Se sacó fotos con represores y les dio empleo en el Estado, maltrató a los familiares del ARA San Juan, le condonó las deudas a Macri y como broche de oro minimizó la rebelión encabezada por Aldo Rico. Un ministro para todo servicio en el que el espíritu democrático y la inteligencia siempre estuvieron ausentes con aviso.

Oscar Aguad egresó de un Liceo Militar en su Córdoba natal y de allí heredó el mote de “Milico”. Era la Córdoba de comienzos de los años 70. El Cordobazo había dejado su estela y se acercaba su consecuencia política más determinante: el regreso de Perón. En la provincia que había sacudido al Onganiato, donde tres lustros antes germinó la Libertadora y, mucho antes, la Reforma Universitaria, el “Milico” iba a estudiar leyes. Y a afiliarse a la Unión Cívica Radical. Un maridaje que le permitiría vivir del Estado durante décadas.

El huracán alfonsinista de 1983 permitió que Córdoba se tiñera de blanco y rojo. Y que el padrino político de Aguad llegara a la intendencia de la Docta. Ramón Mestre lo ubicó en el gobierno municipal y lo acompañó hasta que su mentor, convertido en delfín de Eduardo Angeloz, escaló hasta la gobernación. Los cuatro años de gobierno de Mestre, los últimos a la fecha de un gobernador radical en Córdoba, vieron a Aguad como ministro de Asuntos Institucionales y Desarrollo Social.

Los amigos represores

De esa época es la famosa foto en un acto público, en la que el gobernador y su mano derecha compartían un palco oficial con ni más ni menos que Luciano Benjamín Menéndez. A ninguno de los dos les revolvió las tripas salir en una foto junto al carnicero de La Perla, por entonces, un honorable general retirado que gozaba de las mieles del indulto. Quizás no haya sido casual su presencia en un palco de la democracia.

Es que el ministro Aguad designó como director de Inteligencia Criminal de la policía cordobesa a Carlos “Tucán” Yanicelli, uno de los más connotados nombres de la represión ilegal en la provincia. Yanicelli consumó todo tipo de delitos en el Departamento de Investigaciones (D2) durante el terrorismo de Estado. Cuando el ex policía Luis Urquiza denunció en los medios al “Tucán” fue el propio Aguad quien le lanzó una amenaza velada. “Aguad me dijo que desconocía el pasado de Yanicelli, uno de los más reconocidos torturadores de la provincia. Mencionó que era un buen policía y que estaba haciendo una buena tarea”, contaría Urquiza. “En la segunda reunión Aguad me pidió que me callara la boca y bajara el perfil que estaba teniendo, que dejara de ir a los medios a denunciar a Yanicelli porque de lo contrario no iba a poder garantizar mi seguridad”, agregó en su momento al hablar con El Destape. Terminó radicado lejos de Córdoba, tan lejos como en Dinamarca. Al ministro de Mestre no le importó la denuncia contra Yanicelli, ni que su subordinado figurase en el Nunca Más ni que contara con un procesamiento en 1987, que quedó en la nada por la ley de Obediencia Debida emanada del primer alzamiento carapintada.  En el CV de Aguad no figura, pero queda en la historia por haber reclutado en democracia a un represor que en 2010 fue condenado a prisión perpetua.

De Corrientes al macrismo

Aguad traspasó las fronteras de Córdoba cuando Fernando de la Rúa nombró interventor federal de Corrientes a Mestre. Cuando Mestre saltó al ministerio del Interior en marzo de 2001, su sucesor en la intervención fue el “Milico”. Lo padeció toda la provincia, luego de tenerlo la capital como interventor municipal. Si en Córdoba los estatales habían tenido recortes del 30 por ciento gracias a la tijera de Aguad, los estatales correntinos verían el despido de 10 mil empleados y un ajuste que empalideció el de Patricia Bullrich en la nación. Si la ministra de Trabajo le cercenó el 13 por ciento a los empleados públicos, en la provincia mesopotámica el recorte llegó al 33 por ciento.

Mientras Corrientes ajustaba el cinturón hasta lo indecible, el esmero de Aguad se topaba con algún desliz. Como el faltante de 60 millones de pesos de un crédito cuyo destino nunca se supo. Por cierto: hablamos de antes del colapso de la convertibilidad, con lo que, en rigor, eran 60 millones de dólares. Un vuelto. Se instruyó una causa penal y Aguad quedó libre de culpa y cargo. Pero no porque no se hubiera podido probar el delito de administración infiel, sino porque corrieron los plazos de la prescripción.

Pese a todo, nuestro hombre llegó a diputado nacional. Y a ser la cara de la UCR en Córdoba tras la muerte de Mestre. Así, optó por la gobernación de Córdoba en tres oportunidades: 2003, 2011 y 2015. José Manuel de la Sota, en las dos primeras elecciones, y Juan Schiaretti , en la tercera, postergaron su sueño de recuperar el gobierno de Córdoba para el radicalismo. 2011 fue el año de su peor elección, con el 22 por ciento. En esa ocasión, y al calor de lo que había sido la 125, Aguad llevó como compañero de fórmula a Néstor Roulet, hombre de Confederaciones Rurales Argentinas. En pleno fragor de la lucha contra las retenciones móviles, Roulet llegó a decir que el pueblo argentino debía ser solidario con su lucha “porque a la Patria la hicieron grande el campo, la Iglesia y las Fuerzas Armadas”. La verbalización de lo que tímidamente, o no tanto, al menos sin tanta brutalidad, esbozó Aguad cuando relativizó al movimiento carapintada.

Llegó el macrismo, y en pos de la alianza de la UCR con el PRO, Aguad desembarcó en el ministerio de Comunicaciones. Allí se dedicó a desguazar la Ley de Medios y su órgano de aplicación, la Afsca, y el Grupo Clarín volvió a recuperar su posición dominante. De yapa, la cartera de Aguad le condonó a la familia Macri la deuda del Correo. Para entonces, el ministerio dejó de existir y Aguad saltó a Defensa.

Lo que volvió inolvidable el paso de Aguad por Comunicaciones fue una reflexión, anticipatoria de un futuro que ya era tal bastante antes que él dijese esto: “A mí lo que me tiene sorprendido es lo que viene en materia digital. Lo que se va a poder hacer a través de Internet y vía digitalización. Prácticamente todo va a ser digital. Le doy un ejemplo, usted se va a sacar una radiografía en La Rioja y se la va a poder analizar un hombre en Boston y le va a poder diagnosticar el remedio que por otra aplicación lo va a comprar en la farmacia sin moverse de su casa”.

El ARA San Juan y Aldo Rico

En Defensa le tocó lidiar con la crisis del ARA San Juan.  Lo hizo lo suficientemente mal como para tener en contra a todos los familiares de los 44 tripulantes.  Al día siguiente de la desaparición del submarino, Aguad escribió en Twitter: “Recibimos siete señales de llamadas satelitales que provendrían del submarino San Juan. Estamos trabajando arduamente para localizarlo y transmitimos la esperanza a las familias de los 44 tripulantes:  que en breve puedan tenerlos en sus hogares”. Fue desmentido por la Armada que, a través de su vocero habló de “anomalía hidroacústica; hubo un evento violento consistente con una explosión”.  Ergo, un subordinado descartó que hubiera llamadas satelitales, y planteó lo que había pasado en verdad.

De allí a los roces permanentes con los familiares de la tripulación había un paso. Los cara a cara de Aguad con personas al límite de la angustia no trajeron precisamente sosiego. El ministerio dio mil y una vueltas para la licitación de una búsqueda internacional que finalmente halló los restos del submarino. En mayo pasado, y con la falta de tacto que parece caracterizarlo, Aguad dijo que la “falta de adiestramiento y renovación de capacidades” de la tripulación provocó la tragedia.

No sería el último desliz. Ahora resulta que las rebeliones carapintada fueron una anécdota en la historia de la joven democracia argentina, durante la etapa de mayor fragilidad. “Fue un acontecimiento chiquito” que “no puso en jaque la democracia”, expresó Aguad luego que Aldo Rico desfilara como un veterano de Malvinas más. Terminó reculando a través de un comunicado. “Repudio histórico al levantamiento carapintada ocurrido en 1987 en Campo de Mayo y rechazo cualquier alteración del orden democrático o comportamiento que atente contra la institucionalidad”, manifestó. Curiosa forma de referirse a lo que un día antes era “chiquito”. Con suerte, quizás dentro de poco haya un mea culpa por dejarse fotografiar con Menéndez y bancar a Yanicelli. O quizás no. Como sea, no lo empaña como parte del mejor equipo de los últimos cincuenta años.

 

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