Daría la sensación de que a finales del 2015 empezó un nuevo período destinado a dejar marcas a futuro, sobre todo en el terreno de la economía. Hay que ver si el próximo gobierno logra interrumpir el rumbo marcado desde los mismos comienzos del gobierno de Cambiemos.
Los historiadores tienen debilidad por las periodizaciones. De alguna manera, las periodizaciones construidas sirven para romper la formalidad de los números de las fechas institucionales. Las primeras víctimas en este juego son las décadas. Pocos procesos comienzan justo en el número redondo. Nuestra revolución de mayo es una excepción. Después, todo depende del gusto. La crisis del 30, comienza en 1929. El peronismo en el 43, la “década infame” dura 13 años, el siglo XIX es “largo”, el siglo XX es “corto”. La historia tiene muchos ejemplos de eso. La explicación es sencilla: para trazar o proponer una periodización se trata de encontrar un suceso o un acontecimiento que esté asociado y referenciado más o menos con una serie de transformaciones relevantes con respecto al período anterior. Es decir: pasó algo, y después de que pasó eso, algunas cosas cambiaron. Por eso nadie discutiría que 1880 y 1976 son fechas relevantes en cualquier periodización de nuestra historia, pero, cercanas a esas fechas, tenemos algunas de menor relevancia: en la dictadura del 76, el 80 y el 82 marcan pequeños hitos. En el largo “período oligárquico”, del 1880 a 1930, 1912 (Ley Sáenz Peña), 1916 (Yrigoyen) y 1922 (Alvear) constituyen fechas de referencia. Y más. La fecha puede estar más identificada y teñida por un comienzo o por un final. Si bien la bomba le estalló a De la Rúa en diciembre de 2001, esa fecha se interpreta como el fin del primer ciclo neoliberal que había arrancado en 1989 -o en 1976 con el paréntesis alfonsinista, según se mire-. Está claro que esa fecha está más identificada como “final” que como “comienzo”, porque en esos días no nació nada (a diferencia de 1789 o 1810). Hubo que esperar a 2003 para ponerle la etiqueta de “comienzo” a algo. El recordado 25 de mayo de 2003, constituye sin duda un comienzo de época, el kirchnerismo y sus doce años de década ganada. Se implementaron muchos cambios, algunos dirán reales, otros dirán comunicacionales, no nos interesa hablar ahora de eso; como sea, los años llamados kirchneristas justifican plenamente su adjetivo. Convencionalmente el final de ese período (que va más allá de un gobierno o una administración) se fijó en diciembre de 2015. Y aunque no ignoramos la dimensión de las transformaciones generadas por el gobierno de Cambiemos, consideramos que el período inaugurado en 2003, no ha llegado a completar su ciclo histórico. Para que una periodización funcione, los puntos de comienzo y final deben tener cierta simetría, cierta proporcionalidad. No basta con que quien encarne una etapa proclame su gestión como un cambio radical (y Macri lo intentó) sino que esas transformaciones sean de fondo y afecten resortes importantes de las estructuras sociales, económicas y políticas. Y acá es donde se entra en un terreno más escabroso. Simplificando, tenemos dos grandes bandos: postulando la ocurrencia de grandes cambios tenemos a los “cambistas” -en general identificados con el progresismo, el peronismo y alguna izquierda y, por supuesto, el macrismo- y por el lado opuesto, los “continuistas” que desde ambos extremos del dial, de Espert a Del Caño postulan que aquí no ha cambiado nada. Para los historiadores, que tenemos esa cierta fascinación con “los períodos” no estaría mal revisar estos años sometiéndolos a los trabajos de periodización.
Intentemos un repaso sumarísimo de los cambios más importantes de estos años. Los cambios que más se esperaban -porque eran los que más se anunciaban- eran los económicos. El “sinceramiento” de la economía vino de la mano de la liberación del dólar, eliminación de muchos subsidios a los consumos masivos y endeudamiento externo. Niveles de inflación que duplicaron los que supuestamente venían a corregir y creciente parate de la capacidad instalada de la industria con el subsiguiente crecimiento en el nivel de desempleo. Aunque fueron importantes y tuvieron repercusión directa sobre la vida de los argentinos, ninguno de esos cambios dio lugar a movilizaciones sociales que pusieran en riesgo su continuidad, ni mucho menos la del gobierno y ni siquiera de un funcionario. En el plano político, Cambiemos ha tratado de imponer su modo gerencial, aunque sin descuidar los acuerdos propios de la “vieja política” para obtener avances legislativos. Con un gran esfuerzo puesto en la comunicación y en la demonización de los funcionarios del gobierno anterior, judicializando todo lo que se pueda, sin reparar en los golpes de efecto, aunque para ello haya que violentar algunos procedimientos legales en lo que parece ser un modus operandi de la nueva derecha latinoamericana. Pero entonces ¿termina, comienza o continúa? Aunque los cambios que mencionamos afectaron a un número importante de compatriotas, y si bien hubo movilizaciones muy importantes -Maldonado, huelgas, ley de IVE-, los movimientos sociales no han generado acciones de protesta que hayan logrado un impacto o trascendencia social ni mucho menos contagiaron su perspectiva contestataria a otros sectores sociales. Por el contrario, a diferencia de 2001 exacerbaron el sentido común represivo del votante macrista promedio, salvo en los episodios de fines de 2017 con las marchas en contra de las bajas a la jubilación. Por cierto, no ha habido incautación de ahorros, que quizás fue el mayor detonante de las protestas de la clase media en la crisis de diciembre 2001. Los partidos políticos han movilizado -orgánicamente- en casos excepcionales: presentación de leyes o acompañando algunas movilizaciones masivas convocadas por los movimientos sindicales. En ese sentido, consideramos no hay un suceso social de gran envergadura que permita configurar una periodización 2003-2015. El final del gobierno de Cristina Fernández no es suficiente para fijar allí un completamiento del ciclo inaugurado en 2003. No lo estamos considerando desde el clásico enfoque de las “tareas cumplidas”, ni nos interesa analizar acá si la agenda del kirchnerismo quedó con proyectos por pendientes de realización (ese balance correspondería a ese sector). Más bien me refiero a que ese momento 2003 no encuentra una referencia de similar envergadura, simbólica o real. Si bien el kirchnerismo cumplió su ciclo de mandatos legales, 2015 no significó ni su propia debacle como fuerza política, ni el país fue testigo de una conmoción social intensa que, por ejemplo, forzara el cambio de gobierno, como ocurrió en 2001. Tampoco el nuevo gobierno asumió tras una crisis en el sistema político de representatividad, al menos en los cargos más altos, como pasó en 2003. Una última aclaración: que no consideremos “cumplido el ciclo”, no significa que haya una continuidad entre el kirchnerismo y el macrismo; he señalado muy por arriba sus diferencias. La idea que quiero reforzar es que las transformaciones que ha habido, pueden quedar incluidas en un ciclo más largo que aún no ha colisionado contra su propio tiempo, no hay estructuras o personeros que hayan colapsado y hayan sido dejados definitivamente de lado. Finalmente, que gran parte de la discursiva macrista (la política y la de los medios de comunicación concentrados) no haga más que dialogar con el kirchnerismo, no hace más que ratificar que muchas de sus políticas, iniciativas y retórica gozan de una absoluta vitalidad. (Gracias, Leo Plugel) Para concluir, trataremos de proponer hipotéticos escenarios futuros para los movimientos de la política actual y relacionarlos con el tema que hoy nos convoca a. Dada la capacidad hegemónica de la burguesía argentina, con cierta capacidad para controlar protestas y canalizar disconformidades, vuelve el kirchnerismo y el cuatrienio macrista queda como “interregno/tropiezo/paréntesis” con lo cual se ratificaría la continuidad del ciclo. El ajuste que el kirchnerismo no quería realizar (o cuyo costo político no quiso pagar, si vamos a paranoiquear un poco) ya ha sido hecho. Si bien el panorama económico que deja es desastroso -destrozó el mercado interno sin generar grandes inversiones infraestructurales ni optimizar las condiciones para una economía exportadora- también es cierto que queda mucho por hacer en la recomposición de la intervención estatal, un terreno en el cual los peronismos se sienten muy cómodos y para el cual cuentan con un know how reciente. b. Apostando a aquella capacidad del punto a) gana el albertofernandismo y asume en fase “conservadora”. El fin del ciclo se posterga indefinidamente hasta nuevo aviso. La recontrapesada herencia ancló a la economía nacional, se implementan algunos parches que morigeren la crisis social y se comienza un período de crecimiento muy lento con las variables económicas más visibles bajo control (dólar, inflación)
c. Dada la incapacidad de la burguesía argentina para generar condiciones de crecimiento duraderas y armonizar su inserción en el contexto económico global, quien resulte ganador (Fernández, Lavagna, Massa Macri, o quien sea) conforma y abroquela un duro “partido del ajuste” y profundiza el modo de funcionamiento económico y social propuesto por Macri. Más ajuste y crisis de deuda generarían, ahí sí, las condiciones de inestabilidad que preparen una crisis social de una intensidad y alcances similares a la de 2001. Y ahí sí, 2015, sería cobraría una nueva significación para ser considerado en una periodización, donde quedaría como el comienzo de las transformaciones “madres” de esa crisis. Tampoco vayamos a creer que es tan importante periodizar per se, o por el gusto de ponerle principio y fin a algo. Ocurre que las periodizaciones nos sirven para comparar períodos y analizar las direcciones y los ritmos de los cambios que se dan en una sociedad, que es la misma antes y después del hiato pero que a la luz de ciertas preguntas y lecturas, puede mostrarse con distintos ropajes para vestir a un cuerpo social que en la larga duración va razonablemente mutando, generando nuevos escenarios, incorporando actores, sufriendo las repercusiones de su modo de conexión global. Aunque en la larga duración esos cambios aparezcan siempre como graduales, en los ciclos cortos e intermedios se presentan momentos que parecen partir en dos esa historia, o al menos, hacerla tomar un rumbo distinto.
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