Un viejo adagio dice que no hay democracia sin demócratas. Qué sucede con la cultura democrática de nuestras sociedades tras el crecimiento de las tendencias autoritarias a nivel regional y mundial. (Foto de portada: Horacio Paone).

La idea de democracia entendida como auto-gobierno de la ciudadanía depende de una trama de disposiciones intersubjetivas, recursos cognitivos y orientaciones valorativas compartidas que podemos llamar: cultura democrática. Sus principios, que promueven una asociación libre de dominación y la participación igualitaria de los ciudadanos en la formación de la voluntad política, se traducen en disposiciones morales y epistémicas que exigen respetar (y/o entender como útil) la libertad de los otros y ser solidario con (y/o entender como útil) las decisiones surgidas de la participación igualitaria en los asuntos públicos.

Cuando queremos ver qué está pasando con la cultura democrática en este tiempo, en definitiva, tenemos que preguntarnos qué está pasando con la libertad y la solidaridad en nuestras sociedades. Para esto, los relevamientos de opinión pública pueden resultar útiles, si los leemos con algún cuidado y los complementamos con investigaciones que no se queden en la superficie de los problemas. En lo que sigue voy a analizar dos casos que conozco bien y he estudiado con alguna profundidad: Argentina y Estados Unidos, intentando ampliar el panorama a otros países en los que la cuestión de la cultura democrática se ha vuelto urgente: Bolivia, Brasil y Chile.

Comienzo mostrando el contraste que se puede leer en la ronda de encuestas de Americas Barometer (gráficos 1 y 2) entre dos modos de interrogar por las preferencias democráticas o anti-democráticas. En los dos casos observamos preferencias explícitas, pero sólo cambiando la modulación de la pregunta, cambia la capacidad de registro: en un caso (gráfico 1) se pregunta en abstracto si la democracia es el mejor régimen político, en el segundo (gráfico 2) simplemente se agrega una justificación para un golpe militar (por ejemplo: desborde de inseguridad), y las diferencias son notables para todos los países. Esta comparación evidencia lo complejo que resulta la medición de tendencias anti-democráticas y justifica los reparos que se deben tener al momento de leer los enunciados más abstractos e ingenuos sobre cultura democrática.

El gráfico 1 nos muestra un panorama limitado, con un problema de tendencias anti-democráticas concentradas en dos países Bolivia y Brasil), de un modo errático. El gráfico 2 nos muestra un problema más amplio y sistemático, ya que en todos los países — no solo en Bolivia y Brasil — aparece al menos un cuarto de la población que en determinadas situaciones justificaría un golpe militar.

El segundo paso que podemos dar consiste en buscar más allá de la superficie: ¿qué está pasando con la valoración de la libertad y la solidaridad política? Y preguntándonos al mismo tiempo por la existencia de sesgos o particularidades que puedan explicar estos fenómenos de retroceso democrático. Esta misma encuesta posee una serie de preguntas (d1 a d5) que sirven para construir un índice de intolerancia o autoritarismo político, ya que miden el respeto que cada individuo tiene por las libertades de los disidentes al momento de votar, postularse a cargos públicos, dar discursos en TV, protestar pacíficamente, así como su aceptación de la posibilidad de que los homosexuales ocupen cargos públicos.

Si combinamos este índice de autoritarismo político con la pregunta explícita sobre valoración de la democracia obtenemos una categorización más adecuada para medir la situación dela cultura política democrática. Voy a llamar: demócratas a quienes valoraron positivamente a la democracia y, al mismo tiempo, no manifestaron disposiciones autoritarias hacia los ciudadanos que tienen posiciones disidentes; desilusionados a quienes no valoraron positivamente a la democracia, pero no manifestaron disposiciones autoritarias; pseudo-demócratas a quienes valoraron positivamente a la democracia, pero manifestaron disposiciones autoritarias; y antidemocráticos a quienes no valoraron positivamente a la democracia y manifestaron disposiciones autoritarias.

Los gráficos 3 y 4 nos van a ayudar a responder a la pregunta de este artículo: ¿estamos frente a un proceso abstracto de recesión en la cultura democrática o enfrentamos el crecimiento de una derecha autoritaria que lesiona las bases de la sociabilidad democrática?

Estos datos, que son consistentes con otros que surgen de esta misma encuesta y de otros relevamientos, muestran que las tendencias no-democráticas constituyen el problema principal tanto en la Argentina, donde representan un tercio de la ciudadanía, como en Estados Unidos, que son un cuarto. En ambos países, por el contrario, el grupo delos ciudadanos desilusionados con la democracia no expresan el principal problema de la cultura democrática contemporánea.

Por otro lado, vemos que los grupos anti-democráticos (o pseudo-democráticos) han crecido y se han concentrado progresivamente en alternativas políticas de derecha, que comienzan a estar internamente determinadas por estas orientaciones y disposiciones de sus votantes. Evidentemente, la situación general es compleja porque cada país procesa estas tendencias a través de instituciones, tradiciones y arreglos partidarios diferentes. También es cierto que este malestar anti-democrático lo podemos encontrar, con distintos grados, en todas las fuerzas políticas. Pero el rasgo principal de este proceso lo constituye el creciente ascendiente que tienen los grupos anti-democráticos dentro de los partidos políticos de derecha, que se expresa inmediatamente como un debilitamiento de la tolerancia y la solidaridad que están en la base de la cultura política democrática.

Se ha abordado este problema de la radicalización de la derecha siguiendo el rastro de los discursos de odio y la re-emergencia de prácticas discriminatorias, que pasaron a formar parte de los rasgos distintivos de las políticas identitarias de una “nueva” derecha o derecha alternativa. Todas esas investigaciones son valiosas y urgentes, pero tal vez el concepto abstracto de odio (se puede odiar un género musical o un plato de comida, como se odian a los seres humanos que migran desesperados o a quienes alguien considera “naturalmente” inferiores) termina resultando confuso o no nos sirve para explicar lo fundamental en términos políticos.

Tras haber estudiado este fenómeno en Argentina durante los últimos 8 años creo que lo que enfrentamos no es solo la politización del odio, sino el fomento y la utilización política de la crueldad: el deseo de que el otro sufra, más allá de cualquier racionalidad o cálculo utilitario. La fórmula que encontramos cuando hacemos estudios sociológicos cualitativos dice recurrentemente: “yo lo haría sufrir antes de hacerlo llegara la muerte / me gusta hacerlo sufrir / mi deseo sería primero castrarlo y luego que muera desangrado”.

Quienes funcionan como objetos más frecuentes de estas representaciones crueles pueden variar, pero fundamentalmente se concentran en: migrantes, los pobres (asistidos), otros grupos étnicos, otras nacionalidades, miembros de colectivos LGTBIQ y las mujeres. Todos estos grupos o individuos se transforman en objetos de disposiciones crueles a través de racionalizaciones más o menos elaboradas: “vienen de otro lado”, “no son como nosotros”, “pretenden cambiar nuestra forma de vida”.

Sin dudas, debemos ser prudentes cuando interpretamos los usos políticos de la crueldad. De hecho, el psicoanálisis tiene mucho para aportar al momento de intentar realizar una comprensión no-moralizadora de la dinámica psíquica de este tipo de sadismo, la historia nos aporta consideraciones fundamentales para situar en el tiempo las especificidades de estos procesos y la ciencia política puede prevenirnos de las generalizaciones rápidas que dejan a un lado los procesos institucionales, pero desde el punto de vista del análisis sociológico esta politización de la crueldad justifica la atribución de un “parecido de familia” con las derivas totalitarias de la derecha en el siglo XX.

Foto: Horacio Paone.

Para analizar este tipo de procesos, no alcanzan los interrogantes de las encuestas periódicas tradicionales. Intentando complementar estos enfoques, voy a analizar una encuesta que realizamos desde el GECID (Grupo de estudios críticos sobre ideologías y democracia, UBA-Conicet) en el año 2018 en la provincia de Buenos Aires. Este estudio contenía una serie de enunciados ideológicos, así como preguntas sobre preferencias políticas. En el diseño de esos enunciados queríamos medir, entre otras cosas, las tendencias anti-democráticas en un nivel subyacente. También podemos observar los resultados de esta articulación entre algunos elementos del campo ideológico y del campo político.

Vemos también cuáles son los elementos del campo ideológico que están socavando la tolerancia y la solidaridad entre los ciudadanos. De los cuatro enunciados ideológicos, tres están de cierta manera investidos de la disposición cruel que hoy caracteriza a las derechas autoritarias: “que los pobres no reciban ayuda del Estado”, “castigar con la fuerza”, “hay que trabajar más y hablar menos”. El cuarto enunciado medía simplemente las tendencias tecnocráticas de la ciudadanía: “como la economía es compleja, mejor que decidan los expertos y no los políticos”. Y lo que se observa en es una fuerte articulación entre las posiciones más intensas de los tres enunciados ideológicos autoritarios con un perfil de candidato político como el que representa en Argentina el actual presidente Mauricio Macri. En torno a estos contenidos, la nueva derecha autoritaria se vuelve un grupo homogéneo, se expande y pretende hacerse fuerte en la vida política de las democracias capitalistas, sin reflexionar sobre los efectos que esta deriva produce sobre la cultura democrática de la sociedad.

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