Desde el inicio de la pandemia hasta junio pasado, la economía se expandió casi un 18 por ciento. En ese mismo lapso, el margen empresario creció 39 puntos porcentuales. La consecuencia: empeoró la distribución del ingreso. “Los dueños de la inflación”, la recuperación secuestrada y un vistazo a los últimos datos del Indec sobre el excedente bruto de explotación.
Es un concepto básico, quizá tan básico que suele quedar extraviado en la discusión, o más bien ocultado -según se mire-, por más que refiera al famoso “fifty-fifty” del que hablaba Perón. Se trata del “excedente bruto de explotación”. Es un dato central, lo mide el Indec, es trimestral y está contenido en la denominada “Cuenta de generación del ingreso e insumo de mano de obra”. Suena complicado, pero no lo es tanto. Refiere, en lo esencial, al excedente generado por las empresas una vez recompensado el factor trabajo. En otras palabras: lo que no se llevan los trabajadores del ingreso total generado por una economía. Así de sencillo.
La última medición se conoció esta semana. ¿Qué dicen los datos del Indec? Que la participación de los trabajadores en la economía viene en caída libre. Cayó casi diez porcentuales en apenas un año. La participación de los asalariados en la distribución del ingreso pasó del 49,8 al 40 por ciento entre los segundos trimestre de 2020 y 2021 [1]. “Si se excluye el sector público, la participación asalariada cae al 31 por ciento, situación que no se verifica desde 2005/2006”, según calculó el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP) [2]. En el mismo período, lo que se quedan las empresas -el excedente bruto de explotación- ganó casi 4 puntos porcentuales. Pasó del 47 al 50,9 por ciento del total. Sí, la cara oculta del ajuste. Una descripción clara y concisa de la razón por la que la reactivación no llega a los trabajadores y la economía no termina de despegar.
Los números dejan al descubierto la mano invisible del mercado; o de los formadores de precios, si se prefiere. El rebote está secuestrado. Lo capturan un puñado de empresas y se refleja, en el caso de las cotizan en la Bola de Comercio, en los balances que envían a la Comisión Nacional de Valores. En conjunto se trata de no más de unas cincuenta grandes compañías. Las que explican la mayor parte del mercado interno y que fueron convocadas por la Secretaría de Comercio Interior. Las mismas a las que esta semana, Leo Bilanski, desde la Asociación de Empresarios Nacionales, les reclamó que expliquen sus estructuras de costos. “Los dueños de la inflación”, según las caracterizó. Es lógico que lo haga.
Las medianas, pequeñas y micro empresas están cada vez más presionadas. Los precios mayoristas acumularon una avance interanual del 59,1 por ciento en septiembre. Por encima del 52,5 por ciento de los minoristas [3]. La diferencia no auguran nuevas buenas. Anticipa nuevas remarcaciones en las góndolas. Por lo pronto, el aumento de los precios mayoristas no encuentra explicación por el lado de los salarios, que le empatan a duras penas al IPC. Tampoco por las tasas de interés y el dólar oficial. Las primeras están planchadas en un nivel mucho más bajo del que exhibían durante el gobierno de Cambiemos. El segundo registra un ritmo de devaluación de apenas el 1 por ciento mensual. ¿La emisión monetaria? Tampoco debería impulsar los precios en un contexto donde la utilización de la capacidad instalada en la industrial promedió el 64.4 por ciento en agosto [4].
Puesto de otra forma: la ociosidad ronda 35,6 por ciento para el conjunto del sector, lejos de la frontera de producción. Número muy similar al que exhibe el bloque productor de alimentos y bebidas nucleado en la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios que representa el abogado y lobista Daniel Funes de Rioja. El aumento del circulante debería inducir mayores niveles de producción. Lo que dijo Ricardo Feletti: las empresas deberían ganar por las mayores cantidades vendidas, no por mayores precios. Está claro que no ocurre.
Entre las grandes empresas, la expectativa de un salto devaluatorio manda. Apenas una muestra: “Esperamos que en el ultimo trimestre, el índice de precios mayoristas muestre una aceleración. Pasará del 2,5 al 3,2 por ciento. Correcciones al alza del tipo de cambio oficial o mayores ajustes de la brecha cambiaria seguirán trasladándose a precios. Esperamos que para diciembre los precios mayoristas marquen un aumento anual del 53,7 por ciento”, según la consultora London Capital Group. El pronóstico, que amenaza con devenir en profecía autocumplida, es el mismo que difunde la city porteña y repiten los medios de mayor audiencia. Un tribuna electoral que apura el acuerdo con el FMI y al que imaginan como garante de un ajuste todavía mayor.
Lo dicho. El sector empresario gana peso en el reparto de los ingresos. La dinámica implica no solo un retroceso de la masa salarial, sino también, y en consecuencia, una caída del costo laboral con relación al valor de la producción. Los casi 51 puntos que alcanzó el excedente bruto de explotación lo explican, en su mayor parte, el complejo agroexportador y los bloques minero e hidrocarburífero. Los mismos con los que el gobierno busca acordar mayores beneficios y ventajas impositivas a cambio de inversiones. También lo explican las ramas industriales más concentradas, como la alimenticia. La contracara del proceso es la caída de 9,8 puntos en un año en la participación de los trabajadores en el PIB. Aquí, la explicación pasa por la devaluación, el veloz traslado a los precios de producción y la suba internacional de los commodities.
Está claro que el crecimiento de la participación asalariada en desmedro de las ganancias siempre despertó cuestionamientos desde los sectores empresarios. Algunas veces como críticas al rumbo económico. Otras veces, directamente como reticencia inversora, una forma de veto político. La historia es conocida. El norte empresario también: el aumento del excedente bruto de explotación por la doble vía de la baja del costo laboral y la mayor productividad. El modelo noventista. El que sustentó las crecientes ganancias empresarias en el período 1993-1998 y que pasó a un segundo plano tras la devaluación de 2002 por las altas tasas de crecimiento del PIB, que permitieron que se expandieran los beneficios del capital y la participación asalariada.
Hoy, la situación es muy diferente. En un contexto de pandemia, las grandes empresas representadas por la Asociación de Empresaria Argentina presionan para contener los incrementos salariales, bajar el costo laboral y aumentar la productividad. Lo hace sin perspectiva de futuro, pero no menos cierto es que luego de varios años de reducción de ganancias por la política económica del Cambiemos y el coronavirus. Su objetivo más inmediato es un creciente disciplinamiento de los trabajadores. Su principal activo, sin duda, la capacidad para fijar precios. Una vez más: la mayor parte de la inflación se explica por la respuesta empresaria a la política oficial que intenta, aunque tímidamente y en el marco de la restricciones heredades, tirar por el lado de la demanda.
Mientras tanto, los “dueños de la inflación” encolumnan voluntades incautas y ponen del lado del gasto público las razones de la inflación. Lo hacen sin tapujos y en un contexto en el que -como señala el IPyPP- “la economía se expandió casi un 18 por ciento desde el inicio de la pandemia hasta el cierre del primer semestre de este año y el margen empresario un 39 por ciento en el mismo período”.
En síntesis: en poner límites a las grandes empresas que actúan en mercados concentrados se juega el buena parte del futuro de la gestión oficial. No hacerlo, sea por la vía de la imposición o el acuerdo, alentará a los principales grupos económicos, diluirá la posibilidad de fortalecer el salario real y, con ello, mejorar las condiciones de vida de los sectores populares. Relegar la intervención del Estado en la puja distributiva no es la opción, menos aún condicionarla a una futura disponibilidad de divisas, una opción tan larga como dolorosa socialmente. Contener los precios, en definitiva, requiere recobrar espacio político.
Notas
[1] Cuenta de generación del ingreso e insumo de mano de obra. Segundo trimestre de 2021.
[2] Ampliación de la desigualdad y expansión brutal de las ganancias.
[3] Sistema de índices de precios mayoristas (SIPM). Septiembre de 2021.
[4] Utilización de la capacidad instalada en la industria. Agosto de 2021.