Todo o nada, o lo que parece. Una conversación con Argañaraz que ni siquiera se acerca a la discusión sobre los discursos que se hacen carne o que se hacen decir. O, de otra manera: ¿uno habla, es hablado o se hace hablar?

La posverdad, Cecchini, me dice así, de una, Argañaraz, que para eso está hecho.

¿Lo qué?, le contesto, que si conocen mi relación con el tipo sabrán por qué le contesto así.

La escena es la siguiente: acabo de poner en la tele – Netflix mediante, que podés ver casi todo,  lo que querés, cuando querés – el último capítulo de Wallander (la versión de la BBC, con Kenneth Branagh, no la sueca) para ver como el Alzheimer se lo come finalmente al inspector, repitiendo la tragedia del padre, que al final es lo que todos repetimos a pesar de los intentos de zafar. Entonces: Branagh está con esa mirada casi perdida cuando suena un timbre que no es el de su teléfono celular sino el de mi departamento boquense y yo, en lugar de ignorarlo (Wallander nunca lo haría, ni con Alzheimer ni en pedo), atiendo. Y ahí está Argañaraz inquiriendo sobre la posverdad.

La posverdad es la profecía de la muerte de Wallander, le contesto después de mi propio lo qué y creo que casi lo desconcierto.

Pero no, que ni se incomoda y me muestra el blue label que porta como si fuera una .45, porque me apunta con el pico de la botella.

Se ha degradado, le digo apenas veo lo que trae (quizás no sea vano insistir aquí que a Argañaraz lo trato de usted para guardar distancia, para no confundirme con lo peor de él). Se fue al carajo, Argañaraz, insisto, no me venga con etiquetas de colores cuando antes me apretaba con un single malt.

Una malta, me dice, no me hable en inglés, que los dos lo aprendimos en el Colegio y en the institute donde nos mandaron y acá es al pedo, o ahora va a desenfundar el first certificate. Traigo lo que traigo, sigue diciendo(me), que la azul es mejor que la negra y que la roja y que Juanito, al final, siempre camina porque es un buen caminador sin importar el color de la casaca.

Esto ocurre en la puerta de un departamento del tercer piso en el barrio de La Boca, donde Argañaraz siempre me encuentra, aunque yo no esté, y donde puede preguntarme, una vez más, sobre la posverdad.

La posverdad, si quiere saberlo, le digo sin poder sacar los ojos de la botella de blue label, la posverdad es lo que te hacen querer creer.

May be, me dice, ahora jodiéndome y adentro del departamento donde ya abrió la heladera para buscar agua fría para ponerle al whisky. May be, Cecchini, may be, me dice.

No le contesto y el tipo sirve sin reparar en medidas en los dos vasos que sacó de donde sabe que siempre están. Argañaraz tampoco habla mientras agrega agua fría sobre el pis de Juanito.

May be, vuelve a decirme ahora mirándome a los ojos, y después de un sorbo (que juega como pausa) me dice:

Usted, como siempre, habla de pelotudos, ¿no?

Lo despectivo corre por su cuenta, le contesto, yo hablo de discursos nomás.

No me joda, Cecchini, si acabo de leer lo que acaba de meter en el feisbuc, me dice.

Sí, claro, le digo, si ya se lo dije: la posverdad es lo que te hacen querer creer.

No, me dice, no se me haga el esquivo que tenemos más de media botella por delante, eso que puso ahí es de manual; le hablo de lo que puso después, eso freudiano con rosca lacaniana. Esas cosas que a usted  siempre le gusta poner, me insiste. Eso que robó de Cascan a un pibe.

El artículo es Pegan a un niño, Argañaraz, le digo.

Eso será en la traducción española, me dice. Acá hablamos en argentino, y en mi barrio ni le cuento.

No le contesto y para no contestarle le bajo el vaso con el pis de Juanito rebajado con agua fría.

Argañaraz tampoco habla. Simplemente agarra la botella y vuelve a servir en los dos vasos de una botella de etiqueta azul que se va vaciando.

Sigo sin hablar y pienso que le gano el duelo con el silencio, pero como siempre Argañaraz me caga.

Si usted no se acuerda yo se lo leo, me dice, y después de jugar con los dedos sobre la pantalla del teléfono recita:

“Pensar, pensarse, ser pensado (hacerse pensar).

Hablar, hablarse, ser hablado (hacerse hablar).

Actuar, actuarse, ser actuado (hacerse actuar).

No está mal volver a trabajar(se) el circuito pulsional en términos políticos.

La clave está entre paréntesis, ahí donde lo activo del sujeto se auto ejecuta pasivo”.

Eso puso usted, Cecchini, me dice.

Ajá, le digo por decir porque no sé hacia dónde quiere ir el tipo, pero sé que hacia donde él quiere ir yo de ninguna manera.

Ajá, me dice y vuelve a servir los vasos. Esto es lo que usted escribió, Cecchini, lapida.

Y qué, le digo, que no es como pregunta.

Nada, me dice, nada. O que debería hacerse cargo de lo que dice.

Ajá, le digo para no seguirla.

Ajá, me dice al mismo tiempo que sirve lo último de la botella.

Ajá, le digo, porque es fácil.

Ajá, me dice Argañaraz, brindemos por el sentido común: ése que siempre nos deja sin palabras propias para ser sujetos del discurso del Otro.

Váyase a la mierda, Argañaraz, le digo.

Igualmente, Cecchini, me dice. Felicidades en la era de la posverdad.