Gente a la que se amenazaba cuando ya estaba tirada en el piso, agentes que circulaban sin identificación, escombros a disposición de cualquiera, detenidos a mucha distancia de los hechos. Toda una escenografía armada para justificar la represión a la protesta social.
Cerrá la boca, viejo de mierda”. Habían pasado tres horas desde que los que no están libres de pecado tiraron la primera piedra. Tres horas y unas quince cuadras lejos del Congreso, en el playón de una estación de servicio. Allí un policía metropolitano tumbó al piso a Gustavo Muñoz, otro hundió su rodilla en el cuello del detenido y un tercero, de tanto gritarles a sus colegas “¡traigan los ganchos!” no escuchó (o no quiso escuchar) al hombre, de unos 60 años, que pedía piedad: “tengo problemas de corazón, me van a matar”. Gustavo Muñoz es secretario general adjunto de la CTA Merlo Moreno y uno de los participantes del “Acampe por la Educación Pública” que nació tras el estallido de la escuela 49 del oeste bonaerense, donde perdieron la vida la maestra Sandra Calamano y el auxiliar docente Rubén Rodríguez.
Nacho Levy, referente de la Garganta Poderosa, la organización social de las villas y barrios humildes del país, había llegado a la manifestación con una medalla que la hegemonía mediática y los periodistas voceros del Gobierno omitieron. El lunes 22, la Justicia condenó a prisión perpetua a Adrián Gustavo Otero, el primer policía de la Ciudad que llega al banquillo de los acusados por gatillo fácil. La Garganta Poderosa (junto a CORREPI y otras organizaciones sociales) fueron los que llevaron adelante el proceso. Levy también fue esposado y tirado al suelo, en la esquina de Carlos Calvo y Lima. A su lado cayó Francisco “el Rifle” Pandolfi, responsable de prensa de la Poderosa. Un policía no recurrió a metáforas para amenazarlo: “quédate quieto porque si no no la contás”. En el traslado de los detenidos, un motociclista de la Metropolitana dejó caer su vehículo para que la turba de azul interpretara eso como pretexto para una nueva cacería. Y así fue: un policía de civil, sin identificación alguna, atrapó a un chico de unos 20 años que juraba estar estado solo pasando por ahí.
Gustavo, Nacho, el Rifle y el anónimo fueron imputados de resistencia a la autoridad. Es la nueva carta blanca que el poder concede a las fuerzas de seguridad para llenar las cárceles. Un informe del Ministerio Público de Defensa de la Ciudad había calificado ese abuso legal como “un semáforo verde para el proceder policial sobre los sectores populares, sobre la protesta social y el uso del espacio público en general”.
Hay una foto que la Defensoría del Pueblo de la Ciudad tomó a las nueve de la mañana en la esquina del Teatro Liceo, Rivadavia y Paraná. Se observa allí a dos encapuchados cargando piedras. Hubo registros que mostraron como aparecieron de la nada bolsones de escombros en la zona de Congreso horas antes que se iniciara el debate. Un video muestra a un policía acomodando una barra de hierro al lado de un detenido, como si le plantaran un arma.
Se nota mucho. Yo lo noté.
Porque estaba parado a las 14.15 frente a las vallas. Porque escuché un silencio improbable. Y advertí cómo sobre Rivadavia, en diagonal a la Confitería el Molino, se abría un espacio delante de la Infantería. En minutos se formó una zona liberada, de unos 30 metros, entre el cordón policial y diez (sí, 10) personas empezaron a tirar piedras, derribaron unas pocas vallas y arrojaron cuatro bombas molotov. Se acercaron otras cuarenta personas más, que tiraron pirotecnia al paso del camión hidrante e incendiaron dos contenedores de basura y un colchón que le quitaron a un grupo de indigentes que suele pasar la noche en la puerta del cine Gaumont. Entre los uniformados, camarógrafos de la fuerza filmaron y emitieron en vivo planos detalle de cada uno de los responsables de la ofensiva.
El show policial duró unas dos horas. Pero la plaza se liberó rápidamente. Bastó un puñado de granadas de un gas cada vez más efectivo. Vi como los “revoltosos” se llevaban chorizos fríos de un puesto ambulante. Vi como los jefes del operativo jugaban al TEG sobre calles ya vacías. Vi a un hombre de unos 40 años, de jean y chomba blanca, que le decía al chofer del hidrante que “no queda nadie, pero tenemos que seguir”. Y siguieron. Y le dieron a la claque de micrófono y pluma el cierre que necesitaban. Todos contra la pared.
La puesta en escena de una Argentina violenta ya había tenido respuesta judicial.
Sobre lo ocurrido en diciembre cuando el Congreso trató la reforma provisional, el magistrado Sergio Torres dictaminó entonces que la mayoría de las actas policiales que argumentaron las detenciones fueron redactadas con descripciones genéricas, sin la menor referencia a un hecho, lugar y momento concreto, lo que implica “un serio compromiso de las garantías constitucionales”.
La Constitución, la Democracia, la Libertad, la República: todas consignas del circo sin pan, mantra tartamudo.