Más de 1300 muertos según la embajada de los EEUU y por esos días 179 “rusos-judíos” asesinados en el único progrom latinoamericano. Más sangrienta aun que los bombardeos sobre Plaza de Mayo, ciertas memorias oficiales o inerciales se empeñan en seguir ocultando la historia de la Semana Trágica.

Ha pasado un siglo pero las cifras siguen siendo escalofriantes. Unos 700 muertos según las estimaciones moderadas y 1347, según un registro que llevó la U.S. Embasy. La mayoría enterrados en fosas comunes, para dificultar el conteo. A eso hay que sumarles entre 3 y 4 mil heridos y decenas de miles de detenidos cuando el estallido se propagó a todo el país.  Además, un progrom -el único en América- contra la colectividad judía asentada en los barrios de Once y Villa Crespo, con 179 “rusos-judíos” muertos.  Así fue la Semana Trágica, o Semana de Enero, una de las primeras masacres obreras del siglo XX argentino en respuesta a una gran lucha por las 8 horas de trabajo y a la pueblada que la acompañó. Nunca antes ni después corrió tanta sangre por las calles porteñas.  Sin embargo, no existe hoy ninguna recordación especial de aquellos mártires, como si lo que hoy parece normal no hubiera tenido un alto costo.

Entrada de los Talleres Vasena.

La masacre se cometió entre el 7 y el 14 de enero de 1919, en el marco de una larga huelga de más de 2 mil trabajadores de la metalúrgica Vasena. Reclamaban lo que todos los trabajadores en esos días: reducción de la jornada laboral de 11 a 8 horas, doble descanso semanal y el pago de horas extras que devendría en mejoras salariales. Un pliego gremial que no tenía por qué escalar a un estallido social y una matanza de no ser por la terca negativa patronal a negociar las peticiones de los trabajadores, empezando por su propia representación. Alfredo Vasena, hijo del fundador, era una pilar de la Asociación Nacional del Trabajo fundada y presidida por el también titular de la Sociedad Rural Argentina, Joaquín de Anchorena.  Cuando el gobierno lo citó el 8 de enero para llegar a un acuerdo que pusiera coto a un conflicto que ya estaba desmadrado, su intransigencia fue respaldada por el embajador inglés Reginald Tower, dada su sociedad con la británica Argentine Iron and Steel Manufactury, formely Pedro Vasena e hijos, y por el senador radical Leopoldo Melo, apoderado de la firma. Hoy lo llamaríamos “conflicto de intereses”.

Ya no quedan rastros de aquel gran establecimiento de tres plantas cuyas chimeneas daban su perfil al barrio porteño de San Cristóbal y que fue escenario central del conflicto. En esas calles empezaban las barriadas obreras del sur de la ciudad, las más próximas al Riachuelo y a la Quema. Ocupaba la manzana bordeada por las calles Rioja, Barcala (Cochabamba), Urquiza, Oruro y Constitución. Los talleres fueron cerrados en 1926 cuando Vasena se fusionó con Tamet, vendidos a la Municipalidad y demolidos. Como si se quisiera borrar todo recuerdo de aquella historia nefasta, el predio se convirtió en Plaza Martin Fierro en 1940, donde hoy se ven un patio de juegos infantiles y un club de bochas. Pero hace cien años, en una de las peores jornadas del conflicto, la del 10 de enero de 1919, el Buenos Aires Herald reportó que allí cayeron 80 obreros por el fuego graneado de dos ametralladoras pesadas montadas por el ejército en las esquinas para repelar un intento de toma de huelguistas radicalizados y resguardar a los directivos atrincherados.

Más vale una imagen

La Semana Trágica puede contarse a través de fotos del Archivo General de la Nación y en registros cinematográficos. En ellos se ven carros con suministros para los talleres volcados y quemados por los huelguistas en las calles Pepirí y 24 de Noviembre, en el trayecto que unía los depósitos en Nueva Pompeya con la planta. En otra posan de riguroso negro las viudas de las primeras víctimas de la matanza, el 7 de enero, cuando policías con Mauser y “krumiros” (rompehuelgas que actuaban como fuerza de choque) armados emboscaron a los huelguistas en la cuadra del Sindicato de Resistencia Metalúrgicos Unidos, en Amancio Alcorta al 3400, matando a 4 personas e hiriendo a otra 30, ninguno obrero de Vasena.

El cortejo desde Nueva Pompeya a Chacarita se hizo a pie el 9 de enero y decenas de miles de porteños acompañaron los féretros llevados a pulso en medio de una ciudad paralizada, sin tranvías ni subte y con los comercios con las persianas bajas desde el día anterior. Miles de trabajadores llegaron en los trenes desde zonas suburbanas para sumarse a la marcha antes de que los ferroviarios se plegaran a la huelga de marítimos, tranviarios y chauffeurs reclamando también por las 8 horas y contra la represión. En las imágenes se ven pequeñas multitudes en las esquinas y balcones de los barrios de Nueva Pompeya, Parque Patricios, Boedo, Almagro, Constitución y la Boca. Hay tranvías sacados de riel e incendiados, cables cortados y vías levantadas.  Se ve a los cosacos cargar machete en mano. También humea volcado el auto del ministro de Guerra, Elpidio González, y el jefe de Policía, comisario Justino Toranzo, quienes debieron volver caminando al centro aunque sanos y a salvo.

“Clima revolucionario”

No hay registro gráfico pero algunas crónicas dijeron que al frente del multitudinario cortejo marcharon más de un centenar de anarquistas armados y que en el trayecto a Chacarita hubo saqueos en armerías. Pero no se denunciaron bajas entre las tropas de infantería, marinería, policías y bomberos salvo algunos acuchillados. En cambio, entre los obreros los muertos y heridos no pararon de aumentar.  Puestas por el presidente Yrigoyen al mando del general Luis Dellepiane, con orden de recuperar el control perdido de la ciudad, al militar –un veterano de la revolución radical de 1905—se le adjudica haber dicho que el escarmiento se recordaría por cincuenta años. Las columnas fueron baleadas en Vasena;  en la Iglesia de Jesús Sacramentado en Yatay y Corrientes y dentro del cementerio, donde tropas de infantería dispararon sobre los que lograron llegar. Los cuatro cadáveres del cortejo quedaron insepultos.

Luis Dellepiane.

En su minucioso libro Días rojos, verano negro (2011), el periodista e historiador Horacio Silva cuenta las presiones oficiales para que Vasena aceptara un acuerdo y de su oferta de bajar la jornada laboral de 11 horas a 9 horas, pero de lunes a sábado (54 semanales). También alude al llamamiento a una “huelga general revolucionaria” por tiempo indeterminado de la central sindical Fora del V° Congreso, de tendencia anarquista revolucionaria, mientras que los socialistas de la Fora del IX° se plegaron al paro general pero buscando darle un cauce institucional en el Congreso, como la sanción de una ley sindical.  De las coberturas sesgadas por parte de la prensa en esos momentos de furia espontánea y un tipo de agitación que recién pudo encontrarse luego en jornadas como las del Cordobazo. Mientras la prensa obrera priorizaba la masividad del respaldo a los huelguistas y la masacre, los medios pro-empresarios hablaron de una “minoría sediciosa” ajena a las “verdaderas organizaciones de los trabajadores”. En referencia al cortejo, el diario de habla inglesa aseveró: “Buenos Aires tuvo ayer su primera prueba de bolchevismo”.

Parapoliciales

No era  sólo un titular. La Revolución de Octubre de 1917 en Rusia era un fantasma omnipresente y el fermento sobre el que las clases propietarias elaboraron la ideología de la “conspiración judeo-bolchevique”, que tuvo vida hasta la dictadura del ‘76. Identificaba a los inmigrantes de origen hebreo con los rusos y a estos con los maximalistas. Fue la ideología del primer grupo parapolicial del siglo, la Liga Patriótica Argentina, surgida con la pueblada de enero de 1919. Sembró el terror a partir del 11, justo cuando la prensa informaba de la orden militar de “contener toda manifestación o reagrupamiento, con excepción de los patrióticos”, y disparar contra los que fueran encontrados levantando vías o quemando vehículos. Se cumplió al pie de la letra; hubo “zonas liberadas” para asaltar sindicatos y bibliotecas obreras, allanar casas de sindicalistas, balear a mansalva y arrastrar por las barbas a viejos rusos judíos que apenas entendían el idioma.

En las fotos de archivo se los ve bien trajeados, con sus sombreros Panamá, en autos particulares y portando carabinas. Realizaban rondines, primero en el centro y la zona norte de la ciudad, “custodiando comisarías”. Se autoidentificaban como “patriotas” y defensores del orden frente al caos promovidos por los obreros, en su mayoría inmigrantes. Adiestrados militarmente en el Centro Naval, en sus filas se alistaron chicos bien convocados por el organizador Manuel Carlés y muchos de apellido patricio que se apegaron a la ideología nacionalista extrema, fascista, que comenzaba a desplegarse en Europa.

La Liga Patriótica.

El primer gobierno “plebeyo” del país supo también de acción psicológica. Los diarios del 12 de enero publicaron la detención de Pinie Wald, de origen polaco y editor del periódico Avantgard, sindicado como “jefe del soviet” próximo a instalarse en la capital argentina. Junto a sus compañeros fue torturado casi hasta morir.

Como en todos los tiempos, hubo sindicalistas duros y negociadores. Luego de una aceptación parcial del pliego de reclamos por Vasena y de la cruda represión, la Fora socialista recomendó cesar la huelga. Fue un repliegue trabajoso porque los reclamos por las 8 horas y contra la represión se extendieron a los gremios con directivos de ese origen y a varias ciudades del país. La central anarco revolucionaria llamó a mantenerla pero el lunes 13 por la tarde la capital argentina tendía a normalizarse y se levantó el paro metalúrgico. La milicia blanca siguió sembrando terror durante días. Los delegados de Vasena fueron recibidos esa misma tarde en la Casa de Gobierno para firmar el acta que les reconoció las 8 horas de trabajo, el triunfo de los huelguistas. El 20 de enero la planta reanudó sus tareas. Pero ese derecho debió esperar hasta 1929 para ser reconocido legalmente, y los golpistas de 1930 lo agitaron como una concesión “a la vagancia”.

Lo que queda

A fines del siglo XX, el equipo de arqueología urbana porteño pudo desenterrar un resto de los muros originales de la metalúrgica, próximos a la calle Rioja y la Autopista 25 de Mayo. Ochenta años después de la tragedia la Legislatura porteña hizo colocar allí una placa con una inscripción aséptica: “Aquí se produjeron parte de los sucesos de la Semana Trágica (1919)”. Sin vínculos materiales con el pasado, la Plaza Martin Fierro devino en lo que los arqueólogos llaman “sitio de dolor y de olvido” en contraposición a los de “memoria”, donde se preservan escenarios como una lección.

Entre 700 y 1.400 muertos.

Los parapoliciales de la Liga tuvieron larga descendencia y la masacre del ‘19 fue sólo un ejercicio para participar en los dos años siguientes en la masacre aun mayor de esquiladores y peones santacruceños, en huelga por las mismas reivindicaciones. Los mártires de la Patagonia Rebelde fueron rescatados por la colosal investigación de Osvaldo Bayer y tuvieron al menos su justo homenaje en una de las películas con mayor éxito de taquilla del cine nacional.

Pero la historia de la Semana Trágica de 1919 quedó invisible a la enorme mayoría de la población. La corriente sindical que la animó desapareció y la épica del 17 de Octubre desplazó del recuerdo popular –como si nada hubiera existido antes- a aquellas jornadas trágicas y heroicas por las 8 horas de trabajo y la dignidad.

El sábado12 de enero aquellos mártires serán honrados. Será con una marcha convocada por organizaciones barriales que desde hace una década cumplen el rito. Caminarán desde las 19 por la calle Rioja desde el Parque de los Patricios hasta la Plaza Martín Fierro.  Para que, como canta León Gieco, todo quede guardado en la memoria.