En coproducción con Radio Televisión Argentina la agencia Télam produjo un valioso documental sobre la guerra. Además de reflejar el comportamiento nefasto de los propios medios estatales y los privados, el trabajo contiene material de archivo apenas conocido o desconocido (Fotos: Telam).

Hablar de Malvinas a cuarenta años del conflicto y hacerlo desde una agencia estatal a través de un documental supone todavía una cierta incomodidad y un desafío más que interesantes. Los medios de la guerra, un documental producido por la agencia Télam y RTA (Radio Televisión Argentina), que se estrenó hace pocas semanas en el Centro Cultural Néstor Kirchner, asumió tanto el desafío como la incomodidad para salir airoso. Aun cuando en la memoria colectiva se guarde un pésimo recuerdo del rol que desempeñaron los medios de comunicación –desde ambos lados de la guerra-, el hecho de que Télam hable de su propio pasado en dictadura, con abundancia de documentación histórica, es un acto la vez de audacia y de transparencia.

Entre los grandes méritos de la co-producción que ahora puede verse aquí sobresale la abundancia y calidad del archivo histórico, documentación hasta ahora poco o nada conocida, el equilibrio con que se analiza el contexto histórico, el ritmo y edición, la calidad general de la producción, los gráficos y la claridad expositiva, amén de la ausencia de consignismo vacío.

El documental contó con la dirección y edición de Ariel Jonte, guion del que escribe y Bernarda Llorente (también de Llorente fue la idea original y la producción, junto con Fabiana Fraissinet y Daniela Basso), la locución de Lalo Mir y música original de Lolo Miccuci.

La vigencia del film no se relaciona solo con el triste rol cumplido por la dictadura o los medios sino su vigencia en términos de lo que hoy llamamos fake news. Las entrevistas a periodistas y fotógrafos que estuvieron en Malvinas ayudan a entender lo sucedido y revelan aspectos poco conocidos acerca de lo sucedido con los medios como lo fue el tráfico ilegal de material fotográfico con el que hicieron sus buenos dólares algunos militares, de modo tal que imágenes obtenidas por profesionales de Télam se publicaron profusamente en revistas extranjeras de primerísima línea sin permiso de la agencia –o con la complicidad de algún directivo- y para disgusto de los fotógrafos. Estos, como los enviados especiales, recibieron la orden estricta, desde la agencia y desde los jerarcas de la dictadura, de pintar un panorama inocente en las islas con soldados sonrientes, jugando al fútbol, esperando a los británicos con sonrisas, paz y pajaritos. Esa apuesta tuvo relación con la política exterior esquizoide de la dictadura: tomar las islas por la fuerza y a la vez hablar de paz.

Lo que aparecía en los medios era una guerra sin sufrimiento y sin sangre, más las estelas lejanas de misiles y aviones. Los registros que obtuvieron los fotógrafos, retratando por ejemplo la soledad infinita de un soldado, fueron sistemáticamente censurados.

“Evitar difundir”

El documental se extiende justamente en el sistema de censura inmediatamente impuesto por la dictadura, comenzando por la decisión de que solo pudieran viajar a las islas profesionales de la agencia Télam y de la entonces ATC. Aquí va un ejemplo de uno de esos documentos emanados desde las cúpulas militares y prolijamente acatados y aplaudidos por los medios estatales y privados:

“Evitar difundir información que:
1) Produzca pánico.

2)Atente contra la unidad nacional.

3) Reste credibilidad y/o contradiga la información oficial.

4) Socave la convicción respecto de los derechos argentinos.

5) Pueda generar disturbios sociales, alterando con ello el orden interno”.

El comportamiento de los medios privados –tan horroroso como el del sistema estatal- aparece reflejado, aunque en menor medida. También se habla de la creación de radios como Liberty y Atlántico Sur –desde Buenos Aires y desde Londres- concebidas para transmitir al mundo, es decir operaciones de un tipo de propaganda psicológica que hacen recordar a otras guerras anteriores, muchas décadas antes de Internet.

A medida que avanza la guerra y con ella las malas noticias se expresan modos de titulación, arengas, climas, patrioterismo, una importante cuota de sobreactuación, esquizofrenia y negación. Pasando después por el hundimiento del crucero Belgrano, el fotomontaje hecho desde la revista Gente falseando o inventando el hundimiento de un buque británico, hasta llegar a la derrota y a preguntas posteriores apenas homeopáticas –mientras ardía Plazza de Mayo- como la de este título de portada de la revista Gente, en cuya editorial, Atlántida, se revelaban los rollos color llegados de las islas: “¿Cómo pudo suceder que una carta con un chocolate adentro, enviada por un chico de 7 años a nuestros queridos soldados en plena guerra, fuera vendida días atrás en un quiosco de Comodoro Rivadavia”?
“Así es dios para estos niños hechos hombres”, había dicho pocos días antes una conductora rubia desde los estudios de televisión, en referencia a los conscriptos muertos de hambre, frío y en, muchos casos, torturados.

No faltan –y amargan lo suyo al igual que las célebres vivas a Galtieri- las apariciones lamentables de políticos argentinos, desde Oscar Alende al “estadista” Arturo Frondizi. Tampoco están ausentes los necesarios tramos de la célebre transmisión en maratón de la colecta solidaria hecha desde ATC. La sobreactuación patotera no fue solo un “exceso” de José Gómez Fuentes o Nicolás Kasanzew. En el tintero del material visual de archivo quedó una secuencia en la que Mirtha Legrand, que aparece en la tele de entonces como siempre, como una mezcla de diva y semidiosa, dice: “Realmente señores, compatriotas, esto que estamos viviendo quedará en los anales de la historia. Yo quisiera saber si en Inglaterra se hubiera hecho una convocatoria como esta, todos los ingleses hubieran acudido como han acudido los argentinos. Dudo que hubiera sido así (se escuchan bravos del público). Realmente (…) Yo les garantizo, queridos compatriotas, daré hasta la última gota de mi sangre. Porque antes que nada no soy actriz ni nada. Yo soy ar-gen-tina y me siento más orgullosa que nunca”. Luego se quita de los hombros y dona una estola de piel, estola que tiene para ella “un gran valor afectivo”.

Patria y represión

No es casual que por cada militar que aparece en pantalla hay un pasado represor, de violación de los derechos humanos. En el caso de Télam, el interventor militar Rafael de Piano (especialista en blindados) fue responsable de torturas y desapariciones en Bahía Blanca.
La mirada es crítica e introspectiva, sin golpes bajos. Por haber escrito el guion original, que fue varias veces reelaborado a medida que llegaba valioso material de archivo de canal 7, medios de Gran Bretaña y otras fuentes, el que escribe puede atestiguar que no es fácil echar una mirada crítica sobre la guerra sin caer en lecturas que pinten a lo sucedido en Malvinas como una mera fantochada bananera, es decir sin seguir dando por absolutamente legítimos y sentidos los derechos de soberanía argentinos.

 

Quizá de los propios desacuerdos de la sociedad argentina y del vaciamiento informativo y simbólico producido durante la guerra y la derrota provengan las dificultades para el simple acto de mencionar o referir a quienes fueron a Malvinas a los 18 o 20 años de edad. Desde “los chicos de la guerra”, así bautizados por las primeras publicaciones y películas sobre Malvinas, a la contraposición de las palabras “héroes” o “patriotas”. O la transformación del término “veteranos” casi en “marginales”, por lo menos hasta las políticas de reparación impulsadas por los gobiernos kirchneristas.

Todavía hoy no existen cifras precisas del número de conscriptos que a lo largo de muchos años se quitaron la vida. En 2019 el Ejército argentino informó oficialmente de 38 suicidios y la Armada de 14. Otras estimaciones provenientes de los propios veteranos hablan de 500 a 600.

De esto último, los medios de comunicación siguen hablando muy poco.