El arrollador avance de las luchas feministas – con sus logros – en los últimos años es un fenómeno que ha provocado, y sigue provocando, cambios profundos en la sociedad. Porque el feminismo es política, aunque haya quienes no quieran verlo. (Foto de portada: Eliana Obregón/Télam)

Ni a los diecisiete años ni a los veintidós tenía la menor idea de lo que pasaba en las cámaras de Diputados y Senadores de mi país.  Mi conocimiento de Poder Legislativo provenía de lo que había aprendido como un versito en la secundaria y nada más. Nunca había visto una sesión. Claro que no había un acceso fácil, no existía YouTube, ni internet ni canales de TV ni cable que se dedicaran a esas transmisiones. Nos enterábamos de las leyes a través de los noticieros o del diario, pero me sentía algo ajena a esos temas.

La palabra “aborto” no se pronunciaba y en secreto algunas sabíamos que en caso de necesitarlo, podíamos llegar a encontrar algún médico que nos lo practicara. Un médico como un fantasma, una aparición, alguien sin nombre ni identidad. Una imagen poco probable, casi fantasiosa.

El feminismo era una utopía que había podido alcanzar algunos logros muy lejos en tiempo y distancia. O una actitud rebelde y arrolladora de mujeres que embanderaban su libertad y no se dejaban someter. Pero hasta ahí.

Hoy tengo dos hijas de diecisiete y veintidós años. Saben que hay dos cámaras, conocen los edificios que las alojan, han estado en sus calles. Diferencian entre diputados y senadores. Saben que tienen acceso libre a las sesiones y dónde buscar esa programación. Tienen noción de lo que es un proyecto de ley, quórum, bancas, bloques, votaciones, debates. Lo saben mis hijas, sus amigues, les hijes de mis amigues, les pibes.

¿Cómo se produjo ese cambio entre una generación y otra? Por la política. Por el feminismo, argumentarán. El feminismo es política.

Hace unas semanas, en el marco de un festival literario, una escritora estadounidense feminista fue entrevistada por una colega argentina. La norteamericana, veterana, contaba que estaba asombrada por las reacciones del Me Too. Decía que las veía enojadas, pero como un hecho novedoso, como si esas repercusiones fueran un estreno y no la continuidad de la lucha de un feminismo anterior. Destacaba que las feministas de hoy tienen conciencia política pero no son un movimiento político como lo eran aquellas pioneras de los años 70 en Estados Unidos.

Porque el derrotero de la charla tomó otro rumbo, porque no era tal vez el marco adecuado o no importa por qué razón, la entrevistadora argentina no llegó a contarle a la norteamericana cómo se configuraba el feminismo actual en nuestro país.

En Argentina, hoy, el feminismo es un movimiento político y, creo que varixs coincidimos, uno de los más potentes e importantes.

Conformado ya como un paradigma, un sistema de valores, atraviesa todas las ideologías, se instala en las filas de los partidos políticos pero también se delinea por fuera de lo partidario de manera autónoma y específica.

El feminismo forma organizaciones, colectivos, movimientos, campañas, agrupaciones, congresos nacionales. Se desarrolla y trabaja en ámbitos educativos, políticos, culturales, artísticos, laborales, económicos, sociales, terapéuticos, deportivos, académicos, científicos. Ocupa espacios de poder desde lo más jerárquico a lo más doméstico.

Foto: Fernando Gens/Télam.

Su trabajo es transversal y territorial: no hay cúpulas y en cada zona de nuestro suelo existe algún tipo de agrupación que ofrece sus espacios.

Busca transformar la realidad, mejorarla. Trabaja por lx otrx, es inclusivo y diverso, heterogéneo y amplio.

Por todo esto el feminismo es política.

No hay otro modo de alcanzar derechos que a través de la política: es buscar la participación en la toma de decisiones, es salir a la calle a reclamar, es expresarse en todos los medios y de todos los modos posibles para hacernos oír y para levantar las voces acalladas. Es trabajar por las minorías y lxs postergadxs. La conquista de derechos. Es formarse y prepararse para ser idóneas en lo que nos propongamos. Derrumbar el patriarcado que oprime, violenta y mata. Es ejercer la sororidad, el vínculo y el compromiso con lx otrx. Es la búsqueda, la lucha sostenida, el pañuelo, la bandera, la pintada, la brillantina, la vengala. El verde y el violeta.

El feminismo es política.

Nuestro feminismo de hoy es la continuidad de las ancestras. Y nuestra generación, las que fuimos jóvenes durante los ochenta y los noventa, somos las que hacemos de bisagra entre aquellas pioneras y las pibas de hoy.

Yo no sabía demasiado de cámaras, leyes, votaciones, quórum pero el feminismo me trajo a la política (o la política al feminismo) y mis hijas comenzaron a acompañarme a las marchas del Ni una menos, primero; de la campaña por la ley de aborto, después. Ahí están ellas hoy, mis hijas, las pibas y lxs pibxs, violeta y verde, a tono, involucradxs con su tiempo.

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