Cuando la situación aparece difícil, el presidente está ocupado en pasear por el Sur, disfrutar de la vida familiar, sacarse fotos en bermudas o yendo al súper. Todo un estilo, el estar ausente si hay conflictos y dejar todo en manos de sus colaboradores. La imagen no se mancha.
[ Q]uienes le vienen siguiendo los números al presidente Macri, le han contabilizado ya 3 meses de vacaciones en 2 años de gestión, un exceso considerando la poca antigüedad en el cargo. Un precedente que los legisladores bien podrían aprovechar de cara a la próxima discusión de la Reforma Laboral. Seguramente una consecuencia de la deformación de su oficio de empresario, Macri no parece encontrar ninguna contradicción entre su inclinación al descanso y su reclamo a los trabajadores para que no falten, su arenga para que se esfuercen un poco más o para que trabajen incluso los sábados y domingos, si fuera necesario.
Esos días de vacaciones a los que el presidente nos ha acostumbrado no son, por lo habitual, elegidos al azar: ya pasaron holgadamente los tiempos de la sorpresa y la subestimación frente a los gestos y expresiones de Cambiemos en los que todos, ellos y nosotros, íbamos aprendiendo sobre la marcha. Son esos días, por el contrario, momentos estratégicamente elegidos en los que Macri aprovecha para ausentarse, trasladándose a una geografía lo suficientemente alejada de los hechos desde donde nos envía postales en las que es difícil reconocer al jefe de estado: pasea en bermudas, va de compras, juega con su hija, sonríe junto a su esposa.
Macri aparece o desaparece para generar cierta confusión de sobre quien recae la responsabilidad de los hechos y decisiones. Cuando las circunstancias apremian, Macri parece no gobernar sino a través de sus ministros o de su jefe de gabinete. El presidente se ausenta como un modo de no quedar pegado a los hechos, de no embarrarse en el inevitable fango de la vida política, daños colaterales siempre incomprensibles a la mirada de un empresario.
Así ocurrió durante todos y cada uno de los días del caso Santiago Maldonado, con el dictamen de los jueces a favor del 2 x 1, la tragedia del ARA San Juan o durante la violenta represión policial mientras se debatía la Reforma Previsional: Mientras sucedían los hechos, se dijo que Macri no contestaba las llamadas porque estaba jugando al paddle. Son apenas algunos ejemplos, los más recientes. Se pretende dejar la sensación de que él no es el que decide ni es el responsable: es el equipo (ese, el mejor de los últimos 50 años), o son los jueces independientes, o la pesada herencia, o los desmanejos financieros de su padre, el “mercado”, las mafias de los juicios laborales o simplemente “son cosas que pasan”, como les expresara (vestido muy casual) a los familiares del submarino desaparecido.
Como en las peleas de barrio, cuando llega el momento de agarrarse a trompadas Macri misteriosamente se ausenta para aparecer al día siguiente recién bañado y peinado, y libre de culpa porque no fue él, se excusa, quien arrojó la primera piedra. Así es la, digamos, levedad del ser de Mauricio.
Macri se muestra pleno, eso sí, en sus momentos de gloria, como luego de las elecciones donde, victorioso y para compensar su pobreza de lenguaje, despliega sus dotes de bailarín y cantante. O cuando le habla a sus pares desde el lugar de empresario, o a los trabajadores en sus periódicas visitas a las fábricas. Allí está en su zona de confort. Como los superhéroes de las historietas pero a la inversa, Macri se pone el traje de presidente cuando la mano viene bien. Pero cuando la cosa se pone pesada mandará a algunos de sus colaboradores para que pongan la cara.
Como en el metrobus, la invención más cara al PRO y una de sus mejores metáforas, Macri se mueve por carriles exclusivos mientras el resto avanza como puede. “Juntos podemos”, está bien, pero sin mezclarse que eso ya suena otra cosa.
Al contrario de Cristina que voluntariamente y en exceso se exponía y era expuesta constantemente, Macri ha tomado nota y cuando los problemas le hacen el timbreo, Macri no atiende y manda a su empleada a decir que el señor no está, que salió. Es un estilo y una postura ideológica pero también una estrategia con la que espera preservarse y mantener a salvo su imagen para llegar a las elecciones del 2019 con un dejo de inocencia y como ajeno a las consecuencias de sus políticas.
Puede funcionar. La historia no se repite, dijo Mark Twain, pero rima.