Con los dirigentes puestos a distancia y en comunicación directa con la gente, Cristina armó un discurso que se preocupó por poner de manifiesto cuánto afecta el neoliberalismo la vida de cada uno. Eludió deliberadamente el tema de las candidaturas, demostrando así su capacidad de fijar agenda y diferenciarse de los usos y costumbres del macrismo. (Foto: Manuel Martelotti).
Quedó claro desde los minutos iniciales del acto en la cancha de Arsenal de Sarandí que la intención de Cristina Fernández de Kirchner no era anunciar su candidatura a senadora por la Provincia de Buenos Aires. Para eso habrá que esperar hasta poco antes de las 12 de la noche del viernes 23 y la resolución no deja de ser incierta. En cambio, quedó en evidencia que la ex presidenta está dispuesta a ponerle el cuerpo a una jugada política tan riesgosa como contundente. La geografía misma del encuentro lo dejó en claro: a diferencia de los rituales tradicionales de los actos políticos, los dirigentes de su espacio y aledaños quedaron en la tribuna, mientras que sobre la tarima, en un contacto físico con ella que a veces se estrechó en abrazos, estuvieron los “hombres y mujeres de carne y hueso”.
Ya en el primer ping pong con la multitud que se congregó en las tribunas, el campo de juego y los alrededores del estadio Cristina marcó la cancha. Eran las 15.12 cuando subió a la tarima, recibida por el flamear de miles de banderas argentinas y por el grito tribunero de “vamos a volver”. Interrumpió los cánticos con un pedido:
-Muéstrenme las banderas, a ver – dijo y apenas después agregó -. Eso me gusta más. Argentina para todos y todas.
La respuesta ya no fue un cantito sino una consigna que suena resignificada en estos tiempos:
-¡Patria sí, colonia no!
La expresidenta también se bajó del lugar de la cátedra en la que reincidía cada vez con más frecuencia en los discursos del último tramo de su mandato. “No vengo a contarles qué pasó. Todos conocemos a alguien que tiene problemas”, arrancó para después enumerar su naturaleza: desocupación, suba de tarifas, cierre de pequeñas y medianas empresas, pérdida de poder adquisitivo, entre otros. Y terminó la lista con una pregunta retórica: “¿Se enteraron de la última? Nos quieren dar cien años más de deuda”, dijo para arrancar una andanada de silbidos e insultos que también paró en seco con la primera definición política: “Pongamos energía en organizar y movilizar a los ciudadanos. El insulto y el agravio dejémoselo a ellos. Lo importante es canalizar esta fuerza para organizar a la sociedad. Por eso los convoco a la Unidad Ciudadana. A la unidad de todos los argentinos y las argentinas. De eso se trata Unión Ciudadana, de representar los intereses de los hombres y mujeres de carne y hueso”, remató.
Organización sí, candidatura…
La mención fundacional del nuevo espacio desató el segundo ping pong de la tarde, con un coro que llegó desde el campo y las tribunas buscando sacarla del terreno programático para exigirle que definiera su candidatura.
-¡Cristina senadora! – fue el primer pedido.
-Yo he tenido en mi vida todos los honores y todos los cargos gracias a ustedes – respondió.
-¡Cristina presidenta! – redobló la apuesta un coro de miles de gargantas.
-He tenido ya todos los cargos y los honores – repitió la expresidenta, y agregó: – Vengo ahora a sumarme como una más, a poner el cuerpo, la cabeza y el corazón.
-¡Una más y no jodemos más! – insistió la multitud.
Fue en ese momento cuando Cristina puso en foco – deliberadamente o no y sin mencionarlo– uno de los dilemas que plantea su candidatura: “No desunamos. Unamos para ponerle un límite a este gobierno. Las próximas elecciones son parlamentarias, no nos dejemos engañar, la gente dice si está de acuerdo o no con un gobierno”. Y para reforzar la idea volvió a ponerse nuevamente en el centro de la escena para correrse casi de inmediato: “Todos tenemos pasado, pero con ellos no tenemos futuro. Ese es el problema: el futuro y el presente. Es imprescindible poner un freno. Yo quiero que 42 millones de argentinos lleguen al 19. No un dirigente. ¿Qué ganamos con especulaciones?”, dijo. Y remató, como para dejar zanjada la cuestión: “Ya no soy aquella joven que quería cambiar el mundo, los años pasan para todos (…) Quiero decirles que siempre voy a estar junto a ustedes, ayudando, ahora en esta Unidad Ciudadana”.
La gente, los partidos, las vallas
Con todo su simbolismo y su potencia emocional, el inesperado tramo final del acto intentó – y a juicio de este cronista logró – marcar un fuerte contraste con las armados escénicos habituales en el macrismo y a la vez poner en el centro de la escena y de la atención política a “los hombres y mujeres de carne y hueso” cuyos derechos vulnerados propone defender el Frente Unidad Ciudadana.
Uno por uno, Cristina los invitó a subir a la tarima, los abrazó y los presentó, con sus dolores y problemas. El cronista cree que no es en vano nombrarlos: Guadalupe y Julia (becarias del Conicet cuyas investigaciones están en riesgo), Laura (docente de la Universidad Jauretche, cuyos programas están siendo recortados), Ezequiel (estudiante de ingeniería electrónica que perdió su Plan Progresar), Fernando (estudiante de Historia proveniente del interior que teme no poder seguir pagando el alquiler, lo que interrumpiría su carrera), Susana (directora de una escuela del Conurbano cuya matrícula aumentó exponencialmente debido a que muchas familias ya no pueden mandar a sus hijos a los colegios privados a los que concurrían), Luisa (directora de una biblioteca popular a la que antes los chicos iban a pedir libros y ahora van a pedir comida), María (encargada de un comedor barrial al que se le duplicó la exigencia de viandas en el último año), Víctor (presidente de un club de barrio que ya no puede pagar las tarifas), Emma (jubilada en cuyo centro sólo pueden utilizar el gas dos horas para poder así pagar la factura), Lorena (hija de desaparecidos que aún busca a su hermano y que sólo encontró el 2×1 de la Corte para los genocidas), Agustín (un discapacitado que perdió el subsidio), Norma (madre de siete hijos que perdió la pensión), Verónica y Karina (obreras de dos pequeñas fábricas que están a punto de cerrar), Alejandro (un panadero que debió vender sus máquinas para pagar la indemnización por despido de sus empleados), Bárbara (trabajadora de una Pyme en crisis), Adrián (integrante de una fábrica recuperada que ya no puede pagar los servicios), Pablo y Graciela (productores de verduras bolivianos cuya precarización crece día a día), Fabián (un remisero que casi no tiene trabajo), Claudia (que a duras penas sobrevive como “emprendedora”, en el léxico laboral de la era Cambiemos, con una feria de ropa virtual), Sabrina (electrodependiente afectada por las políticas de servicios), y Luis y Antonella (discapacitados visuales con tres hijos, que perdieron una de las dos pensiones por estar casados).
En un par de ocasiones, mientras los presentaba, Cristina se interrumpió. La primera de ellas cuando vio a alguien llorando debajo del palco y casi se quiebra. “Te pido que no llores. Yo no tengo que llorar hoy. No llores”, le dijo. Otra para decir: “Si tuviéramos que hacer una lista de sectores agredidos estaríamos aquí todavía mañana”.
Casi al terminar, en una declaración fuerte, se refirió a la “endogamia” de los partidos y remató: “Quiero volver a formar parte de un movimiento en el que lo que importa es el pueblo. Esto es Unidad Ciudadana (para) construir algo mejor que lo que tuvimos hasta ahora”.
Segundos después, desde las tribunas, el campo de juego y los alrededores del estadio, cerca de 50.000 personas corearon el Himno Nacional. Sobre la tarima y unos junto a los otros, “los hombres y las mujeres de carne y hueso” también cantaban mientras rodeaban y abrazaban a la expresidenta.
El contraste con el acto vallado, helado y blindado que mostró a un casi solitario presidente Mauricio Macri, rodeado de policías, conmemorando el Día de la Bandera creada por el “emprendedor” Manuel Belgrano fue imposible de soslayar.