El accionar violento de las fuerzas de seguridad contra los trabajadores de prensa que cubre las movilizaciones en las calles no tiene nada de espontáneo.  Forma parte de una estrategia del miedo en la que la vigilancia sobre fotógrafos y periodistas cumple un papel inocultable. (Foto de portada: Horacio Paone).

La represión policial a trabajadores de prensa de los últimos días respondió a una estrategia definida y puesta en marcha desde hace tiempo: vamos a mostrar cómo castigamos a los que muestran, queremos que nos vean dándoles palos a los que vienen con el cuentito del periodismo y la libertad de prensa (a los que querían preguntar no, esos son de los nuestros).

Nos filman, nos espían. Ocurre en cada acto, marcha o manifestación que nos toca cubrir. Las tropas de las fuerzas de seguridad llevan consigo a un equipo de camarógrafos y fotógrafos consigo. Enfocan hacia los periodistas, hacia los referentes de la actividad y hacia los que participan de ella.

(Foto: Claudia Conteris)

Vi a efectivos de Gendarmería arriba de un carro de asalto, cámara en mano. Vi a miembros de la Policía Metropolitano transmitiendo en vivo detrás de un camión hidrante, con una mochila satelital de última generación. Vi a un globo inflable que sostenía cuatro cámaras, conectado a un camión de exteriores con uniformados dentro. Vi a una pareja de jóvenes efectivos de la Policía Federal registrando el paso de una columna de manifestantes. Y vi a otro oficial de la Metropolitana grabando en video un encuentro de trabajadores despedidos de Editorial Atlántida.

El Ministerio de Seguridad debería explicar qué hace con esas imágenes. Pero no lo hace. Y como no explica uno se tienta y supone que esos registros sirvieron, por ejemplo, para marcar a Bernardino Ávila durante el “cuadernazo”, la protesta de la cooperativa Madygraf en Congreso. Ávila había sacado la foto de la anciana tomando berenjenas del piso durante el “verdurazo” en Constitución. Y había testimoniado del operativo de los hombres de azul pateando con sus borceguíes cajones de lechuga, alzando sus escudos frente a ramilletes de perejil.

Estamos todos fichados.

La última gran puesta en escena del team Pato Bullrich había sido en octubre del año pasado, durante el tratamiento del presupuesto 2019. La Policía detuvo allí a Nacho Levy, principal representante de La Garganta Poderosa: días antes había participado activamente del primer juicio por gatillo fácil a un Policía de la Ciudad, que terminó con cadena perpetua para el imputado. Durante la represión, Levy terminó en el piso: el oficial que le apretaba el cuello con su bota, el que lo esposó con sunchos y los que lo golpearon dentro de la unidad de traslado pertenecían a la misma fuerza que Adrián Gustavo Otero, el asesino. ¿Casualidad? Fabricio Baca,  fotógrafo de TELAM, dio cuenta de toda la secuencia con su celular hasta que le robaron el aparato los mismos que luego también se lo llevaron preso.

(Foto: Claudia Conteris)

Y vaya que había gente aquél día en el Congreso. Pero entre la multitud que se alejaba del show montado por unos pocos pícaros todo servicio, la Policía atrapó a Gustavo Muñoz y Adrián Vidal. Ni habían podido acercarse siquiera al vallado que rodeaba el palacio legislativo. Y cuando se volvían, quince cuadras más lejos, fueron capturados por agentes con uniforme y de civil. Ya liberado, Vidal contó que, en medio de las corridas, “Gustavo estaba yéndose del lugar con mucha gente, pero lo trajeron a él solo”. ¿Casualidad? Muñoz, maestro, era una de las caras visibles del acampe en la Escuela de Moreno donde murieron la vicedirectora Sandra Calamano y el auxiliar docente Rubén Rodríguez. Vidal es secretario adjunto de la CTA en distrito donde ocurrió la tragedia.

La difusión de las maniobras represivas son parte esencial de la estrategia del miedo. Lo ocurrido el año pasado y lo que acaba de pasar semanas atrás se desarrolló a plena luz del día, de manera explícita, obscena. La Policía nos dice que sabe quiénes somos y nos advierte que hará con nosotros lo que quiera, cuando y donde quiera. No le incomodan los testigos, los necesita y busca. Y muestra sus atropellos para disciplinar y domesticar toda resistencia. Habrá que seguir contando, para que sepan que nos estamos dando cuenta.

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