La fase de estudio de toxicidad fue exitosa y la vacuna podría emplearse en múltiples variantes del virus, incluidas la Ómicron Bq1 y Bq2. El empleo de vacunas de laboratorios extranjeros le insumió al Estado miles de millones de dólares. Con la nacional, dada su sencillez, bajo costo y aparente polivalencia, no sólo se podrían ahorrar divisas sino ganarlas por exportación. Falta menos.

Araca! La UNSAM (Universidad Nacional de San Martín) pasa al frente: su vacuna anticovid ARVAC 1 Cecilia Grierson (“La Cecilia”, para la hinchada) acaba de completar su fase 1 de testeo con números nada comunes. Este primer estudio clínico rumbo al licenciamiento generalmente mide toxicidad pero no efectividad, y se hace sobre un grupo pequeño, de 10 o 20 voluntarios. Sin embargo, en este caso la fase 1 involucró a 80 voluntarios, dio toxicidad cero y multiplicó hasta 30 veces su expresión de anticuerpos neutralizantes.

Más interesante aún: “La Cecilia” se diseñó monovalente, apuntada contra las variantes Gamma y Alfa (o Wuhan), del virus SARS-COV2, las primeras que desataron la pandemia. Sin embargo, la fórmula de la UNSAM moviliza anticuerpos que neutralizan también las últimas variantes Ómicron, mutaciones resistentes a las primeras vacunas licenciadas en 2020. Por ejemplo, los virus Ómicron Bq1 y Bq2 ya constituyen el 10% de los casos en EEUU y en general logran evadir las vacunas anti-Alfa.

Eso remite a otros números: las vacunas anti-Alfa ahora en EEUU cuestan alrededor de U$ 25. Pero las dosis de refuerzo polivalentes de Pfizer y Moderna, diseñadas contra las Ómicron emergentes, se venden al doble. Nuestra Cecilia monovalente anti-Alfa parece ser también anti-Ómicron, es 100% nacional y costaría U$ 8… pero facturada en pesos argentinos (no se toca ni un dólar del Banco Central).
Su aparente polivalencia ahora deberá ponerse a prueba a doble ciego y con entre 2000 y 3000 voluntarios en la fase 2/3 que se iniciaría en diciembre. Si eso sale bien, Argentina tendrá una fórmula propia de dosis probablemente única para refuerzo de la población vulnerable: personal de salud, embarazadas, niños y personas mayores de 60 años, que suman alrededor de 14 millones de personas.

Esta vacuna la fabricará un laboratorio PyME local (Pablo Cassará) con antígenos recombinantes hechos en Argentina. Habida cuenta de que no involucra componentes importados, una campaña de refuerzo irrealmente abarcativa (14 millones de personas) costaría alrededor de U$ 112 millones, que no saldrían del país.

El costo económico de las vacunas

Para medir lo que ha sido el covid como exportador de divisas: en octubre de 2021 ya llevábamos gastados U$ 1.661 millones en importar vacunas, cuando hacer una fase 2/3 de una fórmula propia habría insumido U$ 24 millones con toda la furia. Además, es probable que “La Cecilia”, por su precio, genere exportaciones “al toque” de licenciada, y puestos de trabajo e ingresos al país. Todo lo cual resulta bastante más inteligente que pagarle U$ 700 millones a la Pfizer por la misma tarea.

La Dra. Juliana Cassataro, directora del equipo de desarrolladores de “La Cecilia”, pidió que subrayáramos que en esta aventura biotecnológica trabajaron más de 100 personas del CONICET, la UNSAM, la Fundación y el laboratorio Pablo Cassará, el Centro de Medicina Comparada de la Universidad Nacional del Litoral, el Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y SIDA de la UBA (INBIRS), el CEMIC y las empresas FP Clinical y Nobeltri.

Cumplido el deber, vuelvo sobre la vacuna de la UNSAM y su probable futuro: aunque se usa ingeniería genética para obtener su componente principal, una fracción llamada RBD del antígeno viral Spike, la vacuna no es génica. Lo que se inyecta es proteína, o más bien, un segmento de una proteína: una dosis de 25 mcg (microgramos) de RBD. Como los mcg (microgramos) son millonésimas de gramo, la dosis puede parecer escasa, pero tiene efectos bastante impresionanes. Convence al sistema inmune del vacunado de que acaba de ingresar el virus SARS-C0V2 a la sangre, y de que hay que sacudirlo con anticuerpos neutralizantes.

Parece simple porque ES simple, si se compara esta vacuna con las pocas fórmulas licenciadas que han venido usándose en el mundo. Con “La Cecilia” no se inyectan virus del resfrío genéticamente recombinados para expresar antígenos Spike enteros, caso de las fórmulas Sputnik V rusa y AstraZeneca anglosueca.

Tampoco se inyectan cápsides enteras del virus SARS-CoV2 con sus genes destruidos, como la china Sinopharm, algo muy caro de lograr en una fabricación masiva, y factible de que algún problema de control de calidad no resulte en una partida de virus todavía vivos, capaces de enfermar.

Ni siquiera se usan moléculas de grasa como “carriers” de genes que codifican el antígeno Spike, caso de las vacunas conceptualmente más modernas que pintaron aquí (las yanquis Pfizer y bueh… Moderna). Sin duda, en 2020 éstas fueron las vacunas tecnológicamente más revolucionarias de la historia.

Con “La Cecilia”, por el contrario, es todo más sencillo y familiar. Usar antígenos virales es un enfoque mucho más antiguo, pero por eso mismo conocido, más fácil de fabricar, efectivo, probado, barato y más libre de efectos adversos. Por ahora, en fase 1, cero efectos adversos.

La región RBD al parecer ha permanecido químicamente inmutable a lo largo de la breve pero muy mutagénica historia pandémica del SARS-CoV2. Esto tal vez explique que pueda servir para vacunas muy polivalentes, como parece ser la de la UNSAM.

Tecnología apropiada o high-tech

Nadie en la UNSAM estaba buscando una revolución tecnológica. Desde 2020, cuando el elenco de Cassataro fue acordando cuál fracción antigénica del Spike ponerle a la fórmula UNSAM y cuáles no, se buscaba el mejor cruce entre las curvas de efectividad y precio.

La fórmula tenía como objetivo ser tan inocua como las que empleamos hace tres décadas contra la hepatitis B para bebés, y desde hace dos la anti papiloma, para adolescentes. Y aparentemente, eso se ha logrado, y ahora hay que ratificarlo a escala de 2000 o 3000 voluntarios. A veces es mejor tener tecnología apropiada que “high tech”. Y las vacunas nombradas, una para bebés y otra para adolescentes, funcionan a antígenos virales.

Aparentemente, alcanza con la fracción RBD del antígeno Spike y un toque de hidróxido de aluminio (un viejo adyuvante vacunal) para que nuestros sistemas inmunes se crean la historia de que sufren una invasión viral, y llenen nuestra sangre de anticuerpos anti-covid.

El RBD es una fracción antigénica del Spike que se ha mantenido invariable en la estructura del virus a lo largo de toda su breve historia pandémica, que arranca en 2019. Esa trayectoria está atiborrada de apariciones de cepas mutantes y resistentes a las vacunas, y han sido centenares. Para recordar sólo algunas, las que lograron llenar terapias intensivas, cementerios y tapas de diario: la Kent, la Sudafricana, la Gamma de Brasil, la Andes, la Delta y ahora la Ómicron.

De modo que el RBD da ese plus: está pensada para “los modelos 2020 y 2021” del virus, pero genera anticuerpos que neutralizan incluso las últimas variantes emergentes Ómicron llegadas a la Argentina en diciembre de 2021. Se cree serán las preponderantes en la región en 2023. El pálpito del grupo de Cassattaro en 2020 fue que esa región RBD del antígeno Spike no podía cambiar sin que el virus perdiera capacidad de infección. Y por ahora, resultó cierta.

La fase 2/3 será a doble ciego y de tres ramas. Doble ciego no significa juntar a Borges con Sábato, sino medir comparativamente la performance de distintos grupos. Las tres ramas del experimento permitirán cuantificar la efectividad de tres vacunas UNSAM distintas:

* La versión monovalente original, o RBD, de La Cecilia, anti-alfa,

* Otra Cecilia también monovalente, pero anti-Ómicron, hecha con otro segmento muy estable del Spike de un virus Ómicron

* Y comparar estas dos con una tercera Cecilia bivalente, con 25 microgramos de fracción RBD más otros tantos de fracción Ómicron.

Luego, según la performance estadística de cada rama, será del ANMAT la decisión de cuál de las tres fórmulas conviene licenciar según el escenario epidemiológico previsible para 2023 y quizás 2024.

Lo que se está acordando en este momento con el Ministerio de Salud (MinSal) son los detalles del diseño clínico del estudio de fase 2/3. Si parecen pocos, frente a los 30.000 o 40.000 voluntarios que insumía una fase 3 de eficacia en 2020, es que las vacunas de refuerzo ahora se pueden estudiar por ensayos de inmunogenicidad en poblaciones mucho menores, ya que uno está vacunando vacunados. Se puede llegar a conclusiones estadísticamente válidas sobre cuál de las ramas tiene la mejor fórmula con no más de 1000 voluntarios en cada una.

Aun así, se preocupa Cassattaro, no será fácil reclutar voluntarios en este momento de falsa sensación de post-pandemia. La gente está muy en otra.

La ministra de Salud, Carla Vizzotti, recibiendo un cargamento de Sputnik-V a principios de 2021, cuando cada aterrizaje con vacunas rusas o chinas se celebraba en los noticieros.

Precio en dólares y en vidas

Que en Argentina casi todos nos vacunáramos con un cóctel de fórmulas distintas se hizo por fuerza: faltaron segundas dosis de Sputnik, Sinopharm y otras marcas hasta fines de 2021. Sin embargo, terminó siendo un enfoque exitoso, y dio algunos puntos más de protección contra enfermedad severa y muerte que recibir primera y segunda dosis de la misma vacuna. Salió inesperadamente bien, pero ha venido costando algunos miles de millones de dólares exportados al Reino Unido, Suecia, Rusia, la India, China, Estados Unidos y Alemania. Si alguien sabe cuántos, que lo diga. Esa información ya no se consigue fácil.

Si sólo hubiera sido plata… Los picos de mortalidad por falta de suficientes vacunas sucedidos durante la primavera de 2020 y el invierno de 2021 costaron entre un tercio y la mitad de los casi 130.000 fallecimientos del acumulado nacional actual. Innecesarios, además: desde agosto de 2020 la AstraZeneca se fabricaba en Garín, provincia de Buenos Aires… y se exportaba enteramente a México. Sin viaje de regreso.

De modo que no está mal que el MinSal haya perdido su daltonismo cultural y sistémico frente a las universidades y la industria farmacológica nacionales. Existen, son un combo raro en la región, y un salvavidas que tenemos comprado desde hace al menos 80 años, y que conviene tener a mano en estos tiempos de explosivas nuevas pandemias.

La Cecilia terminó su fase 1 con números brillantes, y puede hacer su fase 2/3 en meses. ¿Qué uso tendrá, cuando esté licenciada para fabricación y venta? Con una población muy vacunada como la nuestra (entre el 78% y el 94% según grupo etario), la Cecilia se utilizaría como refuerzo, para evitar que las variantes Ómicron o las próximas emergentes le peguen a la población más vulnerable. ¿Cuál es? El personal sanitario, las embarazadas, los mayores de 60 como quien suscribe estas sentidas palabras, los inmunodeprimidos, le gente con enfermedades circulatorias y/o pulmonares de base. Entre todos, juntamos 14 palos de argentinos. No es poco.

Quizás La Cecilia funcione entonces del mismo modo que la vacuna antigripal, que es de renovación anual y que aquí –sin entrar a buscar culpables- reciben muy pocos de quienes deberían dársela. Entre los culpables estoy yo, porque no me hice el tiempo para vacunarme, aunque en este país y a mi edad es gratis.

Pero tal vez La Cecilia resulte más disponible y actualizada que la antigripal, que hay que reinventarla cada año por la velocidad a la que mutan los virus de la gripe A en el Hemisferio Norte. La Cecilia no sólo puede ser más barata que las anticovid importadas –hasta ahora, demuele a todas, salvo la AstraZeneca- sino más barata que la antigripal: por ser “made in Argentina”, la fórmula se puede ir modificando sobre la marcha de la evolución futura regional del SARS-CoV2 en coordinación cercana con la ANMAT.

Si además se combinan campañas en que los vulnerables recibamos una antigripal en un hombro y una Cecilia en el otro el mismo día y en el mismo acto, no es que vayamos a dormir sin frazada, pero la mortalidad invernal por causas respiratorias bajará muchísimo, y también los números de internados y de gente con secuelas duraderas.

La pandemia continua

Porque ojo al piojo, aunque ya no se habla del tema, el covid sigue enfermando a 2.000 argentinos cada semana y matando a 9 o 10, con un último pico de 111 entre la Navidad de 2021 y el Año Nuevo de 2022. Incluso en un país bien vacunado como terminó siendo el nuestro, alcanza con algo tan aparentemente inofensivo como una semana de fiestas familiares para catalizar los contagios, el escenario “Me regalaron una bicicleta, pero perdimos al abuelo”. Son cosas que suceden cuando una pandemia se va volviendo endemia. Esa volatilidad epidemiológica se aplanaría con dosis de refuerzo Nac & Pop.

Con tanto premio Nobel en biociencias, tanta buena investigación en laboratorios públicos y tanta industria farmacológica propia, lo que nos pasó con el covid muestra una constante argentina en otros terrenos, como la biotecnología vegetal o la energía nuclear, campos en los que también nos tiroteamos los pies.

En biotecnología vegetal, el Ministerio de Agricultura “pisó” durante 10 años el licenciamiento comercial del trigo Hb4, resistente a extremos hídricos. Y de esos 10 años, 5 fueron de sequías extremas y con pérdidas económicas graves. En 2022, a sabiendas de que el año venía por tercera vez muy corto de lluvias, los productores sencillamente suspendieron la plantación de un millón de hectáreas de trigo. ¿Cuánta plata perdieron, y cuánta el país? El Hb4 recién se puede sembrar libremente este año. Y eso tras vencer una oposición furibunda orquestada (en nombre de la ecología), por vaya a saber qué megasemillera yanqui comprada hace poco por otra alemana, firma que ha sido la verdadera dueña del campo argentino desde 1996, y que se ve venir el ocaso.

En energía nuclear, somos el mayor exportador mundial de reactores de producción de radioisótopos y de investigación. Pero la ley de presupuesto nacional de 2023 vino sin fondos para la construcción de la cuarta central de potencia, Atucha III, que debería haber empezado en 2016 y tendría que estar en línea hoy, pero “pasaron cosas”. Si la economía estuviera creciendo como en 2006, estaríamos atiborrados de apagones, o pagando facturas de luz como las de los alemanes.
En estos tres campos, salud, alimentación y energía atómica, por cantidad y calidad de recursos científicos y capacidad de fabricación, somos una subpotencia. Pero no asumida.
La dirigencia política, empresarial y mediática vive embobada pagando royalties al cuete o importando cosas que se pueden fabricar aquí, y ni se entera de las capacidades de su propio país, o lo hace tarde. Y el precio humano y económico que la Argentina paga por ello es terrible.
Y además, absurdo.
Last but not least: Cecilia Grierson fue la primera argentina que se atrevió a cursar completa –para horror de profesores y alumnos- la carrera de medicina, se la pagó con su salario de maestra de escuela primaria, se doctoró en 1889 y trabajó toda su vida profesional como obstetra, kinesióloga y en el fondo, como sanitarista.
Me encantó que una vacuna argentina desarrollada (además) por un equipo con total mayoría femenina lleve su nombre. A La Cecilia le pongo el hombro.