Con alto entusiasmo del gobierno nacional y el provincial, y más el de la empresa australiana involucrada, el país cedió en Río Negro un territorio tres veces mayor que Tucumán para que allí se produzca una maravilla presunta del cuidado ambiental: el hidrógeno llamado verde. El emprendimiento es más que discutible: desde el punto de vista ambiental, el de los costos y desafíos, el del interés económico para Argentina. Es más, por ahora no hay mercado para el lindo hidrógeno llamado verde.

La profesora de literatura y gobernadora de Río Negro, Arabela Carreras, le cede a Fortescue, una minera australiana, un total –por ahora- de 625.000 hectáreas con zona costera de su provincia durante 50 años, con prórroga a 25 años más. ¿Para qué? Para fabricar y exportar hidrógeno molecular (H2) y así salvar el mundo. ¿No es obvio?

Carreras pertenece a un partido provincial, “Juntos Somos Río Negro”, donde no falta nada salvo codazos y zurdos: hay radicales, cambiemitas y todas las ramas antagónicas del peronismo que gobierna hoy la Nación, cristinismo incluido.

Este asunto, el “Proyecto Pampas”, por ahora una Zona Franca tres veces mayor que Tucumán, tiene una adhesión unánime del arco político. En la conferencia sobre la atmósfera COP26 del año pasado en Glasgow, el propio presidente Alberto Fernández lo mostró como tema de bandera de su gobierno.

En 2021 en EEUU se vendieron unos 3.300 autos a hidrógeno, y 100 veces más autos full-electric. Por ahora, el hidrógeno en movilidad no parece un éxito. Y tampoco es hidrógeno verde.

Fundada en 2003 para vender mineral de hierro australiano a China, Fortescue creció a escape. Australia es el primer productor mundial y le vende a China, primer comprador mundial, lo que hizo de Fortescue el cuarto proveedor global.

En 2017 la firma se diversificó en acero, oro, cobre y litio. Cruzó el Pacífico y abrió minas en Perú y Colombia. En 2018, al comprar una minera argenta, obtuvo sus 48 concesiones para explorar oro y cobre en San Juan. “La tenemos adentro”, diría el Diego.
Más de lo que el lector se imagina.

La física no cierra

Las opiniones políticas pueden ser muy divergentes, pero la física es una sola. El Proyecto Pampa supone demasiadas operaciones encadenadas, cada una de ellas con demasiado gasto energético para producir un commodity a bajo precio, el H2.

El átomo de hidrógeno, el más liviano de la tabla química, es también el más abundante del universo. Pero el hidrógeno molecular o H2, formado por dos átomos, no existe como tal en la naturaleza. Hay que crearlo. El modo prolijo es romper moléculas de agua con electricidad. Pero mucha: con electrolizadores modernos, 48 kilovatios hora (kWh) para sacar 1 kg. Es el consumo eléctrico de un hotel de 50 habitaciones lleno a capacidad en zona fría durante una hora. Para obtener 1 kg. de H2. Y eso no es todo.

¿Qué se hace en este mundo con 1kg? de H2? Puesto a 700 atmósferas de presión en el tanque de fibra de carbono de un Toyota Mirai, una 4×4 Hyundai Tucson o un Honda Clarity, donde caben alrededor de 5 kg., dan una autonomía en ruta de unos 500 km. En ciudad olvídate, cariño, menos de la mitad.

Ninguno de estos autos tiene motor a explosión y la batería es relativamente chica, auxiliar y está sólo para dar un impulso en arranques, piques y pendientes. La propulsión “de base” la da una fuente de electricidad directa que hace funcionar motores eléctricos, idénticos a los de los Tesla del amigo twittero Elon Musk. Pero carecen de esas baterías descomunales que forman el piso de los autos “full electric”.

Impresionante, el Toyota Mirai. Pero andá a conseguir una estación de H2 de recarga, fuera de California. ¿Y además encima pretendés que vendan H2 verde?

La electricidad no se almacena: se genera a bordo en plantitas electroquímicas compactas llamadas “celdas combustibles”, o “fuel cells”. En ellas, la oxidación lenta, profunda, sin llama y sin ruido del H2 produce electricidad y vapor de agua, y si el H2 viene únicamente de hidrólisis, eso sucede sin añadir un gramo de carbono fósil a la atmósfera. Los autos a H2 tienen hasta caño de escape, a diferencia de los de Musk, pero éste (el caño de escape) sólo emite vapor. Hasta ahí, todo muy eco-friendly.

Ateniéndose a los códigos de color de la industria, que indican origen, si el H2 de tu auto es “azul” fue obtenido por “reforming” del gas natural. Fabricar 1 kg. de H2 por reforming es mucho más barato en energía que hacerlo por hidrólisis, pero es un proceso sucio: inyecta 9 kg. de carbono fósil en la atmósfera. Ecológicamente esto es una pelotudez. Pero por ahora todos los autos a hidrógeno del mundo funcionan con H2 azul. Ergo, no están salvando al mundo.

Tampoco los dueños de autos “full electric” como los Tesla. La electricidad a bordo es tan ecológica como la red en la que recargan, y la de EEUU es 71% “térmica”, como la nuestra: se nutre básicamente de combustibles fósiles. ¿Adónde recargar un Tesla sin generar efecto invernadero? Sugerimos Suecia, con una red 40% hidroeléctrica, 40% nuclear y un 20% renovable intermitente (viento y sol).

La estructura del Honda Clarity, con sus tanques de 5 kg de H2 a 700 amtósferas de presión, y una fuel cell en lugar de motor bajo el capot.

Como se fabrica con electricidad y agua y produce electricidad y agua, el H2 verde puede mover barcos, aviones e incluso dar electricidad urbana e industrial en grandes unidades fijas, y todo sin joder el clima planetario. Nada entre su generación y su oxidación moviliza carbono fósil, y por eso ya hace 30 años que el H2 es indiscutiblemente el combustible ecológico del futuro.

Y tal vez lo sea siempre, por los muchos costos y dificultades técnicas para su obtención, manejo y combustión. Sobre eso, volveré, como dijo el general McArthur cuando los japoneses lo rajaron de Filipinas.

Un lugar bastante raro para operar

Fortescue Metals no ha producido jamás un gramo de H2, aunque fundó para ello una subsidiaria llamada Fortescue Future Industries, que es la que viene a Río Negro. ¿A quién va a vender H2? Según compromisos de provisión ya firmados, explica Fortescue, a Europa. ¿Primer cliente? Los taxistas londinenses.

En 2021 la UE juró con entusiasmo que produciría un millón de toneladas de H2 en 2024, y 10 millones para 2030. Pero ese continente va en dirección opuesta desde comienzos de siglo. Cada vez más aficionada al gas ruso, ya mucho antes de la guerra de Ucrania todo el Norte europeo venía quemando, con Alemania a la cabeza, cada vez más carbón, el combustible fósil menos eficiente y por ello, el más contaminante. Los alemanes hacen esto de puro ecologistas, aclaran, para no usar energía nuclear.

Mientras se jura cada vez más eco-friendly, Europa está regresando a la Primera Revolución Industrial: faltan sólo que reaparezcan la reina Victoria y Dickens, hollín en el aire y chicos viviendo en la calle ya se ven. De modo que por ahora el mercado mundial de H2 rionegrino es aspiracional. O no existe.

Todos los combustibles fósiles, sólidos, líquidos y gaseosos vienen desquiciando el clima y la historia, sin discusión. Pero tienen la cuádruple ventaja de existir en la naturaleza, almacenarse y transportarse fácil y de tener un mercado en la economía real. El H2, por ahora, ninguna de las cuatro cosas.

Dije que volvería, como McArthur, sobre las dificultades termodinámicas y químicas del producto del Proyecto Pampas. Para fabricar H2 verde necesitás ante todo una fuente energética limpia. Podés elegir hidroeléctrica, nuclear, eólica, fotovoltaica, undimotriz… y casi nada más.
Obviamente, lo que sobra en Río Negro, y especialmente en la costa, es viento, ululante y desatado, y la opción nuclear está prohibida por la constitución provincial. De modo que Fortescue piensa tapizar costa, estepa y mesetas de turbinas eólicas. Hay que conectarlas a electrolizadores de alto desempeño.

Pero Fortescue jamás construyó una turbina o un electrolizador. Firmó, eso sí, a mediados de octubre una carta de intención con la estadounidense Plug Power para montar en Australia una fábrica de electrolizadores con una capacidad para producir 2 GW por año.

Esta minera resuelve sus impericias tecnológicas con la chequera, y piensa comprar turbinas como commodities. “Estamos hablando de una planta en una primera etapa de 600 megas (megavatios eléctricos, o MWe), y escalar a 2 giga y luego a 15 giga”, señaló Agustín Pichot, ex capitán de los Pumas, representante de Fortescue para Latinoamérica.

Pavada de parques eólicos menta “mi amigo el Puma”, como decía Sandro. 15 gigavatios es una tercera parte de toda la capacidad electrógena instalada nacional, y eso sumando represas hidroeléctricas, centrales térmicas, nucleares y todas las opciones renovables, todo, todo, todo.

Sierra Grande tras el cierre de HIPASAM, ante la capilla de Nuestra Señora de Lourdes, y en hora pico.

Hay un solo proyecto eólico más ambicioso que éste: el Gansu Wind Farm, en la Mongolia Interior china, con 7000 turbinas y 20 giga planificados a término. Pero no hay en esa ringla de parques ninguna turbina que no sea Suzlon, nacional. La idea en Beijing es respirar aire sin hollín, pero que cada puesto de trabajo generado para ello quede en el país.

Una turbina eólica industrial consta de decenas de miles de piezas, gigantes y minúsculas, y de no poca electrónica e informática: es una máquina sofisticada, no un commodity. Con demoras de hasta 4 años entre pedido de una unidad de marca y su entrega, y hoy ya sin capacidad de fabricarlas en Argentina, llegar a 15 megavatios eólicos en Río Negro sólo es posible importando máquinas “llave en mano” y de cualquier origen. Cosa que para mal del país desde 2016 se puede hacer sin pagar tasas aduaneras.

La libre importación de turbinas fue la base de los planes RenovAR del gobierno de Mauricio Macri. Estos dejaron 2463 megavatios eólicos instalados en grandes parques, subsidiados por el estado a reventar. Generaron también deuda externa, cuyo crecimiento en 2018 desbarató RenovAR (nadie quiso ofertar en las últimas licitaciones), pero no sin que antes este plan de mierda exterminara a los fabricantes argentinos de estas máquinas gigantes: IMPSA, NRG e INVAP. Los últimos no movían el amperímetro, pero IMPSA llegó a equipar grandes parques y era sencillamente descomunal. Quebró, y hoy la opera el Banco Nación, su acreedor principal.

Doppo, en el Proyecto Pampas la Argentina se limitaría a poner el viento, algo de mano de obra y cantidades inexplicables de terreno. Pero el abogado Gustavo Béliz, exsecretario de Asuntos Estratégicos, asegura que serán 55.000 puestos de trabajo. Y lo hace quizás con tanta verdad y fundamento como cuando escribía los discursos de Carlos Menem.

Estos parques eólicos “llave en mano” deberían montarse no demasiado lejos de Punta Colorada, sobre la costa rionegrina del inmenso Golfo de San Matías. ¿Por qué? Para no perder corriente en forma de calor por la resistencia de las líneas de alta tensión entre parques e hidrolizadores.

Punta Colorada es una elección rara. Allí hay viento a patadas, como en todo el litoral patagónico, pero llueven apenas 226 mm. anuales y no hay arroyos o acuíferos de agua dulce. Y ésta es la materia prima de la materia prima de cualquier hidrólisis.

¿Por qué Fortescue prefiere ese páramo seco? Para los embarques, dice. Allí campea aún el viejísimo pero descomunal muelle de carga de buques de HIPASAM. Esta fue una empresa nacional minera de hierro fundada por el Ejército en 1969 y cerrada por decreto del presidente Carlos Menem en 1991.

La Gansu Wind Farm del Norte Chino: la mayor granja eólica del mundo. Abarca varias provincias y se tarda días en cruzarla en auto. La del Proyecto Pampas será comparable… dice Fortescue.

¿Por qué Fortescue no elige las Malvinas? Es la pregunta del millón: son el Reino Unido, afín a Australia por historia y pactos económicos y militares, tiene mejores vientos que el Golfo de San Matías (casi 30 km/h de velocidad media anual), caen 700 mm. de lluvia todo el año, hay centenares de arroyitos y arroyos de agua dulce, y de yapa decenas de puertos naturales y profundos, más abrigados del oleaje, que en Punta Colorada a veces es brutal.

No tengo respuesta. Creo que los kelpers son menos pelotudos o traidores que nosotros, y si les pedís 652.000 hectáreas de sus islas (que suman 1.200.000 hectáreas entre islas principales e islotes), aunque intentes el mangazo desde un país anglófono que dio apoyo en la guerra de 1982, te mandan a cagar.

Ya tuvieron encima otra megaempresa muy anglo que fue dueña de sus vidas y de todo lo que se movía y lo que se quedaba quieto, la FIC (Falkland Islands Corporation), y no la extrañan tanto. Pero ignoro la respuesta. Ignoro también por qué aquí nadie se hace ESA pregunta: ¿Why not the Falklands?

La argentinidad al palo

Algunas anedas para dar una idea de la sequedad de Sierra Grande y Punta Colorada, y de la idiotez inherente no sólo a fabricar H2 allí, sino a los megaproyectos complejos para llegar a simples commodities.

La mina de hierro HIPASAM perdió plata a espuertas mientras duró (llegó a deber U$ 500 millones) porque producía no sólo commodities, sino que eran defectuosas. Minaba hierro en la vecina Sierra Grande con una contaminación geológica intratable de fósforo, elemento químico que fragiliza los aceros.

Transformado el mineral férrico en “pellets” de cerámica de hierro en Punta Colorada, había que embarcar esas pelotitas duras y negras a los altos hornos de SOMISA, sobre el Paraná, pero a precio “subprime”, por lo del fósforo. Increíblemente, la única ciudad costera existente entre San Antonio Oeste y Puerto Madryn, Sierra Grande, vivía de esas pelotitas, y en realidad de deuda pública.

El estado nacional absolvía los U$ 17 millones de déficit operativo en cada balance, y feliz año nuevo. En 1991 Menem cerró HIPASAM y Sierra Grande, monodependiente de la firma, se vació a estado de ciudad fantasma.

La mina fue operada desganadamente por China entre 2006 y 2017, más cosa de hacer pie en la Patagonia y medir la reacción. Hoy el Reino del Medio tiene petróleo, gas e infraestructura en la zona y ganan plata, de modo que cerró la mina nuevamente, tiro de gracia para esa ciudad sobre la ruta nacional 3, en medio de la nada.

Quienes resisten en Sierra Grande son pocos, ganan poco y están hipnotizados por las promesas de Fortescue y su salvavidas mágico. Inventaron el “turismo minero”: la difunta HIPASAM en su apogeo llegó a dinamitar 92 km. de enormes túneles bajo la meseta. Descienden hasta 500 metros de profundidad bajo el nivel de la superficie. No hay mina más profunda en Sudamérica. Pero casi nadie la visita y la ciudad, a trasmano del mundo, no tiene más atractivos.

Tampoco tiene agua dulce. La que hay se trae a través de más de 110 km. de acueductos desde Los Berros y Ventana, dos arroyitos de la Meseta de Somuncurá. En tiempos mineros, alimentaban toda la operación extractiva, incluido el transporte por 32 km. de mineraloducto del mineral férrico molido hasta los hornos de cocción de “pellets” en Punta Colorada. Con el agua excedente vivían 22.000 sierragrandinos, con una hora de suministro por día.

El paralelismo de Hipasam con el Proyecto Pampas es éste: ambos usan gran cantidad de trabajo energético, tecnológico y humano para llegar a un commodity barato. ¿No es la argentinidad al palo ese modelo, oh, lector? ¿Y no se caga en la termodinámica, la química y la economía? Los pellets de hierro cuestan mucho menos por kilogramo que las computadoras, los violines o los aviones. El kg. de H2 verde es difícil saber: no hay mercado.

El viejo muelle de carga de pellets de hierro de HIPASAM en Punta Colorada, donde no hay una gota de agua local potable que sirva de materia prima para hidrolizar H2 verde.

Eso origina la pregunta de qué cuernos va a hacer Fortescue Futures con ese considerable pedazo de Río Negro que le cayó de regalo. Claramente, ni venderle hierro a China ni turismo minero.

La hidrólisis en Punta Colorada requeriría de agua dulce de una pureza química mucho mayor que la del grado meramente potable, que está llena de minerables solubles. Para producir 2,5 millones de toneladas de H2/año, como prometen el rugbier Pichot y el boga Béliz, en una hidrólisis perfecta y sin pérdidas –que no existe en la tecnología- habría que procesar 27 millones de toneladas de esa agua ultrapura, que tampoco existe en la naturaleza.

Vendría bien al menos una sucursal cercana del Río Negro, que la geografía colocó imperdonablemente lejísimos. Incluso el canal Pomona, que baja agua desde ese río a la ciudad-puerto de San Antonio Oeste, queda unos 100 km. al Norte de Punta Colorada en línea recta.
¿Pinta que Fortescue tendrá que desalinizar agua de mar? El método industrial más moderno para ello es la ósmosis inversa. Hay dos de estas plantas desalinizadoras en Caleta Olivia y Puerto Deseado, en Santa Cruz. Pero usan energía eléctrica a lo bestia (hasta 4 kWh por tonelada de agua potabilizada).

Para obtener 27 millones de toneladas de agua meramente potable hay que gastar hasta 108 millones de kWh, y luego bastante más para llegar a desmineralización grado agua de batería, muy artificial. La factura para llegar a mera materia prima viene subiendo.

Pero siguen más ítems, todos eléctricos. Resulta que el H2 es una pesadilla, si se trata de almacenarlo o transportarlo. Al ser la molécula gaseosa más chica del universo, se infiltra en la matriz cristalina de casi todo metal y la transforma en hidruros, lo que termina erosionando cualquier pared de caño o de tanque. Por eso los depósitos de los autos a hidrógeno son de fibra de carbono y de aleaciones indescifrables.

De modo que de transportar H2 gaseoso en barcos metaneros, olvídate, cariño. Presurizar la molécula más liviana del universo es “como amonedar el viento sin cara”, por citar a Borges, sólo que estas monedas corroen los bolsillos. ¿Licuar el H2, entonces?
No es imposible: hay que enfriar el gas a 20,25 grados Kelvin, es decir a 252, 9º C bajo cero. El cero de la escala Kelvin es inalcanzable, según la física: está a 273, 15º C bajo cero. Llegar a sólo 20, 25º arriba de esa cifra para licuar H2 supone una tercera operación electrointensiva que se come 1/3 del valor energético del producto final. Joder.

¿Pero de qué producto final hablás, papá, si todavía te falta combinar H2 verde con nitrógeno igualmente verde, para formar amoníaco (NH3) también verde? La del nitrógeno y la del amoníaco son dos operaciones electrointensivas más, y ya suman cinco.

Y con todo ese trabajo repartido en todas esas muchas etapas llegamos a amoníaco, que se mantiene líquido a unos modestos 34º C bajo cero. Y aunque es cáustico y peligroso se puede embarcar rumbo a la UE sin más problemas en Punta Colorada.

En la Pérfida Albión, al NH3 verde argento lo esperan los taxistas londinenses, entusiastas y todos ellos dotados de autos novísimos movidos por “fuel cells”, para poder llevar turistas a Buckingham a ver al nuevo rey Charles, muy ecologista.

Lo cierto es que con el precio sumado de toda la cadena de operaciones para llegar al amoníaco y hacerlo cruzar el mar, recórcholis, Batman, la bajada de bandera en Londres se va a ir al carajo.

Lo que no quiere decir que la propuesta de Fortescue carezca de toda lógica: tirándole plata encima a los problemas tecnológicos, modus operandi de base de la empresa, a veces estos se resuelven. Puede que otras no, y que te fundan. A vos, no a ellos.

Porque no es imposible que a un conglomerado tan grosso como Fortescue Futures, aunque le vaya mal en su “core business” de H2 verde, se pueda resarcir un poco con 625.000 hectáreas de tierritas concedidas durante 75 años. ¿Qué otros negocios puede emprender? La respuesta, en este país donde ya tuvimos adentro a La Forestal desde 1872 hasta 1960, es que el negocio básico de Fortescue será ser un estado dentro del estado, al que sólo le faltarán himno y bandera propios. Una colonia.

Esa colonia, dotada ya hoy de protección fundacional de los gobiernos y parlamentos nacional y provincial, ergo de jueces y policías, tendrá tiempo y palanca para ampliar sus derechos y explorar, explotar y exportar minerales. Con las condiciones que fija la actual ley minera de Domingo Cavallo, que son de ruina para el país.

¿Qué hay de interesante en la Meseta de Somuncurá? ¿Oro, cobre, litio de espodumena, vanadio, cobalto, metales de la familia del platino, tierras raras, uranio? Fortescue probablemente lo sabe mejor que nosotros, pero si no es el caso, tendrá 75 años para averiguarlo. Y, además, podrá criar ovejas, como que son australianos. Y traer compatriotas, que su país, que ocupa el 100% del continente más seco del planeta, continente que con el cambio climático se está terminando de incendiar o inundar, según qué año.

Si le cuadra, podrá echar también a patadas en el culo a la población rural dispersa de su Zona Franca (unas 9000 personas), no bien ésta proteste por temas de tranqueras abiertas desaprensivamente, de ganado fugado, de cierre ilegal de caminos vecinales con intempestivos alambrados, de negación de viejas servidumbres de paso, y sobre todo, de interrupción del acceso irrestricto garantizado por nuestra constitución a las aguas interiores. Porque la escasa agua dulce de la Meseta de Somuncurá, con tantos taxistas demandando H2 verde en Londres, se pondrá muy en valor, como quien dice.

Y Río Negro es la capital nacional o quizás mundial de la privatización de aguas interiores. Queda demostrado por la inaccesibilidad del lago Escondido en manos de Mr. Joe Lewis, un magnate británico que se choreó ese cuerpo de agua glaciaria en 1996, y desde entonces maneja la justicia provincial para que siga inaccesible.

Los alambrados intempestivos y la apropiación de tierras y riberas son el tipo de problemas de vecino horroroso que le causa Fortescue a los aborígenes Wintawara Guruma en Pirlbara, Australia. Y para dar ejemplos más locales, resultan idénticos a los que Benetton, en sus 900.000 hectáreas, les inflige a nuestros paisanos en la meseta patagónica.

No hay nada qué inventar, lo dicho es más una descripción de un modelo actual que un pronóstico. Sólo que los 9000 damnificados en Río Negro serán básicamente mapuches, de modo que sus causas judiciales serán cosa juzgada antes de presentarse, y no faltarán turros salidos de la escuelita nazi de Erich Priebke en Bariloche que pedirán que a los indios se les meta bala, y chau.

Era inevitable, pero es evitable

Desde 1986 la Argentina viene perdiendo territorios sin darse por enterada. En 1982 las nuevas leyes marítimas de CONVEMAR, organismo de Naciones Unidas le sacaron 1.650.000 km2 cuadrados de Zona Económica Exclusiva antes internacional.

Todo ese mar costero quedó inglés cuando perdimos la guerra y al toque se volvió continuación de 200 millas desde los litorales de los archipiélagos de Malvinas, Georgias, Sandwich, Shetland y las Orkney (Orcadas). Eso entre nosotros no se sabe, no circula. Es como ir al circo y que desaparezca el elefante en las narices del respetable, y nadie se dé cuenta.

Siempre circense, en 1995 Argentina perdió el control del mayor río del país, el Paraná, retitulado por Carlos Menem y Felipe Solá como “Hidrovía”, puesto bajo administración de la firma holandesa Jan de Nul. El río quedó administrado en los hechos por las “traders” que regentan los nuevos 24 puertos privados sobre el Paraná.

Alberto Fernández, Agustín Pichot y la plana de Fortescue en la COP 26 de Glasgow.

La Prefectura allí está pintada, reinan la subfacturación de embarques con declaraciones juradas truchas, y campea la triangulación de soja argentina a Paraguay y Uruguay (donde no paga retenciones). De yapa, el estado nacional perdió su monopolio –y toda su flota- de barcazas y de dragas. Andá decile a EEUU que les vas a privatizar el Mississippi, o a China que el Yang-Tzé va a quedar bajo control de varias multinacionales…

Con tales antecedentes, lo de Fortescue era inevitable, aunque sucediera en otra provincia y con otra firma. El hidrógeno verde en Río Negro es un verso rosa. Estamos para la cachetada.

Durante “el siglo de la humillación”, entre 1839 y 1949, las concesiones territoriales costeras que tuvo que otorgar la dinastía china Qing no fueron plácidos regalos. Los imperios inglés, austríaco, francés, japonés, alemán, ruso, estadounidense e italiano las tuvieron que arrancar a cañonazos. Fue el origen de la expresión “diplomacia de las cañoneras”.

Aquí alcanza con un intraducible rejunte político provincial, un rábula de Menem, un Dicky del Solar, una literata con verso y un presidente que se hace, pero no es. ¿O es?