Los movimientos pendulares entre el desarrollo y la destrucción que parecen ser una condena en la historia argentina no dejan afuera a la ciencia y la tecnología. Desde el Pulqui a la Noche de los Bastones Largos, desde el Arsat al peligro de una nueva fuga de cerebros provocada por la restauración neoliberal que ya lleva un año y medio. (fotos: Horacio Paone).
Científicos y técnicos fueron a la Cámara de Diputados de la Nación para reclamar la aprobación de una propuesta de financiamiento del sector. Era el día del debate sobre el tema en la Comisión de Ciencia y Tecnología y se presentaron tres proyectos, todos provenientes de diputados del Frente para la Victoria: Wado de Pedro, Daniela Castro (presidenta de la Comisión) y Luis Bardeggia. Finalmente acordaron respaldar la propuesta presentada por de Pedro. Se aprobó con 20 votos de los presentes, varios de ellos de la UCR-Cambiemos, quienes presentaron algunas modificaciones.
Los Científicos y Universitarios Autoconvocados llegaron precedidos por el video de un simpático grupo coral armado por el experimentado y talentoso Javier Zetner –director del coro CUMPA de la ahora intervenida Universidad de las Madres de Plaza de Mayo- e integrado por mujeres que además de su vida académica, cantan bien: Graciela Morgade (decana de Filosofía y Letras de la UBA y miembro de CyTA), Sabina Frederic (investigadora de CONICET y de la UNQ), Roxana Toriano (investigadora de IFIBIO/ CONICET UBA), Nuria Giniger (investigadora de CONICET – CEIL/UBA), Carolina Justo Von Lurzer (investigadora de CONICET- IIGG/UBA) y Gabriela Seghezzo (investigadora de CONICET – IIGG/UBA/UNDAV). Una joyita que ofrece variantes para los científicos –además de lavar platos- si el ajuste en marcha sigue adelante. Por las dudas, al comenzar cada estrofa aparece la palabra “Lino”, que obviamente se refiere a Barañao, ministro del área. El éxito está asegurado, porque la versión libre de “Despacito”, llamada “Despaciencia” se viralizó rápidamente en las redes sociales.
Pero además de hacer el video, organizaron una mesa para exponer la situación, en la que participaron entre otros, Daniel Filmus, ex ministro de Educación y tozudo como pocos en la candidatura para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; la prestigiosa investigadora Dora Barrancos, el ahora candidato y ex director del CONICET Roberto Salvarezza, el científico Alberto Kornblit; Carolina Mera, directora del instituto Gino Germani; la investigadora y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Sandra Carli, y Guido Giorgi, de la Red Federal de Afectados por el ajuste al Conicet.
Ana Franchi es una de las participantes de la convocatoria. Es investigadora del CONICET, especialista en Bio Reproducción focalizada en parto prematuro y dirige un centro de estudios en la Facultad de Medicina de la UBA. Explicó que el proyecto aprobado en comisión es aumentar año a año el presupuesto en ciencia y tecnología hasta llegar al 1,5 % del PBI alrededor del 2030. Se entiende por qué hace falta plata, pero hoy el presupuesto está en una baja difícil de medir porque el ajuste está en plena ejecución y en varios frentes. Lo notable es que el proyecto presentado por de Pedro tiene sus variantes que lo convierten en una política de Estado propia de los países más desarrollados, porque establece, entre otras cosas, que si el PBI baja, el presupuesto no cae, a pesar del enganche.
Mientras tanto, en los pasillos se charlaba –literalmente- sobre los rumores de cierre del Ministerio de Ciencia, Técnica e innovación Productiva y su conversión en una secretaría dentro de Educación o hasta en su posible fusión con Medio Ambiente, cuyo titular parece destinado a definir políticas en aquellas cosas que no conoce. También los científicos y políticos que se acercaron calculaban cuántas posibilidades de pasar tendrá el proyecto, aunque sea a los tumbos, por las dos comisiones que le faltan, sobre todo la de Presupuesto, que preside Luciano Laspina, del PRO. No seamos pesimistas, peor se estaba en la guerra, decían las abuelas.
Dos mundos
En la Argentina hubo y hay investigadores, se hace ciencia y se hace tecnología, aunque a veces los protagonistas pasen desapercibidos porque no tienen muchos seguidores en Twitter ni almuerzan con Mirtha. Tienen mejor prensa algunos mitos que nos tranquilizan la conciencia: el dulce de leche, la birome y otros inventos de miles de ingeniosos que a lo largo de la historia aportaron su capacidad para resolver pequeños problemas o generar grandes satisfacciones. El ingenio criollo tiene su propia historia, y allá por los años 20 la ciencia, la ficción y la tecnología se mezclaban como la única forma de acercarse al futuro que tenían los sectores populares, sobre todo la inmigración, excluidos de las universidades. Las radios se hacían en casa, había muchos “bricoleur”, como diría Beatriz Sarlo, y las columnas de los diarios hablaban de lo que no se hablaba en los ámbitos de la “ciencia culta”.
Pero estos avatares de la inventiva, muchas veces debidos a los inmigrantes que en distintas épocas huyeron de Europa, tienen cierta sincronía con una concepción cuya genealogía se encuentra allá por fines del siglo XIX. La llamada “generación del 80” diseñó un país con un modelo agro exportador y ahí sólo cabía un tipo de industria, un tipo de ciencia y un tipo de tecnología: las que sirvieran para hacer, transportar y exportar alimentos, fundamentalmente granos, al tiempo que se compran productos industrializados, con alto valor agregado. El intercambio desigual, dirían luego en la década del 60.
Más allá de que el dulce de leche nos encante con cucharita o en una tostada bien untada con manteca, hay otra Argentina que habitó y habita laboratorios del área de la salud, la química, la física, las ciencias sociales. No son famosos, no suelen aparecer en las tapas de los diarios, ni su trabajo se repite 30 veces en cada noticiero con zócalo y todo, pero son protagonistas silenciosos que con mucho esfuerzo hacen de la Argentina un país identificado en el mundo por grandes y pequeñas investigaciones en áreas como biotecnología y microbiología, producciones en sociología, historia, comunicación, economía, psicología y matemáticas entre otras cosas. Es el trabajo de quienes se quedaron sacrificadamente en el país y de aquellos miles que, habiendo tenido que emigrar para vivir, volvieron hace unos años merced al plan Raíces.
En la tecnología hay nombres históricos como Pulqui, Clementina, Atucha, INVAP, ARSAT, que sucesivamente desde principios del siglo XX fueron creados, compitieron en el mundo y, así como se los hizo, siempre llegó alguien que los deshizo. A veces, gobiernos populares urgidos por la sustitución de importaciones, una prioridad para esta zona del mundo en la que todavía no sabemos si estamos en desarrollo, somos emergentes, fronterizos o chalchaleros.
Al margen de los millonarios terratenientes con las vacas en el barco, figura ya muy trillada, el país siempre tuvo a quienes soñaban con el mito de que el modelo pudo haber sido Canadá o Australia de no ser porque había quienes pensaban en comer hoy y no en esperar un par de siglos, pero hubo otros que tuvieron la capacidad de ver más allá. El Pulqui fue un avión con tecnología equivalente a los MIG rusos y los primeros serie F de los Estados Unidos todos parientes directos de los Messerschmitt alemanes. El final de la historia es que la serie MIG y la serie F fueron los desarrollos fundamentales para el poder aéreo de la Unión Soviética (o Rusia) y los Estados Unidos. El Pulqui quedó ahí.
En un artículo publicado en 2007, Alejandro Artopoulos recuerda que el Pulqui fue un avión caza diseñado en la Argentina que se fabricó entre 1949 y 1953. Según su visión, las urgencias de industrialización del peronismo cambiaron el eje de la fabricación de aviones a la producción de autos en Córdoba. El Pulqui nunca llegó a ser una serie. Los golpistas que tomaron el poder en 1955 se ocuparían de que tampoco la industrialización siguiera adelante.
Pero en sus flujos y reflujos la Argentina siguió fabricando aviones a lo largo de la historia, produjo computadoras –desde aquella célebre Clementina-, tuvo sus premios Nobel de ciencia como Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir y César Milstein y, dicho sea de paso, Saavedra Lamas y Pérez Esquivel ganaron el lauro de la paz. Deberían haber sido seis, pero en Suecia siempre ningunearon a Jorge Luis Borges. No saben lo que se pierden.
Con avances y retrocesos, el país produjo algunos aviones propios pero no tuvo un desarrollo significativo en áreas que en cambio sí aprovechó Brasil, como la de los aviones de transporte aerocomercial. De hecho, si bien era notoria la distancia entre ambos países en materia de tecnología aeronáutica, entre los vaivenes políticos y los cierres de proyectos durante las oleadas conservadoras y neoliberales el resultado es que hoy la Argentina le compra o alquila aviones a Brasil. Una gestión durante el último gobierno permitió la cooperación de ambos países en algunos proyectos, pero es Brasil quien manda. Otro tanto ocurrió con la energía atómica. La Argentina fue pionera en la región y tiene el material humano más importante de América latina, pero hoy a duras penas trata de reconstruirse. O trataba.
Podrían contarse muchas historias similares, como la incipiente industria de la computación de los años 60, con Manuel Sadosky a la cabeza en Ciencias Exactas de la UBA y una camada de ingenieros de la UTN, que luego sería desarticulada por la dictadura de Juan Carlos Onganía. En rigor, fueron los técnicos y científicos quienes tuvieron que huir del país apaleados, marginados o perseguidos tras “La Noche de los Bastones Largos”.
Las largas noches –ya que estamos con lugares comunes- se fueron alternando con propuestas serias de reconstrucción de la Ciencia y la Tecnología argentinas. Como en el mito de Sísifo, durante el último Gobierno popular otra vez hubo que comenzar a empujarlas hacia arriba. Desde el impulso al proyecto del INVAP, que mostró cómo el país podía competir en el mundo y con ventaja para exportar centrales nucleares, hasta la serie ARSAT cuyo desarrollo puso al país entre los ocho del mundo que podían diseñar, fabricar y poner en órbita satélites de comunicaciones, aún sin contar todavía con bases propias adecuadas. No es cualquier cosa, porque se trata de vender servicios no sólo a los países de América latina sino a parte de los Estados Unidos. Son, o hubieran sido, ingresos genuinos provenientes de la exportación de alta tecnología producida en casa.
También en materia de software y servicios pequeñas y medianas empresas argentinas con una larga y silenciosa historia crecieron en exportación. Además de generar ingresos de divisas para el país, todavía son un referente en muchos lugares del mundo. Faltaron desde el Gobierno anterior, tal vez, una mayor conciencia y políticas más activas, aunque la Ley del Software fue un avance importante. Como en otros sectores, el segmento Pyme aquí fue acosado, muchas veces vaciado de técnicos por parte de las grandes empresas extranjeras. También la enseñanza media, de donde se captan alumnos avanzados que no llegan a terminar, para acceder a un trabajo. Una interna que las compañías pequeñas cuentan en voz baja, porque temen represalias. El Estado no hizo mucho para defenderlos, aunque hubo proyectos en el Ministerio de Educación para promover en las escuelas secundarias el estudio de carreras de computación. Algo quedó claro como contraste entre dos etapas: la vida de un país en materia de tecnología no pasa por Despegar.com ni por Mercadolibre, lindas empresas de servicios con escaso poder para generar ingresos.
No hablaremos demasiado de la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva para no ser acusados de sacrílegos kirchneristas, pero no caben dudas de que por el valor simbólico y la producción de proyectos a mediano y largo plazo que generó, además de su sinergia con otras instancias como el mismísmo CONICET y entidades del exterior, fue un hito también en el área. Contó con financiamiento, que fue mucho, aunque siempre sea poco.
Después llegó el cambio. Queda medio feo decir “el gobierno neoliberal”, pero la realidad indica que a partir de fines de 2015, es decir con las nuevas autoridades nacionales, comenzó un proceso de desarticulación de la Ciencia y la Tecnología en el país. Cientos, miles de despidos en los principales centros de desarrollo y en los proyectos industriales, vaciamiento de la política atómica, apertura a la competencia de empresas extranjeras –de los otros siete países- a modo de presión para justificar la desfinanciación de los ARSAT y el ajuste en el CONICET como la reducción presupuestaria drástica contra las universidades públicas que, dicho sea de paso, son casi las únicas que investigan en ciencia y tecnología dentro del amplio espectro de la enseñanza superior.
Es que investigar y desarrollar tecnología son inversiones a largo plazo, cuyos resultados se hacen realidad con el tiempo. Suenan las alertas, se promueven leyes, los científicos y creadores de tecnología se movilizan, pero para algunos, recaudar hoy es más importante que una política diseñada para el futuro. Mejor una cucharadita de dulce de leche, o fabricar caramelos. De lo demás se ocupan otros que generosamente nos venden lo que producen.