La guerra en Ucrania reforzó la cultura nacional rusa mientras que desnudó la fachada frágil de la Unión Europea. Mientras tanto, los neconservadores de EEUU, en sus delirios de imperio romano, están dispuestos a la aventura de una guerra contra Rusia y China.
El mensaje enviado por la visita de tres días del Ministro de Defensa chino a Rusia es claro. Su recepción -un acontecimiento de alto nivel- estuvo intencionadamente revestida de gran visibilidad. Y en su centro simbólico se encontraba una reunión con el presidente Putin el día de Pascua (ortodoxa) que tuvo consecuencias, tanto por ir mucho más allá de las normas del protocolo, como por producirse el día de Pascua, cuando Putin no trabajaría habitualmente.
Su mensaje clave puede deducirse de las declaraciones formuladas anteriormente por Hu Xijin, ex redactor jefe del diario chino Global Times:
“EEUU afirma repetidamente que China se dispone a proporcionar «ayuda militar letal» a Rusia en el actual conflicto de Ucrania. Pero esa guerra «dura ya más de un año: Y según los cálculos previos de Occidente, Rusia ya debería haberse derrumbado a estas alturas… Y, aunque se supone que la OTAN es mucho más fuerte que Rusia, la situación sobre el terreno no parece ser tal, razón por la cual causa [tanta] ansiedad en Occidente”.
Hu Xijin continúa:
“Si Rusia sola ya es tan difícil de tratar, ¿qué pasaría si China empezara realmente a proporcionar ayuda militar a Rusia, utilizando sus enormes capacidades industriales para el ejército ruso? [Si] Rusia sola… es más que un rival para el Occidente colectivo. Si [Occidente] realmente obliga a China y a Rusia a unirse militarmente, la cuestión que les atormenta es que Occidente ya no podrá hacer lo que le plazca. Rusia y China, juntas, tendrían el poder de poner en jaque a EEUU y a la OTAN”.
Las recientes filtraciones de la inteligencia estadounidense (así como los informes anteriores de Seymour Hersh) parecen apuntar a un profundo cisma interno en el «Estado permanente» estadounidense. Unos están convencidos de que la ofensiva de primavera ucraniana es un desastre en ciernes, con importantes consecuencias para el prestigio de EEUU. El contingente neoconservador, por su parte, refuta amargamente este análisis y, en su lugar, exige una escalada mediante una preparación inmediata (armando a Taiwán) contra una guerra estadounidense que se libraría pronto tanto contra China como contra Rusia. Los neoconservadores afirman que el pánico y el colapso rusos podrían producirse en las 24 horas siguientes a un ataque ucraniano.
Para decirlo claramente, el repentino encendido de la fiebre de guerra neoconservadora contra China acaba de hacer lo que Hu previó anteriormente: ha obligado a Rusia y a China a unirse militarmente, no necesariamente en Ucrania, sino a planificar y preparar la guerra contra Occidente.
A raíz de las filtraciones de inteligencia, la atención sobre Ucrania en EEUU ha decaído, y ha sido sustituida en ese país por una creciente fiebre de guerra con China.
La prolongada visita a Moscú del ministro de Defensa chino fue la prueba tangible de que ahora, China y Rusia están convencidas de que la perspectiva de una guerra es real, y se están preparando para ella. Putin subrayó el «jointery» (1), entre otras cosas, dando prioridad al refuerzo de la flota rusa del Pacífico y mejorando en general las capacidades navales rusas.
Esto es una locura
Hu dio en el clavo. Si la OTAN no tiene la capacidad industrial militar para derrotar a Rusia por sí sola, ¿cómo pueden EEUU y Europa esperar prevalecer contra China y Rusia combinadas? La idea parece delirante.
El historiador Paul Veyne, figura imponente de la historia del mundo romano antiguo, se planteó en una ocasión la siguiente pregunta, en su libro ¿Creyeron los griegos en sus mitos?. Todas las sociedades, escribió, se las ingenian para establecer alguna distinción teórica entre «verdad» y «falsedad», pero al final, según él, esto también no es más que otra «pecera», la que nos ha tocado habitar, y no es en absoluto superior, como cuestión de epistemología, a la pecera en la que vivían los antiguos griegos y daban sentido a su mundo, en no poca medida a través de mitos e historias sobre los dioses.
Con respecto al mito del Imperio Romano que alimenta la política exterior estadounidense, la posición de Veyne es profundamente contraria. Porque su afirmación básica es que el imperialismo romano tenía poco que ver con el arte de gobernar, ni con la depredación económica ni con la afirmación del control y la exigencia de obediencia, sino que estaba motivado por el deseo colectivo de crear un mundo en el que los romanos pudieran estar solos, no simplemente seguros, sino imperturbables. Eso es todo.
Paradójicamente, este relato situaría a la «derecha» tradicionalista estadounidense más cerca de la «realidad» romana de Veyne que de la de los neoconservadores: es decir, lo que la mayoría de los estadounidenses desean es que se les deje en paz y que estén seguros.
¿Creían los griegos en sus mitos? La respuesta breve de Veyne es «no». El espectáculo público de la autoridad era un fin en sí mismo. Era un artificio sin público, como expresión de una autoridad incuestionable. No había ‘esfera pública’, de hecho, no había ‘público’ como tal. El Estado era instrumentalista. Su papel era mediar y mantener al Imperio alineado y en sintonía con estas fuerzas invisibles y poderosas.
Los dioses y los mitos eran entendidos por los Antiguos de una forma que hoy nos resulta casi totalmente ajena: Eran fuerzas energéticas invisibles portadoras de cualidades distintas que a la vez daban forma al mundo y portaban un significado. Hoy en día hemos perdido la capacidad de leer el mundo simbólicamente: los símbolos se han convertido en «cosas» rígidas.
La “inevitabilidad” de la primacía estadounidense
La implicación del análisis de Veyne es que Roma es falsa como comparación para apoyar el «mito» de la inevitabilidad de la primacía estadounidense: El enfoque «mítico» neoconservador, por supuesto, se instrumentaliza para convencernos a todos de que la primacía estadounidense está ordenada (¿por los dioses?), y que Rusia es fruta que cuelga baja, una frágil estructura podrida que puede derribarse fácilmente.
¿Creen entonces los neoconservadores sus propios mitos? Bueno, sí y no. Sí, en el sentido de que los neoconservadores son un grupo de personas que llegan a compartir una visión común (es decir, que Rusia es frágil y está dividida), a menudo propuesta por unos pocos ideólogos considerados creíbles. Se trata, sin embargo, de una opinión que no se basa en la realidad. Estos partidarios pueden estar convencidos intelectualmente de que su punto de vista es correcto, pero su creencia no puede ponerse a prueba de forma que pueda confirmarse más allá de toda duda. Simplemente se basa en una imagen del mundo tal y como ellos imaginan que es, o más concretamente, tal y como les gustaría que fuera.
Sí, los neoconservadores creen en sus mitos porque parece que funcionan. Basta con mirar a su alrededor. A medida que los medios de comunicación se han ido descentralizando, digitalizando y algoritmizando, la cultura contemporánea ha forzado a los individuos a formar manadas. No se puede permanecer al margen de este discurso; no se puede pensar fuera de la alimentación de Tik-Tok; da lugar a la formación de una pseudorealidad, escindida del Mundo, y generada con fines ideológicos más amplios.
Dicho claramente, nunca hubo una «esfera pública» en Roma en el sentido moderno y, en el sentido actual, tampoco una «esfera pública» occidental viva. Ha sido anestesiada a través de las plataformas de los medios sociales. El espectáculo público de la autoridad ideológica neoconservadora credencializada (digamos, un Lindsay Graham abogando por la guerra contra China) se convierte en un fin en sí mismo. Una expresión de autoridad incuestionable.
El mito neoconservador de una Rusia a pasos de la implosión no tiene sentido. Pero es una imagen del mundo tal y como los neoconservadores imaginan que es, o más concretamente, como les gustaría que fuera. Las deficiencias de las fuerzas ucranianas tal y como se detallan en las filtraciones de (su propia) inteligencia estadounidense, no entran en su análisis. Fingen no darse cuenta de ello, convencidos, como explica Foreign Policy, de que, una vez lanzada la esperada ofensiva ucraniana, si “los soldados rusos entran en pánico, provocando la parálisis entre los dirigentes rusos… entonces la contraofensiva tendrá éxito”.
Cuanto más se persiga este análisis delirante, más psicopatía funcional se exhibirá y menos normal se volverá. En resumen, se desciende al delirio colectivo, si no lo ha hecho ya.
¿Qué hay de Europa?
Puede que EEUU haya entrado en una fiebre por la guerra (¡por ahora!, veamos cuánto dura según se desarrollen los acontecimientos en Ucrania), pero ¿qué hay de Europa? ¿Por qué Europa buscaría la guerra con China?
Thomas Fazi escribe que “el llamamiento de Emmanuel Macron para que Europa reduzca su dependencia de EEUU y desarrolle su propia «autonomía estratégica» provocó una pataleta transatlántica. El establishment atlantista, tanto en EEUU como en Europa, respondió de forma típicamente desenfrenada y, al hacerlo, pasó por alto algo crucial: las palabras de Macron revelaron menos sobre el estado de las relaciones euroamericanas que sobre las relaciones intraeuropeas”.
“Sencillamente, la «Europa» de la que habla Macron ya no existe, si es que alguna vez existió. Sobre el papel, casi todo el continente está unido bajo una bandera supranacional, la de la Unión Europea. Pero está más fracturada que nunca. Además de las divisiones económicas y culturales que siempre han asolado el bloque, la guerra de Ucrania ha hecho resurgir una enorme línea de fractura a lo largo de las fronteras del Telón de Acero. La división Este-Oeste ha vuelto con fuerza”.
“Tanto el final de la Guerra Fría como la adhesión de los países de Europa Central y Oriental a la UE, poco más de una década después, fueron anunciados como el tan esperado “regreso a Europa” de los países poscomunistas. Se creía ampliamente que el proyecto universalista de la UE suavizaría cualquier diferencia social y cultural importante entre Europa Occidental y Europa Central y Oriental… Un proyecto tan arrogante (y podría decirse que imperialista) estaba destinado al fracaso; de hecho, las tensiones y contradicciones no tardaron en hacerse patentes entre las dos Europas”.
La creencia en una cultura europea integral ha sido más una marca de la sensibilidad centroeuropea que del extremo occidental de Europa. Para los orientales no se trataba sólo de Rusia. Se resentían de haber sido apartados de un mundo del que habían sido parte esencial. Sin embargo, cuando el socialismo retrocedió, la cultura europea -tal y como la imaginaban los disidentes- se desvaneció en una Europa acosada por la división y por una guerra cultural impuesta desde el centro que ha intentado a propósito estrangular cualquier intento de revivir las culturas nacionales. Para Milan Kundera y otros escritores como él, no existe una cultura viva en Europa, y su posteridad habita un vacío creado por la desaparición de cualquier valor supremo.
Paradójicamente, la guerra de la OTAN en Ucrania ha reforzado la cultura nacional rusa, pero ha dejado al descubierto lo que hay detrás de la fachada en la UE. Parece que hoy en día hay más energía cultural en EEUU que en Europa, que hace tiempo que se separó del mito viviente.
NdelT: (1) “Jointery” es una doctrina fundamentada en la coordinación de actividades y servicios comunes de varios ejércitos con objeto de economizar gastos, a la par que aumentar su eficacia en términos prácticos, mediante la creación de agencias y organismos autónomos.
FUENTE: Strategic Culture Foundation, a través del portal La Haine.
Imagen de apertura: detalle de la columna de Trajano, en la que se relatan las grandes victorias del emperador.