CFK sorprendió en un plenario en Avellaneda llamando a que sea el Estado el que monopolice el manejo de los planes sociales y no los movimientos sociales. La discusión posterior y alguna propuesta a la que refirió Cristina se quedan muy chicos al lado de la extensión y complejidad del mundo de los excluidos y la economía popular.
A mediados de los años ’80, es decir hace un millón de años, un dirigente de la 21-24 de Barracas me enseñó con un realismo que hoy parece obvio que a los vecinos de las villas les da más o menos igual qué dirigente político o funcionario les dé respuestas, caños, obras, comida, en la medida en que sus demandas tengan respuestas. Es decir, no se trata tanto de ideología ni de purismos sino de urgencias prácticas, de todos los días. Ese dirigente era el Flaco Guillermo Villar, a quien conocí pelilargo y medio rengo no recuerdo si por un accidente automovilístico. Antes había sido jugador profesional de fútbol en San Lorenzo, Bolivia y puede que Paraguay.
Al Flaco Villar, que tan por entones me resultó un tipo fantástico, lo “descubrí” a través de un conocido italiano que representaba a una ONG progre de su país. Tal como lo relaté en un libro sobre la erradicación de las villas en dictadura “el Flaco inventó en la villa una propaladora, es decir una radio a megáfono. Esa propaladora después se hizo FM comunitaria, la Sapucay, nudo de articulaciones varias. Alguna vez, allí mismo munido de su micrófono y gracias a la intermediación del periodista televisivo César Mascetti, el Flaco se produjo un notón: recibió en la radio al doctorazo Guillermo Jorge del Cioppo, el principal ejecutor del plan erradicador del Proceso, y lo sometió a riguroso interrogatorio. Dicen que lo hizo polvo. Pero esa FM no está más. Aparentemente, ciertas internas políticas en el barrio, cizañeadas desde afuera, derivaron en cierto triste final”.
En el libro no lo dije como lo haré ahora: el asesinato de Villar sucedió en lo que en la jerga policial-periodística se llama “circunstancias extrañas”. El Flaco recibió una puñalada literal en la espalda.
Esta introducción que se va a extender es para referir a la intervención de Cristina Fernández de Kirchner cuando en un plenario de la CTA en Avellaneda, como quien dice enderepente, llamó a dejar de tercerizar los planes sociales en los movimientos sociales, a que sea el Estado el que monopolice esos planes. También sostuvo la necesidad de que el Estado genere empleos y no planes, porque eso hace el peronismo. En mi última nota política en Socompa creo haber escrito algo relativamente parecido. Pero llama la atención el modo súbito en que CFK aludió al mundo de los movimientos sociales, los mismos que la bancaron -a ella y a Néstor Kirchner- en votos y en vastísimas movilizaciones que se sucedieron durante muchos años.
“Nos declaró la guerra a todos los movimientos sociales”, dijo Luis D’Elía. Los líderes del Evita, que no son santos, también la cuestionaron a su modo y Juan Grabois tuiteó esto: “La economía popular no es tercerización de facultades que antes ejercía maravillosamente el Estado sino creación heroica de los excluidos”.
La discusión de fondo tiene que ver, entre otras cosas, con biografías de líderes sociales que pueden o no parecerse a la del Flaco Guillermo Villar. Pero más aun con una complejidad social que desde el Estado es difícil de tratar.
Del Che a la guita
Cuando mataron al Flaco Villar Magtara Feres, una histórica dirigente de base del barrio Rivadavia 1, recordó: “Lo conocí cuando tenía 17 años. Con Guillermo en la época de la dictadura íbamos caminando al obelisco porque no teníamos para el colectivo. Pese a que se digan cosas de él, hizo historia con la coordinadora de villas”.
Villar, al menos en sus años todavía mozos y no tan mozos, era admirador del Che y del padre Mugica. En la radio que creó se hablaba castellano y guaraní, él era paraguayo de nacimiento. Recibió aquella puñalada poco antes de verse con Néstor Kirchner, en 2003, con la mediación de Aníbal Ibarra. El Flaco murió con varias denuncias en su contra. El MTL lo vinculó al crimen de un militante de ese espacio, Ramón Rodríguez. Por izquierda y por derecha se acusó al Flaco de manejar la mutual del barrio, la Flor de Ceibo, a su antojo, o haciéndose de lotes. Algún militante villero dijo “Lo veíamos andar en una camioneta 4×4”.
La vida, militancia y muerte de Villar es muy anterior en el tiempo a los tiempos de la presidencia de Alberto Fernández. Pero de manera no tan simbólica y sin pretenderlo Alberto Fernández incluyó a Villar cuando, respondiendo a las nuevas urgencias de CFK -ahí va otra interna, gracias- saludó el trabajo de los movimientos sociales “ayudando a contener a los sectores vulnerables, llevando solidaridad y compromiso donde no existía. Quiero agradecérselos, aun cuando algunos hagan picardías que nosotros no convalidamos”.
Fernández dijo más. Dijo que los movimientos sociales “han trabajado denodadamente para que la Argentina no explote” y que cuando asumió el Gobierno, “la verdadera discusión era cuánto tiempo iba a pasar para que haya un estallido social o el primer saqueo. Nada de eso pasó, en gran medida porque las organizaciones sociales estuvieron al lado de los más necesitados. No se llevaron la plata de los vulnerables, los acompañaron, los alimentaron, se asociaron al Estado en la gestión de todo eso”. Curioso, el escenario de sus declaraciones fue uno de los preferidos -varios años atrás- de la vicepresidenta: el Museo del Bicentenario.
Entre otras cosas Cristina había dicho: “el peronismo no es depender de un dirigente para que me dé el alta o la baja de un plan, el peronismo es laburo”. De nuevo la pregunta: por qué de repente le dio por ese lado. Es cierto también que hace un millón de años, pero no tantos como para regresar a los 80, existía un sueño hoy olvidado que era evitar el clientelismo político generado por los planes sociales mediante sistemas de bancarización y criterios de universalidad. Y es cierto que la Asignación Universal por Hijo creada en el gobierno de Cristina hizo realidad ese sueño de transparencia republicana bancarizada, de nuevo, hoy olvidado. Y como todo en la vida y en la vida política son contradicciones y escenarios nuevos, es cierto también que algunas intervenciones públicas de Cristina terminan con Matías Kulfas reemplazado por… Daniel Scioli… que, a su vez fue el candidato presidencial elegido a dedo por… Cristina. Si es por antecedentes, el que escribe se queda con Kulfas, no con Scioli, aunque hay que esperar cómo resulta la gestión del ex motonauta que no fue un gran gobernador.
Otro gigante invertebrado
Tal como están las cosas en el mundo, el capitalismo salvaje tiene mucho tiempo de vida, tanto como la impotencia del Estado (los Estados, es en todas partes) para controlar al poder financiero o las empresas, o aún más difícil, “controlar” que las empresas generen trabajo. Recordemos más: esta es la era de la ultra precarización y la del fin del trabajo, chau Marx. Paralelamente y desde hace muchas décadas, la economía de los pobres en América Latina, o economía en negro, o en el mejor de los casos la llamada economía popular es un fenómeno social y económico largamente consolidado, una cultura, un dato político de primerísimo orden y una roca contra la que suelen chocar los buenos modos y todas las doctrinas económicas, sean liberales, neoliberales, keynesianas, marxistas o lo que demonios fuera. La economía de los excluidos conforma -como el peronismo según Cooke- otro tipo de gigante ciego, invertebrado y miope al que se podría vertebrar más y mejor con presencia del Estado. Pero no necesariamente con ominipresencia vertical de un Estado al que le faltarán méritos y sintonía fina (para volver a citar a CFK) para hacerse cargo de la cosa. Avivadas y curros se van a dar siempre, pero ése es el árbol más que el bosque. Mejorar la supervisión del Estado o la transparencia en el modo de gestionar planes sociales está bien, pero suena a poco, a conocido, ante semejante fenómeno social. Y ya que estamos, mejorar sería controlar a las empresas, los niveles de precarización y explotación (¿dónde están hoy todes los muchaches que en lo peor de la pandemia andaban montados en motos y bicis de Rappi, Glovo y Pídalo?). Por otro lado, y a riesgo de ingenuidad política, ¿se requiere de más Estado vigilante o de más y mejor sociedad auto organizada? Ese debate de fondo no se da, tampoco en la intervención de CFK.
No parece que en el actual estado de la economía y de las ideas en el mundo -un mundo en el que se dice que la democracia misma es un obstáculo para el buen orden racional de la economía liberal- se vengan escenarios de inclusión masivas ni de “generar trabajo” alla peronista. Bajar cada 0,1 de trabajo informal al kirchnerismo, durante diez años, le costó un Perú y el trabajo informal siempre anduvo por encima del 33 por ciento.
De modo que lo que se está discutiendo desde que CFK lanzó su crítica/propuesta surprise, suena a chiquito. Luego de su discurso en Avellaneda, la vice saludó con regocijo una propuesta del intendente de Pehuajó, Pablo Zurro, y hasta se reunió con él. Ruido mediático en torno de ese encuentro. En el Senado se vieron ambos y Zurro le acercó su programa “para transformar los planes sociales en trabajo”. Esa misma propuesta, subrayó Cristina, también fue presentada al ministerio de Desarrollo Social. Guau, podrá pensarse, debe ser una propuesta sensacional, una cosa increíble, algo salido de los cráneos del Instituto De Tecnología de Massachusetts. Pero no.
La propuesta de Zurro es modestita y no se puede decir que “genera trabajo”. Dado el “incremento exponencial de beneficiarios de programas sociales” que se produjo en su municipio en los últimos años, Zurro propone que el ministerio nacional a cargo trabaje en modificar solamente el régimen de los beneficiarios del programa Potenciar Trabajo. Y que los municipios aporten un pago adicional mensual a los beneficiarios; que se asignen tareas y capacitaciones; que se controlen las asistencias al trabajo, altas y bajas; que se pague un aporte para el acceso a una obra social, el IOMA. El extra o aporte adicional (que en Pehuajó ronda los 4.000 pesos) y el aporte correrían a cargo de los municipios. Más allá de que Pehuajó apenas si maneja 334 planes y otros municipios grandes manejan muchísimos más, por lo cual las finanzas no les darían, aquello que CFK respalda es poco menos que nada o asuntos largamente conocidos.
Sí, hay un cierto desorden en el control de los planes, que según los intendentes tiene relación con la confusión generada por el macrismo cuando no le quedó otra que lidiar también con los planes, los movimientos piqueteros y sus movilizaciones (recordar que esto, y el clientelismo posible, incluye a todos: del Evita al Polo Obrero). Pero el control nuevo del que se habla tiene poco de revolucionario y estamos hablando de 334 planes en Pehuajó contra el 1,2 millón de personas que por lo menos hasta abril pasado contenía el programa “albertista” Potenciar Trabajo. Con el 57 por ciento de los beneficiarios viviendo en el conurbano y la Ciudad de Buenos Aires.
¿Quién maneja el programa en el ministerio de Desarrollo Social? Emilio Pérsico, del Evita, pagando 16.500 pesos por cuatro horas de trabajo en cooperativas de muy diversas organizaciones. Se sabe, CFK y el Evita se llevan peor que feo. Si Cristina dijo lo que dijo solo por un tema de poder político en el generoso espacio de los movimientos, estamos jodidos o faltos de pensamiento estratégico.
El diputado nacional Leonardo Grosso, del Evita, simpático para quien escribe, dijo bien que “la mirada desarrollista del capitalismo clásico en el peronismo es muy fuerte. Y esa mirada no contempla la economía popular. No la ve, y eso es parte del problema que estamos atravesando ahora”. También tuiteó esta frase: “Dolió lo que dijo Cristina porque le tenemos un aprecio enorme”.
¿El “Plan Zurro” es todo lo que ofrece Cristina para que el Estado deje de tercerizar planes sociales y los dirigentes sociales ya no sean dueños de las altas y bajas? Una vez más, a las críticas y propuestas del kirchnerismo les falta sintonía fina, novedad, consistencia, potencia. “Efectividades conducentes” diría el Peludo Yrigoyen. En este caso se suma el riesgo de ningunear a los movimientos sociales (con todos los pecados que se les pueda achacar). Es lo que faltaba, que, por falta de precisión tanto en las críticas como en las contrapropuestas, el kirchnerismo se ponga al borde de hablar mal de los choriplaneros.