La expresidenta dejó atrás los largos discursos y las formas de directora de escuela que tanto enojaron a la clase media prejuiciosa y que fue potenciada hasta el paroxismo por los medios hegemónicos. (Foto: Horacio Paone).
Las interpretaciones, análisis y vaivenes del acto de este martes 20 de junio en Arsenal están bien contenidas en las notas de Daniel Cecchini y Eduardo Blaustein, aquí mismo, en Socompa, periodismo de frontera. De alguna forma, este análisis tiene el mismo desafío que hoy enfrenta la expresidenta: cómo hacer un análisis político que parezca otra cosa. En Cristina sería, cómo dejar de ser el personaje político que es sin dejar de serlo.
Se notan los esfuerzos de la líder de la oposición (¿o acaso hay otro?) por integrar más que por desintegrar, al menos en lo que tiene que ver con la construcción política. Otra cosa es la desintegración política del gobierno, a la cual llama cada vez con más énfasis. CFK llama a poner límites y a enfrentar organizadamente al gobierno neoliberal que encabeza Mauricio Macri.
Al mismo tiempo, en esa apertura que intenta hacia otros espacios, se nota el esfuerzo por dejar atrás esa imagen que un poco tiene y mucho construyeron los medios que la combatieron durante sus ocho años de gobierno.
Quizá por ello la ex presidenta evitó los largos discursos y las formas de directora de escuela que tanto enojaron a cierta clase media prejuiciosa, poco afecta a escuchar el fondo y muy proclive a navegar en aguas poco profundas.
Es que el desafío de Cristina y de su flamante espacio, Unión Ciudadana, no es menor. Tiene que batallar contra esos prejuicios que desgastaron su gobierno y recuperar todo o parte de ese 54% de votantes que la encumbró a su segundo mandato presidencial, en 2011.
Al mismo tiempo, Cristina Fernández no puede dejar de ser ella. Es decir, no puede dejar atrás su ideología peronista y su afán por perseguir la justicia social y la distribución equitativa de la riqueza. Otra discusión es cómo llegar a esos objetivos. Para el gobierno kirchnerista, fue claro en los años que gobernó, hubo una insuficiente redistribución de los recursos, desigual presión impositiva (recordemos el reclamo sindical por el descuento de Ganancias), aunque, justo es decirlo, la caja contaba con 15.000 millones de dólares, en concepto de retenciones, que el gobierno decidió donar como valioso obsequio a las patronales rurales, que tanto hicieron por desgastar a CFK y contribuir al triunfo de Mauricio Macri.
Por eso, para diferenciarse sin dejar de pensar lo mismo, es que en Arsenal vimos un acto bien diferente de los que nos tenía acostumbrados Cristina. En algo se pareció a los demás: casi hasta el final, la protagonista fue una sola, excluyente: ella. Pero los minutos finales del acto marcaron hasta dónde está dispuesta a llegar la expresidenta para minar el poco prestigio que le queda al oficialismo, en pos de una propuesta que se parezca más al gobierno que encabezó Nestor Kirchner primero y ella después durante 12 años.
Para eso necesita hacerle creer a toda la gente que la votó en 2011 que los sueños están intactos, que con la política correcta todavía se está a tiempo de lograr una sociedad más justa y que se puede terminar con la anomalía neoliberal en un país que no puede soportar una política de ese tipo.
Sin parecerse a las puestas en escena del Pro, Cristina salió a disputar ese espacio de la clase media que la abandonó en 2011 y en 2015, pero que ahora es testigo de su propio empobrecimiento. Cristina es la líder de la oposición, indiscutible; pero rema desde hace años con una alta imagen negativa. Eso es lo que tiene que revertir. De eso se trató el acto de Arsenal. Por eso los silencios y el pacifismo de que hizo gala y que bien cuentan las crónicas de Cecchini y Blaustein.
Por unas semanas, sea candidata o no, deberá convencer a gran parte del electorado que se puede volver a creer en la redistribución de la riqueza, en el reparto equitativo de la renta y en una presión impositiva acorde con las ganancias y la producción que se genera. En ese camino estábamos cuando el poder económico y mediático salió a decir lo suyo y a preparar la salida de un gobierno que habían transformado en su enemigo.
(La escasa comprensión política y ceguera estratégica del mundo empresario argentino a veces asusta. Tanto, que no dudan en dispararse en el pie cada tanto.)
Cristina es muy seductora, qué duda cabe. Pero para convencer a quienes la abandonaron y dejaron de creer en ella deberá caminar, y mucho. Esto recién empieza. Lo bueno: Cristina está de vuelta. Hay que discutir de política.