La acusación al ayudante de cátedra de Alberto Fernández por supuesto tráfico de influencias no hace sino anticipar el clima mediático en el que van a transcurrir los cuatro años del Frente de Todos en el poder. Tal vez haya que resignarse a eso y dar la pelea en otros espacios.

El artículo de Hugo Alconada Mon que generó el enojo de Alberto Fernández es una buena demostración de la disputa por el ejercicio de la justicia que se viene dando hace mucho tiempo entre el periodismo y las instituciones jurídicas.
Ambos trabajan de forma distinta. Sus regímenes de pruebas no son precisamente idénticos. Mientras que en la Justicia la instancia probatoria es compleja, lenta y requiere de una larga secuencia de instancias, en el periodismo las pruebas presentadas quedan validadas de manera instantánea por una serie de procedimientos. Y uno de los preferidos es la asociación casi automática de personas con hechos. Algo así como que cualquier cosa que se sospeche es dada por cierta. Lo que cuenta Mon ni siquiera es delictivo. Rois, el sospechoso, es ayudante en la cátedra de Alberto Fernández y actúa como abogado defensor de una empresa llamada Crediba, a la que se involucra en el caso Vialidad y a la que se asocia a Lázaro Báez.

El artículo comienza de la siguiente manera: “Cuando todo parecía encaminarse hacia los procesamientos de los involucrados en el entramado de facturas truchas y presunto lavado de activos que desde Bahía Blanca benefició a Lázaro Báez por cientos de millones de pesos, la pesquisa que lleva ya cinco años afrontará un nuevo y prolongado retraso, tras la irrupción en el expediente de un abogado: el ayudante de cátedra del presidente electo, Alberto Fernández.” (Las negritas son de La Nación).

Veamos el sistema asociativo: Crediba –Rois da Báez-Fernández lo que, traducido a un buen castellano, significa que el presidente electo usará de su poder para interferir en la Justicia y garantizar la impunidad. La hipótesis favorita de los editorialistas del diario en el que trabaja Alconada Mon. Para decirlo de otro modo, y esto amenaza con ser un diálogo de sordos, Alberto les habla con el Derecho y ellos le responden con la denuncia. Como a Fernández no se lo ha acusado (al menos por ahora) de ningún ilícito, naufraga entre la complicidad y la obsecuencia con Cristina. Tal vez sea hora de que en el Frente de Todos se asuma que se están hablando en idiomas diferentes, que no hay punto de encuentro y no gastarse en peleas inútiles que restan más de lo que suman.

De todos modos, hay que entender la calentura de AF. Desde las PASO viene recibiendo críticas, pese a que todavía no ha comenzado a gobernar. Un clima adverso –que se contradice abiertamente con las prácticas habituales en vísperas de la asunción de un nuevo gobierno- que no solo no está dispuesto a otorgarle ni siquiera un día de gracia sino que anuncia que se haga lo que se haga desde el Frente de Todos, las críticas y denuncias van a arreciar.

Lo que cabe es preguntarse cuál es el objetivo último de esta política de denuncia permanente. Probablemente haya una voluntad de esmerilar el poder de Alberto hasta hacerlo caer, pero, ¿para poner a quién en su lugar? ¿A un Macri desgastado por la derrota electoral y el fracaso económico? No suena viable.

Podría pensarse y seguramente hay algo de verdad en esto, que la llamada grieta (agregaría: determinadas inflexiones del odio) han sido el gran negocio de estos últimos años de la vida mediática. Y que abandonar eso implica el riesgo de quedarse con menos lectores o perder espectadores. Esos mismos que les piden sangre permanente y para quienes cualquier ecuanimidad (aun fingida) es vivida como una claudicación. Los foros de los lectores, los llamados a los programas radiales son formas de alimentarse de un lado y del otro del mostrador. Como un préstamo mutuo de odio. Al fin y al cabo, los estilos de Fernández Díaz y de los Wiñaski y los Leuco no se diferencian mucho de lo que dicen los no profesionales cuando comentan sus dichos.

Tal vez no haya que preocuparse tanto por los medios como lo hacen los dos integrantes de la fórmula presidencial. Va a ser la misma melodía que se viene emitiendo desde hace años y que, por algún extraño mecanismo, no cansa a quienes la bailan. Pero hay que tener en cuenta que los medios, más allá de sus propias dinámicas, suelen estar al servicio de poderes más concretos, menos superestructurales como pueden serlo las empresas periodísticas, por un lado, y la Justicia por el otro. Los dueños de la tierra, de la energía, del dinero ajeno. Sería más provechoso poner allí la mirada porque esos sectores, aunque usen a los medios como arietes, tienen sus propios recursos de presión. Remember los cortes de luz, la 125, o la lucha por derogar la legislación laboral.

 

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