Las argumentaciones y la votación en el Senado de la fallida Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo como una muestra más de que a muchas provincias se las gobierna bajo el derecho de pernada: unos pocos señores y señoras deciden sobre el cuerpo, el deseo y la prole de sus siervos.

Si algunos de los discursos que escuchamos en la primera fase de discusión de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo parecían sacados del realismo delirante de Laiseca o de las revistitas de ciencia ficción y terror de los años 50 (el cementerio de fetos para evitar el tráfico de sus órganos; el feto extraído a las equis semanas y terminado de hornear en una incubadora; los recién nacidos comparados a perritos y gatitos que se regalan en el parque; etcétera) lo que tuvimos que oír en la segunda fase, ya con media sanción a la Ley, fue espeluznante.

¿Quiénes son estas personas que gobiernan las provincias argentinas? ¿Por qué buena parte están en el poder político desde hace décadas, pasando de intendentes a gobernadores, a senadores, hasta a presidentes de la nación para volver luego a la banca del Senado, décadas y décadas como si el ejercicio de la política fuera un reinado perpetuo? Una falsa democracia que los ciudadanos y las ciudadanas respaldamos y renovamos con nuestro voto cada tantos años. Quiénes son estas señoras y estos señores. Y les digo así no por respeto (no me inspiran el más mínimo) si no porque se comportan como señores feudales o como la señora de la casa. Nosotros, sus siervos y sus siervas.

Quieren hacernos creer que el interior del país es conservador, atrasa, no está preparado para cambios fundamentales como la libertad de decidir sobre nuestros cuerpos sin la supervisión del Estado ni la aprobación de la Iglesia. Quieren hacernos creer que las personas que viven en las provincias no pueden pensar por sí mismas, libremente.

Yo viví en una provincia la mitad de mi vida. Por supuesto es duro ser mujer y joven en el interior; por supuesto la religión y el doble discurso que la religión, sobre todo la católica, promueve se tornan opresivos; por supuesto las mujeres, las travestis, las lesbianas, las sexualidades disidentes, las niñas y los niños están en una situación muchísimo más vulnerable que en las grandes ciudades. Pero pese a todas estas tremendas dificultades tenemos la capacidad de discernir, de decidir, de oponernos, de transgredir. Las mujeres y las personas gestantes del interior también abortamos. Las pobres también abortamos. Las creyentes también abortamos. La idea de que la decisión de abortar es una moda de la urbe es falsa, miserable y paternalista.

Escuché muchos discursos de senadores y senadoras de las provincias más pobres de Argentina haciendo una exaltación de la pobreza: tenemos necesidades más urgentes para perder el tiempo tratando una ley que legalice el aborto. No solo como si el aborto no fuera una cuestión de salud pública y como si la salud pública no fuera uno de los pilares fundamentales para atacar la pobreza; si no como si ser pobre fuera casi un don. Decir: represento a una de las provincias más pobres del país (como en el caso del senador Rozas, de Chaco, que también fue gobernador de su provincia), regodeándose en ello, y no cuestionarse su responsabilidad sobre un territorio sumido en la pobreza, es simplemente una canallada. Los pobres tienen otros intereses, los pobres tienen otras urgencias… desentendiéndose de que son las mujeres pobres las que se mueren tratando de abortar con una percha, es una canallada. Nos representa un grupo de canallas.

¿Es posible que después de María Soledad siga habiendo Saadis en el gobierno de Catamarca? sí, es posible: un Saadi se opuso a la ley en diputados. Es posible porque también es real que el senador Rodolfo Urtubey pueda hablar de “violación clásica” y violación sin violencia para referirse a las violaciones intrafamiliares, el índice más alto de abuso a niñas y niños. Que diga esto en el Senado de la Nación y otro senador, Federico Pinedo, califique de brillante su discurso. Que haya dicho esto hace dos días y todavía nadie del gobierno ni ningún par en el Senado le haya pedido la renuncia.

A las provincias se las gobierna bajo el derecho de pernada: unos pocos señores y señoras deciden sobre el cuerpo, el deseo y la prole de sus siervos.

Pero nuestra victoria es haber roto con el tabú del aborto. Hablamos y seguiremos hablando de aborto: de los que nos hicimos, de los que se hicieron nuestras abuelas, de los que se harán nuestras hijas, cada vez en condiciones más seguras porque aunque no haya ley hay información, circulación de esa información y acompañamiento. Decidir abortar ya no será un estigma. Porque como dijo la escritora Claudia Piñeiro: la sociedad legalizó el aborto.

 

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