En octubre de 2021, los medios griegos informaron que unos cien mil antivacunas habían pagado 400 dólares cada uno para recibir un placebo en lugar de la vacuna contra el Covid-19 y hacerse así del certificado de vacunación. A partir de esta trama, el filósofo esloveno analiza los perversos mecanismos contemporáneos de dominación de los escépticos ante la ideología dominante.

En octubre de 2021, los medios de comunicación griegos informaron que habían descubierto una estafa en la que estaban involucrados unos cien mil antivacunas y entre doscientos y trescientos médicos y enfermeras. Los antivacunas pagaban unos 400 dólares por vacunas falsas. Básicamente pedían que les inyectaran una dosis con agua de la canillas en lugar de la vacuna. Sin embargo, en todos los casos, los profesionales de la salud los traicionaban. Cambiaban el contenido a último momento para reemplazar el líquido e inyectarles la vacuna real. En verdad, el comportamiento de los doctores fue simultáneamente corrupto y ético. ¡Se quedaban con el dinero del soborno!

La historia tiene un final cómico. Los antivacunas vacunados sufrían de manera natural los efectos secundarios, sin explicarse cómo o por qué habría ocurrido esto, y se los describían a otros, a pesar de creer que habían engañado al sistema. Aunque la actitud de los médicos implicados en la trama es reprochable, es difícil juzgarlos con mucha dureza. Cuando extendían a los antivacunas el certificado de vacunación no estaban mintiendo. Los únicos engañados eran quienes querían engañar; o sea: disfrutar de los beneficios de la vacunación sin estar vacunado. Se puede decir que fueron engañados por la verdad. No sabían que terminarían haciendo lo que fingían (ser vacunados).

El problema es que los médicos mintieron a sus pacientes prometiéndoles que no los vacunarían, y además se quedaban con el soborno. Hay que admitir que los profesionales estaban obligados a aceptar el dinero. En caso contrario, los pacientes hubieran sospechado que los estaban engañando. El verdadero problema ético reside en que el paciente fue vacunado contra su voluntad explícita, lo que podemos considerar una falta menor, ya que el engaño está amortiguado por el hecho de que los pacientes pretendieran engañar al conjunto de la sociedad; es decir: obtener un documento público confirmando que estaban vacunados, lo cual no solo es una amenaza para el burlador sino también para los demás.

¿Prevención o violación?

Muchos de quienes se oponen a la vacunación argumentan que la obligatoriedad no es solo un ataque contra nuestro libre albedrío, sino también una intrusión violenta en nuestros cuerpos, incluso comparable a una violación. Argumentan que cuando son obligados a vacunarse son violados por la autoridad médica. ¿Es nuestro cuerpo realmente “nuestro”? Recientemente se comentó en Eslovenia el caso de una señora muy mayor que moría lentamente en un hospital, incapaz de alimentarse por sí misma. La mantenían con vida con seis o siete transfusiones simultáneas. Cuando le plantearon vacunarse, lo rechazó de manera feroz, alegando que no conocía el contenido y que no iba a introducir en su cuerpo elementos extraños.

No es la situación general, pero vacunados o no, estamos controlados de formas que se nos escapan. En el mismo sentido en que unos judíos ricos nos estarían explotando, pero seríamos igualmente explotados con la misma intensidad sin esos judíos ricos. En todo caso, el verdadero interés de la trama griega, sea un caso real o inventado, es que funciona como un ejemplo en el sentido de Pierre Bayard. Nos confirma de una manera inusual en nuestra realidad la manera en que somos manipulados: mientras creemos que podemos engañar a las autoridades públicas, en realidad nuestras estrategias de engaño ya están incluidas en el ciclo de reproducción de la autoridad. En cierto sentido, actuamos peor que los corderos camino del matadero: somos corderos que pagan encantados por sus propios degüellos.

El saber de los incautos

Siempre somos responsables de nuestros disfrutes, incluso cuando nos son impuestos desde una fuerza exterior. Una vez más, como expuso Lacan, “les non-dupes errant”: los blancos de clase baja que resisten al dominio del establishment liberal terminan votando por Trump. También hay que destacar que la lógica de “corderos camino del matadero” se aplica a los dos bandos de la guerra actual. Para los escépticos, los corderos son la gente que hace cola para vacunarse, o que incluso sobornaba a los doctores para no esperar su turno en los primeros momentos de escasez. Pero también son corderos camino del matadero los negacionistas que se convierten en amenaza para sí mismos y para los demás rechazando cumplir con las medidas antipandemia.

Se escucha con frecuencia que las manifestaciones antivacunas no solo constituyen un despliegue de irracionalidad, sino que además condenan otros tipo de insatisfacciones, como el control excesivo sobre nuestras vidas, el poder de los grandes laboratorios… No hay duda. Debemos entrar en diálogo con ellos, y no simplemente despacharlos con rabia. El problema es que se podría decir lo mismo de los antisemitas, o incluso por los maltratadores de género, ya que un hombre que abusa de una mujer lo hace normalmente para compensar su frustración y las humillaciones que le depara la vida social cotidiana.

En estos casos, lo que desaconseja el enfoque “benevolente” y “comprensivo” es el exceso de placer que generan estos movimientos. Pegarle a una mujer hace disfrutar al maltratador. Lo mismo podemos decir de los pogromos antisemitas, o de las teorías conspirativas sobre las vacunas. Aquí podemos complementar la fórmula de ética personal de Lacan que dice que “la única cosa de la que puedes ser culpable es la de restringir o comprometer tus deseos”. Diremos que siempre somos culpables o responsables de nuestros placeres, incluso cuando estos nos son impuestos desde una fuerza exterior.

Aquí es donde reside el poder material de la ideología: no solo nos entrena para tolerar el poder, o incluso participar en nuestra propia sumisión. Nos engañan hasta el punto de que se atreven a advertirnos del propio engaño. El sistema ya no cuenta con nuestra confianza. Su mensaje subliminal es “no confíes en quienes están en el poder, estás siendo manipulado, y esta es la manera en que puedes ser engañado”. A veces, la ingenuidad es nuestra mejor arma contra el engaño.

 

(Artículo traducido por Akal, sello editorial que ha publicado los principales ensayos de Slavoj Žižek).

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