Todos los días una barbaridad, que es la herramienta elegida por la oposición para limar al gobierno. Un estilo que apunta a la afectividad –sobre todo la negativa- antes que a lo racional. ¿Hay diálogo posible con los dichos de Patricia Bullrich?
Los dichos de Patricia Bullrich sobre Pfizer y Malvinas demuestran algo que se hace presente en cada una de sus intervenciones: es una persona muy primitiva. Incluso más que su jefe político, Mauricio Macri que tiene, a diferencia de su ex ministra de Seguridad, gente que lo asesora y le escribe tuits y libros. Ventajas que da el mucho dinero. Cada vez que habla, Bullrich deja en evidencia que su único objetivo es pegarle al gobierno, no lleva propuestas, no ofrece alternativas, no abre espacio alguno para el debate. Todo un estilo que le permite estar de visita permanente en los programas de los periodistas obsecuentes de los canales que trabajan para el PRO. En el caso de lo de Malvinas, Jonatan Viale acotó: “cómo te van a pegar” avalando con simpatía lo que intentó presentar como un acto de audacia discursiva.
El primitivismo de la presidenta del PRO no es un hecho aislado aunque ella sea su exponente más estentóreo. Es la marca de estilo elegida por la derecha para esta coyuntura, desde Milei a Cornejo, de Longobardi a Baby Etchecopar. Una coyuntura en la que Juntos por el Cambio tiene como única alternativa para el retorno al poder el fracaso del gobierno de Alberto Fernández. Y con ese objetivo atacan y atacan sin descanso. Una rápida recorrida por Clarín y La Nación muestra que la ferocidad contra el oficialismo es aún más intensa que durante la presidencia de Cristina. En aquellos tiempos, el eje de las acusaciones era la corrupción; hoy se insiste sobre la ineficacia del Frente de Todos para resolver el más mínimo problema. Lo de CFK podía entenderse como una estrategia electoral (desacreditar a la principal figura del partido a vencer). Hoy la cosa parece apuntar en otra dirección. La corrupción controla la situación aunque la deteriore. La ineficacia no, queda avasallada por una realidad que le queda grande. En definitiva, no sirve y menos en una coyuntura tan compleja como esta. ¿Qué se hace con lo que no sirve y no se puede reparar y reciclar porque tiene desperfectos insalvables de origen (por eso se presenta al kirchnerismo y en menor medida al peronismo como causantes únicos del permanente desastre nacional)? Se tira, ¿qué otra? Parte del incansable exabrupto de la derecha nacional tiene que ver con la voluntad de que se caiga el gobierno y la impotencia de no haber descubierto aun la manera de logarlo. Por eso cada tanto, alguien deja al caer la palabra “golpe” o se habla de la necesidad de un gobierno más autoritario, deseos que no circulaban desde el fin de la dictadura.
Por eso plantear cualquier forma de discusión con estos discursos es, en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo y en el peor entrar en un juego en el que la consigna es no pensar. Lo de Bullrich es la continuación violenta de la apelación permanente al slogan seguida por el macrismo desde siempre. Recordar “pobreza cero”, “si sucede conviene”, “sí se puede”, por solo nombrar unos pocos de una larguísima serie. Los publicitarios suelen decir que las mejores propagandas son aquellas que no significan nada, caso emblemático “Coca Cola es así”. De lo que se trata es de encontrar una fórmula que apele exclusivamente al campo de la afectividad. Que alguien vaya y compre compulsivamente una Coca sin pensar ni en su sabor ni en su precio. La Coca completa su vida. A esa misma clase de discursos pertenecen los primitivismos de Bullrich. Ir siempre a lo más básico, a lo menos racional, que para eso está mandada a hacer.
Por otra parte, lo que Bullrich propone ofrecer a Pfizer a cambio de vacunas es un bien público, noción ante la cual el PRO se hace la señal de la cruz. Lo que vale es lo privado. El discurso primitivo de la derecha actual es aferrarse con uñas y dientes a la idea de propiedad privada. Esa defensa se hace a lo bruto, no se detiene en argumentos ni análisis, porque lo que está en juego no los necesita. No es cipayismo como sostienen algunos, es dogmatismo capitalista al que se defiende en estos días con la espada, con la pluma y la palabra. Gloria y loor a la gran Patricia.