Intrigas políticas, rivalidades burocráticas y un sistema financiero descontento con el rumbo del FMI. Joseph Stiglitz analiza el trasfondo de la acusación del Financial Times contra Kristalina Georgieva por la supuesta manipulación de datos en favor de China.
Kristalina Georgieva es la persona cuya excelente respuesta ante la pandemia no solo proporcionó rápidamente fondos para mantener a flote a muchos países y facilitar así el abordaje de la crisis sanitaria global, sino también la que defendió con éxito la emisión de 650 mil millones de dólares en Derechos Especiales de Giro (DEG), tan esenciales para la recuperación de las naciones de ingresos bajos y medianos. Y no solo eso. También posicionó al FMI en un rol de liderazgo en la respuesta a la crisis existencial del cambio climático.
Por todas estas acciones, Georgieva debe ser aplaudida. ¿Entonces, cuál es el problema? ¿Y quién está detrás del esfuerzo por desacreditarla y expulsarla del FMI?
Las acusaciones contra Georgieva se originan en un informe que el Banco Mundial encargó al bufete de abogados WilmerHale sobre el índice anual Doing Business que elabora el organismo y clasifica a los países según la facilidad que otorgan para abrir y operar empresas comerciales. El informe contiene acusaciones, o más exactamente insinuaciones, sobre supuestas irregularidades que involucran a China, Arabia Saudita y Azerbaiyán en los índices de 2018 y 2020.
Puntualmente, Georgieva ha sido atacada por el índice de 2018, en el que China ocupó el puesto 78, la misma posición que el año anterior. El bufete de abogados insinúa que la posición del gigante asiático debería haber sido menor y que se manipularon los datos como parte de un acuerdo para asegurar el apoyo chino al aumento de capital que buscaba el Banco Mundial en ese momento, cuando Georgieva era la directora ejecutiva del organismo.
Por lo pronto, el único resultado positivo de este episodio sería que el índice deje de elaborarse. Hace un cuarto de siglo, cuando era economista jefe del Banco Mundial y el Doing Business lo publicaba una división separada -la Corporación Financiera Internacional-, pensaba que era un producto terrible. Los países recibían buenas calificaciones por impuestos corporativos bajos y regulaciones laborales flexibles. Por otra parte, sus números siempre fueron blandos: pequeños cambios en los datos tienen efectos potencialmente grandes en las clasificaciones. Además, los países siempre se sintieron molestos cuando decisiones aparentemente arbitrarias los hacían caer en la clasificación.
Hoy, después de leer el informe de WilmerHale, de hablar con las personas clave involucradas y de conocer todo el proceso, la investigación me parece un trabajo de hacha. En todo momento, Georgieva actuó de manera totalmente profesional, haciendo exactamente lo que yo habría hecho, y ocasionalmente tuve que hacer cuando era economista jefe: instar a quienes trabajaban para mí a cerciorarse de que los números fueran correctos, o lo más precisos posible.
Shanta Devarajan, el jefe de la unidad que supervisa Doing Business y que reportó directamente a Georgieva en 2018, insiste en que nunca fue presionado para cambiar los datos o los resultados. El personal del Banco Mundial hizo exactamente lo que le ordenó Georgieva: volvieron a verificar los números, haciendo cambios minúsculos que llevaron a una ligera revisión al alza de la posición de China.
El informe de WilmerHale es curioso en muchos sentidos. Da la impresión de que hubo un quid pro quo: el Banco Mundial estaba intentando reunir capital y ofreció clasificaciones mejoradas para conseguirlo. Sin embargo, China fue el patrocinador más entusiasta de la ampliación de capital y Estados Unidos, bajo el presidente Donald Trump, el que se oponía. Si el objetivo hubiera sido asegurar la ampliación de capital, la mejor forma de hacerlo hubiera sido bajar la clasificación de China.
El informe tampoco explica por qué no incluye el testimonio completo de Devarajan, la única persona con conocimiento de primera mano de lo que dijo Georgieva. “Pasé horas contando mi versión de los hechos a los abogados del Banco Mundial, que incluyeron sólo la mitad de lo que les conté”, dijo Devarajan. El informe, en cambio, se basa en gran medida en insinuaciones.
El verdadero escándalo es el informe de WilmerHale, que incluye cómo David Malpass, el presidente del Banco Mundial, escapa ileso. El informe señala otro episodio, un intento de mejorar la posición de Arabia Saudita en el índice Doing Business 2020, pero concluye que el liderazgo del Banco Mundial nada tuvo nada que ver con lo sucedido. Malpass, sin embargo, viajaría poco después a Arabia Saudita para promocionar sus reformas sobre la base de Doing Business. Fue solo un año después de que funcionarios de seguridad sauditas asesinaran y descuartizaran al periodista Jamal Khashoggi.
Da la impresión que el que paga al flautista elige la melodía. Afortunadamente, el periodismo de investigación ha descubierto un comportamiento mucho peor, incluido un intento sin adornos de Malpass de cambiar la metodología del Doing Business para hacer que China descienda en la clasificación.
Si el informe de WilmerHale se caracteriza como un trabajo de hacha, ¿cuál es el motivo? No es sorprendente que haya algunos que no estén contentos con la dirección que ha tomado el FMI bajo el liderazgo de Georgieva. Algunos piensan que debería ceñirse a su tejido y no preocuparse por el cambio climático. Les disgusta el cambio progresivo, con menos énfasis en la austeridad, más en la pobreza y el desarrollo, y una mayor conciencia de los límites de los mercados.
Muchos actores del sistema financiero están descontentos porque el FMI no actúa con mayor fuerza como cobrador de créditos, una parte central de mi crítica al organismo en mi libro “La globalización y sus descontentos”. En la reestructuración de la deuda argentina que comenzó en 2005, el FMI mostró claramente los límites de lo que podía pagar el país; es decir: cuánta deuda era sostenible. Debido a que muchos acreedores privados querían que el país pagara más de lo que era sostenible, este simple acto cambió el marco de negociación.
Además, existen rivalidades institucionales de larga data entre el FMI y el Banco Mundial, intensificadas ahora por el debate sobre quién debería administrar el nuevo fondo propuesto para “reciclar” los DEG recién emitidos desde las economías avanzadas a las más pobres. Se puede agregar a esta mezcla la vertiente aislacionista de la política estadounidense, encarnada por Malpass, un designado por Trump, combinada con el deseo de socavar al presidente Joe Biden creando así un problema más para una administración que enfrenta tantos otros desafíos.
La intriga política y la rivalidad burocrática son las últimas cosas que necesita el mundo en un momento en que la pandemia y sus consecuencias económicas han dejado a muchos países enfrentando crisis de deuda. Ahora más que nunca, el mundo necesita la mano firme de Georgieva en el FMI.