Hace rato que la oposición basa sus declaraciones sobre el supuesto de que todo lo que haga el gobierno está marcado por la mala intención. Un recurso, invertido pero paralelo, que suele ser usado por funcionarios del gobierno y periodistas que le son afines. Un estado de cosas que favorece a los cada vez más presentes e intensos representantes de la antipolítica.
Esto tuiteó el diputado Mario Negri después de la primera presentación de las farmacéuticas en el Congreso para hablar de las vacunas: “El representante de Pfizer dejó en claro que explicitaron los requerimientos de contratación y que el gobierno decidió no invitarlos a participar del proceso legislativo. Cuando se incorporó la palabra ‘negligencia’ se sabía que dejaban afuera a Pfizer”. Está claro que se trata de decir cualquier cosa con tal de atacar al gobierno. Lo que llama la atención es la idea de que se deba invitar a una empresa, en este caso a un laboratorio, a que participe de una discusión legislativa.
Se podrían decir muchas cosas de esta declaración del jefe de la bancada de Juntos por el Cambio. Desde el fácil y hoy poco productivo rótulo de cipayo hasta una confirmación del rol de representante del laboratorio que su partido se ha autoadjudicado. Pero, ¿al punto de sostener que se lo debe considerar un participante indispensable en la confección de una ley?
En la Argentina, al menos por ahora, el lobby no está legalizado como sí ocurre en los Estados Unidos. La RAE define lobby como “grupo de presión” y la costumbre entre los yanquis es que un lobista que tiene contactos con legisladores y gobernantes los use para tratar de obtener beneficios para las empresas que lo contrataron. En general, estas negociaciones suceden en privado, lo que hizo Negri es ponerlas a la vista de todos. Ese es un punto del asunto y confirma algo que ya venía siendo evidente pero nunca con tanta claridad.
Seguramente esta argumentación se repetirá hasta la náusea y servirá además para tapar el papelón de Patricia Bullrich al acusar de cohecho a Ginés González García. Todo se ha vuelto muy previsible. Lo interesante del asunto es tratar de indagar en el sistema de pensamiento que subyace a declaraciones y dichos del estilo de los de Negri.
Sobredosis de TV tiene una divertida sección a la que se tituló “Nado sincronizado”, en la que se recopilan las secuencias en que en distintas circunstancias diferentes personajes políticos y mediáticos dicen lo mismo. Se podría pensar que existe algo así como una usina de contenidos que distribuye su producto en zonas ya predeterminadas. Algo así como “esta semana hay que decir que no llegan las vacunas prometidas” o aconsejar el uso intensivo del mantra Pfizer.
No es improbable que las cosas sean así en un mundo en el que coinciden palabra por palabra y más de una vez los títulos de Clarín y La Nación. Pero también se puede leer en estas reiteraciones un sistema de pensamiento. Porque la tarea que se ha impuesto esta oposición (y aquí las fronteras entre espacios políticos y medios son bastante borrosas) no es encontrar los flancos débiles del gobierno sino atacarlo como un todo. Cada medida del Frente de Todos se toma como una nueva confirmación de una mala intención primigenia, como se ve en el tuit de Negri: “Cuando se incorporó la palabra ‘negligencia’ se sabía que dejaban afuera a Pfizer.”
La estrategia de totalizar tiene sus ventajas. Abre el juego, por un lado, a toda clase de hipótesis y, por el otro, permite reiterar una y otra vez los mismos argumentos con alguna vuelta de tuerca, algo que se comprueba en la multitud de “editoriales” que insisten en la dependencia de Alberto de Cristina, pero siempre con alguna vueltita de tuerca. Para decirlo de otro modo, es útil pensar así porque se otorga de entrada validez a cualquier cosa que se diga, como fue el caso de las acusaciones de Bullrich contra Ginés o los delirios de Carrió que en esa línea de ir y volver una y otra vez sobre las mismas cuestiones es la que muestra mayor creatividad. Sus delirios, supuestos o reales, son en realidad una exacerbación de esta línea de pensamiento.
Por otra parte, provee siempre algo para defender pues el gobierno “va por todo”. En la lista, la independencia del poder judicial, la propiedad privada, la democracia y la libertad. Hasta ahora, con toda su imprecisión, se trataba de valores. Incluso en el caso de Vicentin se lo presentaba como el punto de partida de una escalada contra el campo. Con lo de Pfizer el lobby se asume sin tapujos. Se ha cambiado el modelo de camiseta.
En la combinación de pintar al gobierno como un motor impulsado por la mala intención permanente y proponerse como defensores de una serie valores en peligro de extinción, se construye una máquina discursiva, que es la gran productora de los nados sincronizados.
Esta máquina es también un estilo de hacer política que muchas veces se adopta del otro lado de la grieta donde se insiste en lo malo que fue el macrismo para el país, algo que es indiscutible pero hace caer en maniqueísmos donde el lobby, esta vez a favor del gobierno, aparece como una alternativa a explorar. Y, por otra parte, elude la autocrítica. El gobierno nunca fue claro con el tema Pfizer, tal vez envuelto en esta dinámica, como si no se pudiera decir aquello que reveló el representante del laboratorio, que la ley argentina no les cerraba.
El problema con esta máquina es que abona el terreno de la antipolítica en el que juegan personajes cada vez más presentes en la escena pública como Milei, Viviana Canosa, Cachanovsky, El Dipy, Duhalde. Y la antipolítica no destruye la política, la fascistiza.