En el centenario de la Reforma Universitaria y en medio del desguace de las universidades públicas aparecen los antidemocráticos de siempre a decir lo suyo y a anunciar con palabras lo que esperan llevar a los hechos. Es el momento de abandonar el silencio y dejar en claro de qué lado estamos.
Las políticas de ajuste implementadas por el gobierno nacional pegaron de lleno en el sistema universitario y científico construido pacientemente durante décadas. No es el único ámbito donde el daño es visible, pero es doloroso que en el año del centenario de la Reforma Universitaria sean las universidades públicas uno de los escenarios más visibles del enorme retroceso al que se asoma la sociedad argentina.
Los círculos concéntricos de las decisiones tomadas en el centro político del país se expanden y carcomen las estructuras sociales, educativas, culturales, las redes productivas y civiles. Las medidas, las políticas, los discursos, impactan con diferente intensidad a medida que nos alejamos de Buenos Aires. Pero lo cierto es que muchas veces las noticias de sus efectos no llegan a nosotros.
El viernes 24 de agosto pasado, por puro azar, pues estaba trabajando con mis compañeras y compañeros de la sede Comodoro Rivadavia de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (UNPSJB), pude presenciar las grandes asambleas de ese día y ser testigo del acampe en apoyo a la lucha docente organizado por los estudiantes a partir del mandato de asamblea. El 30 de agosto, al igual que en el resto del país, docentes, no docentes y estudiantes marcharon desde la Ciudad Universitaria, en el Km. 4, hasta el centro de la ciudad, para confluir en la Plaza Kompuchewe, unos siete kilómetros en total.
Les tocó un día de mucho sol, a diferencia de la lluvia torrencial de Buenos Aires. El viento que nunca falta hizo que las banderas se parecieran a las que dibujan los chicos en sus cuadernos.
Todo, lejos de la capital, cuesta más y aparece, para bien y para mal, de forma más descarnada. Las luchas, las tensiones y los antagonismos subterráneos. La mentada grieta está tan presente en Comodoro como en la escena mediática y la arena porteñas, pero sin los mecanismos de defensa que la visibilidad nacional les otorga a los conflictos. Del mismo modo, meses antes, la prolongada huelga docente en la provincia de Chubut apenas había llamado la atención en los medios de alance nacional.
Este fin de semana aparecieron en las paredes de la UNPSJB pintadas intimidatorias. “Fuera zurdos de Argentina”. “Los carapintadas tenían razón”.” Patria o muerte “Fuera marxistas y putos”. Ofenden con su brutalidad e impunidad allí, en los muros de una institución pensada y sostenida para ampliar derechos, donde, por ejemplo, un Foro de Estudios de Historia Reciente piensa y problematiza a escala local el legado de la dictadura en nuestro país. Tan fácil de enunciar, tan difícil de actuar al hacer “zoom”. Comodoro, la ciudad castigada por las privatizaciones, arrasada por la inundación hace un año, el lugar de retorno para nuestros heridos de Malvinas, no se merece esa ofensa.
Pero hay un peligro mayor: las pintadas expresan formas de pensar autoritarias, fascistas y homofóbicas de actores que sienten que el contexto ha cambiado y tienen espacio para estigmatizar y amenazar. Son como los perros que los cazadores sueltan para que busquen a la presa. Ladran, y en algún momento van a morder. En nuestro país los calificativos que aparecen en los muros agredidos remiten a lo peor de nuestra historia: a la patota de la Triple A, a los golpes antidemocráticos de los 80. No son la amenaza de la distopía, sino el retorno de lo reprimido. Lo que enuncian evoca lo que aquí ya sucedió. Son amenazas eficaces porque las palabras, en algún momento, mataron. Muchas veces discutimos entre los cómodos bienpensantes si hay que responder a estas agresiones o no. A veces nos pasamos días para sacar un comunicado endogámico, y en ocasiones ni siquiera lo logramos.
No nos podemos dar esos lujos estos días. Estos hechos deben ser denunciados cada vez que aparezcan. Como escribió Sandro Portelli, el historiador italiano: “una tradición es un proceso en el que también la simple repetición significa una responsabilidad crucial, porque el sutil encaje de la memoria se lacera de modo irreparable cada vez que alguien calla. No es solamente en África donde, como decía Jomo Kenyatta, se quema una biblioteca cada vez que muere un viejo; también en Italia, cada vez que un antifascista calla, se quema un pedazo de libertad”. Se refería a las discusiones con los negacionistas. La frase tiene toda la vigencia para la actual Argentina, donde los chacales se sienten con espacio para aullar.
Yo me solidarizo con mis compañeras y compañeros de Comodoro, repudio el atentado a la Uni, y cuento aquí lo que allí sucedió, para que estemos atentos, para saber que no estamos solos.