No se parecen a nada de lo que conoció la política argentina. Hacen de la eficiencia un culto y de la falta de pensamiento crítico una herramienta. Desde allí construyen conceptos que no son ideas sino aplicaciones. Es lo que fue y lo que se viene.
Son otra cosa. No son la rancia aristocracia del siglo XIX; no son las fieras fascistas del treinta. Se parecen a los de la Revolución Libertadora (los antiperonistas se parecen, cualquiera sea la filiación política o ideológica). Pero estos de ahora son definitivamente otra cosa. Varias, no una, pero lo que más son es efectivos (por eso mismo son patoteros).
En la política son de genealogía reciente, de fines de los años setenta y comienzos de los ochenta: finanzas y era digital. O sea, máquinas de producción y resultado. Ni Roca, ni Agustín P. Justo, ni Frondizi. Ni Onganía, ni De la Sota, ni Cobos. Eso es carne vieja. Los de ahora son buitres de carroña actual. No son de derecha: no es ese el rango que los mide. Son otra cosa; neo-empresarios, de bicicleta, aire libre y viernes casual. No tienen país de origen, no les importa la Argentina. Pueden vivir aquí o en cualquier lado.
No son conservadores ni ilustrados. Son gentes a pura eficiencia y con muchos recursos técnicos. No tienen cultura, apenas aquella necesaria para el desplazamiento. En general son iletrados, de bostezo fácil frente a un libro.
Tienen preocupación por las formas, porque es parte del mismo asunto. Formas superficiales, de packaging de felicidad y armonía, de cartel en el subte que dice: “Si alguien se siente mal, ayudémoslo”. Lo obvio se convierte en slogan. Este marketing de vida sana y comprensión es la exudación de la economía política que sostienen.
Son corporaciones que negocian. Ni fábricas fordistas ni empresa familiar. Estas corporaciones no tienen dueño, los excede. Son más grandes las acciones que la voluntad individual de un dueño. Por eso no importa si es Mauricio Macri o quién sea. Macri es un muy buen exponente, sí, pero el asunto es más amplio, de inscripción internacional, de lazos más complicados, de intereses cruzados.
Tienen entrenamiento en el exterior, todos bajo el ala de las finanzas; son eficaces, muy eficaces para lo que quieren. Insisto: no son la derecha ni son conservadores. Son neo. Pura demolición a fuerza de anticipación financiera.
Neo; no es ambición sino procedimiento: es la forma de operación sobre los otros. La eficacia no admite caras, ni parentescos, ni pertenencia grupal. Cuando hablan de equipo es porque los vínculos responden a esquemas funcionales. Son cuerpos de abrazo rígido, de compromiso con la tarea y nada de comunión. Es un equipo gélido. Por eso se abrazan como repeliéndose.
La forma de operar sobre los otros es bajo una apariencia (amenaza) de modernización permanente. El Ministerio de modernización es la institucionalización del dominio financiero por encima de cualquier otra razón.
No son humanistas, no dudan. Retroceden, a veces, pero no dudan. Saben a dónde van y no necesitan que haya alguna mediación. No tienen un proyecto de país. No les importa. Son lo más agudo del capitalismo, su bisturí más impiadoso.
No es un nombre. Son otra cosa: una raza política nueva que casi no conocemos.
La administración del gobierno actual tiene una forma específica de ejercer poder: es la política vaciada como aplicación (app). No hay votantes, hay usuarios. Eso ofrecieron en las elecciones: aplicaciones para usuarios. Es decir, herramientas de uso y habilitación personal: ser felices, estar todos juntos, la alegría es poder colaborar, en todo estás vos, mirar al futuro. La aplicación más elocuente: cambiemos. Ante cualquiera de estas aplicaciones, la fuerza argumental en contra es vista como violencia. Y en el colmo de la aplicación, como soberbia.
La política como aplicación es el desplazamiento del elector al usuario móvil. La eficacia y la extensión de los íconos salen de las pantallas y se instalan y actualizan en la vida cotidiana.
Google play: 700 mil aplicaciones bajadas. Android: más de un millón. Apple, millón y medio aprobadas desde 2008. 35.000 millones de descargas. La extensión no reconoce clase social ni lugar de origen. 35.000 millones (sólo de Apple) es signo de una práctica orgánica, de un tipo de necesidad vital. 35.000 millones: no elegimos, estamos adentro.
Sergio Massa como opositor peronista es una aplicación del gobierno actual. En otras funciones, lo mismo Hugo Moyano y también lo fue el Momo Venegas. Los intendentes radicales, volver al mundo, el fin del cepo, ñoqui, contramilitancia, todas son aplicaciones conminadas al uso y la propagación. Y efectivas para administrar usuarios. El yaguareté de los billetes es la aplicación “basta de historia política”. Multitasking Pro.
Narcotráfico: la reiteración del tema, la insistencia y difusión permanente, es la composición de una nueva aplicación. Es necesario instalar el ícono en cada pantalla: Narcotráfico. No vemos claramente qué es; es suficiente el ícono. Eugenio Zaffaroni da un reportaje. Argumenta: “Al narcotráfico no le importa la Argentina porque queda lejos de Estados Unidos, lejos del lugar del consumo. El narcotráfico no es un problema aquí”. La aplicación se distribuye igual. A la aplicación no le importa Zaffaroni, no hay lugar para los argumentos de Zaffaroni.
La aplicación es eficiencia sin ética ni compromiso. Por eso puede ser una y lo contrario. Carlos Melconián: “Vamos a devaluar”; Macri, un día después: “No devaluamos”. La aplicación se actualiza. Todo es posible.
Cedamos siempre el asiento. Dejemos bajar antes de subir. Tiremos la basura en los cestos: aplicaciones para la vida Pro. La más clara, la que indica el gesto de un solapado disciplinamiento social: Esperemos siempre detrás de la línea amarilla.
No todo es aplicación. El poder judicial, el poder mediático y las fuerzas de seguridad no son aplicaciones, son la garantía de funcionamiento de las aplicaciones. ¿Para qué? Para la marcha precisa de la economía financiera y del vaciado político.
La aplicación que ya no sirve, se borra o se elimina (Ernesto Sanz y buena parte del radicalismo).
El ícono Pro, con su tecla de avance, no es un partido sino una aplicación con voluntad de vaciado político. El gobierno Pro no fue votado, fue descargado por un 51 por ciento de usuarios. Esa es su conquista inesperada. Y, a la vez, toda su fragilidad.
El macrismo crea realidad. En su aparente torpeza, en su aparente estupidez, crea realidad. No refleja lo que es, no oculta lo que es. Crea, inventa, produce. No en paralelo a otra cosa. Crea un sistema hecho con palabras, con significantes vacíos, con deslizamientos, con gestos específicos.
Acusarlos de mentirosos es inútil, no sirve. Como en The Truman show, rebotamos contra la nube. Porque crear realidad no es mentir, es más grande, es otra cosa. Es una puesta en escena sin afuera. Una política sin afuera. Preguntamos: ¿pero cómo, no ven la realidad? La pregunta es inútil: no hay afuera. Crean realidad: crean cuerpos para esa realidad, crean situaciones, crean un discurso con pocas palabras.
¿Cuántas palabras tiene el vocabulario Macri? ¿O el vocabulario Bulrich, ella o él, es lo mismo? ¿Cuántas? No importa. Crean un lenguaje con poco: felicidad, cambio, no volvamos para atrás, sí se puede, vivir mejor, todos los argentinos, equipo, en todo estás vos, vecino, juntos, nosotros. ¿Engañan? No, inventan un lenguaje atractivo. Un vocabulario tela de araña, atrapante, anhelado. Un conjunto acotado de conceptos que se definen entre sí: Felicidad es el cambio; no volvamos para atrás es lo que el vecino quiere; el vecino es todos los argentinos que quieren la felicidad; el equipo es todos juntos, se puede, vecino y vecino, los argentinos, la felicidad. Nosotros, cambiemos, se puede. El vocabulario es circular y tautológico. Y muy eficaz.
Crear realidad es crear una red de conceptos que forman un sistema, y ese sistema es la construcción de una verdad sin afuera (a esto llaman posverdad). Una pura tautología, un espejo, una tela de arañas de la que no es posible salir. Si no entrás, te quedás pataleando en la puerta y rebotando contra la nube.
Por eso, para muchos de nosotros, la sensación de la época es la impotencia. La impotencia es más grande que la bronca y más grande que la tristeza. Cualquier expresión del afuera, cualquier discrepancia política es un absurdo, molesta, está fuera de lugar. Es puro exceso. Ante este conjunto de conceptos creados por el macrismo, hablar, decir, opinar, enfrentar, es un exceso que atenta contra un “nosotros” permanente.
Contra el pensamiento crítico, los talleres de entusiasmo de Alejandro R. El macrismo es un diluyente para cualquier argumento y la impotencia se hace visible en nosotros.
Nuevamente: ¿Cuántos conceptos tiene la realidad Cambiemos? Evidentemente muchos más de lo que vemos y todos los que vemos: Macri tomando mate o abrazando a un pobre o tocando el timbre en Berazategui es un concepto, es una creación de realidad Cambiemos. Los besos al aire de Vidal son un concepto, también son realidad Cambiemos. “Nosotros”, “en todo estás vos” son una puesta en escena, no una forma de inclusión.
La cara de María Eugenia Vidal también es un concepto: su gesto es muy eficaz para la incorporación de jóvenes a este sistema cerrado de una realidad propia. Toda ella es el vecino, toda ella es el sí se puede, toda ella es el “en cada rincón estoy con vos”. Es una reificación del concepto, una puesta en acto. En ella, en las señas de su cara, en su tono de voz, los conceptos se hacen visibles. Vidal, en esta realidad Cambiemos, es pura ganancia.
Una política sin afuera requiere de un sistema de captura almibarado. Vidal es sedosa, envolvente, casi etérea. Ideal para la captura. Convierte el afuera en una situación sensible: Lucha contra el narcotráfico está incorporado, no como problema, sino como una puesta en escena: lo que más se ve del tema no es la droga sino el “sacrificio” de tener su hogar en una base militar.
Vidal es la Mujer Pro, la Mujer candidata. No necesita casi de nada. Su apariencia piadosa y su derrame Pan Triste, son más eficaces que todo Durán Barba. No le teme ni a Macri ni a Carrió.
Vidal y Carrió se repelen porque son lo mismo: las dos son bastardas en un mundo de aristócratas. Ninguna de ellas es de clase; ninguna creció con todo resuelto. Las dos son religiosas. Carrió con cuerpo de cura obeso e impunidad de fanático; Vidal como una beata devocional. (Las dos son mujeres religiosas; también Michetti, aunque desplazada por el pecado de gula 2015 “CABA es sólo mía”).
En esta lógica, ¿dónde situar a Milagro Sala, a Santiago Maldonado, las tropelías en el poder judicial, el fraude electoral? La respuesta del macrismo es la de remitir a significantes vacíos: está en manos de la justicia es el utilizado para Milagro, por ejemplo. Los significantes vacíos son parte del sistema de realidad Pro.
El pobre, el jubilado, los que duermen en la calle, los desocupados no son significantes vacíos. Pobreza cero, reparación histórica, emprendedores son conceptos de la matrix Pro que no fueron suficientes para convencer. Parece no alcanzar. ¿Nos mintieron? No. ¿Qué hicieron? Crearon más realidad: vamos juntos hacia adelante, nuestro compromiso es que vos llegues, juntos venimos bien, “yo quiero darte todo lo que falte”, dice una de las canciones Cambiemos. O sea, no hay que profundizar ni discutir las causas. Lo que hay es futuro: lo que vemos como mentira o engaño es una promesa a futuro.
El concepto “futuro” es un andamio fundamental en la construcción actual de Cambiemos: “sabemos que hay muchos que no ven todavía la mejora en la economía”; “van a llegar las inversiones”; “cómo no sentir esperanza”; “en equipo lo estamos haciendo posible”. La máquina conceptual del macrismo tiene en el futuro el soporte para mantener una política sin afuera. Mientras tanto, la puesta en escena funciona y el grado de eficacia es enorme.
Pero, la promesa de lo que ha de venir tiene fecha de vencimiento. A diferencia del pasado, que no vence, el futuro en la economía y en la política sí tiene fecha de vencimiento.
Entonces lo real, lo que sucede, el afuera arrollador se impone por encima de cualquier realidad creada y sin ninguna mediación.
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