En una guerra es comprensible que las emociones estén a flor de piel. Sin embargo, el destacado filósofo alemán pide que no nos dejemos llevar por el afán de guerra o por una “política del miedo”. Insiste en la razonabilidad y la “consideración integral”.

El fin del pacifismo alemán

Uno de los acontecimientos más notables e inesperados de esta guerra es el giro radical que dio Alemania en materia de armamento y esfuerzo bélico. El país no tiene una verdadera industria bélica, gastaba relativamente poco en armamento en el pasado, y generalmente su gobierno ha sido muy moderado en los conflictos militares. Recordemos los casos de Irak en 2003 o de Libia en 2011.

Desde un punto de vista histórico es más que comprensible y sensato. En el pasado la militarización de Alemania provocó en dos ocasiones una conflagración mundial con decenas de millones de muertos. Por lo tanto, es mejor no volver a esa situación.

Hay una segunda razón de la reticencia alemana a participar en el conflicto actual. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989 el capital alemán se volcó a Europa del Este y Central. Se establecieron fuertes lazos económicos con Rusia, entre otros.

Fuera de la Unión Europea Rusia era hasta hace poco el cuarto país más importante para las importaciones alemanas y el quinto para las exportaciones de productos alemanes. Especialmente en el ámbito de la energía los alemanes dependen mucho de Rusia: para el gas un 32 por ciento, en el caso del petróleo un 34 por ciento y en el del carbón un 53 por ciento.

Por lo tanto, el capital alemán no tiene nada que ganar con un conflicto prolongado y mucho menos con su escalada, al contrario. Por el contrario, es principalmente Estados Unidos quien tiene interés en eso. Al menos así lo ve Willy Claes, antiguo jefe de la OTAN. Según él, este conflicto es esencialmente un “enfrentamiento entre Rusia y Estados Unidos” en el que “Europa no desempeña ningún papel”. Señala que para Estados Unidos “puede tardar un buen rato más” (1).

Al principio de la invasión el Gobierno Federal alemán se mostró especialmente comedido por las dos razones citadas, para molestia de países como Estados Unidos, Reino Unido y los Estados del este de la Unión Europea. Ejercieron presión sobre el canciller Scholz para que abandonara esa reticencia.

La presión de los medios de comunicación fue aún mayor. El hecho de que casi todo el mundo tenga en el bolsillo un teléfono inteligente hace que esta sea la guerra más mediática de la historia del mundo. Podemos seguir casi on line el sufrimiento de esta guerra con el detalle más espantoso, lo que despierta muchas emociones, incluso lejos del campo de batalla.

Además, los principales medios de comunicación utilizan un enfoque de Hollywood: los buenos contra los malos. Este tipo de enfoque es excelente para las ventas y además despierta las emociones de la opinión pública. Pero esa manera de informar no deja lugar a matices ni a enfoques equilibrados como los adoptados por el gobierno alemán al principio del conflicto.

Finalmente, Olaf Scholz sucumbió a la gran presión y la política exterior pacifista de los últimos 75 años llegó a su fin. En los próximos años Alemania gastará hasta 100 billones de euros extra en armamento y también hubo promesas de entrega de armas a Ucrania.

Un molesto dilema

Jürgen Habermas escribió un artículo de opinión en el Suddeutsche Zeitung que va en contra de esta presión sobre el canciller alemán y la ruptura con el pasado pacifista. Habermas es el filósofo alemán más destacado y respetado, casi el Chomsky de Alemania.

El filósofo de 92 años expone el molesto dilema al que se enfrenta Occidente: una derrota en Ucrania o la escalada de un conflicto limitado que podría convertirse en una Tercera Guerra Mundial. En este “espacio entre dos males” Occidente ha optado por no participar directamente en esta guerra.

Para Habermas, se trata de una decisión acertada porque “la lección que hemos aprendido de la Guerra Fría es que una guerra contra una potencia nuclear ya no puede “ganarse” en un sentido razonable, al menos no con la fuerza militar”.

El problema es que en ese caso Putin determina cuándo “Occidente supera el umbral establecido por el derecho internacional, por encima del cual también considera formalmente que el apoyo militar a Ucrania es el inicio de una guerra por parte de Occidente”. Esto da al lado ruso una ventaja asimétrica sobre la OTAN, que no quiere convertirse en parte de la guerra debido a las proporciones apocalípticas que puede tener una guerra mundial que involucre a cuatro potencias nucleares.

Por otra parte, Occidente “no puede dejarse chantajear a su antojo. Si Occidente se limitara a dejar a Ucrania a su suerte, no solo sería un escándalo desde el punto de vista político y moral, sino que tampoco redundaría en su propio interés”. El guión de lo que ocurrió en Georgia y Moldavia (2) podría entonces repetirse y, se pregunta Habermas, “¿quién sería el siguiente?”

Dentro de este incómodo escenario, Habermas celebra que el canciller alemán no se deje llevar por una «política del miedo» y que insista en una «consideración políticamente responsable y global».

El propio Scholz resumió en Der Spiegel su política de la siguiente manera: “Nos enfrentamos al sufrimiento que Rusia está causando en Ucrania por todos los medios sin provocar una escalada incontrolable que cause un sufrimiento inconmensurable en todo el continente, quizás incluso en el mundo entero”.

Los belicistas

Pero Scholz está bajo una fuerte presión. Se enfrenta a una “feroz batalla de ideas, alimentada por las voces de la prensa, sobre la naturaleza y el alcance del apoyo militar a sufrida Ucrania”.

Además, el protagonista principal, el presidente Zelensky, es un actor talentoso, “que conoce el poder de las imágenes y crea poderosos mensajes”. Los “malentendidos políticos y las decisiones equivocadas de los anteriores gobiernos alemanes” se convierten así simplemente en un “chantaje moral”.

Habermas se refiere aquí, por un lado, a la continuación de la política de distensión tras la caída de la Unión Soviética, incluso cuando Putin se había vuelto imprevisible, y por otro, a la dependencia del petróleo ruso barato.

Este chantaje moral ha “arrancado a los jóvenes de sus ilusiones pacifistas”. Se refiere explícitamente a Annalena Baerbock, la joven ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes, “que se ha convertido en un icono, que expresó su conmoción de forma auténtica con gestos creíbles y una retórica confesional inmediatamente después del estallido de la guerra”.

Tres días después de la invasión Baerbock pronunció un emotivo discurso ante el Parlamento alemán. Como en otros países, los Verdes alemanes tienen fuertes raíces en el movimiento pacifista. Por lo tanto, llama mucho la atención que fueran principalmente los Verdes alemanes los que presionaron dentro del gobierno para entregar más armas y más rápidamente.

A Habermas le molesta especialmente la “retórica belicosa” y “la autoconfianza con la que los fiscales moralmente indignados de Alemania actúan contra un gobierno federal reflexivo y comedido”. Acosan al Canciller con “exigencias miopes”.

Según Habermas, “la conversión de los antiguos pacifistas” conduce a “errores y malentendidos”, hay una “confusión de sentimientos”. Estos “agitados opositores a la línea gubernamental […] son incoherentes en la negación de las implicaciones de una decisión política que no cuestionan” (3).

Scholz ha sabido mantener la calma hasta el momento. Ha tenido que hacer concesiones, pero sigue adoptando una actitud prudente y moderada, sobre todo en comparación con la actitud belicosa de Estados Unidos o Gran Bretaña. Alemania prometió aumentar sus suministros de armas a Ucrania, pero son promesas y su cumplimiento es, en cualquier caso, lento.

A diferencia de los países más beligerantes, como Estados Unidos, Gran Bretaña y los países bálticos, Francia, Alemania e Italia mantienen un diálogo abierto con Rusia. Por ejemplo, Scholz y Macron tuvieron un conversación telefónica con Putin para negociar, entre otras cosas, el desbloqueo de las exportaciones de alimentos de Ucrania.

Putin

A Habermas también le molesta el “enfoque sobre Putin como persona”. Esto “conduce a especulaciones salvajes, que nuestros principales medios de comunicación difunden hoy, como en el apogeo de la sovietología especulativa”.

Los medios de comunicación pintan una imagen de “un ambicioso visionario” que “ve la restauración gradual del Gran Imperio Ruso como la obra de su vida política”. Frente a este «perfil de personalidad de un nostálgico histórico enloquecido se encuentra un currículum de progreso social y la trayectoria de un hombre fuerte racional y calculado».

Habermas interpreta la invasión de Ucrania “como una reacción frustrada a la negativa de Occidente a negociar la agenda geopolítica de Putin”.

Para Habermas, Putin es “un criminal de guerra” que merece comparecer ante el Tribunal Penal Internacional. Pero al mismo tiempo señala que el presidente ruso sigue teniendo derecho de veto en el Consejo de Seguridad y puede amenazar a sus oponentes con armas nucleares.

Nos guste o no, será con él con quien tendremos que “negociar el fin de la guerra, o al menos un armisticio”.

Notas:

(1) Willy Claes en el programa de la televisión belga De Afspraak del 24 de mayo: «Si se me permite decirlo con un poco de descaro, se trata de un enfrentamiento ahora entre Rusia y Estados Unidos. Con todo el respeto y la simpatía hacia los ucranianos, y por cierto, Europa no participa. […] En conclusión, a Estados Unidos le conviene que siga un buen rato más. […] Es el momento dorado para la industria bélica, que es estadounidense por definición».

(2) En 2008 Rusia invadió Georgia para apoyar a las autoproclamadas repúblicas de Osecia del Sur y Abjasia en su conflicto con el gobierno central de Georgia. los rusos se retiraron Tras una tregua, pero mantuvieron una zona de seguridad en las áreas de conflicto. aLGO similar ocurrió antes en Moldavia en el periodo 1990-1992.

(3) Se refiere a la decisión de la OTAN de no involucrarse directamente en esta guerra.

Fuente: De Wereld Morgen

Traducido del neerlandés para Rebelión por Sven Magnus.