La disputa salarial/financiera es importante pero no es la única batalla educativa cuando el gobierno avanza en reformas que profundizan la degradación de la educación y el deterioro del aprendizaje. (Foto de portada: Claudia Conteris).
[L}a marcha federal del miércoles 23 de mayo nos recuerda que cinco importantes provincias aún no cerraron sus paritarias: Buenos Aires, Ciudad de Buenos Aires, Neuquén, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Otras, lo hicieron apenas por tramos parciales (Chaco, por mencionar una) o por decreto, esto es, sin el aval de los sindicatos docentes (Mendoza, San Luis). La discusión por un techo más que insuficiente, fluctuante entre el 15% y el 19%, o la introducción por clausulas de presentismo (nacionalizando el mendocino “ítem aula”), capacitación o títulos no debe hacernos perder de vista dos elementos centrales. En primer lugar, el deterioro del salario docente lleva décadas gestándose y, por eso, no responde a las maldades del gobierno “neoliberal” de Macri, ni a los pedidos de ajuste del FMI tal como pareció expresarse en el acto del miércoles. Macri es tan responsable como Cristina ayer, Néstor, Menem antes pasando por De La Rúa, Alfonsín y el mismísimo Perón. En segundo lugar, es hora de dar un paso al frente. La disputa salarial/financiera es importante pero no es la única batalla educativa. Mientras el gobierno avanza en reformas que profundizan la degradación educativa nosotros dejamos esa contienda casi sin librar. Más vale repasemos ambos aspectos para proyectar una intervención superadora. Veamos.
La larga marcha del salario
Hoy una maestra de grado que recién se inicia en la docencia en la Ciudad de Buenos Aires cobra por una jornada simple, con aumentos a cuenta de la paritaria 2018, un salario de $15.355. En la provincia de Buenos Aires, la cifra es de $13.100 y recién con diez años de antigüedad su salario se ubicará $1.200 por encima del mínimo ‒ si bien se acumulan parciales por antigüedad todos los años. Según las cifras oficiales, la canasta familiar total, es decir, lo mínimo que una familia tipo necesita para vivir sin ser considerada pobre es de $18.258 para el INDEC. Obviamente, la cifra tiene muchos problemas cuando la miramos con detalle: valores irrisorios para alquiler y servicios (variables del “sinceramiento” del gobierno) y casi la eliminación completa del acceso a bienes culturales y de esparcimiento garantizando la cobertura de las necesidades mínimas biológicas. Siempre según datos oficiales, en la Ciudad de Buenos Aires, una familia tipo, propietaria de la vivienda necesita para vivir entre $18.597 a $23.473. Ese rango la ubica en la categoría de “no pobres vulnerables” eufemismo que marca la pauta de “vivir al límite”. Si tiene que alquilar, el mismo organismo señala que necesita, por lo menos, $27.500. Tal como vemos, un solo cargo no le permite a ningún docente ni siquiera ser “pobre” y con dos cargos está, poco más poco menos, orillando ese valor. Cada paritaria actualiza esa discusión y se debate en qué medida los docentes van a obtener un salario “digno”, que apenas cubra las necesidades familiares, si verán o no disminuido su poder de compra respecto de años anteriores. El 2018 no es la excepción. El macrismo señala que estamos frente a una discusión política en tanto lee, correctamente, la filiación política de los sindicalistas docentes alineados con el kirchnerismo/PJ. Sin embargo, no menos cierto es que, el salario docente en perspectiva histórica se ha derrumbado y ello explica, apenas una parte, de la crisis educativa.
Ascenso
En efecto, los salarios reales de los docentes, a comienzos de siglo XX, se ubicaban entre los 160 y 180 pesos de la época (lo que equivalen a alrededor de entre 21 y 22 mil pesos de 2017). En 1914, las directoras y maestras nacionales ganaban 270 y 200 pesos mensuales de ese entonces. Según el Censo de Población de ese año las maestras obtenían un sueldo un 163% más alto que el de los asalariados urbanos no calificados. En este sentido, se puede ubicar a los docentes como una de las profesiones u oficios mejores pagos.
En los primeros años de la década de 1930, nos adentramos al mejor momento del poder adquisitivo del salario docente. En 1933, variaba entre los 210 y 320 pesos, según la categoría en que se encontrara, equivalentes a unos 35 y 38 mil pesos de 2017. ¿Cuánto representa este poder de compra en relación con el consumo promedio de la población de la época? Para ese entonces, un matrimonio con tres hijos gastaba en promedio por mes unos 127,4 pesos moneda nacional, equivalentes a 18.500 pesos de 2017. Por lo tanto, un docente que recién se iniciaba en el oficio obtenía un salario en la década de 1930 equivalente a más de dos canastas de consumo familiar promedio. Cabe destacar que lo que hoy se discute en las paritarias docentes es elevar ese salario inicial al nivel de la canasta de pobreza que contempla una familia tipo de cuatro miembros, mientras que en 1933 el salario docente garantizaba el equivalente a más de dos canastas de consumo promedio para una familia integrada por cinco miembros. La caída actual es clara.
El lector podrá aducir que los componentes de la canasta actual incorporan más elementos que en aquella época. Sin embargo, esa afirmación es errónea ya que tanto el presupuesto familiar que en aquel entonces estipuló la Dirección de Estadística de la Nación, al igual que el INDEC en la actualidad, se basan en una encuesta de consumo de los hogares, de donde resulta un promedio representativo del consumo de la población. Es decir, las dos canastas se confeccionaron con criterios semejantes. Por ello, tanto antes como ahora, la canasta básica se compone de rubros que son elementales para poder subsistir como los alimentos, vestimenta, transporte y alquiler entre otros. Incluso, el consumo de la población debe ser puesto en contexto: en la década de 1930 no existían un conjunto de productos tecnológicos y de otro tipo que hoy sí están presentes pero que no son tenidos en cuenta a la hora de estimar la canasta de pobreza, como, por ejemplo, los celulares, las computadoras, el acceso a internet y otros tantos.
La tendencia ascendente del salario fue de la mano de la creciente demanda de docentes en contextos de expansión del sistema educativo. Entre 1914 y 1930, se logró escolarizar a la mayoría de la población en edad escolar. Sin dudas, el salario resultaba un elemento estímulo. Según los Censos Nacionales, hacia 1869 la tasa de analfabetismo del país era de 77,4; hacia 1895, 53,3; en 1914, 35,9 y en 1947, 13,9. En la década del 60 cerca del 94% de la población en edad escolar se incorporaba efectivamente a la escuela. Para 1950, los indicadores mostraban que el 85% de la población de más de diez años sabía leer y escribir. En el mismo año, el promedio de Latinoamérica se ubicaba en 58% y en Estados Unidos era de 96%. El sistema realizaba “selecciones internas” pero, a pesar de sus déficits, la escuela primaria brindaba una formación sólida. Tal era así que, inclusive, se evaluó la entrega de certificaciones parciales de estudio al llegar al cuarto grado
Y declive
Garantizada la primera tendencia expansiva, el salario comenzó a descender. A partir del año 1935, hasta por lo menos la década de 1950, el salario del docente sin antigüedad mermó su poder de compra. Contra lo que muchos creen, el peronismo profundizó la caída del salario docente. Primero, como Secretario de Trabajo y Previsión y luego como presidente, Perón regimentó a los docentes utilizando el salario como un elemento más de disciplinamiento. A partir de 1946, se producen aumentos periódicos en los salarios nominales docentes que no alcanzan a compensar el aumento del costo de vida, que hasta 1953 se incrementó en un 316%. En efecto, en 1945 y 1946, el poder de compra disminuyó un 16 y 13%, respectivamente; y en 1949 y 1950, mermó un 13 y un 20% en cada año. Por otra parte, mientras que desde 1934 hasta 1943 la disminución del salario real fue del 25%, entre 1944 y 1954 la capacidad de compra cayó un 47%. De este modo, y en materia salarial, Perón fue para los docentes lo que hoy pretenden ser Vidal, Macri y Bullrich.
Todo el período que le sigue a la segunda presidencia de Perón, hasta el año 1975, es de avances y retrocesos del salario del docente que recién se inicia. Por ejemplo, con la sanción del Estatuto del Docente, en 1958, el salario nominal para un cargo sin antigüedad crece casi un 100%. Se trata de un aumento del poder de compra del 50% respecto del año anterior. Sin embargo, también se trata de momentos donde el aumento del costo de vida estaba a la orden del día. Un año después de lo que se había logrado en 1958, la inflación del orden del 113% limitó nuevamente el poder adquisitivo docente.
Entre 1975 y 2003 los salarios sufrieron una caída que encontró su piso histórico en los años 1989 y 1991. Con la asunción del kirchnerismo al Gobierno nacional, el salario docente comenzó una lenta recuperación. Sin embargo, este aumento no fue muy sustantivo en términos históricos. En efecto, bajo el mandato de Néstor, el salario inicial del docente superó el promedio de los críticos años 90, pero no logró revertir el poder adquisitivo que rigió durante los primeros años de la década del 80. Tan leve fue la recomposición salarial, que incluso se halló por debajo de los años 1976 y 1977, en un momento en que la caída del sueldo como consecuencia del Rodrigazo y la dictadura militar había sido del 47%. Por su parte, Cristina finalizó su gobierno con un salario docente al nivel de la década de 1980 y Macri continuó con esa tendencia. El panorama empeora si consideramos un dato clave de la rama: estamos frente a una abrumadora mayoría de docentes sostén de hogar. El 67% del personal docente son el principal sostén del hogar y, por ende, en ellas recae la reproducción de la unidad familiar. Se trata de un elemento clave para entender por qué se rechazan los adicionales por presentismo, donde el sostenimiento y cuidado de la familia se solapan y superponen dentro de una rama centralmente femenina.
En síntesis, en la comparación histórica del salario del docente sin antigüedad se observa, por un lado, que hoy un maestro percibe la mitad o un tercio, según el caso, de lo que obtenía en las primeras décadas del siglo pasado. Por otro lado, que hoy en día, para dos tercios de los docentes, ese ingreso que calificamos como escaso es el principal sostén del hogar. Acceder a la canasta familiar -como piden Baradel y Alesso y acuerda la izquierda- implica pelear por un salario que nos ubica al borde de la pobreza, garantizando apenas un consumo de pobres y para pobres. No estamos ante un problema “nuevo”: la degradación salarial tiene décadas gestándose. Comprender esto resulta clave. Los que gestionaron la miseria ayer, difícilmente hoy sean la solución. Ya ni hablemos de pensar los bienes que componen la “canasta docente”. El docente consume además una “canasta especial” de bienes culturales, todo lo incluido en el gasto de sumas para materiales para trabajar en clase (o preparar las clases, o capacitarnos) que el gobierno debería pagar: libros, fotocopias para alumnos; a menudo tizas, borradores, productos de limpieza para el aula, témperas, cartulinas, fibrones, cursos de capacitación, internet, gastos para salidas didácticas y una larga lista. Ni hablemos del tiempo dedicado a la corrección y planificación, todas tareas necesarias para el trabajo frente a clase, no remuneradas.
Degradados
El salario docente es uno de los puntos más visibles de la crisis educativa. Podríamos mencionar otros que muestran el mismo deterioro. Estamos frente a un hecho doloroso que solo el gobierno parece nombrar: un tercio de los alumnos no comprenden lo que leen. Sobre la base de ese diagnóstico diseña reformas para poner en pie la “escuela del futuro”, modelo que hay que decirlo emerge de las entrañas de la LEN y no es más que la absoluta fragmentación educativa que también se cuece por décadas. El deterioro de la calidad educativa tampoco es un hecho nuevo. Un informe de la UNESCO de 2001 destacaba que, si se comparaban dos cohortes educativas, una de inicios de los sesenta (1961-62) y otra de mediados de los noventa (1996-97) los indicadores retrocedían. Distintas reformas educativas vinieron a encubrir ese problema de rendimiento: promoción automática o acompañada, programas compensatorios, terminalidad educativa y formas de escuela “exprés” (como impulsó el Fines 2). No es más que el reconocimiento de que enormes fracciones de la clase obrera no necesitan educación alguna porque son consideradas “sobrantes” para el capital (desempleados, changarines) y las transformaciones tecnológicas tornaron obsoleta a una clase obrera educada. Esa realidad es la que impone salarios miserables para docentes, escuelas derruidas y la degradación del sistema educativo reforma tras reforma. Este último punto no es más que la conversión de nuestra labor docente en una tarea degradante porque su contenido mismo se ha degradado. La batalla docente no puede obviar este punto. La lucha salarial no puede ser escindida de la lucha cultural por una escuela científica y laica escindida de las necesidades que le marca el capital y la conducen a la degradación. Cuando ambos caminos se unan empezaremos a andar una solución real.