La tradición apocalíptica fusionada a lo discursivo, institucional y político tiene larga data en Europa y vive tiempos de renacimiento. De las variadas raigambres de los actuales fenómenos neofascistas, la religiosa y mesiánica ha adquirido un poder inusitado, incluido el económico: del evangelismo estadounidense al bolsonarista, hasta llegar a las dotes mesiánicas con que se invisten no pocos líderes europeos.
El lenguaje apocalíptico no es nada nuevo en el discurso de la extrema derecha, como tampoco lo es este populismo que busca asociar personalmente a cada uno de sus líderes con una promesa salvífica, con una “misión” que cumplirían en nombre del pueblo agradecido. Esta forma de afirmación de la política como destino al que se debe obediencia atraviesa todo el siglo XX y nuestra época. Sin embargo, lo nuevo en el sur de Europa, en países de influencia católica pero que han vivido profundos procesos de secularización, como Portugal, especialmente Francia, menos España e Italia, es el retorno de la afirmación mística como núcleo de la organización política, imitando a los EEUU y Brasil.
El discurso religioso se ha instalado como una forma de representación, particularmente de la extrema derecha, y su éxito es una de las explicaciones sustanciales de los cambios electorales de los que se ha beneficiado. No se debe subestimar el poder de este discurso: apela a lo reprimido de la civilización, a los miedos ancestrales que siempre nos acompañan; siendo una creencia, se sitúa en el terreno de la irracionalidad y, por tanto, no es discutible; y otorga al jefe una trascendencia mágica que es su cetro. Como la estratagema funciona, se radicaliza, Trump sigue siendo considerado el faro mundial. El siglo XXI será el de las identidades religiosas y de las grandes cruzadas. e instala la cabeza de una trascendencia mágica que es su cetro. Como resulta que la estratagema se radicalizará, Trump sigue siendo el faro mundial de esto. El siglo XXI será el de las identidades religiosas y de las grandes cruzadas.
La religiosidad política ha sido utilizada en Occidente por dos tradiciones. La primera es la Iglesia Católica, cuyas antiguas relaciones con el despotismo del Antiguo Régimen se prolongaron más tarde en colaboración con las dictaduras europeas, concretamente a través de Concordatos que establecían formas paraconstitucionales de religión oficial. En algunos casos, se expresó en un partido político (las democracias cristianas italiana y bávara), en otros solo en la gestión de los rituales estatales. Pero es la segunda tradición la que más se ha expandido, la de las iglesias evangélicas, particularmente a partir del centro radiante de Estados Unidos.
Hace una docena de años, el historiador Daniel Williams estudió estas conexiones en “God’s Own Party” (“El partido de Dios”). Williams recuerda que estas iglesias, a medida que se expandían, cambiaron su agenda. Señala, por ejemplo, que se pasó de una actitud condescendiente o incluso de apoyar el derecho al aborto en diversas circunstancias, a un rechazo militante que llegó a transformar al Partido Republicano. Así, en 1971, la Conferencia Bautista del Sur (CBS), la iglesia más grande de los Estados Unidos, aprobó el aborto motivado por violación, incesto, deformidad fetal, e incluso por razones de “salud emocional, mental y física de la mujer”. Entonces, según una encuesta realizada por su revista, el 71% de los pastores aceptaría el aborto en casos de violación e incesto. En la misma línea, Wallie Criswell, quien había sido presidente de la CBS, comentó en 1973 sobre el fallo de la Corte Suprema, mayoritariamente republicana, en Roe v. Wade, que había legalizado el aborto, en el sentido de que “siempre he pensado que solo después de que nace el niño y cuando tiene una vida separada de la madre se convierte en una persona individual, y por eso siempre pensé que debería permitirse lo mejor para la madre y para el futuro”. En esos años, las iglesias evangélicas consideraban que el movimiento contra el aborto era un asunto católico.
Sin embargo, hubo una causa que los movilizó y fue decisiva en los estados del Sur (las diez iglesias más grandes de USA estaban en el Sur y casi todas eran evangélicas). El Tribunal Supremo había decretado en 1954 el fin de la segregación racial en las escuelas públicas y, en respuesta, las escuelas religiosas se expandieron para recibir a los hijos de familias racistas (el Ku Klux Klan contaba con cinco millones de miembros en estos estados, a principios del siglo XX). El conflicto se avivó cuando en 1971 la Corte Suprema decidió retirar las exenciones tributarias a las escuelas que mantuvieran la segregación. Como era imposible persistir en esta discriminación, estas iglesias volcaron su acción en los movimientos antiaborto, asociándose al Partido Republicano, primero a Nixon y luego a Reagan. Cuarenta años después, dominan el partido y han ganado la Corte Suprema.
Cuando esta agenda llegó a Brasil, transformó su demografía religiosa. Hoy habría 108 millones de personas que se dicen católicas y 65 millones de evangélicos, pero son estos los que están creciendo más rápido, abriendo 14.000 nuevos templos al año. La más poderosa, la Asamblea de Dios, tiene 12 millones de seguidores, y la IURD tiene un partido con 44 diputados, periódicos diarios y una cadena de televisión, jugando a varias alianzas (fue parte del gobierno de Lula, luego apoyó a Bolsonaro, ahora vuelve a negociar con Lula).
La extrema derecha utiliza estas creencias y se convierte a su modelo de comunicación: Bolsonaro, que se juega su oportunidad de renovar su presidencia en este electorado, se hace llamar “mito” en los mítines; Meloni se alimenta de la derecha católica anti-Francisco; y Ventura (el dirigente de la extrema derecha portuguesa) se reclama de un mandato divino e incluye a algunos representantes de una de estas organizaciones en su equipo. Sin embargo, además de la instrumentación directa, lo que marca este vínculo es la influencia del mercado. Las iglesias evangélicas no giran a la derecha para recuperar su pasado piadoso sino para hacer negocio. Esta es su fuerza: estos pastores son los empresarios del siglo XXI y explotan su mercado para beneficio personal, dinero e influencia. Su norma es el poder por el poder. No hay fervor más alucinante en el mundo que ese.
Fuente: Esquera.net, a través de Sinpermiso.info. Traducción: Enrique García.