La destrucción de hábitats naturales, la disminución de la biodiversidad y la alteración de los ecosistemas facilitan la propagación de los virus. Los perjuicios se incrementan con una globalización que crea oportunidades para que los agentes patógenos colonicen territorios y evolucionen bajo nuevas formas.
El paradigma Una sola salud, que comenzó a difundirse a comienzos de la década de 2000, resume una noción conocida desde hace más de un siglo y cuyo planteo subraya que la salud humana y la sanidad animal son interdependientes y están vinculadas a los ecosistemas en los cuales coexisten. En la actualidad, el concepto adquirió relevancia en el contexto de un cambio global que se manifiesta en modificaciones profundas en los ecosistemas naturales, en la alteración de las condiciones climáticas, en el bienestar humano y en los patrones productivos.
El factor demográfico es central. No solo por el impacto directo sobre el ambiente. También lo es porque la incorporación de nuevas áreas para la producción o la extracción de recursos naturales produjo un mayor acercamiento de las personas a las especies de animales silvestres. La intensificación productiva, a su vez, llevó en algunas zonas a la existencia de una alta densidad de animales domésticos. Esto dio como resultado que existan nuevas oportunidades para que ciertas enfermedades sean transmitidas entre animales y humanos. Además, el aumento de la conectividad entre diferentes regiones facilita la propagación de enfermedades, que pueden dispersarse rápidamente, tal como ocurre con el Covid-19.
Los distintos ecosistemas del planeta mantienen un conjunto de especies típicas que son el resultado de procesos históricos y ecológicos. Esta biodiversidad ofrece a la humanidad diferentes bienes y servicios, uno de los cuales es la protección de la salud humana. La razón es que la alta biodiversidad amortigua la transmisión de enfermedades porque reduce la densidad poblacional de los reservorios naturales de patógenos, ya sea por una disminución en la densidad de los vectores, por la reducción de la tasa de encuentro entre vectores y reservorios, o bien por una menor relación entre los reservorios.
El fenómeno por el cual la alta diversidad aminora el riesgo de enfermedades se denomina “efecto de dilución”. Hoy, existe evidencia de que ese efecto constituye un factor positivo en el mantenimiento de la salud de humanos, animales y plantas. Por el contrario, la pérdida sin precedentes de diversidad biológica por causas antropogénicas exacerba el riesgo y la incidencia de enfermedades infecciosas transmitidas desde animales a humanos, lo que se conoce como zoonosis.
Sin embargo, la relación entre la degradación ambiental y la propagación de los virus no se circunscribe solo a los que pueden transmitirse desde los animales silvestres a los humanos. La pérdida de biodiversidad también puede ocasionar el traslado de virus originalmente hospedados en plantas silvestres a los cultivos. Las prácticas de laboreo cada vez más intensivas, sumadas a la pérdida de biodiversidad, pueden crear condiciones para la propagación, propiciando la aparición de enfermedades en las plantas y afectar drásticamente la productividad de las cosechas. Los virus vegetales y animales presentarían un patrón similar de transmisión.
En muchas zonas del planeta, los paisajes rurales se caracterizan por una alta heterogeneidad ambiental. La situación es diferente en donde el impacto de la actividad humana es de muy alta magnitud, lo que resulta en una homogeneización del ambiente. En las áreas en donde esto ocurre, el resultado es un mosaico de hábitats naturales entremezclados con ambientes antrópicos, como zonas peridomiciliarias, cultivos y pasturas, entre otros.
Si bien la degradación de los ecosistemas naturales produce la pérdida de algunas especies, hay otras que pueden encontrar en estos neoecosistemas condiciones favorables para su establecimiento y desarrollo. Para muchos grupos animales -como murciélagos y roedores- esta situación resulta propicia, lo que genera una mayor diversidad por la coexistencia de especies que en la naturaleza habitarían áreas diferentes. Entre las condiciones que propician la presencia de especies silvestres en paisajes antropizados se pueden mencionar la mayor oferta de alimento y de sitios de refugio y descanso. Esta mayor concentración de especies e individuos en entornos antropizados conlleva una mayor concentración y diversidad de virus. Esto último aumenta los riesgos de transmisión por el contacto directo y de infección de animales domésticos mediante la orina o las heces.
Un ejemplo es lo que sucedió en Malasia en la década del 90 con el virus Nipah y su relación con los murciélagos conocidos como “zorros voladores”. Estos animales se alimentan principalmente de frutos y necesitan árboles para su descanso. El aumento de la tasa de deforestación hizo que buscaran nuevos hábitats en los ambientes rurales, contagiando con el virus a los cerdos, los cuales lo transmitieron a los humanos. Es el caso de los coronavirus, que pueden también circular entre una gran variedad de especies animales, como camellos, gatos y murciélagos.
La evidencia indica que la actividad humana juega un papel fundamental en la propagación de enfermedades. Hoy, solo la agricultura ocupa 1,53 billones de hectáreas y se espera una expansión del 18 por ciento hacia mediados de este siglo. Los estudios científicos han demostrado que desde la década del 80, en simultáneo con el rápido avance de las fronteras agropecuaria y urbana, se cuadruplicaron los brotes infecciosos, muchos de ellos procedentes de animales, como las gripes porcina y aviar, el Ébola, el hantavirus, el dengue, el virus del Nilo Occidental y la enfermedad de Lyme, por mencionar solo algunos.
En sitios con elevada diversidad de especies, la oferta de alimento para los vectores es alta porque tienen a su disposición una mayor variedad de huéspedes, la mayoría de los cuales son reservorios para determinados patógenos, lo que resulta en una menor prevalencia de infecciones en los humanos. Esta situación cambia a medida que los ecosistemas naturales son impactados por las actividades antropogénicas.
Una bomba de tiempo
En muchas regiones existen “mercados húmedos” en los que se venden animales vivos o recién sacrificados. Estos sitios son una importante fuente de infecciones. Esto se ha conjeturado con la aparición del SARS-CoV-2, causante de la actual pandemia, que procedería del mercado de la ciudad china de Wuhan. En la medida en que estos mercados sigan floreciendo, la amenaza de dispersión de nuevas enfermedades se mantendrá latente, razón por la cual se deberían suprimir. Además, debe considerarse que -como el caso de China- el tráfico de animales silvestres para consumo solo apunta en la actualidad a satisfacer hábitos asociados al consumo de carnes exóticas por parte de públicos capaces de pagar precios muy importantes, como es el caso de los murciélagos. Esto no quita que los mercados húmedos de países pobres sean aún importantes para la seguridad alimentaria de la población, aunque se mezcle con la costumbre tradicional de consumir especies silvestres.
La relación entre mercados húmedos y zoonosis fue advertida en 2007 por investigadores de la Universidad de Hong Kong en un estudio publicado en la revista Clinical Microbiology Reviews. Los autores plantearon que la presencia de un gran reservorio de virus SARS-CoV en murciélagos del género Rhinolophus, sumada a la cultura de comer mamíferos exóticos en el sur de China, constituía una “bomba de tiempo” para la aparición de nuevos virus, como finalmente ocurrió con el SARS-CoV-2.
Estos sitios habrían facilitado el paso de los virus SARS-CoV de animales a humanos. Por esta razón, la Secretaría del Convenio sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas alertó sobre el problema y solicitó la prohibición mundial de los mercados húmedos. En palabras de Alice Latinne -integrante de Wildlife Conservation Society- “nos veremos obligados a cambiar algo, porque el costo de la transmisión de enfermedades de animales salvajes será mucho mayor que los beneficios económicos de nuestra explotación ambiental”.
Los humanos jugamos un papel decisivo en esta pandemia. La destrucción de hábitats naturales, la disminución de la biodiversidad y la alteración de los ecosistemas facilitan la propagación de los virus. Muchas enfermedades, como la causada por el virus del Ébola, tienen una transmisión esencialmente de persona a persona, pero circulan también entre animales, o tienen en ellos un reservorio identificado. Los perjuicios que pueden traer a la salud humana se incrementan con una globalización que crea nuevas oportunidades para que los agentes patógenos colonicen nuevos territorios y evolucionen bajo nuevas formas.
Resulta necesario controlar a los patógenos zoonóticos en su hospedador original, y esto implica mantener un buen nivel de salubridad en los ecosistemas naturales. Por este motivo es imprescindible diseñar y aplicar políticas públicas que apunten al ordenamiento territorial de la actividad humana y concretar cambios en los hábitos de consumo y en las formas de apropiación de la naturaleza. Todo esto sin dejar de lado el mantenimiento de la integridad de los ecosistemas naturales. Esperemos que la dura experiencia que representa la actual pandemia nos haga reflexionar sobre la necesidad de repensar la relación de la sociedad con la naturaleza.
* Investigador principal del CONICET y director del Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental Regular (3iA), (CONICET-UNSAM).
Nota publicada originalmente por la Agencia TSS de la Unsam.