telepatía periodística? A lo siguiente: durante la dictadura, los medios, con enorme frecuencia, apenas si mediaban entre el discurso del Estado terrorista y la sociedad. Los célebres comunicados de la Junta, los partes de guerra con subversivos presuntos presuntamente abatidos en combate, las declaraciones más pedorras del último coronel del cuartel más alejado, eran reproducidos sin mediación alguna, copiados y pegados, entre comillas. Los colegas hacían lo que en la vieja jerga se llamaba “picar cables”. Es decir, agarrar el papelito doblado que salía de la cablera, meterle acentos, algún signo de puntuación, alguna pequeña corrección, y eso iba a imprenta.
En tiempos macristas, lo que se hace no es picar cables sino reproducir el discurso de funcionarios que se supone discuten en relativo secreto, de modo semi directo, sin citar fuentes, como si cada periodista fuera un corresponsal destacado en el cerebro o en la psiquis de esos funcionarios. Telepatía. Ejemplos: “En el Gobierno dicen que los senadores peronistas les dicen una cosa y luego hacen otra”, “Macri les dijo a sus ministros que la ley implicaría un agujero fiscal impresionante”, “Urtubey dijo una cosa y después hizo otra”. No son los funcionarios hablándole directamente a la sociedad. Son los telépatas que los traducen. Esta práctica chanta se complementa con otra: hablan los funcionarios en una relación que ronda el 5×1, o el 10×1. Es decir: cinco a diez ejercicios telepáticos con argumentos macristas contra uno de la oposición. Pluralidad al palo.
Tarifazo o barbarie
Cuando los periodistas tienen firma estelar, entonces las cosas cambian porque ellos escriben a sus anchas. Joaquín Morales Solá, por ejemplo, que retomó de los ya remotos inicios de gestión del mejor equipo de las últimas 50 eras geológicas el término “sinceramiento”. Lo dijo así: “un proyecto de ley que frena la política de sinceramiento de las tarifas de servicios públicos de Mauricio Macri”. “Los gastos del desvarío –escribió- serían de 150 mil millones” (con la cifra del presunto impacto fiscal, ya veremos, hacen cualquiera; o por lo menos no se ponen de acuerdo).
Cuando La Nación digital se vio obligada a actualizar su título de portada (el de la mala noticia de una votación que terminaría en derrota oficialista), lo hizo desde un porteño centrismo que arrancó en 1810. O sea: pasó a hablar de la barbarie interior y el populismo: “Las provincias apoyan la baja de tarifas, pero sus empresas no pagan la luz”. Por si no quedaba clara la editorialización, el titular iba acompañado con una foto de Alicia Kirchner, abanderada de los chantas, portavoz del Salvaje Oeste.
Durante los últimos diez días el que escribe se hizo una pregunta: ¿por qué al Gobierno, que provocó tanto desastre social sin amortiguadores ni anestesia, se desesperó tanto queriendo evitar el triunfo opositor en el Congreso? ¿No causó acaso daños peores? ¿Qué le puede hacer un veto más al tigre? Más aun teniendo en cuenta que Macri vetó enteritas cuatro leyes y otras tres de manera parcial (si no fueron más vetos fue por la deliberada pasividad opositora). Una de las que vetó: la ley anti despidos, similar a alguna que se sancionó durante la dramática salida del estallido del 2001, que preveía la doble indemnización entre otras cosas.
¿La desesperación obedecía al argumento más usado por el Gobierno y los medios aliados –el que más que seguramente destacará en el texto del veto presidencial- el de la pérdida presunta para el Estado de, pongamos, 100 mil y otras veces 170 mil millones de pesos? ¿La cifra es real? Si lo es, tiende a parecerse a las reservas perdidas en la corrida timbaria y sus correspondientes devaluaciones.
¿La desesperación se debía a que el Gobierno, habilísimo en el uso de encuestas –lo cual ya no le alcanza hace tiempo- tenía tan bien medido el efecto antipopular que iba a tener/ tendrá el veto presidencial?
La respuesta la dio el estudio de opinión pública realizado por la consultora de Hugo Haime, que habla de un nivel impresionante de rechazo al veto presidencial. Es más simpático recordar los resultados de ese estudio según los dio Haime en un diálogo con el periodista Carlos “Pato” Méndez, en FM Millenium.
Pato Méndez: Te cuento lo que me pasó. Tengo otra encuesta de un colega tuyo que hablaba de un alto rechazo al veto y no lo quise dar al aire porque me pareció un poco exagerado, pero vos tenés 95%.
Hugo Haime: Sí, tengo 88% que está en contra del veto y un 95% en contra del aumento de tarifas si no suben los sueldos. Realmente, los números son muy contundentes, son apabullantes. Pero, más allá del veto, el problema es la situación: tenés un 70% que está en contra del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional; tenés sólo un 30% de la población que cree que el gobierno tiene capacidad para resolver la situación; y tenés que la lectura de lo que viene es un ajuste y van a venir despidos. Ir al FMI más un dólar alto, para los argentinos, es igual a crisis.
El ingeniero Lamparita
La intervención de Haime habla de un tiempo político más que oscuro para el Gobierno. En eso coinciden periodistas de derecha y opositores. Pero no nuestro gran amigo Luis Fruncido Majul, a quien este cronista, zappeando, encontró un instante diciendo tras la intervención semi-cadena presidencial: “Macri retomó la iniciativa. Este es el mejor Macri. Un Macri sincero, auténtico”. Fin del zapping y a otra cosa mariposa.
La foto del presente inmediato indica que el averiado de Macri venía mal (reforma previsional, inflación, devaluación, corridas, FMI, tarifazos) y se puso peor. Peor y desorientado porque las estrategias –siempre más comunicacionales en el vacío que políticas- o son cortas de miras o varían de un día para el otro y sirven de nada. Ejemplo, tras la corrida y el regreso del FMI: ¿a quién le podía importar que Macri “ampliara” la mesa chica y (presuntamente) convocara, (¡porque dialoga!) a políticos de escasísima penetración popular como Ernesto Sanz, Emilio Monzó… y pará de contar. Un día aparece así, dialoguista. A las 72 horas aparece con su desopilante spot sobre las lamparitas puteando al pedo a CFK, necesitado de esa sombra terrible. Y La Nación aplaude, ahora porque aparece “enérgico”.
Pero no, el spot de las lamparitas (parecía un vendedor de tienda, dijo Estela de Carlotto) lo hizo semejante a un De la Rúa medio pelotudazo. Momento oportuno para especular con que si Macri aún no se hizo De la Rúa es por estas razones posibles: porque el establishment y los medios lo venían bancando a muerte siendo que no es ni radical ni peronista sino blanco puro; porque De la Rúa era un aburridísimo abogado cordobés ya muy veterano, mientras que Macri baila, es un banana del Newman y tuvo mejores coach; y finalmente porque De la Rúa tenía esa nariz espantosa, como de jubilado con resfrío crónico en viejo sketch de La Tuerca, que nadie en su sano juicio podía soportar.
Al menos en las redes -y obviamente mucho más entre internautas opositores- el discursete de Macri se hizo antológico. Nunca la pasamos tan bien como con los #Macritips, al menos desde los tiempos de los #Maschefacts. Para colmo vino inmediatamente -pelota recibida al borde del área- el tuit de Cristina: típico de machirulo. Que según dijo Luciano Gallup fue el tuit político más replicado en la historia política argenta. A todo esto, mientras Macri enseñaba como instalar lamparitas LED (faltó el chiste de cuántos gallegos se necesitan) olvidó aludir a otros pequeños problemas: los aumentos del gas, el agua, el bondi, el subte, el tren, los peajes, las naftas, el inmobiliario, el dólar, medicamentos y la inflación. Fue verdaderamente el discurso de un estadista.
Peronismo… ¿unido?
Imposible saber si, además del efecto de gaste social (que es temible en términos de pérdida de respeto y cansancio con una presidencia), la intervención de Macri ayudó a “unir” al peronismo en el Senado, por cuestiones de enfado. No vamos a hacer psicología a distancia acá porque son además demasiados pacientes. Pero vale repasar algunas reacciones inmediatas de peronistas no kirchneristas. Diego Bossio: “El único plan del Gobierno es la grieta, ignora las necesidades de los argentinos”. “La única idea ocurrente del gobierno fue cambiar lamparitas”, dijeron desde el Frente Renovador. Felipe Solá: “La locura es la desinformación de Mauricio Macri. El proyecto votado de tarifas justas es del Frente Renovador y del bloque Argentina Federal. Si venís mal, mejor alimentar la grieta”. Graciela Camaño: “Arrinconado, @mauriciomacri miente y para sostener la mentira busca a CFK. Se llama post verdad. Tratan de desviar el debate”.
Tu boleta es mi negocio
El periodista Alejandro Bercovich informó en BAE que dos empresas relacionadas con la familia Macri y la de Marcos Peña ganaron hace poco tiempo contratos con el gobierno porteño y con otros municipios para hacer aquello a lo que nos instó el ingeniero Lamparita: cambiar las luminarias públicas callejeras por LEDs (metieron de esas cosas en las viejas y hermosas farolas de la nueva Plaza de Mayo. Quedó horroroso). Las empresas mencionadas por el conductor del programa Brotes verdes son General Lighting Systems y Philco, cuya historia se remonta muy atrás en el tiempo a la familia Blanco Villegas. Es decir, a la familia de la mamuchi de Mauricio. Solo por instalar lamparitas en Vicente López, que gobierna Jorge Macri, Philco firmó un contrato por $149,5 millones de pesos. La otra empresa, General Lighting Systems, fue comprada en marzo pasado por Alejandro Jaime Braun Peña, primo segundo de Marquitos.
Lo habitual: de esto no se habla en los medios dominantes. Asunto que nos lleva a la clave corsaria de toda esta discusión sobre los tarifazos. Y es que parte de lo llamativo de toda esta discusión es que el proyecto consensuado por el mosaico –o Guernica- peronista y otros sectores es más bien tibio, según cómo y quién lo mire. El proyecto es sencillito: retrotraer los precios de las tarifas a noviembre del año pasado (ni siquiera a enero) y que los aumentos que vengan se relacionen con variables salariales.
El otro proyecto de Cristina Fernández era bastante más duro. Pero la senadora, entendemos que con acierto, prefirió robustecer y unir a la oposición (nada de “locuras”). Es evidente –hasta Graciela Caamaño lo planteó al menos en los medios- que se podría radicalizar la oposición a los tarifazos ya sea hablando de los negocios de Blanco Villegas Macri como de Peña Braun o de los costos de las empresas. O metiendo la palabra o el bisturí en las ganancias de esas empresas, metiéndose con ellas, acaso estatizándolas, acaso en gestión obrera-consumidores, como le gusta decir a la izquierda. O denunciando la falta de inversiones pese a los aumentos o la caída de producción de gas y petróleo.
El menú a elegir era amplio y el módico plato elegido habla de un estado de la política, de una foto, de relaciones de fuerzas, de los cuidados que tienen que tener las provincias y sus senadores para que el Ejecutivo no las chantajee. Las cosas van así de despacio. Pero mientras crece la protesta social (Marcha Federal incluida) y se despiertan algunos sindicalistas que venían portándose mejor que los Niños Cantores de Viena. En cuanto al peronismo, va explorando con dificultad (¿se agrandará Chacarita?) un modo de oposición posible, más firme, y una posible futura unidad. Macri cae más rápido que todo eso y más aún se degrada la situación económica, para espanto y angustia de vastas mayorías. No sabemos todavía cuál de estas noticias debe ser tomada como buena y cuál como mala. Tendemos a pensar lo de siempre: con alto costo de padecimiento social, al menos el escenario político es más promisorio. Se lo preguntaremos a Joaquín Morales Solá.