Después de gases y bravatas, se consiguió el papelito para llevar al FMI, una batalla que el gobierno presentó como terminal. Ajuste o la muerte. Un desafío para la oposición política, que se ve obligada a replantearse su relación con la sociedad y plantear los modos para que este no sea el fin de la historia.
Violencia afuera del Congreso: la escena esperada y preparada, al punto de que en las cercanías había bolsas con escombros. Clarín va y titula que el dólar sube como consecuencia de los incidentes. Hay alrededor de 30 detenidos, entre ellos varios militantes de La Garganta Poderosa, organización a la que hace rato que Patricia Bullrich tiene en la mira. Policías que se llevan gente que circula bastante alejada del Congreso. Represión, pero también escenografía de represión. Una comedia negra que hasta recibe un increíble “están reprimiendo a la policía que defiende a una institución de la República”. Sí, es cierto, lo dijo Eduardo Feinmann en su programa.
Adentro, Nicolás Massot desafía a pelear a Leopoldo Moreau –que casi lo dobla en edad- porque según el diputado de Cambiemos ha puesto en cuestión el honor de su familia. Vale recordar que el tío del diputado oficialista es Vicente Massot, propietario del diario bahiense La Nueva Provincia, que además de llenar su periódico de avisos fúnebres cuando la muerte de Emilio Massera, debió irse del gobierno de Menem por justificar la tortura y sigue siendo un activo defensor de la represión durante la dictadura.
Pero, para su sobrino, decir eso es ir contra el honor de su pariente tan dilecto cuyas ideas se ha ocupado de propalar en su momento.
Lo cierto es que cada uno ejerce la violencia dentro de su ámbito de incumbencia, gases lacrimógenos y palazos en un sitio, bravatas en el otro. Es imposible dejar de vincular esos episodios con lo que estaba debatiéndose en el recinto: le ley de Presupuesto. Un ítem que no suele generar demasiados conflictos entre otras cosas porque quienes lo proponen y quienes lo deben sancionar saben que en la realidad sucederán cosas muy distintas de las refrendadas en el papel. O sea, se firma el presupuesto y después el gobierno hace lo que quiere y puede con eso que alguna vez llevó al congreso. En resumen, una formalidad.
Algo que se acentúa en esta oportunidad donde resulta obvio que un dólar a 40 pesos y una inflación del 24% para el 2019 son números que no tienen el menor asidero. Pero lo que suele ser un simulacro en este caso se carga de tensión. No es que no haya habido negociaciones, una leve mejora en los fondos para cultura y tecnología, algún dinero que acompañe el traspaso de los subsidios, algunas mínimas mejoras en el tema impositivo para las cooperativas y no mucho más.
Se podría decir que no hay demasiados casos en que se genere una manifestación popular en contra de algo tan técnico como lo es un presupuesto. Tampoco es habitual tanta presión de los medios para que se lo apruebe: Adrián Ventura por TN diciendo que no hay otra que votarlo porque es lo que se puede hacer en estas condiciones, argumento que repetirán a lo largo de la sesión unos cuantos diputados oficialistas. El gobierno habla poco, deja que se vaya instalando la idea de que es inevitable. En definitiva, el aspecto más saliente del proyecto es el ajuste, lo que no admite alternativas. El “estamos en el camino correcto”. El tema es que es condición sine qua non (o al menos eso se dice, podríamos dudar) de la concreción del acuerdo con el Fondo. El presupuesto es la promesa de que el país va a ahorrar lo que haga falta para que no falte el caviar en la mesa de los acreedores.
Es muy probable que haya una exigencia del FMI, quien estaría diciendo que el presupuesto es la manera de rubricar el compromiso de ajuste y pagos. Pero seguramente a las tropas conducidas por Lagarde no se le escapa que estando Macri de por medio, algo o todo puede fallar. Seguramente el dinero va de la mano de las mistificaciones. El amor del FMI (no es casual la metáfora del enamoramiento) es la garantía de que todo va a salir bien. Se nos pide que nos ajustemos por amor, y si no es por amor será por la fuerza, que para eso está Bullrich y sus fuerzas de combate. Ajustar es la tarea.
Hay una parte de la oposición que acepta el argumento de Adrián Ventura, es esto o el abismo, el fin de los días de la patria. Como gran parte del peronismo federal para quien la gobernabilidad es un tango que se baila de a dos.
Por otro lado, el presupuesto ha servido de aliciente, excusa o motivo para una ruptura en el sector que lidera Massa, con la formalización del frente que lidera Felipe Solá. Además, ha acentuado la combatividad de diputados que habían elegido la tibieza o el silencio. Como el caso de Victoria Donda, quien se apareció con un troquelado tamaño natural de la figura de Lagarde luciendo la banda presidencial argentina.
Es decir, que el futuro concreto o probable que augura el presupuesto no solo ha dividido aguas, sino que ha obligado a muchos –oficialistas y opositores- a plantarse de otra manera y a encarar el tema como si se tratara de un antes y un después, de una batalla que amenaza con ser terminal. Eso puede que tenga que ver con la violencia. Para el gobierno, no hay Argentina posible sin este presupuesto, para la oposición los que ven amenazados su posibilidad de existencia son los argentinos.
La cuestión obliga a replanteos muy importantes entre quienes no están dispuestos a rubricar el presupuesto, pues los enfrenta a la realidad de su situación política actual y a las consecuencias de casi tres años de inacción.
Pasaron cosas,claro que sí. Por un lado, la instalación de los mercados como instancia de decisión última de toda política y los que le otorgan razón de ser. Ya no se trata de entelequias como la mano invisible o el equilibrio o desequilibrio entre la oferta y la demanda. Quienes pregonan tales verdades se quedaron en el 45 del liberalismo. Hoy sigue lo de la base monetaria (algo debía quedar de los viejos principios) y novedades casi en desuso como lo del “efecto derrame” derrapan cada vez más. Hay que escuchar a los mercados, o la nueva fórmula de Macri: hay pagar la energía por lo que vale, o nadie debe cobrar más de lo que vale su trabajo. Sin que nunca se explique qué teoría del valor anda dando vueltas detrás de estos asertos presidenciales quien adjudica la tarea de fijarlo a algo que está más allá del alcance de los mortales. Aunque en realidad sea la concreción de la utopía del mundo CEO: quienes fijan el precio de las mercancías o del trabajo son los dueños. Y a callar, porque no hay nada que oponer.
Cristina en algún momento, cuando decía que su gobierno solo detentaba un pequeño porcentaje del poder, puso el problema sobre la mesa. Pero poco avanzó en su resolución. Al punto que, al mes de asumir, Cambiemos ya había dado marcha atrás con varias de las conquistas del kirchnerismo, empezando con la Ley de Medios, el cepo cambiario y, más adelante, el plan Educar o las facilidades para acceder a una jubilación. Esa velocidad del macrismo, deliberada o no, terminó por funcionar como una estrategia para desarmar a la oposición que fue pasando de los escaños y las sedes de los partidos a la calle. La única oposición real a la que se viene enfrentando Cambiemos desde el comienzo proviene de sindicatos y de organizaciones sociales que, por su propia naturaleza, no están en condiciones de articular esa protesta en una propuesta de gobierno. La velocidad queda explicitada por el gobierno con el slogan de revertir la decadencia en que vive la Argentina desde hace 70 años. Las tormentas, oleadas, pequeñas crisis y otros inconvenientes no son sino resultado de aquello que Carrió alguna vez describió con la metáfora obstétrica de “dolores de parto”. Y cuando antes nazca el pibe, mejor para todos.
Esa fue una pata del asunto. La otra es una imprevisión del sector naturalmente opositor a Cambiemos que esconde una concepción del poder que sigue atada a una representación superestructural y en términos casi exclusivamente institucionales: El presidente es el que manda, el congreso el que legisla, la tropa propia la que defiende la gestión de gobierno en la calle. Los opositores están embarcados en una “batalla cultural” que a la larga van a terminar perdiendo. Los poderes reales –los mercados, los medios, una parte de la justicia- van a comer el polvo de la derrota a fuerza de argumentos en su contra. Ese fue 6-7-8 como emblema y es lo que siguen practicando Vítor Hugo y Sylvestre para poner solo las dos caras más visibles del periodismo político por televisión.
Tal vez sea esta la oportunidad, aun perdida la batalla del presupuesto, de articular un esbozo de proyecto entre oposiciones sociales y oposiciones políticas. En ese sentido, con todos los reparos que merece la coherencia del personaje, hay algo de auspicioso en que Moyano comparta mesa con Cristina. Tal vez sea el momento en que los partidos de la oposición empiecen a tener en claro lo que Cambiemos sabe desde siempre. Que representan a sectores sociales y que las cosas de verdad se juegan en la calle y no en los estudios de C5N y TN. Allí donde a veces vuelan las piedras, se aspiran gases lacrimógenos, donde no hay guita para el bondi.