Adrián Medina saltó a la notoriedad por ser el defensor de Jonathan Morel, el referente de Revolución Federal investigado por su conexión con los autores del atentado a Cristina Fernández. Sin embargo, sus andanzas y correrías son ampliamente conocidas en la ciudad bonaerense de Lobos por su activa y ruidosa militancia contra la cuarentena.
En Lobos no suelen suceder grandes cosas, y más allá de la laguna donde la población local y aledaña suele pasar los fines de semana dedicada a la pesca de pejerreyes y comer asados, no tiene otros atractivos convocantes para distracción de sus visitantes, salvo recorrer un domingo cualquiera la casa natal del general Perón, convertida en museo, o la abandonada casa donde murió acribillado el gaucho Juan Moreira. Se puede decir que es un pueblo tranquilo, con su aura de conservadurismo, tal como declara de uno de sus pobladores: “Acá, hasta los comunistas son conservadores”.
Sin embargo, esa paz pueblerina se vio alterada durante los extensos meses de la cuarentena devenida por la pandemia. El alterador de la paz bucólica de la población, incrustada en medio de la llanura pampeana, no era otro que Nilo Medina, el joven abogado proveniente de Cañuelas, pero afincado desde hace algunos años Lobos. Medina, saltó a la notoriedad por ser el defensor de Jonathan Morel, el referente de Revolución Federal, investigado por su conexión financiera con los autores del atentado a Cristina Fernández.
Sin embargo, las andanzas de Medina en Lobos ya lo habían convertido en abanderado de los anticuarentena. El 30 de mayo de 2020 fue detenido por la policía en la entrada al pueblo, cuando regresaba desde el Obelisco después de violar las medidas sanitarias y participar de una marcha antivacunas y denunciar la “Plandemia” orquestada -según Medina y sus compañeros- por el gobierno de Alberto Fernández. El hecho se viralizó en las redes y fue repudiado por muchos vecinos, pero aplaudido por otros tantos, que siguieron su detención, su estadía en la comisaría y el dialogo que mantuvo con el comisario transmitido en vivo por el propio Medina desde su celular.
En estas correrías siempre fue acompañado por Daiana López, una psicóloga oriunda de Cañuelas, referente de la UCEDE y candidata a concejal por Cambiemos en las últimas elecciones, quien además tiene como actividad lucrativa dar charlas sobre patologías derivadas de la cuarentena y del “virus inexistente”. Un año después de ese episodio, Medina y López irrumpieron en la sala de terapia intensiva del hospital de Lobos, donde estaban los pacientes internados por Covid, para denunciar a los gritos que no se trataba de un virus, sino de neumonía. Por este hecho también estuvo preso unos días y su accionar nuevamente repudiado por muchos y aprobado por otros tantos en una comarca gobernada por Cambiemos.
Una de las estrategias de Medina, nos cuenta una habitante lobense, es hacerse golpear, victimizarse y buscar apoyo en las redes sociales, cosa que parecía lograr con frecuencia en esos días de encierro. Esa popularidad líquida que otorgan los medios digitales, lo llevó a convocar días después de liberado a una marcha antivacunas, en la muy contaminada por agrotóxicos plaza de Lobos. Sin embargo, sea por el frío de la tarde invernal o por el conservadurismo local, la convocatoria no tuvo el éxito esperado y tan solo él y su novia se hicieron presentes en el lugar. En esa contingencia de soledad y euforia, Medina se disponían a quemar una caja con barbijos cuando la descabellada protesta se vio interrumpida por cuatro paisanos que bajaron de una camioneta y le arrojaron un balde de agua fría, disuadiéndolo así de su actitud provocadora.
No es nada casual que Medina sea el abogado de Morel, el fabricante de las guillotinas y antorchas arrojadas a la Casa Rosada. Los une una amistad y una causa común, testimoniada por fotos publicadas por el mismo Medina, en donde se lo ve lanzando una antorcha encendida junto a su defendido en una jornada donde compartió espacios con Brenda Uliarte, Fernando Sabag y el psicoanalista Ernesto Anzoátegui, asiduo panelista junto a su novia Daiana López de las charlas y conferencias propias de estos grupos.
No resulta para nada extraño ver a un portador del apellido Anzoátegui militando las posturas del nazismo, la xenofobia y el antisemitismo. Basta remitirse a los años veinte del siglo pasado para encontrar a otro Anzoátegui, en este caso Ignacio Braulio, referente de la Liga Patriótica, la organización que apoyó el golpe de José Evaristo Uriburu y adhirió a todas las corrientes de la derecha europea de esos tiempos; es decir: el nazismo alemán, el fascismo italiano y el falangismo español.
A pesar de ser un católico ultra montano y un xenófobo practicante, Ignacio Anzoátegui era poseedor de un humor y una pluma mordaz e hiriente en contra de sus enemigos, condición que lo llevo a escribir que Sarmiento introdujo tres plagas: el normalismo, los italianos y los gorriones; y que Alberdi, quien afirmó que gobernar es poblar, se quedó soltero. Más acá y en estos tiempos, encontramos otro Anzoátegio, el juez Javier Anzoátegui, un fiel heredero de las tradiciones de su antepasado que le abrió una causa por asesinato a una mujer víctima de una violación que respaldada, por la ley, acudió a un hospital para realizarse un aborto. Anzoátegui calificó a los médicos que intervinieron como sicarios. También, como para dar otra prueba de su machirulez militante, en un juicio oral, junto a su colega Luis María Rizzi, se negó a aplicar la figura de femicidio, que está incorporada al Código Penal, por considerar que la violencia de género es “una ideología falaz.
Volviendo a Ernesto Anzoátegui y a Medina, ambos son amigos de la “vecina” Ximena Tezanos Pinto y existen registros que los escrachan filmando en la esquina de Uruguay y Juncal en la noche del 26 de agosto; es decir: seis días antes del atentado a Cristina. Cabe entonces preguntarse, y el cuestionamiento se torna recurrente, qué papel jugaron Medina, Anzoátegui y parte de la troupe de aristócratas y lúmpenes que visitaban pública o secretamente a Tezanos Pinto en el observatorio establecido en el balcón de su casa y desde el cual tenían un panorama perfecto para realizar inteligencia y concretar el finalmente frustrado magnicidio.