Con menos de 30 años, bien contactado y mejor informado, Juan Abal Medina mantuvo una estrechísima relación con Juan Perón desde antes de su retorno al país. En sus memorias cuenta de la incapacidad del General envejecido para hacerse cargo de un país cargado de violencia, de la angustia que sintió porque vio venir de lejos la tragedia, del ascenso desatado de López Rega y, por supuesto, de las responsabilidades por la masacre de Ezeiza.

No por archiconocida la foto resulta menos perturbadora. Es el 17 de noviembre de 1972, en el aeropuerto de Ezeiza. Perón acaba de regresar al país, luego de 17 años de exilio. El viejo general levanta su mano eufórico. Llueve. Le sostiene el paraguas el secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci (imagen simbólica si las hay, que habrá de saltar por los aires unos meses después). Y a la derecha, el joven que escribe 50 años después sus memorias: Juan Manuel Abal Medina (padre). Es el único que no está eufórico y que se lleva la mano derecha al mentón en un típico gesto pensativo. Se encuentra en el centro de una tormenta perfecta. Lo sabe y sabe también que no puede hacer nada para impedirla.

Ha pasado medio siglo y quien fuera el último Secretario General del Movimiento Nacional se siente libre de compromisos como para contar su versión de la historia. Y es lo que hace en el libro Conocer a Perón (Destierro y regreso) que acaba de publicar Planeta. Su conocimiento de primera mano de la trama que desembocó en el retorno de Perón al país el 17 de noviembre de 1972 hace al texto, de por sí, interesante.

Lo primero que llama la atención del relato de Abal Medina es el vertiginoso ascenso a un lugar de poder tan importante cuando todavía no tiene ni 30 años cumplidos. Perón ve en él a un tipo inteligente, medido, con contactos (sobre todo eso) y que cuenta con un plus extra: es hermano de Fernando, el hombre que organizó el secuestro de Aramburu y que ejecutó la sentencia de muerte al enemigo más emblemático del peronismo. Con esas credenciales, Abal Medina puede lidiar con sindicalistas y JP, Montoneros y Guardia de Hierro, Osinde, Norma Kennedy, Galimberti o López Rega.

En su relato se va pintando un Perón campechano y silvestre, un gran estratega y a la vez una “buena persona”, entregado al deber que siente con su pueblo de volver a la presidencia, aunque debajo el mundo arda. Y arde a lo bravo, como puede comprobar el propio Abal Medina a medida que los hechos se van desencadenando. “Veo venir un periodo negro”, dice. Se lamenta porque tiene los hijos pequeños y porque no hay nada que lo saque de la encerrona. Ni a él ni al país.

Agarre usted su pistola

La partida de ajedrez contra la dictadura de Lanusse es muy conocida. Aporta poco el texto a lo que ya conocemos. Pero los detalles son sabrosos. El 17 de noviembre, cuando el avión de Alitalia que trae a Perón de regreso al país está por aterrizar, el General llama a Horacio Pietragalla (padre desaparecido del actual funcionario nacional), le muestra una maleta con dos pistolas, le dice que agarre una y le anuncia: “Yo voy a salir primero. Si Rucci no está abajo es porque empezó la guerra”.

El fantasma de la guerra civil campea en todo el libro. Sin eufemismos. Abal Medina tiene un punto de observación insoslayable: no está emparentado con ningún sector, no viene del peronismo tradicional, tiene un manejo de la información extraordinaria gracias a los contactos de su familia con los círculos militares y ultra católicos, y además es un tipo lúcido, que no le escapa a los problemas y que encara a Perón sin problemas cuando hay que hacer las preguntas que nadie se anima a hacer.

Cuando ya queda claro que Perón no podrá ser candidato y que el presidente será Cámpora, Abal Medina mete el dedo en la llaga: ¿Cómo sigue esto? ¿Está pactada con Cámpora la renuncia? ¿Qué hacemos con este payaso? (en alusión a López Rega, cuyo ascenso siniestro al poder es relatado con lujos de detalles).

Perón aparece como un anciano agobiado por la enormidad de los desafíos, que se limita a resolver las cuestiones de superficie y no va a lo profundo: porque no quiere o porque no puede. Pero no va. Por ejemplo: en ningún momento encara la cuestión de la Constitución, que para Abal Media es crucial. ¿Cuál rige? ¿La del 49, que es la última legítima o la que modificó la Libertadora a fuerza de decreto sin ninguna legitimidad? Para el autor del libro no había dudas: no se podía conceder ni un ápice en esta cuestión a los militares y al poder real. La Constitución del 49 tenía que volver a ser la Carta Magna y la convocatoria a una nueva constituyente la solución a este conflicto no menor.

Una cuestión espinosa del retorno eran las causas judiciales abiertas contra el líder justicialista. Lanusse decía que Perón podía volver cuando quisiera, pero obviaba la cuestión judicial… por eso de la República, vio! ¿Les suena? Perón no mordió el palito. O se clausuraban las causas falsas o no volvía. El lawfare tiene historia en Argentina. Finalmente se cumplió su deseo y las causas fueron desestimadas. Movilización popular y consenso político siempre le ganan a las trampas de los doctores de la justicia.

Mucho más difícil fue desde el comienzo la relación con los grupos guerrilleros. Perón se negó al pedido de la dictadura que le exigía que condenara la violencia armada porque entendió que el único motivo por el que le permitían regresar al país era porque lo consideraban capaz de detener la “guerra civil” en ciernes. Pero, según Abal Medina, Perón sobreestimaba su propio poder sobre Montoneros y se confió en que sus órdenes bastarían para detener la lucha armada. Además, el líder peronista tenía un canal directo abierto con Fidel Castro quien le aseguró que compartía su opinión de que era impensable continuar con la guerrilla con él en el gobierno. “Si vuelve el peronismo olvídense de la jodedera” les dijo Castro a los dirigentes de Montoneros. Pero tampoco Fidel tenía tanto ascendente y poder como quedaría demostrado.

Ezeiza, siempre

Otro capítulo interesante es el que tiene como epicentro a la tragedia de Ezeiza. Abal Medina se siente cada vez más incómodo y asediado por las diferentes fuerzas que orbitan en torno al envejecido Perón. Le preocupa la salud del General y se lo dice de forma franca. Presume que todo se está saliendo de madre ya durante la campaña electoral de Cámpora y traza un panorama desolador de la supuesta “primavera camporista”, atribuyéndole al flamante presidente toda la responsabilidad sobre lo que habría de suceder en Ezeiza el 20 de junio del 73. Informado -como siempre lo está por sus contactos con todos los actores en juego-, se ve venir el enfrentamiento mortal entre la JP y los sectores sindicales. Se lo advierte a Cámpora y a su ministro del interior, pero sus palabras caen en saco roto.

Perón, desde Madrid, tampoco entiende la gravedad de lo que se avecina. Dejar en manos del siniestro Osinde y de sus laderos de la ultraderecha francesa la seguridad del acto era darle carta blanca desde el comienzo a que pudiera ocurrir lo peor. Los acontecimientos del 20 fueron “demoledores”, afirma Abal Medina, y “nunca nos pudimos recuperar”. Si el gobierno nacional hubiera tomado la seguridad en sus manos y no se la hubieran dejado a una “facción”, concluye, Ezeiza se hubiera podido evitar.

El ascenso surrealista de López Rega al poder ocupa otro de los episodios destacables del libro. Abal Medina registra el peligro pero percibe que ni el general Perón ni los demás dirigentes del movimiento se están percatando de lo que ocurre. Mientras tanto, el Brujo teje la tela en la que habrá de precipitarse el país entero. Su manejo de la información, su uso de la cercanía de Perón como recurso (para Abal, la avanzada edad de Perón lo ponía a merced de quien vivía en su misma casa como le sucede a cualquier anciano que ya no puede valerse por sí mismo) y el enorme ascendente sobre Isabel que culminará con la fundación de la Triple A con Perón aún vivo, marcan la ferocidad de López Rega en un escenario trágico. En medio de todo este espanto, un dato novedoso: Lopecito intentó, según Abal Medina, aliarse primero   con la izquierda. Y como no le dieron bola, terminó con la ultra derecha. Cuesta creer que todo sea tan aleatorio, pero bueno…

Por último, Abal cierra su texto casi con pesar, lamentando lo que considera una oportunidad perdida que le costó muy cara a la Argentina. El asesinato de Rucci fue, en sus palabras, la gota que colmó el vaso. El que fuera el último Secretario General del Movimiento Peronista expone el nivel de agresión sobre la salud del general Perón que significó la eliminación física de quien consideraba como “un hijo”. Comparar a Rucci con Vandor, señala Abal Medina, es la clara muestra de la locura en la que había entrado la facción de la JP conducida por Montoneros. Mientras Vandor había apostado con fuerza por un peronismo sin Perón, Rucci había sido una pieza clave en el retorno del General al país, jugando sin medias tintas. Esa sutileza política escapó a quienes ordenaron el atentado.

Libro de época que vale la pena recordar, balance realizado desde una posición que no se pretende equidistante pero que tampoco se guarda nada de lo que quiere decir, el texto que resume las memorias de un hombre que fue protagonista central de esos años turbulentos está destinado a formar parte de los imprescindibles, tanto para quienes incursionan en la lectura por afición como para quienes tienen un compromiso con la investigación histórica.