Mientras el presidente quiere su reelección debe resguardarse del fuego amigo y se dilata la elección de su compañero de fórmula. Esa dificultad es un síntoma de un neoliberalismo que se ha quedado sin promesas y que tiene cada vez más dificultades para hacer política y para encontrar un discurso que interpele a la sociedad más allá de la repetición de consignas.

Faltan apenas 20 días para la inscripción de las fórmulas para las PASO y el oficialismo sigue sin definir la suya. Es más, Macri, que parecía hasta hace un par de meses un inobjetable, hoy está cruzado por el fuego amigo, al mismo tiempo que el radicalismo pretende volver a un lugar de poder en el que nunca estuvo. Y Carrió no habla del tema, seguramente a la espera de una definición que le permita patalear a gusto.

Todo pareciera indicar que el nombre del vice será un anuncio sobre el filo del plazo y que se lo hará como si se quisiera dar un golpe de efecto cuando todo indicaría que se trata de ver hasta último momento cómo se desata el nudo que sujeta las ambiciones oficiales. Básicamente, más allá de los nombres, las opciones son dos (un peronista en la fórmula suena irreal), o alguien proveniente del radicalismo (se habla de Sanz, de Cornejo y hasta de Lousteau) o una candidata de pura cepa PRO (las opciones que se barajan son Carolina Stanley y Patricia Bullrich, aunque La Nación –sorprendentemente- no descarta a Gabriela Michetti). Pero da la sensación que tampoco importa demasiado en el sector oficial, más ocupado en desentrañar y desarmar el fuego amigo. A las presiones del Círculo Rojo con su plan V, se ha sumado el llamado de Durán Barba a que Macri revea su decisión de presentarse a una reelección si las encuestas le siguen dando mal. La sensación es que ya resulta un poco tarde para desandar el camino y que un cambio de cabeza de fórmula es admitir que se ha fracasado rotundamente.

La cuestión es que Cambiemos está en un impasse del que no sabe cómo salir. A la hora de preguntarse por los motivos, no alcanza con aludir a los efectos del anuncio sorpresivo de la fórmula de los Fernández. Seguramente en la mente de algunos asesores está la preocupación por sobrepasar o al menos empardar el impacto del anuncio de Cristina. Pero la cosa no va por ahí. Viene de antes y habla de los rumbos de una coalición que impulsa un proyecto neoliberal y que cuenta entre sus filas con un partido que ha hecho de la anomia y la vacilación su marca de estilo. En parte, la falta de proyecto de poder del radicalismo durante la mayor parte del gobierno de Cambiemos, su renuncia a involucrarse en las decisiones, a incorporar figuras propias en puestos relevantes, terminó por herir seriamente a la coalición gobernante. Lo que pareció renuncia se convirtió en agresión pasiva. Sobre todo porque, así como están las cosas en la economía, no hay manera de hacer campaña y los cargos que detenta el partido en gobernaciones e intendencias corren riesgos. ¿Porque prometer qué? ¿Más tarifazos, más caída del salario real, persistencia de la recesión, suba de los porcentajes de desocupación y de pobreza? Y si no, ¿qué otra cosa? Entonces, para el radicalismo seguir perteneciendo a Cambiemos implica pagar costos que se cotizan en términos de votos y posicionamientos. De allí que hayan jugado a la ruptura hasta que se celebró la Convención en Gualeguaychú. Y luego al hostigamiento más o menos solapado a las decisiones electorales del PRO. Pensado desde los intereses de la coalición no deja de ser grave que el jefe de uno de los dos principales partidos que la integran pida la cabeza del presidente. Si el radicalismo tuviera algún rumbo, la ruptura sería Inevitable. Les pasa como a esos matrimonios que siempre amenazan con el divorcio pero encuentran en la convivencia una manera mejor de maltrato.

Foto: Emmanuel Fernández

Ante esta situación, La Nación del domingo postula dos caminos posibles. Por un lado, Joaquín Morales Solá sigue batiendo el parche de los juicios a Cristina (o sea sobredosis de grieta) y Fernández Díaz le pega al fuego amigo llamando a dejarse de joder (se ensaña con Durán Barba) y alinearse sin chistar detrás de Macri, sobre todo porque no hay otra. Es Macri o Macri. Clarín sigue extendiendo la saga Lázaro Báez en su continua provisión de contenidos a la grieta pero se mantiene al margen de lo que suceda dentro de Cambiemos. Lo cierto es que hoy parecen los únicos caminos posibles, acentuar la artillería contra Cristina, seguir mentando la pesada herencia o si no apostar a un discurso que permanece ajeno a las necesidades primordiales de la gente (las cloacas y el asfalto como compensación del hambre, la represión para tapar la ausencia de proyectos a favor de la inclusión) o a logros abstractos y un tanto dudosos como la transparencia, los juramentos de verdad, la inserción en el mundo que, por otra parte, tienen la desventaja de no ofrecer beneficios palpables para la población. Algo así como que vivimos mejor en un país en el que estamos peor.

En este punto es cuando el neoliberalismo no logra traducirse en palabras, en comunicación (siempre parece que Macri y su gente hablan frente al espejo) y hace entrar en crisis a las fuerzas políticas que lo llevan adelante. Está sucediendo en Brasil donde parte de la bancada oficialista rechaza algunos de los proyectos de Bolsonaro. Y aquí se presenta como esta indecisión en torno de la fórmula. Porque a la hora de elegir un nombre éste debe tener un sentido. Un radical como vice no solo fortalecería la coalición sino que marcaría rumbos y propuestas de negociación para un gobierno que en estos cuatro años no supo establecer vínculos con otras fuerzas políticas y sociales. Un vice del PRO iría en un punto más en consonancia con el latiguillo de Macri de que “estamos en el camino correcto”. Y abrir el juego entra en una colisión insalvable con el plan económico. Los diez puntos de la fallida convocatoria oficial eran el intento de someter a la política a los dictados de la economía en su versión Lagarde.

Desde el Pro no aparece otra salida que seguir como sea en el rumbo elegido. Y para eso el radicalismo es a la vez una molestia y una necesidad. En este punto es que el nombre de la persona que acompañe a Macri va, en cierto punto, más allá de lo puramente electoral. Y es una decisión hacia adentro que, sea cual sea esa decisión, pone en problemas la continuidad de Cambiemos. El riesgo es que este proceso de implosión, lento y con marchas y contramarchas, se exporte y haga explotar la economía. Mientras tanto, el álbum sigue sin completar.

 

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