El agua debutó en el mercado de futuros de Wall Street. No es extraño. Se trata de un bien esencial cada vez más escaso. Aunque por el momento dista de ser un commodity, su cotización podría ser usada como referencia en otras plazas bursátiles. La especulación vía adquisición de derechos y la privatización de un recurso esencial, los peligros en ciernes.
El último vaso de agua ya tiene precio. Se lo puso el Nasdaq Veles California Water Index. Su ticket: el NQH2O. Se creó a fines de 2018 y marcó en su debut 484 dólares con 53 centavos por acre-pie; el equivalente a 1.200 metros cúbicos, o bien 1.200 tanques residenciales de mil litros cada uno. Fue hace unos días. Si bien los contratos a futuro no requieren entrega física en el momento de la transacción – se compran derechos por una determinada cantidad a un precio fijo que se establece para el futuro -, y a pesar de que su cotización se basa en los precios de las cuencas californianas, el indicador podría ser usado como referencia en el resto del mundo.
Por lo pronto queda claro que el mercado financiero estadounidense hizo suya la certeza que el agua no es una recurso infinito. Quienes apoyan la iniciativa argumentan que los compradores del ticket se garantizarán un costo y no estarán sujetos a la volatilidad de un bien cada vez es más escaso. Según el Chicago Mercantile Exchange – bastión del liberalismo y primer mercado de futuros del mundo -, el nuevo índice “permitirá a los agricultores y a los municipios una mejor gestión de los riesgos asociados al insumo”.
En pocas palabras: la zanahoria es que ganarán certidumbre. Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla. Los fondos de inversión y otros agentes financieros podrán acceder y especular con su precio, como hacen con los commodities tradicionales, muchas veces al margen de los fundamentales que marcan la oferta y la demanda. Ocurrió con el boom de la soja, allá por 2009. El peligro es obvio. ¿Quién puede garantizar que unos pocos no acumularán derechos al solo efecto de revenderlos para maximizar ganancias de corto plazo de cara a las fluctuaciones climáticas?
No es el único riesgo. También se plantean dudas sobre los efectos secundarios que tendrá vender derechos sobre el agua de un río que verá reducido su caudal. Sin un eficiente control estatal, y con inversores ávidos por hallar nuevos instrumentos financieros, no es descabellado imaginar que no pasará mucho tiempo hasta que la especulación haga que el valor de uso – el que deriva de la utilidad del agua- quede ampliamente superado por el valor de intercambio – el que refleja el precio que por ella pagamos -.
La cola que mueve al perro
A lo largo de la historia se han construido diferentes teorías sobre el valor económico para definirlo y medirlo comparando la utilidad de los bienes. Ya Platón y Aristóteles expresaron su perplejidad ante la disociación entre lo que conocemos como valor de uso y valor de intercambio. La disociación llevó a que Adam Smith abordara la famosa “paradoja del agua y el diamante”, también conocida como “la paradoja del valor”. ¿Cómo es posible que una bien esencial como el agua valga menos que los diamantes? El escocés no fue el primero ni el último en hacerse la pregunta. Después de los filósofos griegos, Nicolás Copérnico y John Locke intentaron explicar la disparidad. También Carl Marx, Carl Menger y León Walras, entre otros.
La formulación de la paradoja es conocida: un hombre sediento encuentra en el desierto una tienda que vende diamantes a un precio más bajo que un vaso con agua. El hombre, obviamente, elegirá comprar agua. La que le salvará la vida y que, va de suyo, tendrá una utilidad infinitamente más grande – más allá de toda el agua que pueda haber en el planeta -. A medida que nuestro hombre consigue saciar la sed, cada vaso con agua tendrá para él menos valor. En términos más académicos: el valor de la unidad marginal será cada vez menor, debido a que la asignará al agua un fin que también valorará cada vez menos.
Smith, en La riqueza de las naciones – el libro que sirvió de fundamento al liberalismo económico -, plantea la solución de la siguiente forma: “Nada es más útil que el agua; pero ésta no comprará nada; nada de valor puede ser intercambiado por ella. Un diamante, por el contrario, tiene escaso valor de uso; pero una gran cantidad de otros bienes pueden ser frecuentemente intercambiados por este”. Fue el puntapié inicial de la economía neoclásica: no sólo la demanda de un bien determina su precio, también su utilidad marginal. La famosa ley de la utilidad marginal decreciente.
¿Qué hubiera dicho el escocés de haberse enterado del Nasdaq Veles California Water Index? Quién sabe. Tal vez no se hubiera asombrado. El comercio con el agua, y sobre todo con los derechos de acceso, no es nuevo. Sucede desde hace siglos. En muchas regiones de Europa es habitual que los agricultores cedan derechos a cambio de compensaciones. Se trata por ahora de transacciones informales, que podrían devenir en formales si el Water Index californiano se extiende a otros mercados bursátiles.
Está claro que muchas cosas cambiaron desde los tiempos de Adam Smith. Si hasta hace no mucho años las primeras gotas de agua podían ser tan valiosas como la vida misma y las últimas dispensarse para usos de escasa importancia, la escasez aumentó la utilidad marginal y, por lo tanto, elevó el precio de ésas últimas gotas. ¿Llegará el día en el que algo tan esencial con el aire resulte tan escaso como para convertirse en un bien transable? Imposible saberlo.
El precio de la vida
Podemos vivir sin petróleo, sin oro y sin aluminio. También sin diamantes. Incluso es posible imaginar la supervivencia de la especie humana ante la desaparición de algunas especies vegetales. No sin agua. Junto con el aire que respiramos es nuestro bien más preciado. Nuestro sostén biológico más básico. Hoy, su escasez es una realidad que amenaza. Su precio actual, como evidencia la paradoja, subraya algo fundamental: que el valor monetario de un bien puede ser engañoso como indicador de su valor económico. Por caso, el valor de intercambio del aire que respiramos, al menos por el momento, es cero. Sin embargo, su contribución al bienestar de la humanidad es inmenso.
En el caso del agua, el valor de intercambio está vinculado en gran medida a su utilidad como factor productivo en la agricultura y en la industria, pero también por el uso que de ella hacen los hogares, o incluso como elemento de esparcimiento. Como sus diferentes finalidades no brindan un reflejo ajustado de su valor parece razonable reconocerle diferentes precios de mercado. Es, en última instancia, un insumo primordial para el crecimiento económico. Algo muy evidente en situaciones de escasez, como en California, región en la que el agua duplicó su precio durante el último año.
Los impulsores del NQH2O explican que su cotización responderá “a las condiciones de oferta y demanda dentro de los mercados físicos de agua subyacentes y en relación con las transacciones realizadas en esos mismos mercados”. La lógica indica que en condiciones hidrológicas secas y de suministro limitado, el índice respondería al alza. En períodos húmedos y con exceso hídrico tendería a la baja. Si solo se tratara de “la mano invisible del mercado” – es decir: en un mercado ideal o casi ideal, sin especulación mediante -, las previsiones climáticas guiarían el nuevo indicador. ¿Su medida? El Índice de Severidad de Sequía de Palmer (PDSI). Un indicador que incorpora datos de temperatura y precipitación.
Hasta aquí, la ecuación es sencilla. Una baja en los valores de la escala del PDSI – indicativo de condiciones más secas – redundaría en un aumento en el precio de mercado. Sin embargo, si el agua se convierte en un factor más de especulación, su precio ya no sólo dependerá del que le asignen empresas, agricultores y municipios. ¿Seguirán las plazas bursátiles europeas el camino de Wall Street? ¿Será el Water Index un caso testigo? La pregunta no es ociosa. El PIB de California es el quinto en el ránking mundial. Lo que sucede en ese extenso territorio atravesado por valles fértiles en retroceso y zonas áridas en avance es un claro ejemplo del cambio climático.
El panorama es inquietante. Estados Unidos – seguido por China – es el principal consumidor de agua a nivel mundial en un contexto global en que el que, según las Naciones Unidas, unos dos mil millones de personas viven en zonas con graves problemas de acceso al agua. En lo inmediato, al menos por esta vez y en este caso, las expectativas del mercado no se sustentan en los pronósticos de los bancos y consultoras de los centros financieros. El ojo está puesto en los reportes científicos. Las proyecciones más confiables son contundentes: dos tercios del planeta podría experimentar en los próximos años escasez de agua y millones de personas verse obligadas a migrar.
La posibilidad de especular está al alcance de la mano. El agua, como insumo productivo y factor geopolítico, hizo su ingreso en el mundo bursátil. ¿Permitirá el nuevo indicador pronosticar con mayor precisión la correlación entre oferta y demanda? Se verá. Hasta el momento, los compradores del ticket NQH2O son mayoritariamente agentes financieros que pueden ya acumular y comerciar con los derechos adquiridos. Sobre lo que no hay dudas es que los diamantes podrán ser eternos, pero su utilidad es cada día más baja.
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